sábado, 25 de septiembre de 2010

SIEMPRE ME SUCEDE.





    Empujo hacia el exterior las contraventanas que se separan gimiendo.  El día se presenta con todo su explendor, hasta parece más limpio.  Bandadas de palomas cruzan ante el disco naranja que luce pero  no molesta.  Una pareja de aldeanos, que no han sido invitados a la gran boda, caminan tras un pollino, con los aperos al hombro, para comenzar las duras y tristes faenas del campo.  Dos niños los acompañan, corriendo y gritando a su alrededor y hasta el pollino, inicia un rebuzno como queriendo también tomar parte.  Al doblar una vereda a la derecha, los pierdo de vista.
    Los hombres van saliendo de sus habitaciones y bajan al gran patio de la posada, forman una fila irregular, esperando el turno para asearse un poco, pues es un gran día para ellos. Miran a lo alto y les sonrío aunque no les conozco. Entre ellos se gastan bromas y ahora cogen al menor, un joven muy moreno que patea al aire mientras es trasladado hasta un enorme pilón, en donde, sin contemplaciones lo dejan caer en el agua todavía helada por el rocío de la noche.  El chico que ha podido salir, tiembla y gime sobre una piedra que evita se llene de polvo los pies.  Uno de los hombres le acerca un trapo y con él, huye hacia las caballerizas a fin de recibir calor de los caballos.
    Cuando el patio queda vacío, me acerco al pozo.  Unos cubos de agua helada sobre la cabeza me despejan del todo y me hacen pensar en el chiquillo que tiraron al agua del pilón.  Necesitaba este frescor tras haber cabalgado casi un día entero.
    Es que hoy, se casan Elma y Lisardo.
    Elma, hija de una poderosa familia que por casa tienen una gran torre y desde lo alto de ella, divisan todas sus tierras que terminan en donde ya la vista no alcanza.  Los padres, una buena gente, alquilan los terrenos a la gente no pudiente a cambio de un poco dinero si ha sido buena la cosecha o una mínima parte de esos bienes. El padre de de Elma, don Cosme, ha participado y luchado en todas las batallas habidas y por haber, siempre, defendiendo el derecho de los reyes.  Es viejo y camina con dificultad a causa de una herida, más su bondad llega a todos los confines e igual es su mujer, siempre pendiente de cualquier detalle, esa cortina un poco torcida, las flores del jarrón que una y otra vez coloca y descoloca, la vela que ya no queda en la gran lámpara y hasta, sin que la vean, pasa el dedo por lo alto de los muebles.
    Los padres de Lisardo, no pertenecen a la alta alcurnia y nadie conoce, si don Rodrigo ha participado en luchas, lo más seguro que no.  Es un mercader poderoso que tanto comercia con Nápoles que con Amberes, no importa la distancia.  Está triste porque hace unos días, un temporal terrible le hundió dos buques, no es que le importen los barcos o las mercancías, que el Señor proveerá, lo que en verdad le importa es la gente que se ahogó y a pesar de que ha entregado buenos dineros a sus familias, sabe que nada compensa tanto, como el regreso de las gentes a sus casas.
    Y los novios, que desde niños se conocen, como niños han jugado día tras día, creciendo en medio de los campos, conociendo muchos secretos de la naturaleza, que bajo el ardiente sol se han bañado desnudos cientos de veces y sus conversaciones infantiles, los han tenido horas pendientes el uno del otro. Pero llega un día en que el canto de los pájaros en lo alto de los árboles se van apagando, en que el búho y la lechuza toman posiciones sobre una rama esperando cazar cualquier animalillo.  La luna es testigo del momento en que  la niña y el niño se han mirado de forma diferente, se han acercado el uno al otro lentamente, de manera distinta a otras veces y a continuación su labios se han juntado.  Al principio un poco, únicamente un ligero roce; se miran, comienzan de nuevo el juego que más tarde, les hace permanecer despiertos toda la noche tumbados sobre sus lechos, ya que el sueño en esas circunstancias es lógico que no llegue.
    Al siguiente día, muy temprano se buscan y se esperan vergonzosos.  Jamás nos separaremos dice él. Jamás lo haremos, dice ella.
    Y hoy, caminaran por un sendero estrecho, lleno de adornos florales que conduce a la pequeña ermita en donde esperan, guardando una distancia, labradores que hoy no han ido al campo, ya lo harán el domingo para compensar.
    Temprano también, ha llegado Lisardo el novio, al que acompaña su familia y parientes.  Todos ellos visten buenas telas, pero el novio viste jubón de seda, camisa de lino con hiladas de oro fino que lo recorren y una túnica con incrustaciones de piedras semi preciosas,  bordados preciosos en plata y oro, que el padre, personalmente, le ha comprando en Constantinopla, a un mercader turco.
    En medio de todos ellos, un cura que constantemente se frota las manos como si las tuviese frías bajo la calor que ya hace.  Quizás se las frote pensando en los buenos dineros que le dejarán tras la ceremonia y después, tres días de celebración a base de tórtolas tan suaves, que hasta sus huesos se deshacen, faisanes recién cazados para la ocasión, cochinillos, montones de cochinillos, las carnes adobadas que jamás se han comido, pastelillos de todo tipo, vinos llegado de fuera, los mejores caldos que se han visto en una mesa, y es tanto lo que sueña con el ello, que ha tenido que pasarse el reverso de la manga de la sotana sobre la boca, porque la saliva se le escapaba.
    Los labradores que siempre han admirado a  los poderosos, ahora se admiran de poder estar tan cerca de ellos sin que  molesten.  Luego, repartirán entre ellos unas monedas que es costumbre y de ese modo, también celebren tan señalado día.
    El novio y también sus familiares, hace un buen rato que han comenzado a impacientarse.  Pasa mucho tiempo de la hora señalada para la ceremonia.  Su novia y demás, no dan señales de vida.  Habían prometido ser puntuales e incluso ambos se habían repetido lo de jamás nos separaremos que dice él.  Jamás lo haremos que dice ella.
    Cuando el grupo más desespera, a los lejos un jinete a todo galope se va acercando, levanta una gran polvoreda, que lo aisla del paisaje.  Al llegar a la altura del grupo, se apea, la cara empapada en sudor y con voz entrecortada, va narrando que doña Elma ha desaparecido de la torre.  Los padres en su habitación hallaron un papel en el que había dejado escrito que marchaba con el padre Fermín, prior del convento de Aldevorilla. Quiere dejar esta vida que para ella carecía de sentido. pues,  no pudiendo amar a otro muchacho que desde hacía mucho tiempo quería, nada le importaba.  Lisardo era su mejor amigo, al otro, lo miraba y sentía de forma diferente. Para no hacerles daño, ingresaba en la zona de novicias de clausura, en donde permanecerá por siempre.
     La desesperación de todos los presentes, no se puede narrar y menos la de Lisardo al que la gente le dice que el tiempo, todo lo borra, todo lo olvida, incluso las peores mentiras y traiciones. Claro que se tarda y es muy es duro, demasiado duro; pero tanto en la Baja Edad Media como en otras épocas,  ha sucedido siempre y  para el  que lo padece, todo consiste en ir cambiando y oscureciendo una zona del cerebro, la zona del olvido que por lo regular permanece abierta y hay que ser paciente, hasta que de nuevo se cierre, entonces todo pasa al olvido. Hay veces, en que jamás se cierra porque las mentes no son capaces de ello, esa es la terrible. No se aconseja a nadie.
    ¿Y el banquete?.  Las gentes llegadas, los labradores con sus familias y en medio de todos ellos el señor cura en franca comunión, dan cuenta de todas las viandas en día y medio, cuando se suponía, según manifestaciones de los cocineros, que debeberían durar más de tres.
    Suena pesado e insistente el despertador.  Estiro un brazo y cuando la mano encuentra un botón lo pulso.  Calla y de nuevo el silencio.
    Lástima que todo haya sido un sueño.


      BOFETADAS