miércoles, 16 de enero de 2008

EL HUMO QUE ME ATRAE






Siempre, que recuerde, he ido contra las normas, normas anormales que en muchos van creando.
Estoy cumpliendo una norma y no me gusta guardarla, la de no fumar. ¡ Cómo me llama el tabaco !, ¡ cuánto lo echo de menos !. Recuerdo perfectamente del primer cigarrillo que llevé a la boca. Vivía en la Puerta de Canido, tendría unos nueve años cuando en casa, sobre una mesa una cajetilla de Philips Morris. Nunca sopeso las acciones antes de hacerlas, las hago y ya está, salgan bien, salgan mal; por lo regular, siempre me salen bien. De aquel paquete sustraje un cigarrillo y de la cocina, una cerilla. Salí disparado, llamé a mis amigos y con aquel tesoro, corrimos hacia un campo cercano al Cementerio y allí, sentados en unas piedras de granito, nos fuimos pasando aquel pitillo tan oloroso. Al finalizar, alguien tuvo la ingeniosa idea de que comiendo trébol, se iba el olor y así, rumiando aquel vegetal que sabía a rayos, abandonamos aquella zona cercana al cementerio, en el que jugábamos de día y apostábamos por la noche quien aguantaba más en su interior, lejos de la puerta de entrada, hacia la zona en que estaba enterrado un marino y que, sobre su tumba, tenía un barco enorme de hierro, muy bien hecho.
A partir de ahí, poco a poco el tabaco fué formando parte de mi vida ya que significaba una prohibición y en aquellos tiempos, todo lo prohibido me atraía.
No había mucho dinero, pero si te buscabas la vida, siempre fumabas y eso lo descubrí en el Instituto, que a cuenta de unos minerales que encontrábamos tirados y que vendíamos al chatarrero,nos permitía caminar alegres, con un paquete de tabaco rubio en el bolsillo. Buena pandilla aquella. Buena.......
Y el pobre Pepe Saborido, cómo sufría y las broncas que me echaba cuando jugando al futbol partidos importantes, me veía correr la banda con un pitillo encendido en la boca....
Un día camino por un monte, algo que me oprime el pecho, bajo, pido una aspirina en un bar, me voy al hospital. Al salir de nuevo a la vida, el consejo amable de que no fume. Es un consejo que desde el primer momento he cumplido a rajatabla, pero eso no quita que, algunas veces sólo, viendo la tele o leyendo, lleve el índice de la mano derecha a la boca, como si fuera un cigarro, y expulse con fuerza un humo imaginario. ¡ Y qué bien sienta !., o cuando camino en esos días fríos de invierno y el aliento sale en forma de vapor, con ese vaho, hago maravillas, incluso las argollas que aprendí hacer en el Cinema.
También, he estado a la muerte fumando los bigotes del maíz, envueltos en papel de estraza. Tragar aquel humo, y quedarme zapateado en el suelo como una rana panza arriba, sucedía de forma instantánea. No estaba para mi, aún tenía que conocer la gente tan fantástica que hay en los campus de Coruña y de Ferrol. No podría irme sin conocerlos.
Creo que aguantaré. Siempre me dejé ir con la corriente, sin oponer resistencia, sin saber a dónde me lleva. Quizás dentro de un tiempo, cuando vislumbre la muerte, vuelva a encender un cigarrillo, para así, irme más tranquilo; para que el humo me vaya señalando el camino que voy dejando atrás.

BOFETADAS