lunes, 20 de septiembre de 2010

EL SUR CERCANO.


En el aire flota la música de Manantial, un grupo que junto con Triana, Alameda, Medina Azahara y alguno más que no me llega, siempre formaron lo más representativo del rock andaluz, lleno de hermosa poesía y buen sonido.
Casi todos los gallegos, por herencia, hemos sido siempre antagonistas con todo lo que representase el pensamiento y vivencias andaluzas. En el colegio lo practicábamos sin saber los motivos y continuamos haciendolo ya mayores sin tener la menor idea del por que ese comportamiento.  No obstante, una vez te mezclas con ellos, una vez comprendes su forma y manera de vivir, que no es la guitarra continua y el tomatito a la hora de comer, entonces, puedes caminar a su lado por cualquier calle, por algún parque, charlar en la playa de la Victoria o si se tercia, en cualquiera de las muchas tascas que aparecen por todos los lugares.
El andaluz ha nacido poeta y a lo largo de su vida lo sigue siendo, más tarde con la edad, también filósofo. Son poetas haciendo la compra en el mercado; cuando venden los pescados recién llegados de los barcos o cuando caminan con aquellas cestas que cubren con un mantelito blanco, purísimo, que guardan en su interior las sabosas canaillas.
Sevilla, señorial para señoritos, para los de paseo en calesa y que los de a pie, los miren y admiren.
Cádiz, con su mezcolanza de personas es más hermana; todo el mundo cabe, nadie es extranjero.  En la Isla de León -porque Cádiz es una isla-, todo el mundo forma parte de ese todo, que camina sin prisa por sus calles estrechas o las anchas que también las hay, muy iluminadas, por la plaza de las Viñas, el Mentidero, por la cuesta de las Calesas, por el Parque Genovés y la Caleta, sin olvidar la Plaza de San Juan de Dios, punto de encuentro de aquellos que se quieren encontrar y que se buscan;  cerca, donde paran los buses que van a san Fernando un bar con una cerveza sabrosa y unas tapas de gambas que quitan el "sentio". También cerca del del Ayuntamiento, según se sube, una freiduría con todo tipo de pescados, que al atardecer, sentados alrededor de una mesa, en el centro una botella de vino oloroso o Chiclana, hace levitar al más pesado.  Y cuando el día se detiene y el aire perfumado lo llena todo; al tiempo que la gran bola de fuego rojo acarminado se va acostando en el horizonte, cubriéndose con un mar de oro, es entonces cuando la ciudad, de nuevo revive, las guitarras despiertan y empujan la voz del cantaor que acompaña con palmas y una vieja guitarra, el tanguillo timbrado que ahora se escucha.  A su alrededor el mismo silencio que en la iglesia y además, sin las toses continuas.  Un batir leve de palmas que ayudan al compás, se mezclan con las del cantaor, que la noche es larga.
Detrás del Ayuntamiento y hasta las cercanías de la Catedral, pescadores de todos los confines, gente vieja y jóvenes, marinos, curas de paisano y todo lo que se tercie, recorren arriba y abajo, calles poco o mal iluminadas porque los pecados, para que no lo sean tanto, necesitan de la oscuridad.  Es una especie de mercado de suburbio, todo se compra, todo se vende, incluso se convierte en verdad, aquello que por día lo ponen como ejemplo en la iglesia cercana, al dirigirse a su gente con un: -Hacer lo que os digo y no lo que yo hago-.
Aquellos que disponen de un poco más de dinero, no digo quienes, pasan de esos lugares porque cerca, un cabaret que incluso aguantó las embestidas de un generalísimo en España, abre su pequeña puerta sobre la cual han colocado un cartel que lo ha transformado en café cantante. Una vez dentro, te das cuentas que lo que dice el cartel es un camelo. No es caro y si tienes la noche predispuesta a pasarlo bien a base de risas, entonces si que te diviertes.  Fin del párrafo. Es que no recuerdo nada más.
La verdadera noche gaditana, está en las cafeterías cercanas a la playa de la Victoria, una lugar de encuentro en el que el frescor del Atlántico cercano, te permite caminar con más ligereza, charlar sin descanso porque se está a gusto y no con la pampera de las horas en que el sol está en todo lo alto.
Es una Ciudad en la que, tras comer frugalmente, aquí entra lo del tomatito, porque no se cuela otra cosa, hay que echarse una buena siesta, que dure hasta cerca de las ocho de la tarde para luego, caminar a la fresca, ir a cualquier cine al aire libre, tomar algo a la sombra en la calle Pericón o en la plaza de san Félix, lugares más tranquilos. Que las noches se hacen cortas.
Si algún día, Cádiz, la Tacita de Plata te aburre; vete al puerto en donde una lancha te puede acercar al Puerto de Santa María con playa, pinar y cocederos de cigalas y gambas en la vía pública.  Si te gustan los toros, Jerez no queda muy lejos. Su Feria, es importante, muy importante para ellos, pero si tu, gallego, pretendes pasarlo bien, como supongo que no tienes puñetera idea de sus bailes, por lo regular sevillanas;  como no eres socio de una caseta en donde se sirven buen vino y buen jamón, lo que te queda es pasear y cruzarte con parejas que desde lo alto de un caballo enjaezado, te miran prepotentes, porque tu caminas. Es su fiesta, acuérdate, no la tuya, pero si puedes acercate a un pueblo blanco, porque blancos son sus pueblos andaluces, que una vez lo pisas y lo pateas, ves las causas por las que encanta al visitante  y me estoy refiriendo al bautizado Arcos de la Frontera, a unos setenta quilómetros de Cádiz.  Un pueblo en que las casas trepan por la ladera del monte hasta lo alto en que una bella iglesia las recibe y desde lo alto, infinitas hiladas de olivos y mojándole los pies, el río Guadalete tan nombrado en los libros de historia.
Confieso, que siendo joven, todo lo que sonaba andaluz, me repateaba y aunque me decían que doblando aquel mapa, nos besábamos, como que no, que me quedaba muy lejano y hablaban de manera diferente, y en principio vaya si hablaban mal, cuando en Dos Hermanas, un sevillano intentó venderme quisquillas. No le entendí nada de nada y me frustró, pensando que si todos hablaban de la misma manera, jamás los entendería.
Hace años en que ya pienso de forma diferente. He recorrido sus alrededores, toda la provincia porque en ella he estado bastante tiempo, trabajando o estudiando por las mañanas, plena libertad para irme con los compañeros por la tarde y noche que nadie nos controlaba y que me permitió mezclarme con el Pepehillo, el Manolillo, el Pepín y tantos y tantos otros, que poco a poco o de repente, participaron de mis risas, de las juergas que es en donde queda condensada la amistad.  Las tascas, son lugares de encuentro y amistad en todo el mundo.
Si caminas temprano por cualquier lugar -hice miles de diapositivas que no se en donde andarán-, digo que si caminas temprano, el sol no molesta y hasta agradeces el frescor que te acompaña y hay una luz fantástica -si se quitan las horas centrales del día-, el resto de horas han sido  motivo para que un club de fotografía, junto con el que hubo en Ferrol, fueran los más antiguos de la Península.  Si te caen en suerte participar en los Carnavales, entonces de ahí al paraíso ya que, toda la Ciudad que durante un año ha permanecido en perpetua alegría, esos días se desborda, se supera y el chiste fino, bien tirado, por lo regular referido a los gobrnantes, no molesta pero hiere. Son sus fiestas y todo se aguanta. Por la calle, por todas las calles, niños, jóvenes, viejos caminan con sus músicas, esto es, una especie de flauta corta que emite el sonido que hacíamos con un papel de fumar y un peine, los que no sabíamos tocar un instrumento. Todos los chavales soplábamos aquel artilugio que emitía desde "Cerezo rosa" a la del "Negro zumbón", pasando por la música clásica.
Llevo muy grabado el regreso a puerto después de un montón de horas dando tumbos.  A babor Rota y al frente la Tacita de Plata en todo su esplendor, con los tejados de la catedral brillando que parecen hechos de oro y al aproximarnos el blanco de las casas y el faro de san Sebastián.  Al fondo, el puente Carranza que ampara el astillero de La Carraca.
En Cádiz estuve a punto de dejar la vida. Casi me daría lo mismo si al enterrarme me colocasen en medio de un cantaor y sus palmeros.  Esperaba la llegada de un compañero en la Plaza de San Juan de Dios. Acababa de comprar un helado en un carrito, me giré para caminar y tras de mi, muy, muy cerca, un golpe terrible.  Desde más o menos un noveno piso, se había caído la escultura situada sobre el Fénix, un niño sobre un ave semejante al pavo real que lleva las alas desplegadas, cuyo peso era de algunas toneladas. Al caer, lo que hizo fue hundir el pavimento y menos mal que sucedió de ese modo, porque si llega a rebotar, me voy sobre el dichoso pájaro a los infiernos. Hubo gente que me rodeó, algunos me tocaban y me miraban la espalda por si me había lastimado. Son buena gente.
No se porque hoy me vino a la mente la bendita ciudad de Cádiz, pero es que sonando Manantial, me ha hecho aflorar vivencias que dejo escritas aunque otras, como es lógico las tengo que callar, para no coger más mala fama de la que ya llevo encima.
Me encanta este tipo de sonidos, la mente te pide la música que quiere oír en ese momento y es lo que hago, pero esta gente, con sus letras,  demuestran lo gran poetas que son, enormes músicos como lo es el resto del pueblo andaluz en carnavales y cuando quiere, también poeta y filósofos.
Y hoy, un gallego convencido, que ama a su tierra como el que más os recuerda, y digo que hay otros lugares tan buenos y hermosos como el nuestro, porque a los pueblos, a las ciudades, las hacen las gentes, no los ladrillos.  Todo consiste en mezclarnos, mañana, tarde y noche, como uno más. Y es que siempre me han aceptado.
Y yo a ellos.

BOFETADAS