sábado, 5 de enero de 2008

LA LLUVIA QUE NO DEJA VER






Llueve. Hoy para mi es un día triste, y triste al menos, queda en mi memoria. Desde la ventana, veo las hojas que aún quedan en los abedules. Hojas que bailan ayudadas por el viento y que cambian del color gris blanquecino al verde, según la cara que presenten. Es tiempo en que las ramas de esos árboles, se elevan al cielo desnudas, clamando por la savia que ahora les falta. ¡Qué sensación de frío !.
En el cielo enormes nubarrones que cruzan de sur a norte, dejando de vez en cuando caer su llanto sobre la ciudad que está en fiestas. En el invierno, en medio de los nubarrones, siempre hay cuervos volando como si jugaran.
Camina con dificultad la viejecita, que todos los días, apoyada en el brazo del hombre, pudiera ser su hijo, da pasos cortos, muy cortos, insistentes, aburridos, repetidos y que por más esfuerzos que hace, apenas avanza. Hace unos días, un perro enorme estuvo a punto de tirarla al suelo.
A lo lejos, unos remolcadores esperan la orden para tirar de un buque que sale del astillero. Los vela una lluvia menuda, apenas los distingo. Me vienen recuerdos de aquellos remolcadores que también ayudaban a salir a nuestro barco de la dársena, en medio de una insistente lluvia, que calaba a las gentes que participaban en la maniobra. Luego, el barco va cogiendo fuerza, todo él trepita, enfila la boca de la ría, la lluvia ya no nos deja decirle adios a Ferrol porque no lo vemos, al poco toda la mar del mundo a proa, envuelta en una lluvia infinita, que permite, te veas reflejado en cubierta mientras caminas.
Eran inviernos de lluvia constante, permanente, de llenarte de barro jugando al futbol o de permanecer en los portales, viendo como se moja la gente que, apurada se dirige con la cabeza inclinada, hacia un lugar indefinido.
Los remolcadores, cada vez más difusos, siguen esperando la orden de tomar amarras, para tirar del buque que ha permanecido en reparación, y se haga a la mar.
Son inviernos de esquelas abundantes en los periódicos. Las gentes que se van apagando, nos apagamos más y más cada invierno. No me gustaría morir en esta época tan lluviosa. Prefiero la primavera para no pasar tanto frío, ese frío horrible que debe entrar en los huesos. Soy precavido y he pedido a mis gentes que me quemen, al menos, no lo pasaré.
Si por un casual, que no creo, nos reencarnáramos, me gustaría hacerlo en una gaviota. Las veo volar por debajo de mi y tan cerca, que aprecio su brillante plumaje, muy hermoso, muy cuidado, me dan ganas de tocarlas, mientras hacen maravillas en el vuelo tan elegante, tan de ballet y además, las personas las dejan en paz. Antes de decidir si me vuelvo gaviota, tengo que conocer cuántos años viven. Los loros creo que muchos más y las tortugas que viven más de mil, ¡mil años!, ¿ para qué tantos ?, si a lo mejor te los pasas en una jaula. Ya veremos, aunque hoy, con esta puñetera tristeza, en medio de este día triste que nos envuelve, me importa un pimiento la dichosa encarnación.
Los remolcadores, que apenas dejan ver la lluvia, permanecen a la espera.
La viejecita, que se apoya en un hombre, que debe ser su hijo, apenas ha caminado una docena de metros.
Vida.

BOFETADAS