domingo, 1 de agosto de 2010

LLUVIA EMPAQUETADA.


Pude vivir en otros lugares, pero no había lluvia y si, un sol permanente que lo llenaba todo con la luz del  Mediterráneo que tanto me gusta y añoro; pero opté por la tierra gallega en donde ahora me encuentro, debido a la "morriña" que siempre me pudo y que los gallegos llevamos dentro aunque pensemos que no.  Hay que encontrarse lejos para saberlo. El el país vecino le dicen "saudade" que la cantan en hermosos fados.  Pienso que tal vez otros pueblos sientan de igual manera pero, le darán otro nombre que desconozco, porque nunca me lo han dicho. O quizás no cuadró en su momento.
Quizás fue una equivocación volver, es imposible saberlo.  Como imposible es, conocer que nos depara el futuro, ni el futuro pude ser como uno quiera ni llevarlo a donde se quiera; quizás sea mejor de ese modo.
Los gallegos necesitamos de vez en cuando, -ojo, que no he dicho siempre-, la lluvia que forma parte de nosotros y es lo que nos diferencia del resto.  -¿A Galicia?, ni de coña; que siempre está lloviendo -, lo que ocasiona, que no nos ocupen los guiris y vivamos como queremos, tranquilos, sin complicaciones. Nos gusta la lluvia para verla, sentirla, beberla si se tercia y de vez en cuando, para que a la señora Andrea, le moje las cuatro lechugas y las dos matas de tomates que tiene sembrados en la pequeña huerta.
Es que ayer me llegó un correo y con él recibí un archivo que me emocionó, palabra.  Un archivo que vi y escuché unas cuantas veces.  Un coro, sin instrumentos  que hacer sonar, simplemente con las manos, en el  día caluroso de ayer, me trajeron la lluvia.  Una lluvia que no mojaba, que la tenía al lado, que la dominaba porque la podía hacer callar cuando me viniese en gana y en algunos momento, como si fuese un dios, decir que comenzara a llover en donde yo quisiese,  con sólo trasladar el ordenador de un lugar a otro. En el interior de un cine o en un centro comercial; si, también dentro de un ascensor. Hubo momentos en que cerré los ojos para centrarme en lo que escuchaba, que me asusté, ante unos terribles truenos.  Me dio la impresión de que me estaba empapando. Pero no, se trata de una lluvia genial que no moja.
Es que la lluvia me gusta aunque sea para jugar con ella. Aburrido suelo hacerlo cuando resbala por el cristal.  Hago apuestas entre dos gotas de agua cercanas, pensando cual de ellas llegará antes a la parte inferior.  Es bien cierto que en ocasiones hacen trampa porque a una de ellas, a cualquiera de las dos, se le une otra gota que viene de camino, entonces, su caída es vertiginosa. La música, no siempre nos da paz.
Que nadie se alarme, de chaval pasaba buenos ratos con la vista perdida en el vuelo de las moscas, algo no bien visto por los profesores  -iba a escribir maestros- que lo asociaban a los idiotas, y es quizás en su vida se fijaron en tan hermoso vuelo en que el  insecto jugaba en medio de una rayola de sol, aquellos saltos en el aire, otras  veces se detenía batiendo a mil por hora las pequeñas alas; puedo afirmar que  me entretenía tanto, como el vuelo en lo alto  de un águila que aprovecha las térmicas para no aletear.  También me permitía no estar pendiente del reloj,  la cuenta de los minutos tan largos que faltaban para que terminasen aquellas pesadas y aburridas clases.
Hace años, liado a más no poder con lo que sonase a fotografía -libros, reveladores, papeles, cámaras, objetivos...-, un compañero de AFFA y yo acordamos subir al monte de Chamorro para hacer fotos a un incendio. Cuando estábamos centrados en ello, un ruido, un terrible ruido que se va acercando, es un avión y ya que estamos metidos en materia,  le haremos fotos, cuando, después de  picar hacia la base del monte, vuelva a elevarse y al soltar el chorro de agua, le disparamos.  Fue un instante que nunca debió de existir, y es que el gran pájaro amarillo  abrió su vientre, soltó el agua en forma de lluvia torrencial sobre nosotros, sobre el incendio, sobre nuestras buenas ideas. De vuelta en Ferrol, la gente nos miraba y no entendía. Anochecido llegué a casa para evitar risas.  Las fotos, muy buenas.
Escucho a las personas decir por la calle, que ya podría venir un poco de lluvia, a pesar de que los pantanos están a pleno rendimiento, pero es que la necesitan, quieren, quiero mojarme no mucho, porque  no es cuestión de fastidiar el verano a los de la playa; pero que llueva, que llueva,  la virgen de la cueva y que lo haga con sentidiño, agua menuda, "miudiña", lluvia gallega amorosa.  La otra, para más adelante, para el invierno.
De lo que estoy seguro es que tengo lluvia y la tendré, siempre que quiera escucharla.  Todo consiste en abrir un archivo para que comience a sonar una, dos, tres, cuatro mil veces, hasta que virtualmente me empape, hasta que en la distancia, un tanto acobardado, asome el sol en un nuevo día.
Pude quedarme a vivir en otros lugares, quizás hubiese sido mejor pero, necesitaba la lluvia de mi tierra gallega. Si llego a tenerla empaquetada como ahora la tengo en un archivo, me lo hubiera pensado.
Y aquí os la dejo, por si tenéis que ir de viaje, por si os destinan lejos, porque lo compartido sabe mejor, aunque toque a menos.
La lluvia, mi lluvia, ahora vuestra.

BOFETADAS