sábado, 17 de noviembre de 2012

SIGUES OCUPANDO MIS PENSAMIENTOS







Por estas fechas en que los eucaliptos florecen  y el sol navega por el horizonte, llegaste a casa y al poco, te convertiste en dueño, señor o general con mando en plaza. Te trajeron los brazos de Chus y nada más dejarte en el suelo, casi hay peleas porque todos queríamos acariciarte, darte la bienvenida de una y mil maneras mientras se te filmaba en video. Hacía tiempo, mucho tiempo al menos para mi, en que un perro no entraba en mi mundo con pleno derecho y tu llegaste,  apenas eras una bola peluda, blanca, muy blanca de ahí tu nombre y a partir de ese momento, te sentiste importante, tanto, que hasta me orinaste encima. Sólo hubo risas porque sería un pecado levantarte entonces la voz.
Es cierto que hubo un tiempo de: -"Dichoso perro, siempre por medio"-;-"otra vez ha mojado la alfombra"- alguien contestaba, que ya se acostumbrará"-. -"Quién ha cogido un folio que tenía aquí-.La misma voz respondía: -¡Mira debajo de la cama, seguro que lo tiene ahí-". Y allí estaba.
Con el tiempo, cuando tuvo uso de razón, comenzó a odiarme y es que no lo llevaba a la calle y ese odio -lo descubrí por su mirada asesina-, me obligaba a cabrearlo mucho más, le apretaba el hocico, le tiraba de los pelos que llevaba por bigote o lo deslizaba con fuerza por el suelo después de darle un empujón.  Había más pero, por si tiene la facultad ahora de enterarse, no las menciono. Al poco regresaba, gruñía pero lo hacía tan mal que daba risa, más tarde aprendió y en aquellos juegos. Más de una vez me clavó algún que otro alfiler que comenzaba a llevar en las mandíbulas. Yo hacía que lloraba y aquelos ojazos que recuerdo, se fijaban atentos en mi falso rostro tapado con las manos pero dejando entre los dedos suficiente separación para ver su comportamiento. Y allí lo tenía ladeando la cabeza a izquierda y derecha sin comprender nada. Un susto por mi parte que lo hacía recular y a comenzar de nuevo.
Dije que no lo llevaba a la calle y no.  Simplemente por un  principio. Cuando llevas un perro -me fijo- al cruzarse con otro, los amos permiten que se acerquen y lo primero que hacen es olerse el culo,-contra natura, pienso-, pero enseguida el o la de turno dicen que es normal, que así se conocen, ¿oliéndose el culo se conocen?... Cómo degenera la naturaleza.  Ya se que van en pelotas por la calle, aunque, hace poco, que han comenzado a vestirlos de forma y manera grotesca, pero si desde un principio se les dice que: ¡Culo, no!, el perro aprende.  Y hoy los visten de  futbolistas, millonarios, con albornoz, con zapatitos, collares, pendientes, todo enTobaris.
En casa de mis padres, siempre hubo perros, perros que contaban como uno más de la familia, tanto es así que a uno, el Ré, a la hora de comer se ponía panza arriba y así, poco a poco lo iba alimentado el de turno y lo cachondo, que si había que correr, corría. Nunca tuvimos uno de esos terribles perros, locos perros extensión en muchos casos del pensamiento del amo que los azuza y es que en casa,  la puerta de entrada al jardín estaba siempre abierta y la llave de casa en el interior de una maceta vacía, cuando estaba. Ya sé que eran otros tiempos, pero, a pesar de todo, mi madre siempre procuró ser amiga y lo era, de los gitanos. Pero bueno, eso queda allá donde estén, pero claro que los recuerdo y mucho.  A las personas, no las olvido. Sí, a todas las tengo siempre presentes.
Natas quizás, llegó en el mejor momento, en ese momento en que todo te aburre, porque sientes que te falta algo por eso, no sólo fue el "juguete preferido" sino que también el contrapunto y es que, a veces, lo llegaba a odiar y era cuando se lastimaba por una caída cuando hacía la cabra, por caminar por donde no debía, al lanzar un grito agudo al lastimarse un diente, porque le quedó enganchado en un jersey de lana, costumbre que coninúa en mi, de dejarlos tirados por cualquier rincón de la casa a pesar de las "broncas" que intentan corregirme y algo han conseguido, al menos con ellos no hago porterías de futbol como entonces.  Cuando salíamos de casa, a toda velocidad se iba debajo de la cama y ahí permanecía hasta que nos sentía llegar y, era tanta su emoción, que gotinas de orina iba esparciendo por todo el pasillo mientras daba grandes saltos; ni era capaz de ladrar, es que se ponía afónico.  Cómo no se van a querer.
Nunca le pude explicar que tampoco lo llevaba a la calle, para no pasarlas moradas, con esos perrazos que suelen acompañar sueltos a los chavales que, si no fuera porque tienen padres y madres, diría que se les parecen, por el rostro, por la indiferencia, por el poco sentido, por la chulería con que caminan sintiéndose arropados.  Me joroba, por no decir otra cosa, cuando quienes lo llevan, ante sus ladridos, portensosos ladridos, te dicen que no tengas miedo, que no hace nada, que es muy bueno. Suelo ir a los montes y casi siempre, me encuentro con verdaderas fieras sueltas, alrededor de un grupo de casas, quizás cuidándolas porque sus dueños trabaja en la ciudad, casa que no me interesan un carajo y llego a despreciar a sus dueños por el temor que infunden esos animales porque, te van rodeando -lo he sufrido- y al final, cuando te ves indefenso, que puede pasar cualquier cosa grito: ¡Quietos!. De momento han obedecido.  Continúo el camino con el culo apretado, pidiendo a Buda que me acompañe con una vara al lado y cuando ya en la distancia apenas los diviso, soplo, resoplo, camino...
Contra esos perros, he conseguido comprar un silbato inaudible, que no sé si hará algo y también,- por lo visto lo usan los carteros-, una bocina de poco tamaño, que no he probado pero que da resultado, me han asegurado. Me pregunto, ¿y si después del primer bocinazo los perros se acostumbra al sonido?, ¿y si la bombona se consume?... No quiero pensarlo.
Hablaba de Natas quien, tanto me odiaba que de vez en cuando se quedaba dormido en mis brazos. Sentado sobre un sofá, al cabo de media hora me dolía el alma, tenía que aguantar inicios de calambres pero,  miles de alfileres se clavaban en mi cuerpo. Prometo que no me meneaba y allí despertaba, clavaba sus ojos en mi y al poco, desagradecido marchaba.  Maldita le importaba mi sufrimiento, maldita le importaba que lo quisiera tanto.
Pocos después de cumplir los catorce años, un día cualquiera, se puso triste, no le importaban los juegos, le podía apretar la trufa que nada decía; entonce se me dio por pensar que se le estaba terminando la cuerda.  Lo tomé del suelo, lo apreté contra mi pecho, le di tantos besos que la boca recuerdo, me quedó seca, nos mirábamos él sabiéndolo todo, yo, no comprendiendo nada mientras aquellos ojazos clavados en mi, tanto que me hacían daño, como si me estuviese reclamando el no llevarlo a paseo, el no corretear ambos por los campos, no subir a los montes o dejarlo beber en la orilla de cualquier riachuelo.
Fue a morir a casa de un veterinario y no supe más.
Cuando me lo dijeron, lloré como jamás había llorado en mi vida, un llanto que tardó mucho tiempo en ir parando y es que regresaba al recordarlo y tenía su rostro en el cerebro.
Es hoy, cuando camino y paso a la altura del veterinario, disimulo que miro el escaparate, mi vista se va al interior por si Natas, subido a las patas traseras como en casa hacía para mirar la comida que le tocaba, estába allí haciendo lo mismo y al verme, pienso como un gilipollas, que venga meneando el pedacito de rabo que tenía, para continuar haciéndome fiestas.
De vez en cuando, cuando camino, me voy fijando en los perros y, cuando alguien lleva un caniche cubierto entero de pelo, pido a su dueña, a su dueño que me deje acariciarlo y lo hago. Enseguida me doy cuenta que aquel perro tenía otra cosa, era seda si lo tocabas, de lo cuidado que estaba.
Por eso, en esta époco que es cuando los eucaliptos florecen, cuando el sol que no quema navega bajo por el horizonte, te recuerdo mucho más querido amigo.  Mil gracias, por tanto amor que me has dado y que en muchas ocasiones, necesitaba.
Te sigo quiendo, te sigo echando mucho de menos.





BOFETADAS