viernes, 29 de octubre de 2010

LUNA, LUNA, ¿PARA CUÁNDO?.





Al llegar la noche, cuando las cigarras llevan un buen rato en silencio, cuando los grillos inician su música de cortejo, la niña asomada a la ventana mira a lo alto, a una luna muy grande que lo ocupa todo, cubierta de una capa de plata muy brillante y a la que pregunta, ¿para cuándo?.
Y así, noche tras noche la misma pregunta, ¿para cuándo?, aunque sabe que la luna no le responderá porque su cuerpo ahora redondo, se irá encogiendo hasta tomar la forma de un plátano en donde los poetas se cuelgan para encontrar palabras o para, si cuadra, colgar sus abrigos, sus sombreros.
En alta mar, un marino a través de un portillo, tampoco ha dejado de mirar noche a noche la hermosa luna. También le ha hecho la misma pregunta y hoy de nuevo, cuando Selene se refleja en el mar calmo, presumida, escucha sin inmutarse, eso es  lo que le parece al marino, ¿para cuándo?.
Ello se repite mes a mes, año tras año convirtiéndose en costumbre, más la luna, como siempre, impasible, unos días mira y ronríe, otros se va encogiendo hasta convertirse en un par de astas con que los toros recién nacidos sueñan, bajo un olivo cualquiera, en sus noches de vigilia.
¿Para cuándo? pregunta la niña, sin que la luna le pueda responder: para nunca. Tampoco le puede decir que el barco, con casco de madera, al ser golpeado quizás por uno de esos enormes troncos que flotan escondidos en el agua, ha enviado a la nave al lugar en que habitan esas sirenas que tapan a los marinos la nariz y la boca, con un ungüento para que no se ahoguen y se queden para siempre a su lado enamorándolas, ayudándoles a construir sus palacios pues es bien sabido que son muy presumidas.  Algunos marinos llegan a casarse pero antes les ponen una condición, que no salgan nunca a la superficie y mucho menos cuando la luna, con su cara buena, los busca.
Esa es la razón de que los humanos jamás hayan visto sirenos y los que se imaginan, no son tal, son eso, imaginaciones.  Sirenas se ven, sobre todo en las Cíes a donde van porque es el único lugar del mundo, en que existen las algas para echarse al pelo y les huela muy bien. 
Hay sirenas buenas, sirenas malas.  Las malas son aquellas que no pudieron retener a sus marinos y ellos, escaparon sin previo aviso, que es como se deben hacer las cosas.  Las malas, para quien no las recuerde, fueron aquellas que quisieron retener a Ulises y a sus hombres.  No son inteligentes y de ahí que los hombres de la mar, las engañen y de ese modo, tienen fácil huir de las profundidades, pero luego, nunca se sabe a donde van.
A la niña que mira para la luna y pregunta, ¿para cuando?, ayer noche sintió algo en en su corazón, como si algo malo hubiese sucedido.  Cada vez que hace la pregunta, todo a su alrededor está vivo y mucho más el chirriar de los grillos; pero ayer cuando preguntó a la luna ¿para cuándo?, de improviso se hizo un gran silencio, todos callaron, incluso el continuo ulular del búho que siempre en la misma rama del viejo alcornoque, enseña creo que inglés, a los que quieren escucharle.  Cuando preguntó el triste ¿para cuándo? un sonido jamás escuchado se le fue introduciendo por los oídos, se acercó a su pequeño corazón y le dijo con un susurro: - Para nunca, para nunca, para nunca, para nunca... -.
La niña mira con tristeza a la luna que le sonríe porque sabe, que en esos momentos la odia y hasta se alegra de que cada noche se vaya achicando más y más, huyendo como si fuese responsable.  Como siempre, llega un día en que se hace de nuevo grande, enorme, mayor que nunca, la niña la mira y ella se tapa vergonzosa con una nube, pero la nube quiere continuar la marcha y ella la retiene para colocarla de nuevo como un velo ante su rostro moruno.  Cuando sucede, la niña y su familia numerosa musulmana ante la luna ahora mora, lo celebran con cánticos, bailes, sabrosos pasteles...  En el fondo de la habitación, la madre dice a la niña que no estaba para ella un marino. Su primo Amed, que no lo es y si vendedor de alfombras, la espera a condición de que se olvide de mirar a la luna.  Quizás un día le desobedezca y vuelva a soñar con el marino ayudada por la luna.

Hubo una vez un matrimonio que se querían, pero llegó un momento en que por el más mínimo motivo discutían, reñían continuamente y es que, siendo muy jóvenes, no habían conseguido tener un hijo.
Una noche en que el hombre caminaba por la orilla del río cercano, intentando calmarse a causa de la última riña habida, sintió como si alguien lo llamara. Miró a todos lados y al hacerlo hacia lo alto, una luna enorme y muy bella le habló: - Si quitas todas esas ramas del río para que yo pueda mirarme, te concederé un hijo. No se lo digas a tu esposa.
El buen hombre trabajó día y noche, pero cada vez que marchaba para comer, al regreso, el río estaba de nuevo lleno de ramas. Cansado, comenzó a caminar río arriba para ver de donde procedían tantas hojas y ramas. Al cabo de tres meses, se encontró con un gran dique que los castores habían construido y que siendo tan grande, de vez en cuando se les soltaban partes que iban río abajo.
El hombre habló con el que parecía ser jefe de todos y al que pidió de rodillas que ataran bien el  dique, no dejasen escapar trozos por el mucho trabajo que le suponía el reconstruirlo.  También les contó el acuerdo que tenía con la luna.
Apenados le prometieron atar bien las ramas si él, continuaba río arriba para decir a los leñadores, que no echasen al río troncos tan gruesos, difíciles de manejar porque  muchos de ellos, carecían de incisivos de tanto roer las ramas.
Al cabo de seis meses encontró a los cazadores quienes conociendo su historia, prometieron tirar al río ramas pequeñas. También le desearon toda la suerte del mundo y que le llegara el hijo deseado.
El hombre entonces, desanduvo los nueve meses, con unas ganas enormes de llegar al espejo de la luna, dejarlo del todo limpio para ella. Cuando al fin, la zona quedó perfecta, el espejo limpio como jamás había estado, el hombre, alzó la vista y a su izquierda, una luna terriblemente delgada, ni tan siquiera lo miraba, le señaló un lugar en donde quedaban unas hojas mortecinas y suciedades.  Siguió retirando las hojas, pequeñas ramitas que habían llegado, lo hizo durante días.  Cuando lo creyó perfecto, el hombre alzó la mirada y allí estaba enorme, muy bella, la luna más hermosa que jamás había visto. El hombre dijo que había cumplido su promesa, ¿para cuándo?, cumpliría ella la suya.
La luna, con voz pausada, mirándole con tantos ojos que tiene, más linda que nunca le contestó:- En el vientre de tu esposa he dejado un hijo-.
El hombre cae al suelo, se arrodilla, los nervios le pueden, no es capaz de articular palabra, se levanta, corre y corre hacia la casa y al entrar feliz,  nada más traspasar la puerta, se da de bruces con su esposa y otro hombre, uno nuevo que ocupa su lugar en la vivienda. No entiende nada, pero le queda patente cuando ellos se abrazan.
Dice la mujer: - Tantos meses has tardado que creímos habías muerto.  Vivo con un nuevo hombre y al fin, después de tanto tiempo, vamos a tener el hijo tan deseado, no te puedes figurar lo feliz que me hace ser pronto madre-.
El hombre calla, camina en silencio hacia el río.  Se mira al espejo de la luna, no se reconoce.  Comienza a echar ramas al espejo, trapos, papeles, sacos viejos, todo aquello que encuentra ,de todos los tamaños.  No sabe que la luna, tiene todos los espejos que quiere en nuestro mundo, los de los océanos en calma, los mares, lagos y ríos que aún, por suerte no están contaminados.
¿ Para cuándo ?, te pregunto... luna.

A  la pequeñaja Inés, mientras crece.

BOFETADAS