viernes, 12 de noviembre de 2010

LA CARTA OLVIDADA.







Para la gente, que hay mucha interesada por saber de donde vienen las personas y sobre todo las cosas, diré que mi madre fue la tierra y mi padre un árbol larguirucho y delgado al que llaman eucalipto. Un árbol más alto que los manzanos, los cerezos, el limonero de tía Elisa y ya no te quiero decir nada, si lo comparamos con una mata de fresas.  Lo malo de todo es que al contrario de otros árboles que perduran, que dan fruto aunque no tengan tanta estatura, a los que que miman; a mi padre lo cortaron con apenas cuatro años de vida, tanta era la necesidad de dinero, del  hombre dueño de todo, al que llaman Propietario. Al menos era lo que escuchaba.
Luego, nos cortaron en troncos y de allí a una fábrica en que nos convirtieron en pedacitos muy pequeños, si, del tamaño de una castaña.  A continuación pasamos a una gran olla que quemaba bastante para hacernos pasta y al final, aquí me encuentro en medio de compañeros a los que nos llaman "papel de carta", ordenados uno sobre los otros, en un pequeño estante de una hermosa escribanía que tiene un par de siglos , y sobre ella, después de correr una tapa, se escribe. 
Al atardecer, lo se porque el sol ya no es tan intenso como en otras ocasiones, el hombre mayor, que tiene unos enormes mostachos, ha tomado con mucha delicadeza uno de mis compañeros que deposita sobre la mesa.  Del bolsillo interior de su chaqueta ha tomado una pluma que le dicen de marfil, con muchos adornos dorados; le quita la tapa, apoya la mano sobre el papel y escribe: Amada mía... No continúa, estruja el papel y con rabia lo tira hacia un rincón de la gran sala. Toma otra cuartilla y desde la altura en que me encuentro, veo lo que escribe: Mi amada...  Tampoco le debe gustar, hace una bola con el papel que envía hacia el lugar que ocupa el anterior.  Ambos, al verse, se sonríen porque mientras no llegue una señora con la escoba, tienen tiempo y tiempo para contarse sus cosas.  Hay tanto que contar
El hombre de los grandes bigotes ha tomado otra cuartilla y escribe: Amada mía del alma... También la envía lejos de si.  Ha repetido lo mismo con varios compañeras mías y ahora, que he quedado sobre todas, me toma a mi con suavidad y con la misma suavidad me deja sobre el escritorio.  Primero, mira al techo un buen rato y a continuación, apoya sobre mi la pluma y escribe; Querida mía, perdona no te haya escrito con anterioridad, la enfermedad no me ha vencido aunque me ha tenido con mucha tos hasta hace poco..., -una lágrima cae sombre mi y se extiende mientras la voy absorviendo -y es que cuando se escribe con el corazón, los libros quedan anticuados.  Me gusta como escribe aunque, cada vez que pone el punto a la i o a la jota me clava el plumín, no es que lastime pero me produce una sensación rara que me pone muy nerviosa por eso, siempre estoy a sobresaltos, tengo que acostumbrarme.  También tengo que acostumbrarme a los acentos que no clavan pero hieren la piel.  El resto de las letras las llevo bien, sobre todo con el signo de interrogación, única manera de subirme a una montaña rusa e incluso hacer un looping. La ele minúscula me recuerda a mi padre porque el hombre la hace muy larga. La b, me hace soñar con el músico que hace sonar  el bombo a la llegada de los circos a la ciudad..
El hombre que de vez en cuando atusa el bigote, cuando termina su escritura, levanta más el brazo y lo deja caer para marcar el punto y final y ahora, si que me hace daño. Lo ha hecho con saña y por mucho punto y fianl que sea, vaya si duele. ¡Ah!, si pudiera hablar me iba oír.  Si se lo hicieran  a él...
Al cabo de una hora de manoseo sobre mi, me clava dos rasgos en una firma que llaman ilegible.  Me separa a un lado porque ha tomado de un estante un sobre blanco.  También los he visto con bordes negros, otros mayores y los hay tan grandes, que caben todas las cuartillas en su interior.
Qué bien huele el sobre.  El sobre me ha dicho que yo también huelo muy bien.
Y es que siendo un papel, por tanto, del género masculino, macho que le dicen; sin más me han convertido en carta, a todas luces femenino. ¡Ay!, que me va dar algo.
El hombre del inmenso bigote me dobla y me introduce en el sobre que ha escrito.  Lo cierra pasándole la lengua, casi me ahoga, menos mal que han quedado dos agujeros abiertos que no tienen goma y de ese modo puedo respirar bastante bien y hasta ver lo que sucede a mi alrededor.  Es que soy muy, muy chismosa, como casi todas las cartas que van de un lugar a otro, algunas sin sobre que tienen la misma validez, si quien la recoge es la persona interesada.
Dentro del sobre se está bien, tan bien, que si me dejaran para siempre, no me importaría.  El sobre que tiene mucho conocimiento, rompe mi manera de pensar, para decirme que algún día, no sabe cuando, nos separaremos de nuevo. Y yo que me estoy acostumbrando a las  charlas del sobre, porque de un vistazo lo ve todo y me lo cuenta... ¡Ay!, que me acaban de dar un buen porrazo. El sobre me dice que no ha sucedido nada, simplemente que el bigotes, ha pegado un sello sobre él, pero el puñetazo ha sido terrible.
He salido a la calle, el hombre nos pasea.  Veo de nuevo árboles, edificios y unos monstruos que caminan a gran velocidad.  Los hay de todas formas y colores y algunos, llevan los ojos encendidos como si fuesen enfadados. Que cosas tan raras a las que se suben las personas. Ese mundo debe de andar loco, con lo tranquila que estaba en casa de charloteo con las otras cuartillas y con los sobres.  Había unos de color marrón, que eran unos prepotentes, iban de listillos, eran muy suyos. Decían que eran sobres secretos, nunca me lo creí. Eran, unos botartates.
De repente alguien me traga.  Bajo por un lugar muy oscuro y al poco, caigo encima de otros sobres que, no te puedes imaginar la juerga que llevan, por culpa de dos sellos de distinta nacionalidad.  Se están peleando porque uno alega que los dólares tienen más valor que los euros y el de los euros todo lo contrario. Pasado el enfado, el montón de cartas va disminuyendo.  Poco a poco dejamos de estar aplastados sobre la gran mesa y sin motivo alguno a todas nos ponen de canto.  A gran velocidad vamos sobre un carril, el sobre dice que se está mareando tanto, que comienza a sudar motivo por el cual se le suelta el sello. La máquina entonces se detiene, no nos dan el último puñetazo como a las demás que les pintan rayas negras y un redondel también negro con una fecha. Le llaman, me parece, matasellos.  Pero no los matan, están jugando, sólo fue una bofetada que el sobre ni siente. A nosotros nos separan porque no llevamos el sello.
Pasamos a un nuevo cajón que tiene más sobres.  Uno de ellos, veterano por lo sucio que está, nos dice que hemos pasado a ser las desheredadas del servicio de Correos.  Dice, que somos pobres porque carecemos de sello o de dirección postal como a él  le sucede, que permaneceremos en ese lugar mucho, mucho tiempo. Debajo de mi, una carta llora, le habían dicho que conocería muchos países y ahora, no nos dejan viajar porque somos pobres, carecemos de un miserable sello porque quizás, el hombre que lo colocó, a la hora de pegarlo no lo hizo con saliva porque el gran bigote no le permitía acercarlo a la boca y lo que hizo, fue pasar ese montón de pelos sobre el pegamento de la estampilla. Seguramente alguno tenía mojado y por eso aguantó un trecho..
Un sobre cercano, que habla como un flautín, lo afirma, "no tenéis señales de pegamento en el sobre". Motivo por el cual ya no poderemos viajar. ¿Qué dirección hay en el sobre? pregunto a la carta cercana.
En el sobre está escrito:  A la atención de la Vida
                                      A la atención del agua, del sol, de las estrellas.
Pienso, que el hombre del mostacho no tenía a quien escribir, está tan solo, como ahora lo estamos el sobre y yo, en este cajón oscuro.

A la pequeña Inés mientras crece, mientras ríe, porque ahora al fondo, ya ve la luz de la vida.
Pequeñaja linda.

BOFETADAS