jueves, 11 de diciembre de 2008

MI FERROL QUE NO CAMBIA.






Lo pequeño, nunca puede ser grande -Cledemones 8, Ver. 7, Opus 14 - y Ferrol, en si es pequeño. Hablo del casco que se recorre en unos minutos. Tan pequeño que semeja una aldea en la que todos nos conocemos, conocemos las vidas de los demás y ellos las nuestras, sobre todo las/los del comercio que no se pierden una y eso, al menos para mi, no era bueno, no me beneficiaba en nada.
-Me han dicho que has fumado-; -si, mamá; sólo un poco-; -que te quedarás raquítico-, -ya lo sé, y me gusta-. Tenía doce años.
Por eso, cuando ya fuimos un tanto crecidos, la pandilla, nos desplazábamos lejos y allí, desconocidos en un principio, podíamos caminar en libertad sin temor a los chismes, chismes que no me importaban, porque con mi madre siempre me llevé bien, muy bien. Lo malo es cuando ya se pasaba a "mayores".
-Dime, ¿quién era la chica mucho mayor que tu a la que ayer acompañabas?. -¿Quién te lo dijo?-.¡Me lo dijeron!, tajante. En vista de ello mi respuesta era que no recordaba de quién se trataba. Entonces, llegaba el refresco de memoria y que a mi cabeza no le hacía falta, porque lo recordaba perfectamente.
-Ayer, sobre las siete menos cuarto, ya anochecido, subías la avenida de Esteiro desde los gitanos (donde hoy está la rotonda del diapasón) -todo se lo habían contado con pelos y señales-, y al llegar a lo alto, girasteis hacia la Plaza de España.... Era cierto, y era cierto también que al cruzarnos con conocidos procurabamos que no viesen la cara de la mujer que me acompañaba; por el que dirán. Sucede, que a los jóvenes les atraen las mayores y a los viejos las jóvenes, como mínimo las que salen en las revistas. A medida que creces, la balanza se equilibra y todo en su sitio.
Y así, día tras día enterándose de mis andanzas porque estamos en una aldea en donde las personas son capaces de decirse ¡hola!, diez veces en una hora, si es que caminan por la calle Real y si lo hacen por cualquier otra, casi sucede lo mismo.
Pero bueno, como todo tiene solución, en adelante lo que hacíamos, era separarnos mi acompañante y yo "fuera de puertas" que se decía, antes de entrar en el casco urbano y así, cada un por su lado, la fiesta la terminábamos en paz. "No basta con que la mujer del César sea honesta, también tiene que parecerlo".
En mi ciudad, aldea de costumbres, como te señalen un día, quedas señalado para siempre aunque hagas los votos de Chanteiro o vayas en procesión a Chamorro o salgas en la Semana Santa cargado de cadenas, ya no te libras aunque no te lo recuerden, jamás de los jamases te redimen, y lo malo es que se ceban más en la mujer que en el hombre. Costumbres que no se pierden ni perderán.
Por todo ello, echo de menos las grandes ciudades, ciudades que tuve la suerte de conocer, de patear y de vivir largas temporadas. Es muy raro que te cruces con alguien conocido a no ser que os llaméis por teléfono y os encontréis en cualquier lugar; muy raro que se fijen en ti aunque vayas descalzo, lleves sin darte cuenta descosida una pernera o con la cara tiznada. Cada cual a su fiesta, sin otros que le pregunten, te vean y le digan a tu madre que estabas fumando en un portal. Si se lo hubiese callado, ganaríamos todos. Es cierto que a los ojos no se les puede negar lo que ven en ocasiones sin querer; pero con tal de no decir nada, de no darle importancia o simplemente diciéndote: -No aproveches tanto la colilla, que te vas a quedar raquítico-; nos haríamos esa persona y yo, los más amigos del mundo. Lo malo es cuando obligan a mentir, a negar la evidencia.
Hoy en día, con tanto movimiento de coches, el estar parado esperando que el semáforo se te ponga en verde para los peatones,te obliga en esa espera, sin que te lo propongas, a ver desde el que hurga y hurga en la nariz sin descanso, al que le grita a la mujer o la otra mayor que te da la espalda para que no le cuenten a la madre de su novio, que es mayor que su pareja, como a mi me caía en penitencia.
Por eso, mis acompañantes, mayores en edad y yo, nos despedíamos "fuera de puertas" que se decía y, en soledad con mis recuerdos llegaba al centro de la ciudad, sólo, a pie, sin caballo, pero triunfador.

BOFETADAS