jueves, 20 de octubre de 2011

CHICHA UNO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS.


Chicha Uno que estás en los cielos, santificado tu nombre, pero a mi, déjame seguir cayendo en todas las tentaciones posibles e imposibles, líbranos de desesperaciones, amén.
Chicha, Chicha, Chicha, que larga se me está haciendo tu ausencia.
Hemos comenzado un nuevo curso y no te encuentro en lugar alguno con tu pequeño block en el que tomabas algún que otro apunte los días que estabas generosa mientras me enseñabas, que de todo lo que te rodeaba, lo bueno, lo agradable, eran las conversaciones, las risas y una fantástica comprensión entre los que formábamos y continuamos formando, aquel grupo.  Que estudien otros, decías dándole la última calada al cigarrillo.  Que estudien otros que son los que comienzan esta puñetera vida, llena de zancadillas, tristezas y a veces, risas fingidas.  Te escuchaba al tiempo que pensaba, que los años no son las hojas de  calendarios que pasan, son los que uno vive. ¿Cuántos llevamos ya vividos?. Lotes.
Ahora resulta, que te vas en silencio, sin avisar, como no queriendo molestar al personal, como no queriendo dar explicación alguna, sin tan siquiera echarme tu última sonrisa, sonrisa que hablaba a quien quisiera escucharla.  Te has ido en silencio, no como yo pienso irme, a los sones de unos gaiteros de san Antonio de La Cabana  que son los mejores y que antes de aplicarme el  fuego, mejor del invierno, me permitan ver los campos y montes por los que he caminado, siempre acompañado por pensamientos dispares pero que con la música son los que ayudan a dar los pasos.  Creo que esta idea te hubiese gustado, pero bueno, hay momentos en que no da tiempo a recordar, claro que,  si lo llevases anotado en la libretita, hubieses tenido tiempo a contarnos muchas cosas antes de irte, tía prisas.
Siento que se haya quedado en nada lo de ir de discotecas, al "Desgüace" que siempre la nombrábamos entre risas porque descubrimos un día el significado de tal nombre.  - Un día que esté en forma, vamos- me decías- con un guiño burlón.  Alguna vez eras tú la que hablaba de ir al baile y era yo, quien en aquellos momentos no estaba en forma por no decirte que a mi el baile, me importa lo que se dice un pito, pero por tí, sería capaz de aprender unos pasos traperos, que con tal de no pisar todo vale, lo que sucede, es que ese emparejamiento lo veo insulso y ya no te digo el saltar separados imitando a los monos. ¿De niño?, de niño era otro cantar, se bailaba para estar cerca de una mujer, para contarle mentiras por lo bajini, que era cuando comenzaba de verdad la vida , pero hoy, tantos años pasados, lo que me llama es respirar y  poder seguir tirando.
Chicha que estás en los cielos, quiero pedirte perdón.  ¿Recuerdas?, un día que fuimos a Mondoñedo hice fotografías, jugué con ellas y al final, mi mala cabeza te puso en lo alto sobre una peana, como una santa, ¿y por qué no?, santa Chicha que cura las enfermedades del alma, que bien sabido es, son las peores de sanar. No te enfadaste ni cuando un profesor al verla sonrió y dio el beneplácido a aquella nueva divinidad, se que esoy perdonado, lo que  no me pasa que te hayas ido sin decirme al menos "hasta muy pronto", no me hubiese asustando y es que tengo ya mucha prisa por marchar, abandonarlo todo, no pensar y ahora que desde donde estás lo ves todo, sabes que te digo la verdad, ya está bien de vivir pero,  hay que ser muy valiente para hacer lo que otros hacen para  irse al otro barrio de motu propio y sin ayuda, un salto al vacío, un tren, una cuerda y ya está, pero hace tiempo que perdí la valentía y me he pasado al bando de los cobardes, de los que ni se atreven a salir por las noches.  Ya se que es pecado quitarse la vida, también a los niños, hace años, les obligaban a confesarse, ya me dirás, qué pecados podían tener...
Entorno los ojos, me traslado a cualquier clase en la que entra la prensa, mucha prensa.  Algunas preguntas mientras a ti te bombardean los flashes.  Eras la diva, la que daba bien  a la cámara, la elegida de cualquier fotógrafo que llegase.  Yo pensaba que ya estaba bien, es como si estuvien en un zoo fotografiando siempre al mismo conejo.  Reías mientras Pilar se escondía para no salir en la foto, reíamos..., reí tanto en algunas ocasiones que terminaba con dolor de barriga. Siempre regresaban con sus cámaras y un día, ignoro el motivo quizás fue  nuestro cabreo, desaparecieron las cámaras con las golondrinas en invierno.
Chicha Uno, ven a nosotros de vez en cuando porque te recuerdo, recuerdo muchas vivencias que me contabas, lo joven que quedaste sin esposo, lo que tuviste que luchar para sacar la familia adelante, familia que te dio muchas satisfacciones, que es el premio de las luchadoras que incluso sacaba tiempo para acudir al Campus, pero seamos sinceros, te pasaba lo que a mi, que te iba más el cachondeo que lo de tomar apuntes. Es hasta lógico, si con escuchar las palabras del profe, quedaba  todo en el coco. A veces.
Déjame seguir cayendo en todas las tentaciones y no me importa que se entere el que ahora es tu jefe. Has dejado aquí una familia pero en esta vida, hay que pensar también en los que se habían ido mucho antes y ahora, seguro, caminarás,- no sé como se camina en el cielo-, supongo que entre nubes y lo harás al lado de tu esposo.  Os asomaréis a Sillobre en donde fue maestro y al que le concedieron el nombre de una calle.  Hay que ser buena persona para que se acuerden de uno de esa manera.  Mil profesores, jamás tendrán una calle por lo cabrones que eran.  ¿En el cielo se puede decir "cabrones"?.  Bueno, no lo digas por si las moscas, ya ves lo que hizo el otro con Adán y Eva sólo por comerse un trozo de una manzana.  Lo cogerían  cabreado.
Chicha Uno, Chicha Uno que estás en los cielos del brazo de tu esposo, como antes te cogías del mío para contarme cualquier cosa que conocías y yo pensaba mientras aminoraba el paso, "hoy está más cansada que otros días" pero seguíamos desnundando a cualquier vecino, riendo por lo bajo, para que nadie se picase, mientras nos acercábamos a cualquier cafetería que te daba ánimos para encender de décimo noveno pitillo del día y era media tarde.
Siempre me preguntaba  qué apuntes tomabas en aquella  pequeña libreta y un día, lo vi.  Estaba a tu lado en la clase de Eugenio, al poco tomas el bolígrafo y tras mirar un rato al techo en plan concentración, veo como escribes: dos quilos de garbanzos; huevos; harina...  No tomabas apuntes que era lo lógico. Anotabas los productos a comprar y entonces te admiré, te admiré mucho más, porque anteponías tu casa, tu gente, a cualquier otra palabra que sonase en a tu lado. Pudo ser posible que también en alguna ocasión,  estuvieses tomando nota mentalmente de los follones que había y hay por el mundo. Es hasta del todo lógico.
Me decías con pena, que la casa de Cobas se estaba yendo al carajo,-igual no se puede decir carajo-, que no había orden y si un gran desorden, que nadie te ayudaba y un día decidiste  sentarte y parar. Lo que pensé es que estabas muy cansada, que como a todos nos pasa, el cuerpo va cambiando, se camina menos, la desgana llega, de vez en cuando un catarro y entramos en esa espiral a la que llaman vejez  porque lo de la tercera edad, es un cuento chino, pero chino, ahora que están de moda. Si has vivido a tu aire -y me incluyo-, es lo que te llevas, pero si te has dejado la piel a tiras pendiente de unos niños, el cuerpo que no es de goma, a la larga se cobra su tributo y a ti te lo cobró cuando más disfrutabas.
Recuerdo que un día en Cobas, te llamé desde la carretera.  Se asomó tu nieta. Le dije que quería verte.  Preguntó la niña, ¿de parte de quién?-. De su novio, respondí. ¡Ay!, la cara de la nieta,  que se volvió de mil colores mientras caminaba a buscarte. ¿Lo recuerdas?. Lo bueno de todo es que hemos pasado tantos momentos juntos, tanta risas, que mi pobre cabeza tan dada al olvido, lo recuerda perfectamente y ahora, cierro los ojos, dejo de escribir y me voy al molino da Barcia en que tantas veces nos reunimos, al pazo de Isabel II, a Sillobre en donde me enseñaste la placa en una de sus calles, en restaurantes, arriba de Puentedeume cerca, creo que de Monfero.  Siempre acudiste, tomabas parte de la juerga y ahora que todo te iba tan bien y un día, callada en un rincón, tú y tu soledad, cierras suave los ojos, el cuerpo descansa como nunca lo hizo, es todo tan plácido que te abandonas porque nunca lo has sentido.  Al poco, sin proponértelo,  notas que te elevan, que te llevan y no tienes miedo.
Como de las mujeres ignoro la edad, me da que soy el que te sigue en el escalafón.  No sé, a ver si te enteras, si hay línea telefónica entre el cielo y el infierno.  Si es así, de vez en cuando y sin que me vea el diablo te llamaré por conferencia, no mucho tiempo porque a lo mejor es cara y es que abajo, cerca de mi,  están los banqueros y ya se sabe. Me tienes que contar, porque siempre me intrigó, si San Pedro está permanentemente en la puerta o se va dar de vez en cuando una vuelta por el bar, es por si puedo colarme algún día para verte.  No  se lo digas a nadie, y es que no se si puedes guardar este secreto o te obligan a confesarlo, es una gaita todo.
Dios, que tristeza cuando te fuiste por lo inesperado, como cuando te agachas a recoger algo caído y al levantarte te das el gran porrazo con la esquina de la mesa y es que suele suceder porque los viejos ya no calculamos, ni falta que hace.  Dime una cosa, que quede entre nosotros por la confianza que hay, ¿ has visto la luz blanca que dicen?, ¿viajaste a la velocidad de la luz?. ¿Te recibieron serafines tocando trompetas?, a ver si un día te pones, formas una banda de  gaiteros y le enseñas desde arriba  al resto del mundo,  donde está Galicia, sobre todo a los americanos. ¿Todos los santos tienes barba?, ¿le ha crecido a san Sebastián?. Cuéntame, cuéntamelo todo.
No me queda mucho, es lo que vengo diciendo siempre y no la palmo, pero algún día tiene que ser, no me importa cuando, de aquella sí, de aquella, con el permiso de tu marido, al menos bailaremos un vals que eso bordo, y el pasodoble, pero el bolero, como es tan amarrado, como que no está bien, lo dejaremos.
Chicha Uno, Chicha Uno del alma que te echo de menos, hasta incluso noto en falta el tabaco que fumabas que olía a rayos, y las cabezadas que llegando el verano de vez en cuando dabas mientras Manuel un poco más atrás, roncaba feliz en la clase de Seguridad Social.
Si un día, por un casual, nos encontramos en esa inmensidad que dicen las almas flotan, te invitaré a unos cubalibres, cantaremos lo que cuadre a la espera que otros vayan llegando pero sin prisa, que prisa no hay para estos menesteres y si hay que seguir bebiendo para celebrarlo, hasta que caigamos de culo porque me han dicho, que en ese lugar, al día siguiente te levantas sin resaca.  Parece mentira, la resaca no existe.
Y bendita tu seas entre todas las mujeres y  en medio de tanto morador del infinito.
Te recordaré siempre.  No me olvides, llevo mucho tiempo solo y no quiero, lo paso mal.
Chicha Uno, que estás en los cielos, ven a nosotros.  Amén. ¿Nos podemos dar un beso?, ¿qué no?. ¡Cómo se ha puesto el cielo!... Te lo dejo en la fotografía.

miércoles, 5 de octubre de 2011

QUE ME QUEDE COMO ESTOY...







Es a una hora muy temprana, cuando escucho una emisora de radio.  Hablan de la revista Interviú que tantas y tantas alegrías nos dio en nuestros años mozos y que al parecer, acaba de salir a la venta con desnudos de la duquesa de Alba.  Dicen que hay en su interior  unos treinta y a mi me parece mucho despelote para una sesión fotográfica, sobre todo porque se trata de una persona ya mayor.  Aclaran que se los hicieron a traición hace unos treinta años.  Amigo, entonces la cosa cambia, en aquel tiempo aún se podía adivinar  lo bien que había estaba formada en sus años mozos y es que con el paso del tiempo, unos retoques que le hicieron en el rostro de muy mala manera y algunas que otras pequeñeces, no la dejaron en muy buenas condiciones.  No la conocí cuando era joven, pero he visto fotos suyas y aseguro que era de una belleza despampanante, vamos, que traía al personal por el camino de la amargura.  A los lacayos también, lo aclaro porque me lo están preguntando.
No pierdo tiempo y salgo de casa caminando tranquilo a la tienda para hacerme con la revista,  Cuando la pido, la mujer me dice que no queda y para más inri que está agotada en todo Ferrol. De vuelta a casa entro en otra tienda por si le queda alguna de esas que guardan como encargos y que luego no aparecen los compradores.  Me dice la vendedora, que desde las siete de la mañana ya había cola para comprarla. ¿Quiénes hacían cola?, le pregunto amable.  Su respuesta me deja seco, me dice sin contemplaciones que es secreto de vendedor y no me lo dirá. Será cuestión de esperar a la segunda edición, pero prometo que no haré cola.
Pienso, que si los niños y los jóvenes no la compran, las niñas tampoco, quienes han acaparado la dichosa publicación han sido las amas de casa y los viejos, los de su quinta, pero me da que de menos edad también, los tristes y aburridos que pueblan los bancos de los parques pendientes de las parejas, que siempre los hubo.
Le digo a la vendedora que me guarde una, que me interesa mucho un artículo que viene en su interior, recuerdos de años pasados cuando los hombres compraban el Interviú y al  mismo tiempo cualquier otro diario  para  en medio de él, guardar y esconder la revista de despelote ibérico..  Me dice que nones, que no me la guarda, que me ponga a la fila como el resto. Y es cierto, ya se ha formado una muy larga de mujeres y viejos.  A uno que pregunto me dice que es para sentarse encima, sólo para eso, que es una revista muy blanda y no lastima los huesos del trasero.  Será puñetero...
María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de  Silva Falcó  y  Gusturbay,  debía  ser la puñeta en clase. Cuando el profe  nombraba a una compañera para salir al encerado; siempre se levantaba la Cayetana pensando que la citaban; ahora bien, a la hora de recibir regalos por su santo..., no hay derecho. Cuando la bautizaron, no había tele, pero retransmitieron el bautizo por la radio.  A todas las amas de casa, se les quemó la comida mientras el locutor iba citando uno a uno los nombre de la neófita y es que a cada uno que pronunciaba el obispo, chorrete de agua por la cabeza, no la ahogaron de puro milagro, es cierto, hasta salió en el Correo de Andalucía.  A cada chorrete los presentes soltaban un "olé" como si estuviesen en los toros,  así salió de zalamera.
Mujer independiente y sin prejuicios, de ahí las fotos que hace treinta años más o menos, un paparazzi agazapado en una de tantas calas que la isla de Mallorca tiene, se aprovechase de la mujer que como muchas otras, disfrutaba de un día de sol, como le daba la gana.  Pienso que después de tantos años, tales fotos no deberían de ser publicadas y menos a estas alturas en que su boda está muy próxima.  En la redacciones, hay muchos cajones que guardan mucha vida alegre de  gentes españolas, de la gente guapa que es lo que interesa -también las hay muy feas- pero todas dan juego y venden revistas. A que viene ahora publicar las de la Duquesa que a ella al fin y al cabo, tal como es, le importa un carajo, pero no así,  a la gente que viene detrás, sus hijos.
Le han preguntado al fotógrafo y con toda cararadura dice que es un buen regalo para la dama.  Me da que no sabe en donde se ha metido él y la revista porque, es de suponer que la demanda será apoteósica, tontos serían y es que la intromisión en la intimidad de las personas a mi pobre juício, existe; dado que la buena mujer no paseaba en cueros por medio de una playa abarrotada de gente y si lo hacía, en un lugar apartado, intentando de ese modo evitar a los mirones y en donde tomó el sol porque le vino en gana, derecho fundamental de las personas de vivir en libertad y allí, sin nadie a su  alrededor, vivía.
Ya no compraré el Interviú de marras.  En una peluquería que entré, he visto la portada porque alguien devoraba el contenido y no permite ver el interior.  Pues bien, para aquella edad, estaba fantástica, que le voy a decir, lo que siento, es la tristeza que se habrá apoderado de ella a punto de casarse. Señora,  no rece al Cristo, que por muchos favores que haga, no parará el mundo y la publicación pasará de mano en mano aunque prometo que no la veré, no quiero participar en una merienda de negros, pero Duquesa, también le digo que en la portada, luce usted maravillosamente bien. Que coño...
Y si la señora anda cabreada, no te digo como anda el novio ahora que ha comenzado a conocer la gente guapa del Reino, no sabe en donde se ha metido.  Lo que si me parece, por su amplia sonrisa, por supuesto fingida, que está olvidando a una velocidad endiablada, que hace cuatro días, no más, era uno de tantos funcionarios que acudían a su trabajo, periódico bajo el brazo que es como se debe caminar, para leer por la tarde, que es lo que siempre se dice.
Hace un tiempo, pensaba yo, que ese noviazgo era cosa de dos días, por lo achuchada que andaba la buena mujer, pero mira por donde, en un momento de amorío se quita unos veinte años de encima, camina mucho mejor, de vez en cuando ríe mientras mira a lo alto que es como ríen las grandes damas y otros cientos de veces se cabrea con el personal, con toda razón por las preguntas impertinentes que le hacen.  Lo que sé, es que el amor rejuvenece y de ser así, merece la pena volver a empezar todos los años hasta llegar de nuevo a la infancia que con lo que sé, me iban volver a coger para las procesiones, para ir de visita a otras casas, para ir con la abuela al rosario, para ir a los recados y nadie, nadie en el colegio me pondría la mano encima. Seguro.
Estoy pensando que a partir de ahora habrá que bautizar de nuevo al novio, colocarle en el libro registro tantos nombres como ella lleva, también el sastre o los sastres porque con es gente ya se sabe, le tendrán que coser un traje de domador, como el que llevaba el jinete en la boda de su hermana. Le harán leer y mucho, los suceso de la familia a lo largo de la historia, lo que callarán es que en los Países Bajos todavía, cuando el niño no quiere dormir, que está peleón, vamos; le dicen que llamarán al duque de Alba y se quedan fritos al momento, tanto pavor le tienen.
Alfonso, que así se llama el futuro esposo, tendrá que aprender a montar a caballo con lo que duele el culo y las piernas.  Caerá una cuantas veces al suelo pero ellos lo ven normal aunque se descoyunte los huesos. Tendrá que caminar derecho, como una tabla y si gira la cabeza, no lo hará el cuerpo. Conocerá todo el ritual de la mesa y de la misa, dormirá de gorro en la cabeza y orinalin bajo el lecho del que cuelga una mosquitera. Desayunará paciente mientras ojea las noticias que atañen a la Casa, que son las que interesan.  Paseará en calesa erguido, no podrá fumar, no podrá comer a deshoras y si pasa bajo un melocotonero de frutos maduros, no podrá alzar el brazo que es costumbre.
Echarás de menos aquellos bocadillos de anchoas con queso que te ponía la señora Antonia, la del quiosco. Ya no te podrá chorrear el aceite entre los dedos mientras aprietas la barra.  Se fastidiaron para siempre las partidas de dominó en el café, te olvidarás de los verdaderos amigos a partir de hoy, que caminas vestido de chaqué gris perla porque la boda será al mediodía y no cuadra el negro. Te volverás pijo, que es lo peor que le puede pasar a una persona. Allá tú.
Y de momento algunos familiares no irán a la boda, que el uno por recibir insultos y la niña que ha cogido una varicela galopante. El hijo que no va, al parecer, no hereda que la herencia la ha repartido en vida para que le permitan contraer matrimonio, ¡ah!, los pequeños hijitos cuanto saben y hasta el caballista -no confundir con caballero- no dice ni pío.
Y de nuevo ha llegado el "amor", y la pareja que pronto serán gran Dama y esposo que a narices tendrá que comportarse de otra manera más altanera, veremos con el tiempo, como trata a los lacayos.
Larga vida a los novios.  Ella con ochenta y cinco años que, no se, no se; claro que, que cada vez que da un paso cercano para el otro mundo, si  lo que se muere es uno de sus nombres, entonces Alfonso tendrá amor para rato.
Y yo que así lo deseo y me alegro un montón.  Larga vida a la pareja.
Amén.

miércoles, 31 de agosto de 2011

OTRA MÁS






Cuando niño, pasaba las horas del día correteando tras cualquier cosa. Ya mayor, me centré.
Viene a cuento que un día del Señor de cualquier año pasado, un tirachinas en la mano derecha, una piedra de granito en la badana, bien sujeta con  la mano izquierda,  que es como tiene que ser. Las tengo ante mi y hay muchas, tenso las gomas, más,  mucho más hasta que comienza a temblar todo mi cuerpo, entonces,  la dejo libre, la piedra vuela veloz hacia su destino y al poco, un golpe seco y certero, deja sin vida a una paloma.  Había muchas, pero tuvo que ser aquella  la que se interpuso en el camino.  Y yo temeroso que no me lo creo, que es cierto que apunté al grupo, pero sin la convicción de hacer tanto daño y va, le rompo la cabeza.
Estoy solo, nadie me ha visto, la recojeré, le puedo hacer un bonito entierro. ¿Entierro?. ¿Y si es el Espíritu Santo?.  Mira que si lo es.  Entonces, el corazón me comienza a la latir fuerte, desacompasado, como no queriendo participar en el santicidio, no puedo más, me siento en el bordillo de la acera mientras sudores chorrean por mi cabeza y cara.  A mi lado la paloma muerta y a la que miro y remiro buscándole entre el plumaje una marca, una señal divina que no encuentro.  La recojo y con ella entre mis manos camino hasta el Baluarte, frente el cementerio, para darle santa y nunca mejor dicho, sepultura.  Es un buen sitio, a estas horas no hay gente, nadie me preguntará.
No es que sea muy profundo el hoyo pero queda bien tapada.  También le hago una cruz con dos palos que coloco cercana y así marcho con la intranquilidad de haber enterrado a una de las personas de la Santísima Trinidad. Tiene narices lo que acabo de hacer, he dejado el grupo en dos.
Me costó dormir aquella noche y algunas más.  De vez en cuando destapaba la cabeza temeroso, miraba a la ventana pendiente de que al lado de la luna apareciese un gran palomo para lanzarme un pedrusco envuelto en un papel que dijese:  De parte del Padre y del Hijo...
Si en casa era siempre la persona que animaba, que contaba los últimos chistes a la hora de comer, a partir de entonces dejé de hacerlo, comía muy poco tomándolo como una penitencia.  Dejé de ir al cine, ese si fue un duro castigo, lo que aumentaba mi tristeza y constantemente la palabra ! asesino !, ¡ asesino ! en voz baja, como si viniese de ultratumba, rondándome y si los otros, habían crucificado a Jesús a sabiendas, de muy malas maneras porque todo estaba escrito y premeditado, yo había matado el Espíritu Santo sin conocimiento, a traición y además lo mío era evitable.  A partir de entonces, Dios estaba solo en su universo.  Eso si me dolía porque, quieras o no, todo el mundo necesita compañía.
Dejé de ir a misa por temor a tener que confesar mi pecado.  Veía a todos como locos tras de mi gritando: ¡ al patíbulo !, ¡ al patíbulo !, ¡ asesino de una parte de Dios !.  Todos vociferaban, cristianos, moros, negros, chinos, ateos, todo el mundo se unía contra mi.  No lo entendía, cruzaba calles, todo eran calles sin curvas, nunca se llegaba al final, ni había cuestas y yo corría sin descanso escapando de aquella prole de malencarados.  Entonces caí en la cuenta, tenía ante mi al final, una única visión del infierno..., al que caía, caía, caía..., sin llegar jamás al final, al fuego eterno.
Se pasa mal, en este tipo de sueños. No se que les sucederá a las personas mayores, seguramente que estarián todos como dicen los chinos "kakaítos" de miedo, pero bien que lo disimulan, que de Supermán está el mundo lleno.
Y que en medio de cien palomas le tuve que cascar a esa...  Por eso las demás la rodeaban.  Si estuviera en una esquina no le sucedería, pero no, tenía que estar en medio como los políticos pero a ellos no les sucede porque siempre van en esos coches negros que les dicen blindados, pero la paloma iba descubierta porque sus plumas, digan lo que digan, no les defienden. ¡Pero es que no hay migas de pan en el cielo, que tiene que venir a la Tierra!.  No hay quien lo entienda.
-Adios mamá-,. -¿A dónde vas?. -A misa-.
Ni de coña, mi misa era caminar pensativo por el puerto, sin ver los botes que subidos a la mar jugaba a balancearse, ni las enormes grúas siempre con la cabeza agachada como pidiendo perdón, ni seguramente, a cualquier compañero de clase que me había saludado.
Lo que daría por tener una amiga.  La amigas lo entienden todo, no se alteran y siempre ayudan. ¿Mi madre?, una regañina que duele más que unos buenos palos.  Una amiga sabe lo que hacer, por donde caminar, aquien acudir, a quien preguntar. Así es.
 Y un día, no teníendo amiga, amiga a quien contar mis sufrimientos me acerqué a mi madre y, sin pensarlo, le dije que había matado al Espíritu Santo.  Le dolió porque sin decirme nada me dió la espalda y así estuvo un buen rato llorando, lo notaba porque las manos las tenía en la cara y no dejaba de moverse.  Durante bastante tiempo no dejó de alzar los hombros como hipando, yo temblaba. Cuando se giró, los ojos le brillaban así como su rostro.  Le conté como lo había asesinado y como lo había enterrado, ¿quieres verlo?, dije temeroso. - ¿Está muy lejos?-. -En el Baluarte-. -Pongo unos zapatos y vamos para allá-.
Llegados al lugar y cerca de donde lo había dejado di un salto hacia atrás mientras señalaba a mi madre el agujero. ¡Ha resucitado!, ¡ha resucitado!.  Una felicidad me invadio, me sentí libre, Dios me había perdonado. Mi madre se acercó, husmeó un poco, siguió el ratro de unas plumas y al fondo, un gato negro como el azabache comiéndose con toda la calma al Espíritu Santo. De nuevo, la tristeza más grande me invade. A lo que he llegado.
Cansada de verme vivo sin vivir, mi madre me dice que la acompañe a la iglesia.  En lo alto del altar, la talla de una paloma.  Quedamos al lado de la pila del agua bendita.  Van llegando personas que dicen "en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo". Todo los dicen, nadie se come la última parte.  Hasta el cura lo ha dicho en varias ocasiones, en muchas ocasiones.
Al salir, iba convencido que a narices, tiene que haber varios Espíritu Santo
A narices tiene que haber varios, estoy seguro de ello.
Yo, asesino; maté a uno de ellos, hace mucho tiempo, cuando era todavía un niño.

sábado, 6 de agosto de 2011

VIVENCIAS Y DOS.






Con seis años aparecí en Ferrol, ciudad marinera que entonces disfrutaba de 4 días de sol y 361 de lluvia.  Vivía con mis padres en la Puerta de Canido, cercanos a descampados sembrados de coles, magnífico lugar para esconder y entretener a los niños que jugaban a bandidos. Era una barriada de marinos que apenas se enteraban del comportamiento de sus "niños" a causa de sus constantes navegaciones.  Un conserje barrigudo en exceso, que a la mínima extraía y mostraba su ancho cinturón de cuero, hacía las veces de enseñante y al igual que los buenos maestros de entonces, sus cabreos eran apoteósicos pero no causaban daño.  Ello permitía a nuestras tutoras confiarse en sus labores, sin tener que estar asomándose constantemente a la ventana para ver si el niño hacía una trastada.  Había otro conserje al que bautizamos como Bamba por la mucha pachorra que se gastaba.  Caminaba lentamente, siempre por las aceras, lo que nos permitía escapar a media marcha tras una travesura, jamás atravesó alguna de las enormes plazoletas que había entre los edificios.  Plazoleta para todo tipo de  juegos, prohibida la pelota y ese era un motivo para que los conserjes anduviesen tras nosotros a la greña, por el poco caso que les hacíamos. Entre juegos de todo tipo, cines, charlas en el interior de cualquier portal y como no la niñas,  fuimos creciendo mientras a escondidas nos mirábamos detenidamente la entrepierna esperando apareciese algún mínimo pelillo, que de eso se trataba. Teníamos unos once años.
La Malata, al borde de la ría de Ferrol fue nuestra segunda casa.  Los mayores que les decíamos cuando tenían 18 o 20 años, nos permitían estar con ellos, escuchar sus conversaciones, conversacions que no aparecían en las novelas de Corín Tellado, que alguna leí.  Jugábamos con ellos al frontón al lado del túnel, juego que luego practiqué a diario con otros compañeros en el Instituto. Nos bañábamos desnudos que no era plan llegar con el bañador mojado a casa.  Nos duchábamos en un manantial, con el agua helada que corría libre que  en el interior del túnel de ferrocarril, a fin de quitar del cuerpo el salitre y es que las madres, quizás puestas de acuerdo, a la llegada a casa, nos tocaban con la punta de la lengua en busca de aquel sabor a sal que la mar deja, que nos hiciera de inmediato,  merecedores de un castigo.  El peor, quedarme una hora en casa sin salir, pero también, le había cogido la aguja de marear, unos besos, un te quiero, la madre se derrumbaba, el castigo finalizaba. Con siete años nadaba como un pez.  Si no llego aprender por mi cuenta y riesgo, hoy no sabría flotar, tanto era el temor de aquellas mujeres a las muertes por ahogamiento.  La primera vez que mi madre me vio nadar, se llevó un buen sustó al ver que me alejaba de la orilla y otro se llevó cuando subiendo de la Plaza de España a Canido, vio bajar a gran velocidad,  pedaleando por la cuesta, un loco en bicicleta, sin las manos en el manillar, derecho en el sillín como si fuese a caballo. ¿No serías tú?- me dijo.  La luz se le encendió. Terminó con varios "estáis locos", " que me vais a matar el día menos pensado".
En la Malata lo aprendimos todo, también a navegar a vela con unos pocos años.  Los niños, suele suceder, aprenden muy pronto lo que les interesa y así era.  No tanto con aquellos libros aburridos, sin una triste estampa o fototografía en medio de sus páginas, llenos de fechas, de nombres.  Entonces, ante ellos, mi mente se iba a la calle, pensando en la manera de conseguir metal para vender al chatarrero y de ese modo poder fumar tabaco rubio e ir al cine una, dos e incluso tres veces cada día.  ¿Muy tarde llegas hoy?. - Si, mamá, el profesor que se empleñó en explicarnos unos teoremas.  Ese día no había pisado el colegío.
Antes de crecer, es decir, antes de llegar a los catorce años, seguíamos siendo niños.  Esperábamos a unos chavales que venían desde Serántes en unos carros de madera cargados de piñas  para encender las cocinas. La mercancía la vendían pronto y una vez vacío el carro, a él subíamos los más decididos en el inicio de la calle de la Tierra y a una gran velocidad, bajábamos aquella inclinada cuesta hasta llegar a los Cantones.  Era fantástico todo aquello.  No lo era tanto, tener que empujar de nuevo el carro hasta Canido para volver a bajar en medio de grandes gritos porque el artilugio daba la impresión que se iba romper y gritos en las aceras de las personas mayores afeándonos aquella conducta.  Siempre nos afeaban conductas, como si ellos fuesen un ejemplo de virtud.  Hay que decir a todo esto, que apenas circulaban automóviles.  Jugábamos a la pelota en cualquier calle y al divisar un coche allá a lo lejos, deteníamos el juego y pacientes esperábamos que siguiese su camino y nos dejara el "campo" libre.  Parábamos de jugar para luego emprender feroz huída, cuando el rostro de un Municipal asomaba, sobretodo aquel llamado Santana.  Los conocíamos todos.
Se diría que éramos hijos de la calle y la calle nos amparaba.  Fue una forma de crecer libre sin molestar a nadie lo más mínimo, que en educación, sobresalíamos.
Y libre seguí creciendo en el Instituto después de haber pasado por la locura, llevada al máximo extremo, de una  terrible Academia.  Es cierto que en el Insti descubrí el cielo con todos sus serafines tocándome una balada.  Era magnífico, podías faltar a todas las clases y tan sólo teníamos que acercarnos el sábado por la mañana a la oficina del bedel Juanas, tomar de una caja nuestras tarjetas con las faltas de asistencia a clase, que sobre las once el hombre,  echaba al correo.
Falsifiqué eso y más. Mostraba fantásticas notas en casa. Las volvía a su primitivo estado a base de borrar con lejía mezclada con agua.  Firma de mis padres, firma de profesores falsificadas tan perfectas, que ni se enteraban. Falsificaba también, como es lógico, las de mis compañeros de correrías.
En una ocasión, el profesor de literatura, después de pasar lista si hallarme como siempre sucedía en clase, preguntó que me ocurría. Un simpático, luego me enteré, le dijo que tenía leucemia.  El bueno del director que llama a mi madre. Que le dice es una enfermadad muy mala pero con la ayuda de dios su hijo saldrá adelante.  Mi madre le pregunta qué enfermedad. El hombre que le larga lo de la leucemia. Con el tiempo recordándolo, nos reímaos todos en casa,  pero se que aquello hizo llorar a la mujer que más he querido.
Aclaro, que en verano me rompía el alma y estudiaba hasta en la playa.  En septiembre pasaba el curso.
Quizás aquello fuese una desviación de comportamiento el no estudiar bajo la lluvia y si en verano.  Una vez un profesor me dijo que no estaba bien formado. ¿En qué sentido?- le pregunté altanero.  Me echó de clase.  Esas eran sus explicaciones.  En otra ocasión me preguntó en clase qué hacía, le contesté que estaba pensando; la clase se rió, aquello le produjo una inmensa herida, me breó a palos. Esa era su enseñanza.  Así todos los días.
No quiero olvidarme de la zapatería "El Cubano" que así rezaba el cartel pintado en negro sobre la puerta del trabajo, un lugar pequeño en donde solían laborar unas cinco personas.  Descalzo sobre un periódico, Jesus solía dibujarme el contorno de los pies y a partir de ahí, me hacía aquellos zapatos de "encarga" que le llamaban, zapatos duros, a prueba de patear piedras y cualquier caldero que apareciese en el camino.  No quiero olvidarlos porque he pasado muchas horas en medio de ellos tomando parte en sus conversaciones, escuchando atento los consejos del viejo Lito, amante de los pájaros que también me gustaban, a pesar de caminar siempre con un tirachinas en el bolsillo del pantalón.  Nunca maté alguno y un día que  lancé una piedra a unos cables, que  vi como había acertado al pájaro, que lo vi caer, que lo cogí temeroso, que le eché aliento mientras lo sostenía entre mis manos  caminando a un recado y cuando al pasar un buen rato el pájaro dió señales de vida, me sentí la persona más feliz del mundo.  Le di tantos besos, lo acaricié tanto que cuando abrí la mano, el pajarillo quedó quieto y tuve que echarlo al aire para que volase libre. A lo que íbamos.  Aquellos zapatos del Cubano eran irrompibles.  Primorosos me los dejaba mi madre el domingo pero por semana, jugaban al futbol en cualquier terreno enfangado, sobretodo en Baterías y que luego lavaba en Copacabana con agua salada que los dejaba relucientes hasta que, una vez secos, el salitre asomaba. Eran eternos, me decían que la suela era de rueda de avión. Ni lo se.
Y aquella bicicleta verde con barra que alquilaba en el taller de Ricardo.  Una maravilla porque todos la cuidábamos.  Solíamos alquilar bicis parar ir a La Cabana a sustraer un poco de fruta y digo La Cabana porque a donde íbamos, no había vigilancia alguna.  Infinitos dolores de barriga por comerla verde y verdes las nueces que bajábamos de unos árboles que había delante del cuartel del ejército de Canido.  A las nueces verdes, se les limaba la capa exterior, arrastrándolas sobre paredes granuladas.  Los dedos y las manos quedaban tintados, feos, durante una larga temporada.  El premio, la carne fresca de la joven  nuez todavía sin hacer, de un blanco purísimo, que metida en un trozo de pan se llevada a la boca.  Temblores me entran al recordarlo.  Si podéis probarlas un día tal como os digo pero ojo, el precio es muy caro y es que el color oscuro verdoso de las manos no salían con lejía ni con Netol.  Hoy hay guantes.
Las nueces se bajaban lanzando al árbol unos palos de unos 70 cms.  Por aquel entonces, en la Puerta de Canido había dos quioscos conocidos como el "grande" y el "pequeño" debido a sus tamaños.  En el "pequeño" vivía permanente un hombre llegado de una aldea, lo digo por el habla.  Le llamábamos el Zoqueiro porque caminaba en principio con zuecas. No pasó mucho tiempo cuando le llegó una novia y allí los dos, en el mínimos espacio de aquel quiosco se arrullaban.  El habitáculo estaba forrado de cinz bajo, dándole sombra un frondoso nogal y cuando entrábamos en temporada de nueces, el palo volaba sin descaso a lo alto.  La caída por lo regular era sobre el alojamiento de la pareja que salían al principio como locos creyendo que aquello se iba al traste.  Con el tiempo hasta creo que se acostumbraron. ¿ O no ?.  Mejor no.
La cabeza de un joven siempre -supongo que a los actuales también-, está en movimiento.  En una ocasión, no se el motivo,  intenté marchar de casa y llegar a Madrid.  Iría por la vía del tren, lo que no contaba era con los túneles que me obligarían a subir montañas.  Lo cierto es que a las once de la noche, en los coches que chocan de los Cantones un guardia civil se colocó a mi lado.  Sólo me dijo: ¡ Pero Chalo, qué eres un crío ! y así, convencido  de que lo era,  me entregó convicto a mi  gran abuelo. Lo que me perdió o no, fue dejar sobre la mesilla de noche una carta despidiéndome hasta algún día.  Qué poca cabeza, pienso hoy. Quizás fuese tanto cine, aunque pensándolo bien, no es que en la acualidad mi cerebro rija como muchos laureados desearían.  Voy por libre.
No quiero terminar sin decir a nuestro favor, que respetábamos a los mayores, a todo el mundo.  Que cualquier persona podía contar con nosotros para hacerle algún tipo de recado, que aguantábamos los críos como si fuesen nuestros hermanos, que asistíamos los domingos a misa, que nadie tomó algo que no le perteneciese.  Lo prometo.  Es cierto que con diez años fumaba pero tuvieron que pasar más de cincuenta  para darme cuenta que el tabaco no es cosa buena aunque sigo pensando que es fantásico para las esperas, para matar el aburrimiento, para no permitir que los nervios salgan al exterior, para ver como esas voluptas de humo van saliendo por nariz y boca.  No me pesa, a lo hecho, pecho.
Alguien habrá notado que no he hablado de niñas.  Podría decir aquello de soy un caballero sin serlo, podría decir tantas cosas, que todos pensaríais que es mentira.  Por eso callo y callaré aunque muchas veces, el silencio tiene vibraciones que hablan.
El silencio de los cementerios no vibra, a no ser que alguien tome una flor prestada de otra tumba y la deje sobre aquella siempre olvidada con su cruz destartalada.
Suelo hacerlo.  Probar.  Queda el alma tan en paz, tan contenta.

En recuerdo a toda la gente y situaciones que me hicieron feliz.  Sucedía muy a menudo.

jueves, 4 de agosto de 2011

VIVENCIAS UNO.






Bajaba todos los días la calle de los Muertos para ir al colegio. En esa calle, inmediaciones del horno de Vara, siempre  mujeres limpiando cristales y maineles con trapos hechos con los restos de las viejas mantas del Ejército vencedor, que repartían, las agrias, prepotentes y condecoradas damas de la caridad  y del Auxilio Social. ¿Por qué siempre aquellos rostros de mala leche, esqueléticos u orondos de aquellas mujeres?.
- Se arreglan colchooooooneeees - gritaba aquel muchacho rubio, colilla pegada al labio, que me parecía enfermo de sífilis.  Caminaba con un extraño aparato y en cualquier rincón de la calle, destripaba el contenido de los colchones de lana, que pasaban por la máquina llena de dientes, terrible invento; para a continuación, terminada la faena volver a coser y recoser aquel jergón, teniendo cuidado de dejarle los "bollos" equidistantes y del mismo tamaño.  Clientela no tenía mucha, o la gente se reservaba o en muchas casas se usaban como colchón,  las hojas de las mazorcas, la paja cortada en trozos pequeños o vaya usted a saber, que en definitiva, una vez se coge el sueño vale cualquier artilugio para echarse y en aquellos tiempos, las personas, llegaban muy cansadas después de trabajar como casi animales toda la jornada.  Esperaban a los hombres impacientes, mujeres que caminaban por lo regular embarazadas, vestidas ellas de un color negro o parecido.  Era el luto que se llevaba por la muerte de un familiar allegado.  Ello me hacía temblar pensando que si por ejemplo moría mi madre, tendría que estar por lo menos dos años sin ir al cine y cuando estaba a punto de poder ir, se muriera mi padre, empalmaría otros dos años, lo que para mi significaba un desastre en todos los sentidos.
Que lejano me queda aquel caballo que tiraba de un carro.  Fuerte pero siempre pausado.  El carro completamente lleno de sifones, gaseosas, refrescos de los "15 hermanos".  Siempre lo esperábamos en la Puerta de Canido y es que en puntualidad nadie le ganaba y, mientras un grupo corría tras una pelota delante del caballo para entretener al del estribo, otros le cogían, le cogíamos alguna que otra gaseosa.  Nunca me gustó la gaseosa y es que al darle un buen buche, toda ella subía por la garganta y salía por la nariz en medio de grandes picores y molestias.  No nos gustaban las gaseosas digo, pero si la bola de cristal que traían en su interior como retén para la salida del líquido.  Esa botella dejó pronto de fabricarse pero la encontre muchos años después, en un cabaret de Lisboa.
En el olvido queda la banda del Tercio del Norte que todos los días, hiciese sol o lloviese, desfilaba hacia Capitanía General a tomar parte en el izado o arriado de la bandera.  A su alrededor muchos mirones y curiosos que dejaban lo que estaban haciendo y al toque de corneta, todos, militares y paisanos firme tomando parte en aquel acto solemne, esperando que la limpia y bien planchada bandera, tomase su posición final.  En el campo del cuartel de Sanchez de Aguilera, cercano a la estación de ferrocarril,  jugabamos a diario al futbol ya que quedaba cerca del Instituto. Cuando bajaban la bandera, el juego se detenía, la pelota dejaba de rodar y todos en silencio, la acompañábamos serios en su recorrido.  Así eran los ortos y ocasos cercanos a cualquiera de los cuarteles que en Ferrol había el simple toque de la corneta o el sonido de los instrumento de plata y oro de cualquier Cuerpo, detenía nuestros juegos. Tampoco nos importaba.
Los domingos, el Puerto tenía mucha vida.  Las lanchas con destino a Perlío, Mugardos, los Castillos, La Graña o la Cabana, se cruzaban continuamente en medio de la Ría llevando todo tipo de personas con destino a sus hogares y si era en verano a los festejos que se sucedían frente a Ferrol, en la "otra banda" de la ría tal como le decíamos. Durante la semana se llenaban con los trabajadores de la factoría enfundados en unos buzos descoloridos,  cosidos y recosidos.  Sobre el pecho derecho, escrito con hilo granate se podía leer "Bazán".
Esa gente, a partir del sábado a mediodía se transformaba, se volvían ruidosos, era día de cobro y no tardaban mucho en llenarse todos los bares de las inmediaciones. Otros no iban y es que siempre, alguna que otra mujer esperaba al esposo a la salida; era un simple control y una gran tranquilidad para la mujer.  Lo que me dolía de verdad, es como a la vista de todos los que pasaban, eran cacheados sin compasión.  Se notaba en ellos el cabreo pero..., el patrono siempre mandaba.  Y sigue mandando, por mucho que digan.  El resto de la semana caminaban siempre tristes,  encorvados, no se conocían, pienso que unicamente tenían algún trato con los de su taller de tanto fichar a la misma hora.
El suelo de la Factoría tenía el color del óxido, el polvo se había apelmazado de tal manera, que ni la lluvia era capaz de deshacerlo, continuaba compacto y salpicados, charcos de color irisado porque alguna camioneta ya vieja, iba perdiendo el carburante.
En todos los muelles barcos de guerra y botes de servicio.  Escrito a la entrada del Astillero se podía leer "Bazán, al servicio de la Armada".  Hoy lo han quitado.  Nunca me gustó aquella consigna bajo la cual caminaban las personas como si estuviesen obligadas a pasar por la piedra. Unos barcos esperaban órdenes para hacerse a la mar, otros, en reparación. Era ensordecedor el ta-ta-ta-ta- de las remachadoras en el hierro continuo y permanente.  A las doce del mediodía, en la Punta del Martillo una salva de cañón se hacía oír y en ese preciso instante, la sirena de la Factoría comenzaba en los días de lluvia, su terrible lamento, lamento continúo que el viento racheado, lo hacía modificar a su manera.  Con sol, variaba el sonido. Pero en el triste y largo invierno, se sumaba a las calamidades de los que allí, vestidos de buzo descolorido trabajaban de sol a sol, excepto esa hora y pico en que, sentados en cualquier bordillo de la Alameda Suances, tragaban mejor que comían lo poco que las esposas y madres desde lejos algunas, les acercaban.  Había mucha tristeza en aquellos rostros.
Los bares de la calle del Sol, algunos de la calle María, Magdalena e Iglesia se llenaban al atardecer. El cantar se autorizaba que en Ferrol hubo y hay muy buenas voces.  Los niños en silencio al lado de la puerta de acceso, escuchábamos e imitábamos. A diario el paso de un soldado que fusil a la bandolera cruzaba el centro de la Ciudad para regresar poco más tarde con un sobre que sujetaba con fuerza contra la correa del arma. Alguien me dijo una vez que era el Santo y Seña del día. Siempre pasaba un soldado.
En la Plaza de España se instalaban las inmensas lonas de los circos. Le dábamos vueltas y más vueltas buscando un lugar para poder "colarnos" sin pagar, lo que, era muy difícil de tan bien que estaba cosido; pero una vez dentro, nos transformábamos, era otro mundo, todo aquello era fantástico.  Con la boca abierta seguíamos las peripecias de los trapecistas, de Pinito del Oro que conocí en Las Palmas. Nos reíamos con ganas con aquellos payasos, tuve amistad con los Tonetti y sin pensar, me viene a la memoria un fakir que trabajaba en el Cantón de Molins, cercano al palco de música. - "Que por cinco duros me como la bombilla"- decía mientras iba pasando la gorra.  Cada poco contaba el contenido de las monedas que le habían echado y cuando llegaba a las veinticinco pesetas, echaba la espalda sobre un pequeño tablero lleno de puntas, tantas, que era imposible se hiciese sangre.  Luego mordía un trocito de lo que fue una bombilla que no tardaba en escupir.  Se decía que las cogía de las que encintadas adornaban los árboles del Cantón en las fiestas de la Ciudad.
Algunas veces contaba el dinero, sin más lo guardaba y volvía a pedir de nuevo con el consiguiente cabreo del personal que le hacíamos corro.  He perdido muchas horas delante de aquel fakir esperando hiciese sus tonterías, pero, era lo que había.
En el mercado, muchos charlatanes vendiendo sus mantas, sus versos, cantadores de sucesos :-"En la villa del Porriño, camino de Coitelada, habetaba un matremonio, modelo de fe crestiana.  Y a él le llaman don José y a su esposa doña Iana y se foron al Brasil y janaron mucha plata..."- sigue.  Un día, uno me atrapó, me sentó en una silla, la gente me rodeaba cercana. Una toalla demasiado sucia la empapó en unos polvos.  Me ordenó abrir la boca y comenzó a restregarme los dientes con saña. Entonces no fumaba.  Quien me sacó del apuro fue mi madre extrañada por verme de tal guisa.
Y al anochecer en la Plaza de Armas, jornadas de ópera.  Recuerdo vagamente la de Aída, con romanos en lo alto del Ayuntamiento.  Decían que eran soldados del Ejército que se habían prestado para aquello. Los focos de diferentes colores se paseaban por la fachada.  Me gustaba aquello pero era muy pequeño, no comprendía nada.  Ni lo comprendí más tarde en el teatro Jofre.
Y en el Ayuntamiento, un día,  la figura del Caudillo que para eso Ferrol era suyo.  Y la gente le victoreaba.  Todos levantaban el brazo.  No cabía un alfiler y es que la jornada la habían dado festiva, como festiva dieron aquella en que niños como éramos, una banderita de papel en la mano, nos enviaron a la calle para apoyar Hungría sin tener la menor idea de donde se encontraba aquel país. País...
Y la lluvia, siempre la lluvia fina, sobre todo la menuda que no mojaba mientras jugábamos al futbol pero que al finalizar nos hacía la puñeta, inventando situaciones a la hora de llegar a casa.
Y los pequeños puestos de oloroso tabaco rubio y pan de higo sin olvidarme de los tebeos, de Boixcar, autor de aquellos fabulosos dibujos que copiaba íntegros de Hazañas Bélicas, dejando un lugar espacioso en mi pequeño cerebro, para aquella fantástica Colección Austral que había descubierto, que tanto me entretuvo y  enseñó.
Es que acabábamos de salir de una terrible guerra.

A todos aquellos que lo hemos vivido y que no nos importaría repetirlo.

miércoles, 13 de julio de 2011

ZAPATILLAS NÚMERO 42 ADIDAS.







Nos presentaremos, aunque mi compañera no habla ni entiende el español.  Yo algo más, porque se me dan los idiomas. Somos un par de zapatillas, la  Adidas del número 42 derecha y la Adidas del número 42 izquierda, así nos han bautizado.  Carecemos de apellidos o al menos no los conocemos.  Somos hermanas, hermanas que siempre van juntas a todas partes, que jamás se separan cuando nos llevan a caminar, ni tampoco cuando nos dejan en un cajón que queda oscuro al cerrarse una puerta.  Hay días en que al parecer llueve mucho, ese día también permanecemos aburridas en el cajón en el que también hay otras zapatillas, otros zapatos con los que apenas hablamos porque son muy engreídos.  Cuando de repente abren la puerta para recoger zapatos, por ejemplo, la claridad que entra es tal, que nos hace doler los ojales y no os podéis imaginar cuando molesta.
Pero cuando somos nosotras las que salimos de la caja, las que pronto estaremos en la calle, la emoción es tanta que hasta lloramos, la Adidas número 42 derecha me echa el cordón por encima y así esperamos pacientes todo el tiempo que el amo tarda en ponernos en marcha.
Nuestra vida no ha sido un regalo.  Los inicios que recuerde fueron en Harjana, un pueblo pobre, como casi todos los que tiene la India y a donde llegamos en piezas.  Unos niños, el mayor no pasa de los once años, comienzan a clavarnos agujas en la piel, nos estiran con sus pequeñas pero fuertes manos, nos clavan luego contra un madero, más tarde nos cosen ante la atenta mirada de un hombre que en la mano tiene una vara.  Nos empapan en pegamento y no se más por el colocón impresionante que cogí, tanto es así que durante dos días estuve durmiendo en el fondo de una caja de cartón, mi compañera al lado y un fino papel por encima que nos amparaba del frío de las noches.
Un largo viaje en avión amparando a la Adidas del número 42 derecho por el terrible miedo que sentía, es que nunca había volado; hasta se enfadó cuando yo no paraba de reir.  Como no teníamos agujero alguno, no pudimos disfrutar de los paisajes que llaman "a vista de pájaro", pero lo peor, cuando el gran pájaro de hierro se dejó caer, comenzó a trepitar sobre una carretera o algo parecido, sonaba a latas viejas y era tan terrible aquello, que pensé saltarían tuercas y remaches.
Otro recorrido en camioneta, para terminar en  un comercio con mucha luz pero muy raro, y es que los empleados no se llevaban bien entre ellos, no dejaban de protestar sobre lo poco que cobraban y que un día cualquiera los echarían a la calle.  No os podéis imaginar como ponían al dueño, que le iban a quemar la tienda con nosotras dentro. Terrible, vivíamos atemorizadas.  Y  en lo alto de una estantería, nos enterábamos de todos los chismes que hablaban en la parte del mostrador.  Es que te enteras de todo sin querer. Y hay cado uno...
Luego nos llevaron a una casa y hoy, dentro de esta caja que llaman armario, esperamos impacientes en medio de la oscuridad, que será lo próximo que nos depare el destino.
Un día, mientras el dueño nos calzaba, le escuchamos decir del mucho sufrimiento cuando un día  tuvo que deshacerse de las anteriores y ya viejas zapatillas, que al parecer no había por donde cogerlas de rotas que estaban.  Lo sintió tanto, tanto, que ganas le dieron de esconderlas en cualquier parte como recuerdo de los muchos quilómetros que le habían acompañado sin el menor fallo, sin el menos quejido.  Sabe que en América les dan una especie de dorado, luego las colocan encima de una peana y así quedan como adorno en cualquier rincón, pero eso, como siempre, sólo sucede en América.  Estoy segura que haremos todo lo posible, para comportarnos de la misma manera y ser tan buenas como las anteriores.
Y desde hace ya tiempo, conocemos cuando le vamos acompañar, cuando bajamos lo que llaman ascensor, para luego comenzar a caminar pisando un suelo liso bajo los árboles de un  paseo.  Más tarde por un pavimiento rugoso y cálido al lado del mar,  porque el sol ha comenzado a calentarlo y al final de la cuesta, un nuevo camino de arena y piedras que no os podéis imaginar como se nos van clavando.  Durante una corta parada ya que tiene que pasar un camión, nos miramos los bajos que están enteros, sin cortes, sin rozaduras, se nota que aquellos niños, pobres niños, trabajaban muy bien.  Claro, que teníendo al fondo de la sala oscura y mugrienta un hombre con una larga vara..., cualquiera se despista.
Poco a poco, paso a paso vamos conociendo lugares fantásticos, hay veces que caminamos bajo árboles frondosos que dan una sombra agradable, otras veces el sol nos cuece;  de vez en cuando llegamos a riachuelos donde el agua pura, permite a las truchas que jueguen con ella. Caminamos pegadas a la corriente de agua, escuchando su murmullo, escuchando sus sintonías.  A veces el polvo, nos obliga a entornar los ojos e incluso cerrarlos, entonces, fantaseamos con lo que puede haber a nuestro alrededor.
Diréis que hablo mucho y que Adidas número 42 derecha no dice nada, permanece callada.  Es hasta del todo lógico. A ella la hicieron con material procedente de los pocos camellos que pueblan el desierto del Gobi  y por ello, el único idioma que conoce es el ruso.  Pero bueno, cuando me escucha hablar sonríe con dulzura aunque no entienda y es feliz;  de ese modo, le voy enseñando el significado de algunas palabras, e incluso formamos oraciones.  Somos felices caminando juntas.  Dios..., lo que me aprieta hoy el cordón.
Lo pasamos muy bien en la soledad de los montes, todo es silencio que de vez en cuando rompe un grillo altanero llamando a su pareja, para luego callar cuando nos vamos acercando. Allá al fondo, lejos, el mar azul.  Y el amo que comienza a cantar, no es que sea un Pavarotti pero a nosotras nos gusta como lo hace y al igual que el grillo, calla cuando en la lejanía ve que se acercan una o más personas.  El grillo y él, me da que son muy vergonzosos.
Es fantástico tras una caminata en medio de la calor, cuando nos paramos al lado de una fuente, cuando nos moja y remoja con el agua fresca que va soltando un grifo que tapan con una mazorca de maiz. Continúa la marcha aunque de vez en cuando, con la llegada de un paisano, paramos porque el amo y el hombre mayor, tienen muchas ganas de hablar.  La soledad es bien cierto que destruye el ánimo y poco a poco va minando el alma. Y mientras hablan, nos mueve continuamente porque el suelo está muy caliente.
Otros días, da gusto.  La lluvia que va con nosotros, nos acompaña con el ¡chop!, ¡chop! ruidoso que hacemos cuando pisamos la película de agua.  Y hablando de agua, hay algo que nos joroba, por no decir una palabrota, que también conocemos.  Jamás de los jamases, nos ha metido en la lavadora y vamos de guarras como no te lo puedes imaginar y, como para colocarnos en los pies no nos afloja los cordones, los deja atados, tenemos unas bocas enormes, tanto, que cualquier día nos romperíamos, si no fuese por los niños que tan bien nos cosieron bajo la mirada terrorífica del hombre delgado con turbante sucio y vara en la mano.  Duraríamos mucho más si nos cuidara, si nos prestase un poco de atención, es decir, un poco de agua y jabón de vez en cuando, pero bueno, nos empieza a  querer, estamos seguras, y eso es más que suficiente.  Siempre nos elige a nosotras, siempre.  Y no nos podemos quejar, hay otras Adidas por el mundo adelante,  que todo el santo día las tienen dando patadas a un balón, se llama futbol sala o futbito.  Eso si que debe ser terrible, tanta bofetada continua  y a lo mejor, ni tan siquiera las lavan.
Nosotras a lo nuestro, a caminar.  Hasta hemos ido en tren pero el regreso caminando, que en principio no esperábamos fuese de ese modo, tren y luego caminata, ha sido muy duro, pero mira, cada vez son caminos distintos, paisajes diferentes y los montes también cambian.  No nos podemos quejar.  De momento. Si nos lavara...
Lo que el amo no conoce, es que nuestra profesión es lo mejor que nos pudo suceder.  Las Adidas, mientras  caminamos, vamos cerca la una de la otra y hasta llevamos conversaciones agradables.   Cuando nos guarda en la oscura caja que llaman armario, en voz baja, para que no se enteren las otras zapatillas hablamos de los zapatos.  A mi me gusta uno del 42-43 verdoso, elegante, con mucho porte y a la Adidas número 42 derecha, le gusta un zapato tipo  rumano, de color oscuro y con cordones de nylon.  Les dedicamos palabras hermosas en voz baja, es que no sabemos si entenderán nuestra habla, como algunos vienen del Pakistán o del Caúcaso.  Si un día se decidieran...  ¡Qué fiestas!, ¡qué aventuras!. ¡Qué desdicha a veces,  abandonar la visión del  zapato para salir a caminar!, y es que cada día lo tengo más metido en el pensamiento.            Nunca estamos conformes con lo que tenemos.
Mañana será otro día.  Ojalá llueva suave o miudiño que me enseñaron.

Dedicado a todas mis antiguas zapatillas, que prometo, han sido mis más fieles compañeras de viaje. Nunca me fallaron.  Jamás se quejaron. Nunca lavé ni  metí en la lavadora.

domingo, 10 de julio de 2011

GUÁRDANOS SEÑOR DE TANTO VIVIDOR.





Dice un proverbio gallego: "Que no importa la edad del mono, mientras pueda subir a los árboles".
Cuando la política no funciona en un país, lo esencial es por ejemplo, romper un cristal de cualquier piso, de cualquier calle y a continuaciòn parlamentar sobre ello en el Congreso, sobre la vileza de tal acción,  la mano traidora que arrojó la piedra,  lo certero que fue su vuelo y de ese modo, deja de hablarse de lo mal que va tal o cual país. Fácil, ¿no?. Si todo ello lleva después a una gran comilona, mejor que mejor.
Pero ahora no ha sido un vidrio, el despiste ha venido por la desaparición de un libro, no un libro cualquiera, un tomo que se escribió allá por el siglo XII, cuando los que ahora estamos no habíamos nacido.  Un libro muy hermoso y es que llegué a verlo.  Un libro que pesa lo suyo a pesar que son unos doscientos veinticinco folios de pergamino, son  los que lo rellenan.  Interesante el contenido de sus cinco libros , y como tenemos más o menos una idea de como es el Códice Calixtino o como dicen los enterados Codex Calixtinus lo dejaremos en paz. Quien no deja en paz a las personas, a las cosas, es un grupo de policías que como dicen en las novelas policiacas, le siguen la pista. Ahora que se escribe tanto de misterios que incluso se llevan al cine llenando sus salas, quizás, algún venado, pensando en un buen guión lo ha llevado para entregárselo a los Templarios y mientras los busca y los encuentra, en la Catedral siguen descifrando el misterio.  Soy lego en estos asuntos, pero un tesoro de este tipo en una caja fuerte con tres cerrojos y tres llaves que han de guardar tres personas, personas que han de encontrarse in situ al mismo tiempo para abrirla.  Lo de in situ, ha sido una simple chulería pero bueno, a eso estamos.  Hasta en los dibujos animados de los Simpson, tres personas disponen de llaves que al juntarlas abrirán la caja en donde se guardan pinturas robadas durante la Segunda Guerra Mundial.
Hace unos años, tantos como sesenta, las puertas de cualquier iglesia permanecían abiertas de par en para a cualquier hora del día.  Unos las visitaban, otros rezaban y es que terrible era lo de "robar en sagrado" dado que, tenía doble castigo, el de los hombres en la Tierra, el divino allá en los cielos. Para mi entonces, tenía más dureza el divino que prometían las llamas del infierno.  Y como contaban que eran de terribles aquellos curas que en bachiller nos daban clase. Que mal lo pasaba entonces.
Hay que decir, que también las puertas de las viviendas tampoco se cerraban y todo se respetaba pues pienso, que no había en donde invertir o gastar lo robado.  Hoy, desde una bicicleta con cambio de marcha  y luz estroboscópica hasta un yate pasando por menudencias, todo es apto, es como una inversión que ha llovido de las alturas, que no contabas con ella.
Creo que las iglesias se lo han puesto y se lo están poniendo a güevo a los ladrones.  Que si la corona de la virgen es de oro con incrustaciones de diamantes, que si las sortijas de piedras preciosas, que si tal figura de unos quince centímetros es del siglo IX tiene tal o cual valor,  que si el manto de oro de tal santo...  Es que es del género bobo no colocar imitaciones y lo caro guardarlo en esa caja fuerte con tres llaves, cura, sacristán y alcalde por ejemplo.  A qué pregonar continuamente las riquezas de tal o cual catedral, iglesia o ermita en lo alto del monte solitaria.  El Vaticano nunca será robado porque unos guardias con vestidos  a colores lo protejen con esa cara de mala leche que les obligan a poner.  Las innumerables riquezas permanecerán por los siglos de los siglos.  Quizás en algo me equivoque y es que si hay un gran follón  en el mundo mundial del que ni Suiza se libre, al final, si nadie queda respirando, ahí quedarán todos los tesoros que volverá a recuperar  la Tierra. pues a ella se lo hemos quitado y hasta lo veo bien. ¿Y si quedara una única persona viva?, ¿de qué le serviría tanta cantidad de riquezas?.  Que no me toque.
Que lo sucedido sirva de escarmiento.  Las fuerzas de seguridad que busquen lo que quieran pero en el templo o en el exterior, que siempre hubo y habrá  personas muy válidas y capaces, como para cometer un robo de tal naturaleza, aunque no lleven guantes blancos y hablando de robos, que me viene a la cabeza, pobre director o lo que sea de la SGAE que tanto amo, que tanto bien me hace, sobre todo un cerebro que desplumó a toda la tropa, que tanto nos cuida, que ampara para permitirles  vivan en ese palacio. No por ser palaciegos, las personas son legales, prueba de ello, que un músico mediocre, encontró su verdadera vocación dirigiendo una empresa capatadora de bienes, de dinero a manos llenas; tanto es así, que la contabilidad se le disparaba, imposible de controlar, alguien ve  la mejor manera de desviar tanta riqueza a otras empresas de las que les dicen fantasmas. Se dice, que cuando el dinero entra fácil se va fácil.
Y sucede en el palacio, que unos se tiran de los pelos, otros que no es para tanto que en España todo el mundo se aprovecha de los ciudadanos normales, los más, se olvidará todo ya que el dinero continuará llegando mientras el pueblo soberano que le dicen, siga comprando discos, aparatos.  Que todo es un maná y no se tardarán en llenar los cajones de nuevo.  Como siempre se hace en todas partes, con cambiar al contador, se arregla todo.  Hasta la siguiente. Culpable: la prepotencia y el andar con esa chulería que no dejaban ni cuando iban acompañados por la Guardia Civil.
Me parece una vergüenza. Bautista que no tiene afinidad con aquel que en otro tiempo bautizó a Jesús en el Jordán, bueno; para aclararlo, Eduardo Bautista García hace tiempo que dejó de escuchar música enlatada, se dedicó a las obras faraónica por todo el mundo,  mientras acordes sublimes le acompañaban y lo hizo tan bien que sólo se enteraron los que como él, al parecer las hacían por su cuenta y riesgo.
Ahora toca lo de gritar, lo de arrancarse los cuatro pelos mientras la señora o señorita Sinde pide tranquilidad, que a todos afecta la desfeita de la SGAE y pide votos para reformar lo del canon y que se compren discos originales de los artistas, tomando como tales,  los que cantaban lo de un tractor amarillo, la Ramona pechugona, el chiringuito, la barbacoa y  muchos más; siempre  en cabeza, el rockero Ramoncín con sus plantaciones de tomates que le arrojaban.  No dan un palo al agua y se llaman artistas.
Que se maten entre ellos aunque sea a besos y que el canon se vaya de una santa vez al carajo.  Que no nos priven de libertades que tanto trabajo nos costó conseguirlas para que otros vagos vivan a nuestra costa.  Es que pululan a montones por cualquier cadena de televisión que abras y a la primera de cambio se dicen artistas. Dicen que Bartolo, si, el burro aquel de la flauta, también constaba como socio.  Me dicen que lo acaban de borrar.  Menos mal.
Lo que sucede en este país de nobleza y chulería, es que pasado el tiempo, muy poco tiempo es necesario par que todo se olvide, para que todo vuelva a ser como antes.  Aquí, nadie dimite ni falta que hace.  Estamos tan acostumbrados a los caretos, que si nos los quitan, la vida seguro que no sería la misma.  Poco a poco todo vuelve a su cauce, de tal palo tal astilla.  Si antes era necesaria la mili para hacer hombres a los jóvenes; ahora, a los pocos años, ya son verdaderos artistas con conocimientos profundos de lo que se mastica en la vida del día a día, además aprenden pronto toda clase de perrerías con la idea perenne de atrapar uno de esos puestos...  Y así, vamos con la música a otra parte.
En Compostela, que no recen pensando que Dios o tal santo pueden hacer el milagro de devolver a su lugar el tan cacareado libro.  Si así fuese, no lo hubiesen dejado marchar.  Y mi vecina cabreada porque en la tienda en vez de una docena de naranjas le han echado en la bolsa una  de menos y al precio que están...
Unas misas, unos sermones y que Dios nos coja confesados.

miércoles, 22 de junio de 2011

LA SOMBRILLA









                                                                     Mira que  lo avisé. Que no jugara con la pelota dentro de la casa, que se fuera a la calle, a cualquier rincón de la plazoleta, pero que en casa no lo hiciera y va, cuando menos me lo espero me rompe media vajilla que tantos y tantos sudores me costó conseguir, comprando a don Pablo plato a plato, taza a taza, vaso a vaso.Una vajilla que jamás se había estrenado por termor a que algo rompiese con el uso, que no se la ponía ni a mi madre cuando venía a casa. Y le pregunto que ha pasado y no me responde. Y le señalo el reloj que cuelga en la descolorida pared y él me dice que no se puede fiar de ese trasto que tiene muchos años y por eso no ha ido al colegio. Bien sabe el Señor que ambos, reloj y el niño tienen la misma o parecida edad, mes arriba mes abajo. Mi bendito esposo, que lo sea por muchos años me lo regaló a su regreso de la mina, mina que se cerró porque allí moría mucha gente y apenas se extraía mineral. Me dijo al entregármelo:- Para que cuentes las horas durante mi ausencia- y marchó. Es cierto que comencé a contarlas poco a poco sin apenas separar los ojos de aquella esfera reluciente y unas oscuras agujas que de vez en cuando me obligaban a entornar los ojos del dolor que sentía. Me cansé de mirar el tan terrible paso del tiempo y además mi corazón me decía que no regresaría y así, dejé de contar horas y horas.
Dicen mis comadres, que el hombre es el único animal que no puede permanecer siempre en el mismo lugar, en un libro que leí se dice: en el mismo habitat. Que como los animales necesita moverse continuamente aunque de tarde en tarde aparezca en silencio, me abrace por detrás, me muerda con sumo cuidado la punta de las orejas, me lleve al huerto. He intentado pedirle explicaciones, he intentado por las buenas que se quede en la casa, tras llenarle el vientre con comidas muy sabrosas que devora mientras yo frente por frente, poco a poco mastico una oscuras verduras. De vez en cuando me guiña el ojo, el muy zalamero. Le he dado todo, hasta el dinero que quité de la hucha del niño, que Dios me perdone. Ha sonreído, me ha besado, ha besado mis lágrimas y como cualquier animal desconfiado, mira a una lado y otro para a continuación partir en dirección a las montañas, donde dice que es libre como el aire porque adora la libertad y pienso que será por los años que estuvo metido en la cárcel a donde todos los jueves por la tarde, le llevaba envuelto en una tela, lo poco que tenía y allí se lo entregaba feliz, porque aquella mirada de agradecimiento, aún la conservo en mi interior.
Mi madre siempre me puso sobre aviso, pero jamás detuve el pensamiento para mirarla y hacerle el caso que me pedía. Mi padre, siempre en medio de su permanente enfermedad, asiente con la cabeza a todo, sin tener la menor idea de lo que hablamos y yo, que comenzaba joven a saborear la vida, que todo me sabía a gloria, que no paraba de cantar mientras realizaba el peor de los trabajos en la fábrica de cemento, cansada, aburrida, me casé con el primer hombre que apareció, pero al poco lo perdí mientras caminaba hacia la oscura mina, sin conocer si volvería a verlo de nuevo, tanto era el terror que sentía.
Y ahora, cuando la paz me inunda, cuando mis recuerdos se van apagando, este hijo que acabará conmigo, rompe media vajilla de un pelotazo. Mira que le dije que jugase en la plaza, en cualquier rincón, pero que no molestase a los caminantes ni a las señoras sentadas en los bancos bajo sus hermosas sombrillas. En una ocasión, agachando la cabeza, mirando al suelo, pedí con temor a mi marido que si un día tenía mucho dinero, me comprara una sombrilla blanca, con adornos, hermosa puntilla alrededor y si es posible, con colgantes en cada varilla. No sé si escuchó lo que le decía, afirmó como afirma el cura, cuando en el confesionario le narro mis pecados, ¿pecados?, qué pecados va tener una pobre mujer que se parte el lomo de la mañana a la noche sin apenas descanso. Y mira que le dije que estuviese quieto con la pelota, pero es cabezón como su padre, al menos me lo recuerda. Ojalá encuentre y me vendan las piezas sueltas, quedaba tan bonita en el comedor. Si las venden sueltas las compraré poco a poco, que baratas no son y además, no quiero dejar a deber ni tan siquiera un céntimo. Cada uno en su casa y Dios en la de todos. Hoy ha venido doña Dolores a verme, entra sin llamar, una sonrisa cínica siempre en la cara, picotea aquí y allá lo poco que encuentra, mientras no pierde detalle del interior de los cajones, además, siempre me paga una miseria, es muy avara. Quiere que le lave un montón de ropa, ¿por qué no lo hace más a menudo?, pero no, guarda, guarda y cuando no puede más viene a mi aún sabiendo que tengo la espalda con muchos dolores, que el río no queda a un tiro de piedra, queda demasiado lejos y voy y vengo cargada como una burra a lavarle todo aquello con esmero que es como quiere y bien planchada, que la revisa y nada se le escapa. Y el niño que continúa de aquí para allá con la dichosa pelota, me dan ganas de picársela pero al poco, tendría en medio de sus llantos que comprarle otra y no está el pecunio para ello. No es mal chico pero salió un poco torcido y algo alocado. Su padre un día le compró un montón de libros que usaba para puestos uno sobre otro, llegar al frutero o sentarse cuando cansado miraba al techo, pero al menos estaba tranquilo. El padre no es que sea listo, pero es un buen trabajador, un buen amante -un suspiro-, que la vida en la mina es demasiado dura con tanto derrumbe que se suceden. Ojalá encuentre un buen trabajo por ahí adelante. Ojalá vuelva.
¡ Niño !, que te he dicho mil veces que dejes quieta la pelota en casa. Que te vayas de una santa vez a la placita. ¡Ay!, la placita llena de sombrillas y cochecitos para los recienes. Qué suerte tienen algunas aunque a la larga, el no dar golpe en todo el día, las haga impertinentes porque se les seca el cerebro. Es verdad que puediera sentarme en un banco y despellejar una a una, pero prefiero mi vida aunque por otro lado, lo de trabajar todo el día es un coñazo.
¡Niño, la pelota esa, quieta!.
Ha sido muy gentil el empleado de correos que me entregó un aviso de llegada de un paquete, tiene mucha facilidad de palabra y me ha dicho que pase por las oficinas en horas y días laborables. He ido temprano porque la ansiedad me podía, nunca había recibido paquete alguno, es más, no conocía por dentro la oficina esa. Me entregan un bulto alargado, lo abro nerviosa, el niño que me acompañó arranca el envoltorio con ansia. Qué lo vas a romper, ves con cuidado -le digo-. Mis ojos se abren de par en par, la respiración se me para, los brazos y manos me tiemblan, el cuerpo me tiempla todo, tengo ganas de gritar pero me doy perfecta cuenta del lugar en que me encuentro, es mucha la felicidad que siento al ver ante mi una sombrilla blanca, con puntilla a su alrededor y colgantes en cada varilla. Sobre ella una simple nota: Nunca me olvides. Tu esposo.
Le embarga una gran emoción, la impaciencia le puede, empuja el interior a lo alto y brillante se abre de para en par, ocupando un espacio en el cielo, el objeto que tanto deseaba... Da unos pasos, gira sobre si misma, sonríe, camina con un suave contoneo, la cabeza alta mirando a la distancia, que nunca se ha sentido tan poderosa. Entra en la placita, se exhibe, baja un poco el parasol para que las demás mujeres se enteren bien enteradas quien camina, luego se sienta en un banco, mira a los niños, desplaza con cuidado una pelota que le ha quedado cercana. Después se levanta, camina despacio, entra en casa, lo mira todo con avidez sin perder detalle, ve de nuevo la vajilla incompleta, el niño ahora asustado a su lado, a través de la ventana mira la lejanía. Abraza la foto de su marido con fuerza, mientras los ojos se le van llenando de lágrimas. Al poco llora como nunca lo hizo. Jamás se ha sentido tan sola.
No muy lejos, un mirlo, canta.
El niño quieto, como jamás lo estuvo. Tiene miedo.

BOFETADAS