martes, 6 de noviembre de 2007

MAR






Dicen que la palabra mar, al pronunciarla, tiene un sabor a salado. Dicen, que todo lo que tiene que ver con la mar, tiene un algo que enamora, si no, que se lo pregunten a los de secano.
Pero a nosotros, a los de litoral, que nos han parido en medio de las olas, nos encanta el mirarla y apreciar la vida que tiene con sus constantes movimientos y ser tan presumida, con tanto colorete cambiante que muestra.
Desde muy pequeño la amé y la disfruté en compañía de mis amigos, niños que mirábamos la posición del sol para calcular la hora y poder o no bañarnos, por aquello de la digestión.
Un día que mis padres paseaban por la Malata, el bueno de mi padre preguntó si aquel niño que nadaba a lo lejos era yo. Mi madre convencida, negó pensando que era imposible que yo fuera capaz de flotar, porque, las pruebas a las que me sometía en casa -tocarme con su lengua la piel buscando sal -, daban negativo, y los bañadores siempre estaban secos. Conoció pasados los años que me bañaba desnudo y luego, me duchaba en el túnel, con aquella agua helada.
Si por ella fuese, por sus miedos, jamás aprendería a nadar, cosa que hice antes de los siete años. Lo hice, porque amaba al mar y nadar, era una forma de abrazarlo.

BOFETADAS