viernes, 18 de enero de 2008

EL FRÍO DE LOS VIEJOS






Espero mientras llega la musa que siempre me ayuda correctamente, soy yo el único culpable de expresarse mal y como siempre, le echo la culpa a los años que no perdonan, tal como se dice.
Mientras llega, miro distraido hacia uno de los muebles de las sala, en la que cuento uno, dos, tres relojes que paso a paso, golpe a golpe como dice la canción, me van llevando sin darme cuenta, la vida. ¡ Qué cantidad de tiempo perdido ! en esperas, en noches sin sueño sobre el lecho, viendo películas horribles, en conferencias con ganas inmensas de escapar nada más comenzadas, en clases aburridas hasta el hastío, en colas, en viajes sin fin. Es tiempo que ya no puedo recuperar, esos malditos golpes en los relojes, así me lo indican.
Siempre creí que no llegaría a viejo y ahora, a punto de cumplir los setenta, me doy cuenta de que en la vida no hice nada, pena no hacerla como a mi me gustaría que fuese. No se me dió por la política, no me dejaron y al final ya no tuve ganas.
Tengo el frío que tienen los viejos, que tenemos los viejos. Tuve un vecino, de mediana edad, vago como pocos, que en invierno y verano, le recuerdo envuelto en un abrigo gris como él, una bufando roja y en los labios, siempre una colilla de picadura apagada. Salía de casa, para ver las mujeres que iban y venían de sus compras.
Tengo frío, el frío que tienen los niños descalzos y semidesnudos, que recogen desperdicios en los basureros y en los que miles y miles de gaviotas, se disputan los restos de comida que han dejado los viejos que revuelven en cubos colocados a las puertas de los restaurantes, de los hipermercados, de los cubos de basura.
No sé, de verdad que no lo sé, pero si algún día me viese necesitado de comida, pediría unicamente unas monedas, lo necesario como hacía mi buen amigo Emilio. Si no conseguía ese dinero, robaría, si coño, me apropiaría de comida en los supermercados. Para ir a la cárcel, te tienes que llevar una buena cantidad que yo no necesito y si me llevan, no me importaría. Tendría tiempo para escribir, pero antes pediría, llevar conmigo esos tres relojes que inexorablemente, al levantar la vista del ordenador, me van indicando el tiempo que me queda.
En una de las muchas veces que fuí a las cárceles, vi un gorrión que se había introducido por un pequeño marco en que faltaba el cristal. El pobre, loqueaba por salir, golpeándose con todo lo que se le ponía por delante. Lo estuve mirando largo rato, viéndole como si fuese un preso más, como aquellos que al ingresar los aislaban en una pequeña celda, oscura, sin un maldito colchón en la cama. Un muchacho en esa situación, encontrándonos los dos sólos en ese inmundo lugar, me confesó que había intendado suicidarse - llevaba un día preso, y no le habían quitado el cinturón- pero leyó una nota escrita a punta de ladrillo en la pared , que le hizo desistir. La nota decía, pude leerla, " No lo hagas, yo también lo pensé, no merece la pena".
Al final, quité la chaqueta,la eché sobre el pajarillo ya cansado y pude cogerlo. Retrocedí lo ya andado y lo solté a volar desde la puerta de salida, como los grandes, como los limpios, como los que ya habían "cumplido" con la sociedad y, ¿con qué sociedad?,¿ la golfa también cuenta?.....
La calefacción al máximo, y sigo teniendo el frío, el frío de los viejos. No lo puedo remediar. Es que lo soy.

BOFETADAS