jueves, 4 de diciembre de 2008

YA PUEDO VIAJAR....







Ahora, sin animales irracionales-racionales que cuidar, de no tener que estar pendiente de ellos porque no me gustaba dejárselos a nadie, ni tan siquiera al veterinario, porque no debe ser grato ni para un perro, que le abandonen aunque sea por unas horas. Sin niños alrededor porque también han volado hace tiempo; me está entrando el gusanillo de viajar. No grandes viajes, no es necesario, tampoco conozco toda la Península, pero si, poder acercarme a Madrid u otro lugar para encontrarme con el circo, Circo del Sol por ejemplo, que nunca vi. Debe ser algo grandioso. Ignoro si autorizan hacer fotos- no necesito flash-, si un buen teleobjetivo y la luz a montones debajo de la lona porque todo es claridad producida por cantidad de focos blancos, amarillos, rojos, verdes, violetas que lo inundan todo. ¡Ah, el circo!. Ahora podré hacerlo. Toco madera.
Cuando niño, mis padres o en ocasiones mis abuelos -mi gran abuelo-, nos llevaban a los cuatro hermanos. Más tarde, con ocho o nueve años, ya mayor, iba con mis amigos porque se podía caminar libremente por cualquier lugar -cuidado que no nombré a Franco -, digo, que se caminaba en libertad. Más tarde supe que no, pero eso, es otro cantar.
La entrada la ahorrábamos porque en algunos lugares, bajo la lona, era posible "colarse" con nuestra extrama delgadez o, nos uníamos cabizbajos a la prole de una familia numerosa que entraba. Lo ahorrado, en chucherías; aún no fumaba.
Hecho en falta la emoción que me causaba el verlos en lo alto del trapecio, como monos en la selva; el payaso de Astorga, que pone acento francés para que el personal lo crea más competente. La taquillera, demasiado pintada para mi gusto de niño.
Vivía entonces en la Puerta de Canido y recuerdo, que a la llegada de un circo, alguien corría la voz de que llevando unos cuantos gatos muertos, te permitían entrar a la función gratis. Los jóvenes y no tan jóvenes, provistos de arcos hechos con varillas de paraguas, recorrían campos y portales a la caza del felino. De vez en vez, alguna mujer, con las manos arrugando el mandil, buscaba temerosa a su "michiiiiiñiño, michiiiiiiiño, michiiiiiiiiño, bissssss, bisssss, bisssss, bissssss", que en un saco iba camino de la Plaza de España porque los circos, se instalaban en esa Plaza.
Surgió también algo que tuvo bastante éxito. Se decía, que llevando diez quilos de papel al circo, te daban una entrada. Alguien curioso preguntaba,- por qué un circo necesita tanto papel?-, la respuesta era bien sencilla, - para limpiarle el trasero al elefante...-. Sin comentarios.
Conocí a Pinito de Oro en Las Palmas. Me gustaba y admiraba sus ejercicios en el trapecio, con la cabeza en la madera y los pies a lo alto. Regentaba una especie de pub de copas y como íbamos de recorrido, nos la tropezamos. Me dió un beso y una foto firmada y dedicada, que regalé a un forofo.Eran mis veintipocos años, la edad de la admiración, de la imaginación, de la vida. Queríamos respirar todo el aire o quedarnos cuando niños sin respiración cuando la Pinito se balanceaba en las alturas. Un gran silencio, duradero, sicero y al final, la gran traca de aplausos.
Conocí a los hermanos Tonetti. Los acompañábamos cuando pasaban por Canido hacia la playa de Copacabana, deseando nos repitiesen parte de aquella función que tanto nos hacía reir. No sucedió nunca, pero al menos hablábamos y reíamos viéndolos.
El circo y en una ocasión que recuerde, una plaza de toros situada en las inmediaciones de la Pysbe me abrieron los ojos. Más tarde, poco más tarde el teatrillo Argentino en el Cantón y no dejo de abrirlos más día a día. Todo me admira.
El resto, fué obra de la vida. Vida.

BOFETADAS