viernes, 19 de diciembre de 2008

CUENTO DE NAVIDAD PARA NIÑOS





Es cierto, aquel día llovió oro, pero yo no lo recuerdo. Quien me lo contó es digno de toda confianza aunque, como todos los profetas que escriben, algunas veces se suelen equivocar.
Me dijo, que amaneció ese día, con un cielo azul plomizo y que grandes nubes cruzaban de norte a sur, llevando el frío al pequeño pueblo de Belén. Algunos camelleros sentados en el suelo alrededor de una hoguera, discutían precios y cualidades de sus animales quienes, en un rincón, contaban las bondades o maldades de sus amos. A eso, las personas, le dicen que rumian. Las gentes, al igual que todos esos días en sus quehaceres; el pescador al que falta una pierna, lanzando el sedal a un río cuyas aguas semejan plata. El pastor caído de espaldas sobre el musgo y que cubre la cabeza con un sombrero desconchado contempla el cielo y no las ovejas que salteadas comen o se miran por la forma en que están dispuestas, a la Blanca, debió de ser el lobo, le falta una pata y la otra de alambre, la tiene muy torcida. Al fondo, hay un pequeño castillo de color ocre. En él, unos guardias descomunales por su altura los del fondo y muy pequeños los de primera línea; el de la derecha, lleva la lanza partida; es de suponer que poca defensa puede hacer con ella. Dentro está el malvado de Herodes pero, como en el fondo es un cobarde, no se asoma. En medio del campo de musgo, solitaria, una gallina picotea aquí y allá mientras avanza hacia el molino de aspas detenidas porque el molinero no es capaz de poner en tierra la carga del burro que tiene a su lado, mucho más alto que él. Muy próximo a la gallina que picotea aquí y allá y que avanza hacia el molino, un cerdo que se ha caído y ahora tienes las patas al sol ya que su gordura no le permite girarse.
De las montaña baja un sendero de arena fina como si el desierto cercano la depositara con cuidado en todo su recorrido. Es un sendero, que va serpenteando entre palmeras de papel y por el que caminan personas y animales. Todos lo hacen en el mismo sentido, como si llegasen de lugares lejanos por sus vestidos descoloridos. No así, los tres reyes que al fondo, sobre sus monturas de cristal y azabache llevan días siguiendo a una estrella de papel plata que cuelga de lo alto, y que no se mueve.
En el interior de un cobertizo destartalado, una pareja. Él algo mayor que ella que bien parece una niña. Está tumbada sobre un poco de paja que han conseguido reunir. El hombre, con cariño y con sumo cuidado, seca a ella el sudor de la frente, gotitas que semejan perlas por tanto que brillan. Al poco, en silencio, ha traído un niño hermoso y muy llorón al mundo.
Sucede en ese momento que en el pueblo comienza a llover muy suave, casi como una neblina, como una caricia y sí, lo que llueve es oro. Al poco, el oro lo cubre todo, los montes, el musgo, el río, los árboles, al cerdo que no se ha podido poner en pié. Las gentes, ¡qué alegría!, lo van recogiendo y guardando en sus casas por temor a los ladrones, que abundan. Recogen y guardan en todos los lugares, lugares inverosímiles, hasta el pozo, que tanto bien les hace, está ahora lleno de oro. A medida que el metal dorado se va terminando de recoger, los rostros también van cambiando de expresión, se vuelven huraños, la avaricia entra en juego, el odio ha roto la armonía de las gentes; ahora es un caos.
Alguien señala el cobertizo cubierto de oro. Sus moradores son pobres, pero han puesto toda su ilusión en en niño, su bien más preciado.
Asaltan la pobre morada, lo arrasan todo, han tirado la pobre comida de la pareja por el suelo, se pelean hasta la extenuación y uno, en su afan de subir a lo que se supone es un tejado, ciego por la codicia, pisa la mano del niño que gime. Continúan en su afán de conseguir riquezas, sin darse cuenta de que todo aquel oro ha comenzado a derretirse ante los ojos atónitos de los acaparadores, a convertirse en agua que discurre brillante hacia el río, mientras riega el musgo y lava las casas blancas.
La conclusión es, que desde que se formó el mundo, las nubes del desierto o de cualquier otro lugar, el mejor bien que dejan caer el es agua, valiosa como las piedras preciosas. Las nubes de arena son otra cosa, aunque lleven ese color.
Lo del oro, únicamente creo que sucede en los cuentos tal como lo he contado; aunque me quedan tres dudas: si en verdad me lo ha contado un profeta; si ha sido un sueño o lo he visto en la realidad.
Terrible duda.
A todas/os, feliz Navidad y paz, que está tardando.

BOFETADAS