martes, 21 de septiembre de 2010

GALICIA MEIGA.


Los gallegos, somos muy dados a las leyendas, a todo lo que sucede por las noches en los bosques, en las cuevas, al lado del mar.  Muchos, incluso creen que son ciertas. Yo también.
Hace años en Baldranes -Tuy-, cuando el invierno apagaba temprano la luz del sol, nos reuníamos los de casa y otros que se sumaban, alrededor de una piedra en la que se asaban castañas que yo, había recogido temprano, bajo el inmenso árbol centenario, que una vez cuatro hombres intentaron abrazar, pero no pudieron.
Amaba aquel espacio de tiempo y siempre, permanecí atento a lo que allí se decía o se contaba, es más, todos lo estábamos y aunque las historias se repitiesen un día tras otro, la atención a la narradora -siempre era una mujer- me colocaba en un estado de tensión tal, que vivía aquello como si formase parte de los personajes.  Luego, toda la noche, pendiente del más mínimo ruido.
La reunión, comenzaba de la forma siguiente:
Vengo de la lluvia continua, eterna.
Vengo del fin del mundo.
Soy de donde el agua cambia la eternidad en melancolía y la melancolía se torna en nostalgia continua.
Vengo de la más hermosa tierra, que la naturaleza en su eternidad pudo parir.
Vengo de la piedra y el viento gélido del norte, eterno.
Soy del país que los hombres llamaron Galicia.
Soy de un lugar en que las manos abrazan la costa y el mar abraza las manos.
Soy de la tierra que los dioses quisieron llamar Eternia.
Luego comenzaba la leyenda, los ojos muy abiertos, la boca cerrada y seca y mi corazón a cien.
Todo ello sucedió en el siglo XVII, hace muchos años.  Antes de hacerse la iglesia del Castro, aseguran que primero estaba en Outeiro y desde allí, se cambió a su nuevo emplazamiento; pues dicen las gentes, que tras una silvera, apareció la virgen.  Los habitantes del lugar decían, que era un milagro y el cura párroco, pensaba y así se expresaba, que si la virgen había aparecido en aquel lugar, es que quería que la iglesia se hiciese allí.
Así se hizo, se construyó en la cima del Castro, tenía un cementerio en donde todavía reposan los cuerpos de algunos invasores franceses que vinieron a conquistarnos en el siglo XIX.
Cuenta la leyenda, que habíendo pasado poco más de unos años desde su construcción, volvió aparecer la imagen de la virgen en un lugar cercano.  Los vecinos, deslumbrados por semejante aparición que no presenciaron, volvieron hacerle caso al párroco y construyeron otra iglesia en el sitio en que ahora había tenido la aparición y que en la actualidad continua.
La leyenda, pone la perseverancia de la iglesia para provocar milagros a su antojo o conveniencia, cosa que debía de hacer todo el mundo con el sentido del bien y no otros que sólo quieren aumentar su pecunio.  Luego de unos años de estar la última iglesia construída en donde se encuentra, volvió aparecer la imagen de la virgen en otro lugar, pero esta vez, los vecinos más avispados de lo que lo eran los de los siglos anteriores, o quizás porque eran más pobres, se revelaron contra el cura y la iglesia quedó en donde está. La virgen los olvidó.
A lo largo de más de dos siglos, los diferentes curas del Piño, tuvieron cuidado de guardar el secreto de la aparición de la virgen y le encargaron al sacristán, a colocar la imagen a su antojo para una nueva aparición, pero aquel negocio se cerró sin más consecuencias. Pensar que era iglesia, cementerio, atrio y algunas veces carballeira. Un negocio redondo.
Los habitantes del lugar, dicen que Piño, se pasó a llamar santa María del Espiño, porque la primera vez, apareció tras un "espiño".
Otro que se contaba, era el del marqués.
Cuentan los ancianos del lugar una leyenda de un marqués de Bóveda, que tenía allá por el siglo XIX poderes especiales en la vista, por eso siempre se le veía con gafas de sol, para protegerse.
Cierto día en la feria de Rubián, como era costumbre, pasaban por delante de su palacio,  los campesinos que llevaban a vender sus animales.  Un día, en que el marqués estaba asomado a un balcón, le dijo a uno de sus asistentes al ver pasar un vecino con un par de hermosos bueyes, que si se quitaba las gafas, era capaz de matarle los bueyes al campesino. Su asistente no le creyó y, para demostrarle que lo que decía era cierto, se sacó las gafas y con el poder que salía de sus ojos, mató de inmediato a los dos bueyes, dejando al campesino arruinado.
Cuando murió el marqués, colocaron delante de sus ojos, una gran plancha de plomo, por si tenía intención de hacer un agujero en la tapa de la caja en donde fue metido y salir de ella.
Dicen que vaga por los cielos y cada vez que hay rayos, se supone que son sus ojos que siguen haciendo daño.
Pepa a loba, también formaba parte de aquellas horas de silencio y atención.
El padre de Casilda de Hilario, murió hace cien años.  Quizás algo más. Le contaba a su hija la historia que le había sucedido un día en que, gracias a un amigo pudo salvar su vida.
A finales del siglo XIX, este buen hombre, se dirigía a casa de su hermana, hermana que estaba en mejor posición que la suya, y es que se había casado con un hombre muy pudiente.  El hombre, caminaba siempre por un monte ya que iba a recoger las sobras de la comida de la familia de su hermana, para luego dársela a sus hijos.
Uno de los día que caminaba, vio el humo que salía de una hoguera.  Se fue acercando hasta que logró distinguir a una mujer, rodeada de hombres que asaban una becerra.

Pepa Loba, era famosa junto con la cuadrilla de forajidos que mandaba.
Uno de los hombres de la cuadrilla lo reconoció y habló en su defensa, contando que era pobre, una buena persona y que no iba a decir nada de lo que había visto.
Pepa Loba, todavía más enfadada, gritó de nuevo que lo mataran pues es bien sabido, que pájaro muerto no pía.
El inesperado amigo del grupo volvió a pedir clemencia por su amigo, jurando que guardaría silencio.
Pepa, al final, creyó lo que se le decía y perdonó a la persona, a condición de que jamás contase nada a nadie.
El hombre, jamás volvió acercarse a un lugar del que saliera humo, ni tan siquiera pisaba la cocina de su casa cuando en ella trabajaban.  Lo que si, mintió a Pepa Loba, fue contando lo que le había sucedido, razón porque hoy, nosotros, también lo conocemos.
Y así día tras día. Uno de ellos, me hablaron de los hombres lobo, de los chupasangres que cogían a los niños para vender su sangre al hospital de Vigo. Aquello me dejó por un tiempo sin salir de casa, hasta que alguien, supongo que Luz, me dijo que era una mentira.  Fueron muchas horas de cuentos y leyendas y no me costaba trabajo memorizarlos porque en muchas ocasiones, cuando venía gente nueva a unirse al grupo, los volvían a contar pero, como lo hacían de forma diferente, también gustaba.
Después de la vendimia, se hacía el aguardiente.  Para ello, venía a casa, un portugués que se pasaba todo la noche echando madera a un alambique, mirando si hacía rosario, -burbujas pequeñas unas al lado de las otras bordeando el vasito-, catando casi continuo el brebaje que iba saliendo y de vez en cuando, yo como ayudante, también lo cataba.Luego me enseñaba canciones que cantábamos. Nos llevábamos muy bien.
El portugués, era un gran contador de cuentos, de vivencias, había estado en la cárcel un montón de veces por asuntos de contrabando y, siendo mis intenciones ser de mayor también un contrabandista, lo admiraba, para mí, era la persona más importante que caminaba por la tierra cuando no estaba encerrado.
Tengo tantas vivencias de esa pequeña aldea, que muchas veces he pensado que los críos no se deberían de criar en las ciudades, su lugar está en las aldeas, corriendo o caminando por los campos, descubriendo nidos, senderos, caminos, viviendo en libertad que es como mejor se forma el alma. Tiempo tienen luego, para asistir al colegio.
Fui un privilegiado y no se a quien darle gracias, quizás a mi enflaquecido cuerpo, motivo por el cual me levaron para un lugar, que si la gloria es parecida, me digan lo que hay que hacer para ir a ella.
Lástima que Stephen Hawking, haya descubierto a estas alturas, que tal cosa no existe.
Tampoco a mi, de haberla, me tocaría.

BOFETADAS