viernes, 8 de abril de 2011

DE NUEVO EN ESTAS TIERRAS.







Al buque de pasaje "Ciudad de Burgos",  le trepita todo el cuerpo por el avante y atrás de la máquina, cuando en estas horas tempranas, realiza la atracada al muelle de Palma.  Muelle atestado de gentes que esperan ansiosas a los que llegan, que observan curiosas  las maniobras y sobre todo, los amarradores que trabajan.
Hora y media antes, apoyado en la borda, observé y observaron los pasajeros madrugadores, como las primeras luces del día iluminaban con suavidad la ciudad, como si fuese un nacimiento.  Primero la gran mole que es la catedral. Es como si miles de focos al tiempo comenzaran a dar luz a lo alto, bajase por los arbotantes, entrara a través de los enormes ventanales, volviendo a la vida a beatas y beatos a punto de quedarse dormidos sobre los bancos.  Es ahora tan hermosa, entra tanta luz desde que el bueno de Gaudí hizo la modificación de quitar el retablo, que las gentes y estudiosos pueden ir de un lado a otro en medio de una gran claridad. Es raro encontrar en una catedral tanta luz, tanto es así, que a unos ventanales tras un altar, le han tenido que colocar cristales oscuros para evitar la entrada de tanta vida.
No sólo se ilumina la catedral;  el Arenal, el paseo Marítimo, los Molinos, los grandes hoteles, el Terreno, Bellver,  Porto Pi, quedan bajo el influjo del astro mientras los automóviles, autobuses, las personas apuradadas ellas, se dirigen a sus trabajos.  No tenía ojos más que para aquello, que se me iba descubriendo a medida que el barco se acercaba al puerto.  Aquella visión, se repitió algunas veces más durante unos años y ha quedado grabada dentro de mi, como han quedado otras sensaciones a medida que iba conociendo sin prisa la isla, las personas, sus costumbres que hice mías e incluso llegué hablar su lengua, única manera de entenderse con los payeses y que hace unos días, tuve tiempo de recordar, hablar, aunque el tiempo, sobre todo a los viejos, nos va secando esa parte del cerebro que en su día guardaba pequeños  recuerdos de idiomas aprendidos a toda prisa.
Mallorca entró en mi, como entraron otras aldeas, pueblos, ciudades en las que permanecí algún tiempo.  En todas encontré amigos, vivencias en mayor o menor medida y de todos los lugares guardo algo, suficiente o mucho, que también. Mallorca, quizás porque fue la novatada, entró en mi alma,  como un torrente ocupa su cauce tras el deshielo.
En la isla grande,  pasé con urgencia de niño a mayor; sucedió en un tiempo record.  Tenía que hacerlo como medio de defensa, aunque no caminaba con navaja albaceteña bajo la faja, porque no habiendo faja, ni río alguno, ¿a donde llegaría la sangre?.  Pero sí, quería vivir como  los  jóvenes isleños vivían, para ello tenía  tenía que cambiar y sucedió, pero tuvieron que pasar unos meses de aprendizaje.
Fui tan feliz, me sucedieron tantas y tantas cosas, que hasta un cura, no se si en su sano juicio -Dios lo tenga en la gloria- me excomulgó en medio de una plaza -recuerdos de la Edad Media- realizando el paripé en latín entre grandes voces, su rostro. rojo como las cerezas en junio o julio.  Me cogió desprevenido, que si no,  in illo tempore, podría entender lo que decía y maldecía, pero no estaba para traducciones, loco como lo tenía. Para aquellos que han quedado pensando, prometo que no hice nada fuera de los normal, tomando como normal el día a dia, sin diferencia alguna, es decir, que en aquella ocasión, no me salí de las vías que me conducían por el buen camino.  Cosa rara, pero fue de ese modo. Fue la cabezonería de un prepotente cura.
Y hace unos días, que he tenido la gran suerte de regresar, de vivir la isla tras veinte años de ausencia, de sentirla pero esta vez, sin la suerte de entrar en las primeras horas del día en su bahía.  Todo cambia, todo se modifica.  Si antes tomábamos el avión para permanecer unos días en la Barcelona, lugar fantástico de día y sobre todo por la noche,  llegando con las horas del alba  a la pensión Clavé 7. Nunca supe si la dueña tenía siete pensiones o era porque coincidía con el número de la casa en la calle que estaba borrado, lo que si recuerdo, es que todas las cabareteras de la ciudad, se alojaban en ese lugar lo que hacía imposible el descanso. Luego, un tren, el Shangai que en día y medio de tatatá, tatatá, tatatá, nos dejaba en el mismo Ferrol. Ahora prima el avión, como pastillas en caja nos alojan, encogidas las piernas porque en el suelo va una mochila, un libro en las manos al que no se presta atención, contando y esperando los minutos que faltan. Se van perdiendo cosas muy hermosas. ¿Habéis visto amanecer en  la bahía de Palma?, ¿ o en Alcudia?, ¿la puesta de sol en Sóller desde santa Catalina?, ¿el Puig Mayor recibiendo los últimos besos del sol mientras se acuesta no muy lejos, al tiempo que sobre la mar va dejando una carretera de rojos, violetas y carmines en la que juegan las gaviotas al que te cojo?. De verdad que es algo magnífico, creible porque lo he visto muchas veces y vivido otras tantas.  Y pasear entre los naranjos y almendros de Sóller, mientras  le cuentas alguna que otra batalla en francés de noray porque es, salvo su idioma que no conozo, lo único que nos permite entendernos. Se que algunas veces las palabras no son necesarias, pero no nos metamos en camisas de once o doce varas. Que hoy, me da que no toca.
He regresado temeroso de que todo aquello hubiese cambiado, pero no.  He recorrido la isla en todas direcciones.  He vuelto a visitar en la catedral el baldaquino inacabado que Gaudí dejó para poblaciones futuras, porque las de ahora, no lo comprenden y mira que lo intentan.  Tampoco comprenden un altar del iluminado Barceló con sus panes y peces de todo tipo y grietas en los paneles.  Quizás sea un iluminado, puede ser, por eso hay que callar y esperar que transcurran unos cien años a ver entonces, que piensan las siguientes generaciónes de tales obras. Quien sabe.  El arte tiene sus caprichos, los artistas también suelen ser caprichosos y si hablan de ellos, pueden llegar hacer la competencia al mismo Creador basándose, en que ellos también hacen lo mismo, hasta milagros en años pasados. Por mi parte ninguna objeción, esperaré esos cien años a ver que sucede y si las buenas almas aplauden el baldaquino y ese altar, no lo dudéis que me sumaré afirmando con la cabeza si es necesario o me lo piden. Dentro de cien años, acordaros. Ahora, sinceramente, para quien lo quiera. Me parecen chapuzas,  desaciertos, vengan de donde vengan.
He vuelto a caminar entre cientos y cientos de naranjos, almendros, olivos, palmeras de todo tipo; he caminado entre gentes que con solo mirarlas y sonreír te sonríen agradecidas, saludan con la amabilidad de siempre, pero cuando me emocioné de verdad, cuando casi me desarmo fue al pisar Sóller, lugar en que viví unos cuantos años- a tope guay, que dicen-, pueblo hermoso de ¿pescadores? y atraques de yates millonarios, con sus casas de piedra color siena, que parecen de oro cuando el sol las visita casi todos los días del año.  Nada más llegar, en soledad, inicié la subida a una cuesta suave entre casas, que desde siempre lleva a la ermita de santa Catalina. La desamortización y Marina se hace cargo para instalar en ese hermoso lugar una escuela, la más bella escuela que cualquiera puede desear.  Allá en lo alto solos, libres, viviendo hasta casi conseguir  volar cuando el tramontana sopla de veras.
Las puertas de la ermita están abiertas de par en par.  Nadie me detiene, entro, camino por el patio.  Todo sigue casi igual, no pierdo detalle y rápidamente, cruzo un hueco con arco de medio punto,  que me lleva a los jardines y de allí, camino al acantilado al que ahora, han puesto una verja para que las gentes no se asomen. En otros tiempos carecía de ella, nos asomábamos medio cuerpo fuera, sobre aquella altura de unos cincuenta y pico de metros. Abajo el mar casi siempre calmo, azul de infinitos matices como si el fondo estuvisese lleno de esmeraldas y en donde las aves cazaban peces de todo tipo. Y  el olor del jardín, intenso, como el de un árbol que teníamos en el jardín de la casa en Alcudia, que nos despertaba pausados, embriagados por aquel aroma penetrante que al poco se hacía pesado y lo rechazabas por tanto dulzor. Creo recordar que eran una especie de campanillas, que de niño, copiaba de  láminas, una y otra vez hasta aprenderlas de memoria,  en la clase de dibujo de primero o segundo. 
Continúan altivas las chumberas algunas con fruto, los enormes pinos entre lo que crece la hierbabuena, la jara, el tomillo. Unos cuantos, los más decididos, bajábamos el enorme acantilado para bañarnos, luego había que subirlo casi en vertical. Se hacía casi a diario, los días que por culpa de los estudios, no podíamos salir a las playas o a las rocas junto el faro.  No me olvidé de visitar  una ventana por la que al llegar la noche saltábamos para seguir disfrutando de la libertad hasta casi la madrugada. Nadie nos visitaba, ni de día, ni de noche por no subir aquellas interminables doscientas y muchas escaleras que agotaban al más fuerte.
Estuve paseando todos los lugares, más de una hora; no es que el  edificio sea grande, pero eran tantos  y tantos recuerdos encadenados, que al menos, durante ese tiempo, fui inmensamente feliz. Antes de bajar hacia el puerto, eché una mirada a la gran puerta por la que saltando una vez de madrugada, caí sobre una chumbera, dando mucho trabajo nocturno a los enfermeros, en medio de un gran dolor y un triste recuerdo por mi parte.
No quise encontrarme con nadie, ni tan siquiera entré en el bar "El Pirata" que estaba abierto y me imaginé en el fondo a la Anita, perdida la mirada sobre una revista de moda, pintada y repintada echándole un pulso a los años que siempre ganan.  Hice fotos, no me parecían suficientes e hice muchas más, casi casa por casa, recuerdo a recuerdo, sin olvidarme del tranvía, fantástico medio de transporte que en verano carecía de paredes, era todo abierto lo que permitía que la brisa lo inundase todo mientras corría alegre con su traqueteo hacia el pueblo, hacia el puerto, cruzando la inmensa huerta de Sóller. 
Han ancheado la carretera que rodea esa concha que forma el mar.  Han desaparecido las playas, no se como quedarán al final, supongo que estará previsto, ya que son muy necesarias. Los autos mandan.  Y la construcción que han poblado los montes como enjambres de mariposas, pero el encanto sigue y seguirá.
He estado en muchos lugares, en otras islas, incluso de Baleares;  pero Mallorca, o me cogió con el pie cambiado o la descubrí  un día que tenía el cuerpo bailón -que se dice-.  Incluso, caminaba con un gran cartelón de esos que anuncian las corridas de toros.  Me lo habían hecho en Palma y allí estaba el Cordobés, Palomo Linares y mi nombre al final.  Funcionaba a veces, pero no dejaba de ser un coñazo ir con el cartelón de un lado para otro.  Tonterías de juventud que todavía no sentaba la cabeza.  Si alguien lo sabe, me diga, ¿a qué edad hay que sentar la cabeza?.  Es que me da que la sigo teniendo suelta. No importa.
Esta vez no me costó trabajo marchar, dejarte y es que iba empapado de ti, tanto, que hasta subí al castillo de Bellver porque nunca lo había hecho.  Falta de tiempo, ¿sabes?. Lo hice a patas como dicen los ya antiguos.  Marché poco antes de que ese hermoso pinar fuera cerrado al público y de ese modo quedar para sus verdaderos dueños, los hados y hadas que lo cuidan durante toda la noche.  A veces, si te fijas, unas lucecitas muy pequeñas van y vienen.  La gente suele confundirla con luciérnagas y no son tal, son los gnomos, hadas y demás que barren Bellver para dejarlo tan hermoso, como fantástica está toda la isla.
Mallorca, la isla de la calma, que como muchos lugares del mundo, también avisa mediante carteles, del cuidado que hay que tener con los cacos. En esto si que ha cambiado y mucho.
Sigue siendo bella por sus cuatro costados, el color turquesa de sus aguas, el olor que permanece constante en el ambiente, sin olvidar el tren de Sóller a Palma que ya ha cumplido cien años y sigue dando servicio.
Y que en Sóller,  un pueblo de unos 8.000 habitantes en invierno, se puedan ver, recien entrada la primavera, dos exposiciones en salas de la estación del tren:  la una de cerámicas de Picasso y la otra, grabados de Miró. ¿Quién da más?
Cuando hace muchos años, un tren me iba separando de Galicia camino de Palma, mi cuerpo no estaba intranquilo, tampoco pensaba en un ¿qué encontraré?, ¿cómo será?.  Creo que la Santa Compaña fue a mi lado ayudándome para que no diese vuelta en una estación cualquiera.  Si es así le doy las gracias, fue lo mejor que pude hacer y me pudo suceder en esta puñetera vida que nos ha tocado vivir y que no me quejo.
Encontré lo que esperaba, conseguí que los días durasen cuarenta y ocho horas. ¿Qué no?. Todo consiste en ir frenando segundo a segundo la vida que intenta seguir su curso.  Se consigue y se detiene.  Probar.
Los sueños, siempre han ganado a las realidades.
Sobre todo, los sueños en medio de mucha luz, de mucha vida y serenidad.




BOFETADAS