miércoles, 3 de noviembre de 2010

DÍA DE DIFUNTOS.






Siendo niños, hacíamos apuestas sobre quien era capaz de permanecer más tiempo en el interior del cementerio de Canido, hoy ya desaparecido, para dar paso a un instituto. Era un buen cementerio, al menos, tenía unas vistas fabulosas, amén de ser muy soleado y cercano a las casas.
Esperábamos la noche, para luego, uno a uno ir accediendo a su interior, pasando entre los barrotes que formaban la verja. Había quien salía de inmediato pues unos a otros intentábamos asustarnos.  Otros caminábamos hasta una tumba sobre la cual había un gran barco de metal, quiero recordar que allí permanecía lo que quedaba de un almirante. Era mi hermano Jesús, el único que caminaba hasta que lo perdíamos de vista, porque había entrado en la gran oscuridad y al cabo de un buen rato aparecía de nuevo con las manos en los bolsillos, sonriendo ganador, como si caminase por medio de la calle Real.
Cuando un colegio que estaba encima del Cinema, pasó con ayuda de los alumnos todos sus enseres y mesas para el Ensanche, el pequeño "patio de recreo" se encontraba en muy malas condiciones.  Un día en él, aparecieron un pico y una pala "olvidados",  de ese modo, en medio de los juegos y tomando aquellas herramientas como un juego más, los alumnos, fuésememos allanando el suelo y de ese modo, una pelota, corriese más o menos, como lo hace en lo llano. Alguien se ensañó con el pico en un alarde de fuerza, que de repente en el solar, aparecieron gran cantidad de huesos, con los que durante unos días nos divertimos.  Alguien mandó ocultarlos de nuevo, quizás fuesen de animales. Quizás, siempre nos quedó la duda.
Leíamos a Espronceda. Desde niño me quedaron grabados aquellos versos que decían: Me gusta un cementerio, de muertos bien relleno, brotando sangre y cieno, que impidan respirar.  Y allá un sepulturero, de tétrica mirada, con mano despiadada, los cráneos machacar.  Luego continuaba con lo de las queridas tendidas en los lechos; pero eso, es otro cantar que ahora no viene a cuento.
Para mi, hay dos lugares fantásticos para cuando uno necesita poner el melón en orden, quiere pensar o recordar momentos, en medio de una gran paz. Una catedral semioscura y un cementerio brillante por la lluvia fina que va cayendo sobre las lápidas, sobre los infinitos ramos de flores, incluso las de plástico también se pueden contar. En el primero, sólo te puede sobresaltar el chirriar de los goznes de la gran puerta, cuando es empujada lentamente por una anciana sin apenas fuerza. En el segundo, lo único que puede alterarte la concentración, es el rodar de un plástico o una hoja seca que el viento empuja o juega con ella, vete tu a saber.
Hay personas que temen la  llegada de la muerte, que no quieren pisar un camposanto por el temor que le causa, aún sabiendo, que en ese lugar sólo quedan los recuerdos de personas buenas que allí descansan, las personas buenas, nada más.  Es que cuando alguien muere, por muy cabrón que fuese en vida, cuando la palma, de repente, dicen de él  "que bueno era", lo suben a los altares a cambio de una pequeña oración o gran oración dependiendo de la cantidad de sacerdotes que la digan. Por contra, los pobres, al campo de los olvidados sin que jamás les llegue un rezo, sin que jamás una flor los adorne. No importa, es que ya nada importa nada.
Si vais a Praga, pienso que la ciudad más hermosa de Europa junto con Venecia, después de dejar el río Moldava que es visita obligada al puente Carlos, se camina hacia la ciudad vieja sin prisas y una vez ahí, a la Ciudad Pequeña y hacia arriba se llega al barrio de Josefov, un antiguo barrio judío con seis sinagogas y muchos bares. El mayor misterio de esa zona es cómo han podido sepultarse 30.000 personas en un pequeño cementerio que ocupa un solar que hace esquina en la calle, tiene  una altura considerable al estar unos cadáveres sobre los otros. Está en el  lugar, que marca el centro exacto del barrio. Se puede visitar, quita el aliento ver esa cantidad enorme de lápidas, de piedra gastada y renegrida, arrumbadas las unas, inclinadas y apiladas  las otras, como peleando para buscar un lugar en el recuerdo.  Todas ellas, protegidas por un techo verde de robles y castaños.
La parte más triste de la historia, sin embargo, no está en el cementerio, sino en el Museo Estatal Judio que exhibe candelabros, estrellas de David que se pudieron recuperar después de los destrozos y saqueos sufridos por el barrio en la Segunda gran Guerra.
En la sinagoga de Pinlaos, figuran los nombres de casi 80.000 judíos asesinados durante el genocidio nazi; la mitad de ellos, ciudadanos de Praga.  En otro museo cercano, el horror de la guerra se puede ver en los dibujos hechos por los niños cuando se encontraban en el campo de concentración.
En Pisa, también camine bajo enormes cipreses, que daban sombra a un cementerio judio. Al entrar hice ademán de descubrirme, un hombre, con una sonrisa amable, me dijo que no lo hiciera y de ese modo caminé con mis pensamientos ya que alguna vez que otra, esa paz la necesito como el respirar. Coloqué más de una piedrecita sobe las frías losas para dejar constancia mi intención de algún día volver. Quién sabe.
Siento y me duele mucho, la muerte de cualquier persona conocida. También desconocida si en un momento dado, la caja mortuoria pasa ante mi.  Cuando se trata de un niño, que no ha tenido apenas tiempo de ver lo que tiene a su alrededor, me parece una gran putada. Es que no encuentro otra palabra para describir ese sentimiento. Un niño que llega a la vida, se le recibe con todo el cariño, todos se acostumbran a él y de repente, un cáncer o cualquier otra enfermedad, se lleva esa vida que aún no ha visto nada. Me parece una gran..., sí, lo que dije antes.
Hay un cementerio que conviene visitar, además del de Lisboa; me refiero al de París, en lo alto de una colina desde la cual se otean las mejores vistas de la ciudad.  Es un cementerio que ya existía en el Medievo. Sus castaños llenos de alondras; todo tipo de árboles y flores; no hay tristeza en su interior, tampoco melancolía, mejor parece una galería de arte al aire libre. Las figuras de los amantes Abelardo y Eloísa, no lejos Oscar Wilde, más allá Moliere, Balzac, Ingres, Delacroix, Corot e incluso la desventurada Edit Piaf.  También Chopín que reúne a todos en medio de la noche para continuar la juerga aunque algunos, bajo el gran olmo, prefieren la tertulia.
Hay una tumba muy visitada, la de Jim Morrison, lider del grupo The Doors quien estuvo en el cementerio poco antes de morir y quiso que le enterrasen en ese lugar. No tardó porque, las drogas, inventadas por el hombre y no por el diablo como se cree, lo dejaron en ese hermoso lugar. Me han contado que hay cámaras de vigilancia alrededor de la tumba, el motivo, que sus fans  ya se han llevado al menos, cuatro lápidas.
Y ahora, en este instante, me llega a la memoria, algo que en Ferrol va quedando olvidado pero que en un tiempo pasado, por lo hermoso que es, fue corriendo de boca en boca  o en clase los chavales copiándolo los unos de los otros. Conozco la historia pero sólo escribiré el principio de algo que comenzaba así:  Que te diré por último, esencia de mi vida, si te he dicho mil veces, que te quiero cual a Dios...Tras ello, una terrible historia, que un día me contó durante una clase de latín, un sobrino del autor de los versos, posteriormente musicados.
Alguien dirá que tengo mono de cementerios.  El cementerio en si no lo necesito, la tranquilidad, la paz que en ellos ser espira, me encanta y si alguno de vosotros, un día de esos que salen malos, que no dáis pié con bola, acercaros a un camposanto en las primeras horas de la mañana. Luego me contáis.
De momento es todo.  No tengáis prisa por entrar para siempre.  Fuera, hay días en que se está bastante bien, incluso sale el sol. Pienso que se está mucho mejor que entre esas altas murallas, pero no siempre.  No siempre.
Un día me tendrán que explicar para qué levantan esos imponentes muros alrededor de los cementerios.

BOFETADAS