viernes, 29 de octubre de 2010

LUNA, LUNA, ¿PARA CUÁNDO?.





Al llegar la noche, cuando las cigarras llevan un buen rato en silencio, cuando los grillos inician su música de cortejo, la niña asomada a la ventana mira a lo alto, a una luna muy grande que lo ocupa todo, cubierta de una capa de plata muy brillante y a la que pregunta, ¿para cuándo?.
Y así, noche tras noche la misma pregunta, ¿para cuándo?, aunque sabe que la luna no le responderá porque su cuerpo ahora redondo, se irá encogiendo hasta tomar la forma de un plátano en donde los poetas se cuelgan para encontrar palabras o para, si cuadra, colgar sus abrigos, sus sombreros.
En alta mar, un marino a través de un portillo, tampoco ha dejado de mirar noche a noche la hermosa luna. También le ha hecho la misma pregunta y hoy de nuevo, cuando Selene se refleja en el mar calmo, presumida, escucha sin inmutarse, eso es  lo que le parece al marino, ¿para cuándo?.
Ello se repite mes a mes, año tras año convirtiéndose en costumbre, más la luna, como siempre, impasible, unos días mira y ronríe, otros se va encogiendo hasta convertirse en un par de astas con que los toros recién nacidos sueñan, bajo un olivo cualquiera, en sus noches de vigilia.
¿Para cuándo? pregunta la niña, sin que la luna le pueda responder: para nunca. Tampoco le puede decir que el barco, con casco de madera, al ser golpeado quizás por uno de esos enormes troncos que flotan escondidos en el agua, ha enviado a la nave al lugar en que habitan esas sirenas que tapan a los marinos la nariz y la boca, con un ungüento para que no se ahoguen y se queden para siempre a su lado enamorándolas, ayudándoles a construir sus palacios pues es bien sabido que son muy presumidas.  Algunos marinos llegan a casarse pero antes les ponen una condición, que no salgan nunca a la superficie y mucho menos cuando la luna, con su cara buena, los busca.
Esa es la razón de que los humanos jamás hayan visto sirenos y los que se imaginan, no son tal, son eso, imaginaciones.  Sirenas se ven, sobre todo en las Cíes a donde van porque es el único lugar del mundo, en que existen las algas para echarse al pelo y les huela muy bien. 
Hay sirenas buenas, sirenas malas.  Las malas son aquellas que no pudieron retener a sus marinos y ellos, escaparon sin previo aviso, que es como se deben hacer las cosas.  Las malas, para quien no las recuerde, fueron aquellas que quisieron retener a Ulises y a sus hombres.  No son inteligentes y de ahí que los hombres de la mar, las engañen y de ese modo, tienen fácil huir de las profundidades, pero luego, nunca se sabe a donde van.
A la niña que mira para la luna y pregunta, ¿para cuando?, ayer noche sintió algo en en su corazón, como si algo malo hubiese sucedido.  Cada vez que hace la pregunta, todo a su alrededor está vivo y mucho más el chirriar de los grillos; pero ayer cuando preguntó a la luna ¿para cuándo?, de improviso se hizo un gran silencio, todos callaron, incluso el continuo ulular del búho que siempre en la misma rama del viejo alcornoque, enseña creo que inglés, a los que quieren escucharle.  Cuando preguntó el triste ¿para cuándo? un sonido jamás escuchado se le fue introduciendo por los oídos, se acercó a su pequeño corazón y le dijo con un susurro: - Para nunca, para nunca, para nunca, para nunca... -.
La niña mira con tristeza a la luna que le sonríe porque sabe, que en esos momentos la odia y hasta se alegra de que cada noche se vaya achicando más y más, huyendo como si fuese responsable.  Como siempre, llega un día en que se hace de nuevo grande, enorme, mayor que nunca, la niña la mira y ella se tapa vergonzosa con una nube, pero la nube quiere continuar la marcha y ella la retiene para colocarla de nuevo como un velo ante su rostro moruno.  Cuando sucede, la niña y su familia numerosa musulmana ante la luna ahora mora, lo celebran con cánticos, bailes, sabrosos pasteles...  En el fondo de la habitación, la madre dice a la niña que no estaba para ella un marino. Su primo Amed, que no lo es y si vendedor de alfombras, la espera a condición de que se olvide de mirar a la luna.  Quizás un día le desobedezca y vuelva a soñar con el marino ayudada por la luna.

Hubo una vez un matrimonio que se querían, pero llegó un momento en que por el más mínimo motivo discutían, reñían continuamente y es que, siendo muy jóvenes, no habían conseguido tener un hijo.
Una noche en que el hombre caminaba por la orilla del río cercano, intentando calmarse a causa de la última riña habida, sintió como si alguien lo llamara. Miró a todos lados y al hacerlo hacia lo alto, una luna enorme y muy bella le habló: - Si quitas todas esas ramas del río para que yo pueda mirarme, te concederé un hijo. No se lo digas a tu esposa.
El buen hombre trabajó día y noche, pero cada vez que marchaba para comer, al regreso, el río estaba de nuevo lleno de ramas. Cansado, comenzó a caminar río arriba para ver de donde procedían tantas hojas y ramas. Al cabo de tres meses, se encontró con un gran dique que los castores habían construido y que siendo tan grande, de vez en cuando se les soltaban partes que iban río abajo.
El hombre habló con el que parecía ser jefe de todos y al que pidió de rodillas que ataran bien el  dique, no dejasen escapar trozos por el mucho trabajo que le suponía el reconstruirlo.  También les contó el acuerdo que tenía con la luna.
Apenados le prometieron atar bien las ramas si él, continuaba río arriba para decir a los leñadores, que no echasen al río troncos tan gruesos, difíciles de manejar porque  muchos de ellos, carecían de incisivos de tanto roer las ramas.
Al cabo de seis meses encontró a los cazadores quienes conociendo su historia, prometieron tirar al río ramas pequeñas. También le desearon toda la suerte del mundo y que le llegara el hijo deseado.
El hombre entonces, desanduvo los nueve meses, con unas ganas enormes de llegar al espejo de la luna, dejarlo del todo limpio para ella. Cuando al fin, la zona quedó perfecta, el espejo limpio como jamás había estado, el hombre, alzó la vista y a su izquierda, una luna terriblemente delgada, ni tan siquiera lo miraba, le señaló un lugar en donde quedaban unas hojas mortecinas y suciedades.  Siguió retirando las hojas, pequeñas ramitas que habían llegado, lo hizo durante días.  Cuando lo creyó perfecto, el hombre alzó la mirada y allí estaba enorme, muy bella, la luna más hermosa que jamás había visto. El hombre dijo que había cumplido su promesa, ¿para cuándo?, cumpliría ella la suya.
La luna, con voz pausada, mirándole con tantos ojos que tiene, más linda que nunca le contestó:- En el vientre de tu esposa he dejado un hijo-.
El hombre cae al suelo, se arrodilla, los nervios le pueden, no es capaz de articular palabra, se levanta, corre y corre hacia la casa y al entrar feliz,  nada más traspasar la puerta, se da de bruces con su esposa y otro hombre, uno nuevo que ocupa su lugar en la vivienda. No entiende nada, pero le queda patente cuando ellos se abrazan.
Dice la mujer: - Tantos meses has tardado que creímos habías muerto.  Vivo con un nuevo hombre y al fin, después de tanto tiempo, vamos a tener el hijo tan deseado, no te puedes figurar lo feliz que me hace ser pronto madre-.
El hombre calla, camina en silencio hacia el río.  Se mira al espejo de la luna, no se reconoce.  Comienza a echar ramas al espejo, trapos, papeles, sacos viejos, todo aquello que encuentra ,de todos los tamaños.  No sabe que la luna, tiene todos los espejos que quiere en nuestro mundo, los de los océanos en calma, los mares, lagos y ríos que aún, por suerte no están contaminados.
¿ Para cuándo ?, te pregunto... luna.

A  la pequeñaja Inés, mientras crece.

miércoles, 27 de octubre de 2010

ADIOS PAUL, HASTA VERNOS, QUIEN SABE.






La muerte del pulpo germánico Paul, ha sido más comentada en el día de ayer, más recordada que el fallecimiento de un primer ministro, un presidente de cualquier gobierno asiático o un reyezuelo africano, si es que quedan.  Su muerte, ha sido muy sentida, lo que no me explico, es porque las campanas de todas las iglesias y catedrales españolas, no le rindieron homenaje alguno.  Seguramente que habría que pagar un campanero y no estamos para gastos.
Un pulpo que enamoró al mundo. Todo el mundo pendiente de él porque, no siendo su comportamiento como el de las brujas de antaño, ni tan siquiera una adivinadora a base de Tarot, posos de café o piedras ovaladas, al puñetero pulpo le colocaban dos mejillones a mano y sin cálculos trigonométricos ni leyes de la naturaleza, siempre acierta que equipo sería el ganador de tal o cual partido de fútbol, nada menos que en el campeonato Mundial.  En un partido normal, no será difícil acertar, pero hacerlo en un campeonato en que juegan los mejores de todas las naciones, es para quitarse el sombrero.
Un pulpo, al que un pueblo de Galicia creo que lo hizo hijo predilecto, no puede ser un pulpo cualquiera, de los que se retiran del mar a diario por pescadores.  Paul era un contrasentido de las leyes establecidas, pero hay que rendirse a la realidad y considerarlo, como un mago disfrazado de cefalópodo y nada más. Incluso se lo han querido comprar con buenos dineros en mano, pero su propietario dijo que nones, que vendía copas y vino como jamás lo había hecho a cuenta de Paul.  Que lo estaba haciendo multimillonario.
Al parecer Paul, se ha muerto en su edad, es decir, a punto de cumplir los tres años.  No estoy ducho en el conocimiento de la duración de vida de los animales; ahora si se, que un pulpo son tres años, un perro catorce y una tortuga mil años.  Lo que daría por conocer a la persona que mes tras mes y año tras año, fue arrancando hojas del calendario hasta llegar a los mil años y decir al mundo, teniendo ante ti el cadáver de la tortuga, la duración de su vida. ¿Qué no puede ser?.  Acordaros de Matusalén.
No soy futbolero, ni me preocupan los cabreos que se coge la gente en el campo de futbol, en la calle, sus bocinas, las banderas,  las mala leche que el día de partido corre por todas sus venas, pero prometo, que cuando docenas de cámaras en directo,  enfocaban al pulpo Paul en su ambiente, la intranquilidad me podía, a la espera ansioso de que el bicho, indicara el ganador que como siempre sucedía,  se decantaba por los españoles. Cogido el mejillón gallego, el que más y el que menos, reventaba de tanto nerviosismo con una palabrota de cualquier estilo, a partir de ahí gritos en los bares, en la calle, besos y abrazos a cualquiera y si te equivocabas, una sonrisa y un perdón lo arreglaba y es que también en esos momentos de locura y eso que el partido aún no se había jugado. Ventanas, balcones e incluso en lo más alto de las obras y grúas, se llenaban de banderas españolas que ondeaban continuamente, en esta nuestra Galicia de vientos cambiantes o racheados y entonces, llegó lo bueno, nos pusimos en asuntos de banderas, a la misma altura de los norteamericanos con la diferencia que ellos las arrían a la puesta de sol y aquí, que somos más chulos, día y noche en todo lo alto y es que en las tiendas de los chinos, que se habían agotado, de nuevo ocupan las estanterías. Al fin, por fin todos unidos por una misma causa, creo que desde mayo de 1808 no había sucedido.
Y ayer, nuestro querido y viejo Paul nos dejó, se fue sin decir nada que es como se van los generosos. Y los sordomudos, que me dicen; pues también.  Cuando el pulpo la palmó, lo primero que me vino a la cabeza fue la pregunta de, a dónde se van los pulpos al morir.  Quizás tengan un mundo aparte, un edén lleno de nécoras o quizás, lo más seguro, que se lo zampe una gaviota irrespetuosa, es que jamás he visto un ave tan ladrona a la hora de comer como la gaviota. Que nunca os den un picotazo, terrible.
Con el tiempo dicen,  todo se olvida.  Ojalá fuese tan fácil dirán algunos. Es que a partir de hoy, estoy casi seguro que se dejará de hablar del cefalópodo, un pulpo que nos ha dado infinitas alegrías a cambio de un simple mejillón.  Piensa en lo poco que nos da un banco a cambio de nuestro sudor, de nuestra sangre.  Del banco nos acordamos continuamente, del pobre Paul, como que ya no importa;  hizo su trabajo y como cualquier albañil, a otra obra que esta se terminó.  Veréis como para el próximo Mundial de fútbol, vendrá a la memoria de todos.  Por ello aconsejo, dado que el pulpo tiene pocos años de duración, casi lo mínimo, se adopte una tortuga y en ella se practiquen las adivinanzas dada su larga duración de vida;  a no ser, que un malvado niño, que los hay, se empeñe en clavarle algún punzón en uno de los cualquiera cinco agujeros que tiene entre el caparazón y el espaldar.  No contarlos mentalmente, son cinco, he tenido hace muchos años dos tortugas de las llamadas griegas que son de secano, de jardín, no de esas que están permanentes metidas en un recipiente de plástico sucio, con un poco de agua y en lo alto una palmera de plástico en color verde.  Como si las tortugas se criasen en los oasis.
Si Paul fuese gallego, en cualquier edificio dedicado a la naturaleza, se le hubiese colocado su urna, sobre un pedestal cubierto a su vez de tela negra, mejor de raso que da más importancia y queda muy fino.  A su alrededor las fotos enmarcadas de todos los futbolista de la Selección, delante la copa aurea y rodeando la gran sala, los futboleros con sus  ohé, ohé, ohé, ohé, ohé, etc. y esos otros cantos de estadio que en boca de los ingleses suenan tan bien.  En nuestros estadios, las voces se mezclan unas con otras, lo que se escucha es un verdadero carajal.  Pero bueno...
Amigo pulpo, generoso pulpo; si desde tu más allá me puedes leer, te digo que no te olvido por lo feliz que me has hecho no siendo uno de tantos ocupas de campos de futbol.  Has sido cómplice del conjunto español que como pinzos, nada más comenzar, creo que pierden contra Suiza, nadie da un duro por ellos y vas tu, sacas pecho para colocarlos en la cumbre, con el siguiente enfado de los contrarios. Éste deporte, es la base del cabreo en el mundo y son millones de mujeres, quienes temen la llegada del sábado o domingo y hoy, que se juega casi todos los días, ya me diréis como puede ser su malvivir, si el equipo del pariente pierde.
Me queda cerca Mugardos, por eso, ten por seguro que no te olvidaré.
De saber que tu vida iba a ser tan corta, te hubiese  calcetado un grueso jersey para que no pasases frío allá a donde vayas.  También un pantalón de pana, pero ¡carajo!, que son ocho piernas; eso ya no es para los que comenzamos a diseñar.  De dos patas aún, aún; pero más..., ¿me entiendes?.
Paul, pulpo germano con tendencias españolas:  aufwiedersehen.  Quizás un día cualquiera nos encontramos de nuevo. Está tan chungo lo del otro mundo.  Quien sabe.
Verás como en el próximo mundial, cuando España pierda el primer partido, volverán a un nuevo pulpo o a la tortuga.
Difícil decisión, entonces.

domingo, 24 de octubre de 2010

LA MÚSICA, PARA LEVITAR.






La música, por muy túzaro que uno sea, siempre ha estado rondando nuestro cerebro, siempre se ha metido en nuestras vidas.  Los unos, con las canciones de trinchera y desfile militar a la entrada de cualquier pueblo, suficiente, para que toda la vecindad se asomase a las ventanas de sus destartaladas viviendas.  Los otros, los vencedores, con banda de música que se podía escuchar en la distancia, con los instrumentos brillantes y una hojita de papel con  pentagrama sobre algunos, como cuando llegaban los circos cargados de monos y en medio el gran oso.
Nuestra generación, la equis, llamados así, porque nacidos tras una terrible guerra entre hermanos, muchas personas, casi todas, al no poder acceder a una escuela, a la hora de firmar un documento, como no sabían, se les decía al tiempo que se les acercaba una plumilla con canutillo, que pusiera una equis en tal o cual lugar a modo de firma. Allí dejaba su equis y al lado, generoso, un borrón de tinta para cabreo del administrativo.
Hasta que cumplí los catorce años, los niños de mi edad, tuvimos que aguantar día a día a Machín con sus canciones de desventuras y cuernos, al Angelillo con su camino verde que conducía a una ermita pero que no decía donde estaba, Pepe Luís y su guitarra o algo así, es que no quiero recordar.  La radio, con sus interminables dedicatorias.. Para la niña más linda de Canido, de sus padres por haber aprobado el segundo curso de bachillerato, o la gimnasia que todo cabía.  Como la conocíamos que nos contó antes la historia, era el cachondeo de la comunidad.  Interminable dedicatorias que tras aguantarlas, esperando una buena canción, te salían con "la primera comunión" que cantaba un señor con un sombrero cordobés.  Si no es cierto, que nadie me eche los perros, es que no me interesa quien la cantaba.
En la fiesta de Serántes, Santi Par cae del palco cantando el "soy pirata" saltando sobre una pierna, simulando que la tenía de madera.  A los músicosque soplan instrumentos en la orquesta Bellas Farto, se les llenaba la boca de saliva viendo a unos desalmados en primera fila comiendo limones. Quique, que daba la voz de inicio a los músicos de la siguiente manera: un, dos, tres, catro, ajora..., para empezar el tema. Pero, cuando la música era lenta, cuando sonaban "Las palmeras" o un bolero de Lucho Gatica, amigo mío, entonces era otro cantar.  Se hacía un gran silencio, prisas por encontrar a una niña y a prometerle por lo bajo, miles de cielos, primaveras e ilusiones pero, como los temas no duran siempre, de súpito, sonaba un tango del todo arrastrado que le decían.  Entonces, la pista situada en Brisas del Mar de La Cabana, se abría, dejando un pasillo para que un narigudo, terrible la nariz que tenía que dejaba corto al  narigudo citado por Quevedo en su poema    "A un hombre de gran nariz"; pues bien, con su novia -supongo- cogía tal carrerilla, que iban de un extremo a otro de la pista en diagonal, como si el diablo les persiguiese o las risas de todos los presentes, los asustasen. Pero luego, llegaba de nuevo el esperado bolero, estáticas las parejas, como si doliesen los pies o se hubieran pegado al suelo, mirando ensoñados a las nubes si era de día o a cualquier estrella si era por la noche o al zapato, porque la había pisado. Ah, la música.
En Pazos, había o hay un bar llamado Landeira, que para hacer dinero con las consumiciones, se montaba una especie de baile al aire libre, con guardia civil y todo.  Traía alguna orquesta medio decente, hasta que, dándose cuenta de que le salía más barato, contrató perpetuo al Andaluz de Narón. Chupa del frasco, Carrasco. Pues bien, el puñetero cantante, no largaba por su boca boleros, pasodobles e incluso tangos, lo suyo era el flamenco puro lo cual, permitía a las parejas de danzantes, bailar al son que les tocaba el viento que soplaba de Chamorro, es decir, de cualquier manera..
Y ahí, el día de Chamorro, comenzaban los festejos en Ferrol para terminar en el Pilar por octubre.  En Chamorro se bailaba en una carretera por la que continuamente subían y bajaban vehículos, con el corespondiente cabreo del personal, si lo hacían en medio de una pieza lenta. Lodairo, Jubia, Neda, san Juan de Filgueira, Caranza, el Muelle,  Mugardos, Cantalarrana, ..., fiestas continuas. En algunas, los de Ferrol, eran bien acogidos por las damas, motivo por el cual, los de la zona, del lugar, se cogían el consiguiente cabreo para terminar en medio de un campo todos,  a botefada limpia.
Un día, se escuchó una música extraña que sonaba a gloria, tanto en voces como en  instrumental. Se  llamaban The Beatles.  Esta gente, nos cambió la vida porque muy pronto, casi al instante, comenzamos adorar aquella sucesión armoniosa de sonidos que, junto con la rebeldía de James Dean en el cine, comenzó a formarnos de manera diferente a  como eran nuestros antecedores. He visto "Al Este del Edén" unas quince veces. Recuerdo, que tarareando una de esas canciones en casa, mi padre me preguntó que diablos cantaba.  No pasó mucho tiempo cuando le escuché silbar cuando miraba a través de la ventana,  "Love me do". No dije nada, también le había afectado.
Los Beatles, abrieron unas puertas al mundo, que permanecían cerradas a cal y canto.  Unos jóvenes que los mayores llamaban melenudos, desde una cueva de Liverpool, abrieron la buena música a todos los habitantes del Planeta, que hasta entonces permanecían ocultos y desde ahí, hasta hoy en día, nació la música y otra forma de comprender la vida, amén de otros cortes de pelo. No hablo de la clásica, por supuesto.
Las voces afónicas, rayadas, a saltos de las gramolas se apagaron aunque hoy, remasterizada suena a gloria, pero el viejo y querido Gardel, se fue quedando poco a poco en el olvido de aquellos que no bailábamos ni ya cantábamos tangos.  Hay algo que hoy en día me supera, la música y la poesía en sus letras del grupo Fito y los fitipaldis me tiene enamorado,  puedo escucharlos durante horas porque cada tema, es una nueva visión de la vida, tal como es y si hace falta, con toda crueldad.  No quería olvidarme de ellos. Es bien cierto que en España, tenemos grandes músicos.  Bueno, también hay otros regularcetes, esos son los que cobran por la SGAE.  Fito, se lo curra, sus conciertos siempre llenos, que no cabe un alfiler.
Alguien me dirá que ya somos mayores, que lo nuestro es la clásica. Hombre, llevo dándole a la brocha desde los catorce años, siempre, siempre que lo hago, la música clásica desde pequeño está a mi lado, también cuando leo o estudio porque necesito esos sonidos, pero jamás seré un snob para decir que me chifla  un concierto de música contemporánea que no entiendo ni quiero entender, me refiero a esa que sólo suena una nota cada cuarto de hora. La cambio por cualquier disco de Fito o El último de la fila. Me gusta todo tipo de música, pop, reggaeton, jazz, rock, rap, reage, según las circunstancias, como el sonido de una gaita en el monte, nada más que ahí o en medio de los campos. Hay una que no trago, esa música de locos y para locos,  que escucha mi hijo, que es capaz de reventar al más fuerte los tímpanos, a base de aullidos, lo que sucede es que mala no debe ser;  ya que tiene millones de seguidores.
Hace un tiempo, visitando El Pilar en Zaragoza, el grupo acompañaba al guía.  A mi que no me va ir en comandita, que prefiero descubrir a mi aire, me topé de repente con un sacerdote en una nave lateral, ante un órgano a la altura del suelo, seguramente afinándolo.  Quedé quieto escuchando algunas notas, me preguntó si me gustaba el sonido, afirmé,  pregunta qué músico me gusta, le dije que Bach y de inmediato, para mi únicamente, dentro de una basílica, comenzó a sonar fuerte, con potencia, hermosa, la Tocata y Fuga. Ni una tos, ni un carraspeo.  Emocionado cuando terminó, le dí la mano, nos deseamos suerte y quizás algún día nos encontremos.  Se llamaba Luis, jamás lo he vuelto a ver.
Suelo pensar cosas imposibles, también chorradas.  Una de ellas, si me tuviera que quedar sin algún sentido, no lo dudo un instante y pienso que el gusto lo dejaría de lado, por lo poco que me interesa la comida a no ser los pasteles y lo dulce, me sacrificaría, porque el resto, los considero imprescindibles.  De pequeño soñaba con que un día me cortasen el brazo derecho, para liar los cigarrrillos, como un hombre manco que conocía. Colocaba el papel entre el antebrazo y brazo, previamente le echaba la picadura, con un movimiento certero, el pitillo quedaba hecho.  Hoy que no fumo, por imperativo legal, prefiero seguir tal como voy tirando.  Sin sacrificios.
No tocaré la música clásica, por temor a molestar a los y las puristas que las hay, que no se pierden un concierto sea en donde sea, sólo diré una cosa, hay una mujer que me vuelve loco cuando la escucho y lo hago muy a menudo, me estoy refiriendo a Cecilia Bártoli y aquí lo dejo.  Y Pavarotti, que lo quería presente en un blog, sigue olvidado aunque su música lo llene todo cuando despierta a cualquier hora, que ahora puede hacerlo.  El más grande, el más humano.
Amo la música y la necesito.  Debería odiarla desde el mismo día en que un director de orquesta, me cruzó el rostro con el puntero terrible con el que señalaba las notas en el encerado. Tengo la marca.  Cabreado el hombre debía de estar, pero jamás supe sus motivos ni se dignó a decírmelo.  Dio un vareazo a lo primero que encontró y allí estaba yo con mis once años.  No pidió ni un miserable perdón.  No me extraña en aquel colegio.
Y a pesar de todo ello, me encanta la música que necesito para pensar, caminar por lo alto de los montes, viajar, soñar porque continuamente lo hago. Qué gran descubrimiento para mi, para muchos ha sido el iPod, capaz de trasladarte al infinito con su sonido y a veces, no siempre, te hace subir al firmamento, como si hubieses fumado un canuto que consiguiese, se te pegasen alas a los costados.
Nada más.  La música, para de vez en cuando, sin esfuerzo, levitar.
Las fotos, para que las disfruten los de la SGAE.  Es que ayer compré discos para guardar fotografías Tuve que abonarles el impuesto que llaman canon.  Por la cara.

jueves, 21 de octubre de 2010

INÉS, SOLAMENTE INÉS.



Buenos días pequeñaja.  Buenos días Inés. Así comenzaba mis escritos cuando estabas en una triste habitación de hospital. Hoy, pienso, que desde tu ventana, al menos, verás árboles, pájaros y mariposas que son las hadas buenas de las niñas.
Ayer, caminé cerca de un gran mar.  Le pedí que te curase muy pronto, que te ayude porque, siendo tan grande, es de suponer que tenga un gran poder y pueda hacerlo.  No lo se.  Estoy con una gran duda. Ya veremos en que queda y lo que dicen los libros sobre ello. Quizás, acostumbrada, lo que más te apetezca ahora en casa, es continuar llenando el techo de tu habitación de estrellas a las que vas poniendo nombre; acuérdate, que las hay que brillan menos pero que también son muy importantes, lo que sucede es que están lejos y se van acercando.
Pequeña del alma, que no conozco.
Hoy te escribo desde mi blog para así, recordarte siempre.  Blog, es una cosa rara que se inventan los mayores para quejarse, qué vegüenza, cuando tu, ni tan siquiera dices ¡ay! cuando te ponen alguna inyección.  Y yo que les tengo un miedo terrible..., pero jugando al futbol, te gano.
Ines, ayer me escribió un familiar tuyo diciéndome entre otras, que habías abandonado el dichoso hospital, esa enorme casa que a nadie gusta por aburrido.  Una vez en uno, vi una gotita de sangre, me desmayé.  Me contaron también te habías ido con muy pocos medicamentos y en muy buena forma, como los payasos que no se cansan nunca.  Con seis añitos..., es bien seguro, que tienes que estar llena de ilusiones, unas las que te rodean, pero las más, en tu interior que son las buenas, las que te permiten cuando duermes, jugar con todos tus amiguitos, gnomos, hadas buenas porque la mala se la han llevado los guardias.  A eso, la gente mayor le llama sueños. La gente mayor va de lista pero en esas cosas no sabe nada de nada.  Ellos tienen sueños raros, de grandeza los más, otras veces sueñas con pelearse en guerras que no conducen a nada y los hay, que sueñan con guardar mucho, mucho dinero que han ganado de no muy buena forma.  Los niños no tenéis esos problemas ni falta que os hace.  Lo vuestro, que a mi también me gustan, son los juegos continuos hasta, que como siempre sucede en lo mejor, cuando más te estás divirtiendo, cuando más te ríes, alguien te llama porque tienes que ir a comer y uno, que no tiene ganas, tiene que obedecer, porque los mayores piensan, que siempre tienen la razón, los niños nunca ¿a qué si?, ¡pues claro!. Luego viene lo peor, que si la comida no es de tu gusto, te obligan a comerla.  Yo tenía una trampa, a mi lado se ponía un perro que tuve y sin que me vieran se le iba dando.  Más de una vez se empachó. Pero mira, Ines, son trampas de mayores, de niños, todavía no.
Ayer temprano, muy temprano, a las seis de la mañana, cuando salí a caminar, estaba triste sin saber el motivo. Los mayores nunca sabemos los motivos. Pero de nuevo en casa, abrí el ordenador y allí estaba Melisa diciéndome que te habías marchado de Vigo.  Sentí como si la habitación en que estaba se llenase de golondrinas, miles de golondrinas que no tropezaban las unas con las otras y al final, se unían para formar tu rostro que tantas veces he visto de morena muy linda  de rodillas sobre una cama, niña incomprendida por la vida cuando más ganas tienes de sorberla y de asomarte continua a ella.
No te preocupes, lo que la vida quita, poco más tarde vuelve a dártelo.  La vida es así de caprichosa pero no es mala, no es mala porque cuando te asomas a la ventana puedes ver un cielo, un sol, un río, los árboles, quizás las gaviotas, la mar llena de vida y al llegar la noche, todas las infinitas estrellas que tienes sobre tu cama y que conoces una a una, porque a todas, jugando, has puesto nombre. Cuando crezcas un poco, en lo alto, brillando mucho más que el resto, encontrarás la tuya.
Te decía, que la palabra paciencia, la habían inventado los mayores para no enfadarse entre ellos cuando se ponen a la cola de un cine, cuando su equipo pierde al fútbol, cuando hay que esperar para entrar en un concierto. Tú, querida pequeñaja, no puedes conformarte con tener paciencia, tienes que ser y estar más fuerte que ella, más fuerte que cualquier niño, no recuerdo ahora como se llama, si, ese que es un abusón y pega a todos los niños.  Más que ese.  Suelen ser los que no van al colegio y si van no estudian, aquellos a quienes el cerebro les queda vacío para siempre.  Estudia mucho, estudia siempre Ines, porque en tu cerebro, aunque sea pequeño, cabe mucha más información, más información, que el mejor ordenador del mundo y cuando se hable de una cosa, tu sabrás contestar porque lo conoces todo.  A los libros no hay que tenerles miedo, si se cogen con cariño, pueden ser tus mejores amigos y con ellos, también se puede jugar.
Pero también repito, que juegues mucho; que corras y si tienes ganas de gritar en la calle, con todas tus fuerzas, hazlo; en casa no que te riñen.  Diviértete y no pienses en el mañana, que ya irá llegando solo.  Nunca dejes de jugar y de fijarte en todo lo bueno que te rodea; una par de moscas volando en medio de una rayo de luz puede ser el mejor ballet del mundo.  Las ranas en sus charcas con su croar continuo, nada musical; que continumente inflan y desinflan la papada.  De niño las cogía pero no está bien, lo se. Bueno, las cogía, les daba un beso en la boca por si aparecía una princesa y, como no llegaba, de nuevo las tiraba a la charca. Quizás un día, encuentres tu príncipe besando una rana. Quien sabe, en este mundo todo es posible, incluso, que ahora estés en tu casa y yo que me alegro un montón.
Cuando tenía tu edad, me llevaron a Baldranes, una aldea cercana a Tuy porque, según los mayores decían, pesaba menos que una gallina y por ello, tenía que engordar, lo que no recuerdo es si lo consiguieron.  Es cierto que iba al colegio pero luego, con toda la tarde libre, con infinitos campos para correr, para caminar, recoger uvas en la Vega del Oro -creo- Vega doLouro decían, cerca de Guillarey, pisando la uva, llevando pan a los peces del Miño que la comían en la mano y te voy a contar una cosa; una gallina, no quiso a uno de sus pollitos.  Le cazaba moscas que le daba, bichitos pequeños, lo alimentaba continuamente; se hizo mayor y siempre, como si fuese un perro, venía detrás de mi, fuese a donde fuese.  Luego tuve que regresar a Ferrol, no se si más gordo, habiendo sido, durante dos años, el niño más feliz del mundo.  Tu también lo puedes ser, pero pon algo de tu parte como yo lo puse pensando en vivir, en hacerme fuerte aunque al final me dedicase a criar un simple, pero hermoso  pollito.
Crecí libre, suelto, porque no tenía a nadie que me dijese: no vayas, no tardes, no te acerque..., crecí libre que es lo que pido para ti aunque si, pendiente de tus padres, respetando a los mayores. El resto, a tu aire.
Escribo y cada vez que pienso que has dejado el hospital, no te puedes imaginar como me alegro, me alegro tanto que, haz lo siguiente,  separa los brazos, más, más, mucho más, infinito que dicen los niños, así es como me alegra que hayas vuelto a tu casa.  Los hospitales deberían ser sólo para los viejos, para aquellos que ya hemos vivido mucho porque, si se siguen llenando de chinos las ciudades, serán ellos quienes en parte  los ocupen, es que hay muchos Ines, lo ocuparán todo menos los lugares en donde jueguen los niños que ahí, sólo es para vosotros.  Si un día me dejas jugar..., pues bueno, me acerco. La vida Inés, sólo pertenece a quien la tiene, a nadie más.  Tu vida es tuya, no lo olvides, de nadie más; cuídala mucho y haz caso a tus padres en todo lo que te digan, a los otros mayores, también.
No sabes nada de mi.  Bien, he sido marino, de esos que van en unos barcos grandes, grises, que llevan unos cañones que meten miedo, pero que tienen la punta tapada, porque no queremos que hagan daño a nadie.  He navegado por muchos lugares, si, por el extranjero también me ha tocado.  Alguna vez que otra hemos estado en Vigo y en Vigo viví durante unos años, en la Comandancia de Marina.  Allí trabajaba.  Me gusta esa ciudad que bien parece un Madrid en pequeño; tengo muchos amigos y también me gusta, porque la gente vive en la calle, no en sus casas, también por las playas, por las Cíes en donde estuve muchísimas veces y yo que se, es una ciudad que siempre echaré de menos.
A través de tu gente, iré sabiendo como mejoras día a día.  Me irán hablando de tus progresos que espero sean muy rápidos aunque sea a base de empujoncitos.  Los médicos dicen así, que curan a base de empujoncitos que no lastiman aunque yo, que no soy nada valiente, les tenga mucho miedo.  Ya se que tu no, eres más fuerte que yo, pero yo, juego mejor que tú al fútbol.  Espero que pronto vivas libre, tan libre, como las gaviotas que ahora veo volar cerca de mi ventana.
Cuando seas mayor, si llegamos a conocernos, te diré como de verdad funciona este mundo en que estamos metidos.  Cuando seas mayor, mira siempre a tus padres, cuando ellos no miren para ti y piensa, lo mucho que te han querido, lo mucho que velan por ti.  Ellos y otras personas cercanas, Beatriz, Melisa...
Hoy, pequeñaja, en medio de la vida, quiero que sigas siendo siempre feliz.  Un médico, hará el resto para ponerte muy pronto fuerte y con ganas de correr.
De momento, te envío esas flores virtuales.  Más tarde, sin que me vean, las cogeré de cualquier huerta y te llevaré un buen ramo.
Desde la distancia, besos para ti, besos para los tuyos.
A mis amigos:  Inés, que no conozco todavía, de seis años de edad, está a la espera de una médula.  Todo comenzó con una simple varicela que luego se complicó. Dos días a la semana tiene que acudir al hospital en Vigo y vive lejos.
Coño, qué es muy pequeñita...

jueves, 14 de octubre de 2010

PLAYA DE LAS CATEDRALES.






Siguen admirándome situaciones, objetos, vivencias y descubrimientos que se me muestran. Cuando en mi interior pensaba, que nada me queda por ver, que todos los paisajes son parecidos a los que vi, igual las casas, lo mismo los árboles; que todo lo que nos rodea tiene algo de similitud.  Que equivocado estaba, que equivocado.
Hoy, pensándolo, todavía me siguen admirando las formas caprichosas, que la erosión ha esculpido en paredes rocosas de pizarra y esquisto, en la que vienen a llamar playa de las Catedrales o Aguas santas, a unos diez quilómetros de Ribadeo en la costa lucense.
El pueblo gallego lo ha declarado monumento natural y ahora me incluyo porque, caminando por una arena blanca, muy fina, mirando continuamente a lo alto porque el alma así te lo pide, lo declaro para mi interior, monumento prehistórico ya que notas, como si te trasladases a esa era.  Hasta sientes temor, porque todo aquello te achica e incluso te llenas de soledad y te entra algo por el espinazo pero, al mirar a tu alrededor en que cientos de hormigas como tu, caminan cerca, hacia el sur, que es en donde de repente, te das de bruces con unos arbotantes, que semejan los de las mastodónticas catedrales que buscas el acceso para entrar en ellas, que no están, no existen; pero no importa, todo aquello que te rodea es grandioso, excesivamente grandioso.
El obturador de la cámara, trabaja sin descanso. Había evitado los charcos de agua en múltiples ocasiones a base de saltos, pero llega un momento, que no te enteras de que la marea viene subiendo, que ya te ha cubierto lo tobillos y continúas disparando porque el resto no te importa y ante semejante grandeza, ni te das cuenta de que la buena luz la tienes a tu espalda. Da igual. Es todo tan enorme, que semeja, cuando entras a una catedral, miras a lo alto, y allí hermoso, el cimborrio.
Grutas de unas decenas de metros, en otras un agua verdosa que te recuerda a la de Venecia, infinitos pasillos de arena entre bloques de piedra y lo que me alegra aún más el día, es la ayuda que me prestan para descubrir, pegados a la pared, una piña de pequeños percebes, otra más y otra y otra. Al fin.
Veréis, he nadado en múltiples ocasiones en verano, en invierno, en distintas playas gallegas cercanas y lejanas, entre rocas, sobre la arena; jamás, jamás en mi larga vida, había conseguido ver percebes en su habitat, con mucha gente lo he comentado y todas aquellas personas se admiraban de mi desconocimiento y hoy, al fin, dos amigas, sin pensarlo me dicen: -Ven a ver percebes-. Allí estaban, buscando sitio entre la piña, brillantes, muy hermosos, que fotografío, que no les tocaría, ya vendrán otros. Y en un día, dos novedades, el descubrimiento de unos crustáceos y lo que son las Catedrales entre Barreiros y Ribadeo.
Fantástica jornada.
Por si alguien que no lo ha visto, quiere acercarse al lugar, desde el noroeste no se tarda mucho por la carretera de Puentes y Villalba. Se accede a la arena por unas escaleras hechas de cemento que llegan al arenal que con marea alta, está cubierto. Una tabla de mareas nos dice la bajada que es la que hay que aprovechar, mientras baja y luego mientras sube, da tiempo a todo. Primero, hay que caminar hacia el sur que es por donde llena primero.  Por lo visto en verano hay un par de vigilantes, que cuando la cosa se va poniendo un poco fea y para que nadie se lleve el susto de su vida, van informando se camine hacia la dirección opuesta en donde, hay también, formaciones importantes y al atardecer, a quien le guste hacer fotografía o pintar se encontrará con unas luces impresionantes.  Para el resto también, faltaría más.
La zona, el arenal es muy llano, por ello, pensé que la marea subiría muy rápida y lo cubriría todo.  Que gran equivocación, va muy lenta, tanto, que el tiempo sobra para pasear ese, llamémosle museo prehistórico al aire libre.  Incluso, en pleno octubre, hay gente bañándose pero pronto salen del agua. Una mujer, empujando una silla que lleva un bebé, me cruza apurada, seguramente se perderá la visión principal porque el agua, estará de nuevo besando el acantilado.
Al ser lugar batido, te puedes encontrar trozos de madera, ramas de árboles o pequeños troncos.  No importa, los enamorados los emplearán para escribir en la arena enormes mensajes que más tarde, al llegar la mar, los llevará por esos caminos que tiene, que no vemos. La mar.
En el momento en que el agua lo cubre todo, no importa. Sobre los acantilados hay -es obligatorio- una zona dedicada a salvamento y socorrismo de buques, por la que el paso es libre y nadie te puede impedir que así lo hagas y de ese modo, bordeamos la costa desde lo alto durante casi un par de quilómetros, admirándonos de las múltiples visiones que muestra el mar y la costa al ser golpeada una y otra vez e incluso, la visión de un prepotente fotógrafo de bodas que acompaña a unos recién casados y que hizo adentrarse en el frío mar a la mujer.  La hizo agacharse, el vestido blanco mojado hasta la cintura, la hizo ponerse de lado, arrodillarse mientras el sol iba poniéndose y el ahora marido, riendo, supongo ante el dominio que ejercía el de la cámara sobra la desventurada esposa. Comento, que como el matrimonio no dure, a qué tanto trabajo.  Previamente había colocado a la pareja en lo alto de un acantilado, obligó el de la cámara a que se besaran en varias ocasiones, tantas, que prometo hubo un momento en que pensé que se estaba celebrando una boda y a un paso estaba el funeral y no lejos el entierro. Si llegan a ser novatos en las cosas del amor, en medio de los besos, caen.
Si caminas sobre los acantilados, encontrarás una gran pozo cuya boca bien puede medir unos quince metros, abajo y dentro de él, el mar ya hace un buen rato que ha llegado y es dueña y señora. Cuidado, que un mal paso te puede llevar al averno porque la protección, en el lugar, brilla por su ausencia, quizás sea por no estropear el paisaje, no lo se, pero algo debería hacerse porque el terreno pizarroso, no es nada seguro por sus piedras sueltas. Pero también digo que, me apuntaría a vivir en una casa sobre el mismo acantilado, sobre todo cuando los temporales se hacen más patentes.
Ya me tocó sentirlos en tierra, unas buenas temporadas.  Es  fantástico  cuando en pleno invierno, bajo  las mantas, escuchas como el temporal empuja la gran ola que cae sobre el tejado, con un ruido que bien semeja el redoble de un tambor.
En la zona de las Catedrales, hay bastantes aparcamientos, pero pensar que en días festivos, ya que es un lugar muy visitado por las personas de Lugo capital y alrededores, también por los caravanistas o caravaneros, si así se pueden nombrar y si no, ya queda dicho. Mesas  y bancos de granito muy limpio para descansar o comer y cercano un bar que supongo sirve comidas y demás.
Abajo, una paz impresionante, como cuando te encuentras en una verdadera catedral, pero sin las toses de viejas, viejos y fumadores.  Bueno, también los que comienzan a engrendrar una gripe.
Y con los pies empapados, continué todo el día. Es que no lo notaba.  Dentro, muy dentro, la visión apocalíptica de unos engendros que asomaban sobre mi, que me desafiaban y yo temeroso me encogía porque los sentía caer para formar mi portentosa tumba.  Pero también he sentido los rayos del sol, que esos si, me estaban dando vida en medio de un mundo fantasmagórico.
Volveré, no muy tarde, porque ahora para lo que queda, tengo la prisa que jamás tuve. Prisa por verlo todo, por no perderme nada, aunque bien pensado, ¿de qué me va servir?..
Será otra deformación.  Será.

sábado, 9 de octubre de 2010

PALABRAS OCULTAS.



Cuando niños, nos sentábamos formando un círculo sobre la hierba, hacíamos girar una botella y a quien quedara apuntando, tenía que iniciar la ronda de palabras malsonantes, entonces también llamados  pecados por los sacerdotes, palabras que escuchábamos a los mayores; al del carro de las gaseosas cuando le hurtábamos alguna o al carretero de la calle de la Tierra, que tenía un caballo negro como el hambre, imposible de domar y al que continuamente decía sartas de maldiciones, que nosotros, caracoles que asomábamos a la vida, en principio nos asustaban pero, como el sentido común es el peor de los sentidos, nos hacían gracia, tomábamos nota e íbamos archivando en nuestro insignificante cerebro, abierto a todas las novedades, era hasta del todo lógico porque apenas estaba ocupado.
Lo primero, como es de suponer, era decir aquello de culo, pito, teta y partir de ahí, de carrerilla tantas, que ante alguna nueva que alguien había aprendido, nos asustábamos.  Algunas, también nos las decían los mayores que conocían nuestro juego. Y era así, los mayores nos cuidaban, nos defendían, para luego hacer nosotros lo mismo con los que nos seguían en aquella inmensa barriada. Hasta el conserje, al que temíamos, salía en defensa nuestra.
Cuando la familia se fue a vivir a otro lugar, a otra casa,  haciendo mi madre de inermediaria conocí a un vecino pequeñajo.  Era el niño más golfo que parió la madre naturaleza o la misma Gea con intervención de Urano. Tenía apenas unos seis años, pero le habían enseñado tal vocabulario, que inocente, lo soltaba de carrerilla como yo hacía, pero mucho más ampliado ya que metía a vírgenes, santos e incluso al jefe de todos, sobre todo, cuando su madre se empeñaba en bañarlo.  Me hacía gracia que con su lengua de trapo hubiese aprendido tanto y tan pronto; me bastaron unos caramelos y un peón que apareció por casa para hacerme su mejor amigo; siempre a mi lado, le dejaba disparar con la escopeta de balines a unas botellas que colocábamos en un inmenso campo cercano, le enseñé a cazar grillos introduciendo una paja en su agujero, echando agua o en último caso y de no haberla,  meando para que saliese a la luz. Creció rápido, cuando le vi de nuevo, era un ejemplo de chaval, serio, servicial y hasta elegante el muy puñetero. Con anterioridad  mi madre me lo había dicho, pero era incapaz de creerlo y si, había dejando de una santa vez a las vírgenes, santos y demás en sus respectivas peanas. Cómo va enseñando la vida.
A bordo de un barco, las palabras malsonantes, están a la orden del día.  Como nadie corrige a nadie y lo que decía el pater a ese respecto importaba bien poco, llega a confundirse ese potente vocabulario, con una serie de adverbios de tiempo, de cantidad o de lugar que también sirve.  Es la jerga y a nadie llama la atención, pero claro, al pisar tierra, se recupera la forma primitiva de hablar, de vez en cuando se escapa algo, pero, si estás ante una dama pides perdón y seguramente ella contestará: -Qué si, coño, que si; que estás perdonado. Que no ha sido para tanto.
Puñetas, como va cambiando todo.
Hace algunos años, las mujeres que siempre vestían de luto, se santiguaban cuando a su lado sonada una palabrota y, si se escuchaba un coño portentoso, dicho con todo el golpe de los pulmones, porque al obrero o carpintero que trabajaba en su casa,  un martillo, al intentar clavar una punta en la pared, había salido disparado y le había golpeado con fuerza los dedos segundo y tercero: - Haga usted el favor de no decir pecados -decía la enlutada-. Si, señora, respondía el hombre y guasón continuaba, diré: caramba, que mala suerte he tenido, sin querer me he golpeado con fuerza los dedos y me duele mucho.
Cuando el carpintero marchaba, la enlutada daba el grito de guerra a la criada: Hermosinda, ¡joder!, no me calientes tanto el agua, ¿quieres que me despelleje?.  ¡Ojalá!, decía por lo bajo la aludida.
Observarán, que la primera palabra "gorda" la ha dicho una mujer, seguramente de misa y comunión diaria y golpes de pecho continuos.  De misa seguro.
¿Pecaste?.  Si, padre. ¿Cuánto?.  Algo. ¿Cuánto es ese algo?. Un poco. Vamos a ver, sin rodeos -aquí comenzaba a cabrearse y se lo notabas-. Siete o diez veces. ¿Qué pecados?.  Palabrotas. ¿Cuántas?.-Pues... miles. ¿Y contra el sexto?.  Mentalmente comenzabas: el primero amar a dios sobre..., el segundo..., el sexto, no fornicar. ¿Qué  es eso de fornicar?; con toda la inocencia preguntabas. ¿Te has tocado?, todos nos tocamos. ¿Te has tocado solo?.¡ Pufff !, ahí te cazaba bien cazado, pero no decías verdad, decías mucho menos por temor a tener que rezar uno o dos rosarios dentro de la iglesia, mientras en el exterior sonaban los gritos y voces de los niños que jugaban. Y además reza, un Señor mío Jesucristo...Afirmaba, pero en mi vida aprendí aquella oración.
"La ley y la moral, prohiben la blasfemia" se podía leer en todas las estaciones de tren y creo, que se llevaba a cabo porque mezclados con la gente, estarían los de la secreta que les llamaban,  a punto de saltar en el cogote del primero que se saliese por la tangente. Tanto es así, que los maleteros con sus largos carretillos, que caminaban veloces a la llegada de cualquier tren, cuando tropezaban entre ellos, ni se molestaban, una sonrisa y a continuar para no perder el día. ¿Qué le debo?.  La voluntad, siempre la voluntad, que suponía mucho más dinero que si aplicasen una tarifa por realizar, a veces, un corto recorrido.
Pero es hoy, que gracias a la vida, jóvenes, amas de casa, hombres de traje y oficina, de fábrica, viajantes, curtidores, criadores de canarios, carreteros si es que quedan todavía, van o vamos hablando lo que el diccionario recoge en sus páginas, todo el diccionario no, únicamente lo que nos interesa y de ahí, todo el cariño que tengo a la obra de Cela, desde muy pequeño.
De niños, ante nuestro primer diccionario de español o castellano, corríamos ávidos por sus páginas intentando encontrar la primera palabra que siempre nos llamó la atención, "puta" y lo que seguía, ramera, mujer que comercia con su cuerpo;  ya nos descolocaba, no era lo que esperábamos,  seguíamos para buscar ramera y al encontrarla,  nos regresaba a puta  y fastidiaba, porque teníamos que pasar tiempo y tiempo, buscando ahora la nueva palabra.  En un principio, como no estábamos duchos en el manejo, nadie se molestó en enseñarnoslo, nos costó trabajo, pero una vez aprendimos, lo bordamos buscando las palabras a gran velocidad.  Muchas veces recordé el bien que nos hubiera hecho, cuando sentados, formando un círculo en la hierba, hacíamos girar una botella y a quien quedara apuntando, iniciar la ronda de palabrotas aprendida de la sabiduría popular. Con un diccionario al lado, vaya ventaja sobre el resto.
Todo lo de hoy, tiene un por qué, viene a cuento porque, después de caminar bastante tiempo, al llegar al portal, el ascensor había dejado de funcionar.  Por tanto, me armé de valor y uno a uno comencé a subir los escalones, muchos escalones que me faltaban para llegar al piso once.
En principio caminé triste y repetitivos los pasos que iba dando más, cuando llevaba un par de pisos, me vino a la memoria, pobre memoria en tal caso, aquel juego de decir palabrotas, en mis tiempos de vida en  Canido.
De ese modo, comencé: culo, caca, teta, coño..., pero son tantas las escaleras a subir, que pronto me quedé sin vocablos. Entonces la mente, desarchivó a mis amigos de juegos, de escaramuzas en el instituto, a los "robadores" de fruta, a los que subían conmigo a los montes y nadábamos completamente desnudos en pleno invierno en La Malata, buceando mejillones que asábamos sobre una lata de membrillo. También recordé a los puñeteros que llenaron de pintadas la muralla de Fenosa en Santa Marina con mi nombre y otros nombres que tenían que ver conmigo y que un día, subiendo por el lugar con mi madre, leyó alguno y me preguntó: ¿No serás tú?.  Mamá, por favor.  Cómo puedes pensar eso de mi...
Y don Jesús, el cura de santa Marina, corriéndonos por las huertas tras cazarnos dentro del cementerio realizando una autopsia.  No recuerdo nada más. Seguramente que tropecé con una piedra y me caí.
Si, bien puedo ser eso.

jueves, 7 de octubre de 2010

CASTRO DE COAÑA






En el lector, van corriendo temas de Medina Azahara, que suenan a gloria pero, mi pobre cerebro, me pide me traslade a lo recorrido el pasado fin de semana, por las hermosas tierras y caminos de nuestra vecina Asturias.
De todo lo visto, me quedo con el castro del ayuntamiento de Coaña y así se le conoce.  Veréis, si uno va desde Ferrol o Coruña por la Autopista del Cantábrico, poco antes, a unos ciento y pico o doscientos metros no más, de llegar al río Navia, se toma a la derecha, una carretera señalizada que conduce -incluso pueden ir autobuses- a ese fantástico lugar, rodeado de los típicos paisajes asturianos, llenos de color y luz.
Todo está perfectamente señalizado. Dentro del horario de apertura que podéis ver en la primera diapositiva ampliándola, caminaréis por senderos rodeados de vegetación, castaños,abedules y no lejos, salteadas, algunas casas de labriegos.  De vez en cuando también se pueden ver, torres de hierro oxidado que en otros tiempos sirvieron para la recuperación de mineral y casi un par de siglos antes, para que los romanos extrajesen el oro sin dejar ni pizca para los que ahora ocupan el lugar, que para eso es, la cuenca del Navia. Finalizado el corto camino se llega al castro muy bien conservado, limpio, amplio en el que jóvenes guías, conocedoras de la historia de aquellos tiempos, os relatarán de forma agradable lo sucedido en el lugar y todo aquello, que representa el conocimiento de personas que nos precedieron no hace mucho y es que el tiempo vuela.
Es un asentamiento del siglo I.  Antes de acceder, un lugar de saunas nos da la bienvenida. También unas enormes bañeras, que recuerde, una en el camino, partida en dos. Un camino que se señala por medio de pizarra muy abundante en la zona, que en vez de colocar una sobre otra, lo marcan, clavándola en el suelo y al final, lo que fueron dos garitas para los vigilantes a la entrada del poblado y no lejos, lo que sería el cuerpo de guardia. A partir de ahí, el inmenso castro.
Todas las construcciones se hacen a base de pizarra, unas sobre otras. Me imagino un día de lluvia el brillo que deben desprender.  También se muestran utensilios como morteros o molinos formados por dos piedras labradas, todos ellos  de granito.
Dos murallas rodean el castro, una Acrópolis, es decir, un terreno alto fortificado y un "barrio norte" en donde se encuentran un buen número de cabañas, saunas y otros tipos de estructuras. Un foso, también forma parte del monumental aparato defensivo y es que la muralla de la Acrópolis, en algunos lugares, tiene unos tres metros de espesor. Estas murallas se levantaban colocando y elevando lajas a un lado y otro y en medio, se rellenaba de tierra.
En el conjunto, aparecen los "barrios", grupos de dos o más cabañas, cuyas puertas se orientan hacia una calle o bien hacia una plazoleta, lo que demuestra, que hubo una planificación previa.
Respecto a las cabañas, sus plantas pueden ser circulares, cuadrangulares y otras en forma de elipse.  Sus muros, bien pudieron tener unos dos metros de altura e incluso más, ya que se conservan muros de casi cuatro metros.  Hay que significar, que la cabaña castreña, no comparte muro con sus vecinas.  El tejado solía ser de paja o de retama.
Hasta este momento presté atención a la joven guía.  Como soy más bien de caminar a mi aire y libre ir descubriendo, admirarme sin que alguien me lo cuente, le pedí que no me tomase por un mal educado, que había estudiado Arqueología -no le dije que no había prestado mucha atención- y que me dejase suelto. Ella, encantada de tener un "colega" cercano.  Lo siento rapaciña, pero es que prefiero caminar a mi aire; ya tendré tiempo después de documentarme y prueba de ello, es que a través de una compañera, me ha llegado un artículo que escribió en su día García Bellido, precursor hace unos 40 años de que saliese a la luz el lugar. Información que ha enviado su hija Julia.
El castro, se encuentra en excelentes condiciones y lo bueno, es que puede ser una excursión que se realizar desde el noroeste, en muy pocas horas, por una carretera muy buena.
El que escribe, continuó por otros lugares hasta que los nubarrones en lo alto se volvieron negros y el viento, siempre presente, no dejó de hacer de las suyas, sobre todo a las mujeres que caminaban con faldas, que  las apretaban  contra las piernas por delante, para que no se volviesen a levantar, pero, dejaban sin cobertura la retaguardia y vuelta a empezar.  Hace tiempo, abrimos ojos como platos la escena de Marilyn sobre el respiradero del metro; pero es que hemos madurado tanto, que la gente de ahora, ni importancia.  Al menos en algo, comenzamos a equipararnos a los países más abiertos de Europa.
Podía copiar la información que tengo y de ese modo continuar escribiendo, como relleno de lo que supone la visita al castro de Coaña pero lo veo del todo ilógico, sería una forma, de que la mollera dejase de trabajar y a estas alturas, no es bueno, nada bueno aunque, es buena época para olvidar lo que no interesa recordar, pero es tan difícil. A los viejos todo le resulta difícil. ¡Ah! y  para los ferrolanos, a la palabra "coña", le suman la "a" y recuerdan el nombre del lugar, Co ( a )  ña.
Regreso al castro.  Cerca de él, la ciudad de Navia en la que encontraréis sidrerías muy acogedoras.  La comida no es cara y se aconseja el pote asturiano, una especie de caldo mezclado con cocido gallegos. De él guardo un grato recuerdo en Taramundi hace algún tiempo. Estaba tan bueno, que yo, que no soy nada comedor, me metí un par de platos. Parecía que los ángeles, ese día, les había tocado trabajar en las cocinas.
Hablando de Taramundi, otro lugar digno de visitar en menos de un día y para aquellos a quienes guste la naturaleza sin trampas, tal como es y debe ser, con molinos, batanes, una pequeña capilla, artesanos que hacen cuchillos.  Por lo visto el hombre que los hacía falleció y ahora cuatro chavales han aprendido el oficio, dicen que son bastante buenos. Caminar por Taramundi, es hacerlo por un lugar de ensueño, que al final vienen siendo, ensoñaciones una tras otra.
Y como el cerebro dice ¡basta!, le hago caso como siempre, dejo de escribir y a esperar paciente a ver lo que se le ocurre.  Él dirige, yo, que remedio, obedezco.
Y de ese modo, de momento nos llevamos bien.
Al menos es lo que creo.

BOFETADAS