jueves, 12 de agosto de 2010

GRACIAS A LA VIDA, QUE ME HA QUITADO TANTO...

                                                                           Gracias a la vida, que me ha dado tanto, canta Alberto Cortez en el lector de MP3 y ahí se queda la cosa.  Gracias a la vida que me ha dado y me ha quitado tanto, pienso, pero no puedo poner ambas cosas en una balanza, ya que para ello, estaría obligado a recorrer mi vida de pe a pa y a estas alturas, me resultaría harto difícil.
Puedo imaginar que me ha dado más de lo que me ha quitado en cantidad, porque en lo que se refiere a valor de lo que me ha llevado, salgo de todas todas perdiendo.  Cada vez que se me ha apropiado de algo querido, se ha ido un trozo de mi alma, tanto es así, que ya no me queda ni me interesa que me quede.  Me da lo mismo.
Dejando hoy a un lado la familia,  una de las cabronadas más grandes que me ha hecho, es la de llevarse en lo mejor de sus años a mi amigo Juanjo.  Tenía que estar muy enfadada la vida para llevarlo o se equivocó y no supo volver atrás la jugada. ¡Qué mal lo hizo, que mal!.  Ninguna opción le dio para que regresara.
Nos conocimos allá por el año 62 a bordo de un buque.  Desde el primer instante nos hicimos compañeros, amigos inseparables y si yo era desprendido con lo que tenía, él me ganaba y aquella sonrisa constante, perpetua; nada ni nadie le parecía mal, todo estaba bien aunque le estuvieran dando una somanta de bofetadas en uno de esos barrios de cualquier puerto.  Algunas veces, pienso que aburrido, caminaba con un pitillo en la boca, a punto de caérsele, bailandole de un lado a otro porque no sabía fumar. Cuando me preguntaba si nos íbamos a comer a tierra, se le caía al decir la palabra "comer" porque la última sílaba le obligaba abrir la boca. Y al poco, caminábamos alegres por cualquier calle de cualquier ciudad, inseparables. Otras veces, compañeros se nos unían y entonces, la paz terminaba, la juerga era constante y continua. Éramos casi unos niños que se abrían al mundo.
Un día en Cádiz lo despedí cuando marchaba en Elcano. En medio de un abrazo le dije que me trajese una cubana virgen.  Se hará lo que se pueda, me contestó. Cuando el barco se saparaba del muelle, le recordé a gritos lo de la cubana y él sonriendo, afirmaba, afirmaba.
Al regreso lo vi terriblemente desmejorado.  No dije nada sobre ello, no era necesario.  La gente cuando tiene un ojo morado, o un grano en la mejilla o un corte en la nariz, lo sabe.  Pero otros, se empeñan en recordárselo continuamente.
Al atardecer hicimos el via crucis de bar en bar, hablamos mucho, reímos más, de madrugada, borrachos nos despedimos.  En mi mente, llevaba escrito que no lo vería más y lloré, de igual modo que cuando me murió el último perro.
No mucho más tarde, un vecino suyo me lo dijo. Prometí acudir al cementerio pero, ni se en cual está, ni como se llega. Será mejor recordar situaciones pasadas, son tantas, que no me aburro y lo bueno es que recuerdo la mayoría. Pero si un día, encuentro a su vecino, le preguntaré donde está, le hare una visita para llamarse idiota por dejarse ir, por no vencer a la de la guadaña.
Que puñetera es la vida. Cuando mejor estás, cuando más confiado estás, una zancadilla y  además te empuja para que caigas porque sabe, que al levantarte con gran esfuerzo, ya estarás medio muerto.
Ayudé a todas las personas que pude y me lo pidieron.  Otras no me dijeron nada, también les ayudé, era mi obligación y estaba de mi mano el poder hacerlo.  Además soy feliz ayudando a las personas. Otras me dieron golpes hasta dejarme sin sentido y continuaron golpeando duro.  No eran golpes materiales, ojalá fuesen porque esos duelen menos.  Eran golpes estudiados que dejan marca en el interior, que no los olvidas y cargas con ellos toda la vida. No es de extrañar que muchas personas con un carácter fantástico, de repente, se cambien a la zona de la tristeza.
He tenido y tengo grandes amigos y amigas.  He vivido bastante bien, unas veces feliz, riendo continuo y otras entristecido a más no poder porque, la providencia, te da siempre lo contrario de lo que pides.
De niño, unos seis años, me llevaron a una aldea de Tuy ya que mi peso, según dijeron, era menor que el de una gallina.  Llegué a una casa que no conocía, temeroso, en silencio, Luz, la buena de Luz;  fue la primera que me abrazó, luego el resto de mujeres y el hombre de la casa, luego descubrí que era muy buena gente con tanto mimo que me daban. Pero mi amiga, amiga de verdad fue Luz, la que me llevaba a todos los lugares, incluso a las fiestas de los alredores en donde siempre me compraba algún objeto que me entretuviese.  También poco a poco me fue descubriendo lo que conocía sobre la naturaleza, lo que se podía lleva a la boca y lo que no -es que había racimos de uvas colgando por todas partes, algunos sulfatados-. Muchas veces los dos, enfundados en trajes, nos acercábamos a ver las colmenas, a fin de que conociese sus modos de vida.  Me mostró lo peligroso que puede ser el Miño cercano, a dar de comer pan a las truchas que se acercaban a la mano, confiadas; abrir los erizos de las castañas con los zapatos, a vendimiar, pisar la uva pero con la prohibición de entrar jamás sólo, en la gran bodega.
Un día, subimos las escaleras de un caserón cercano a la casa y allí, en su buardilla, descubrí lo que cualquier niño quisiera descubrir, juguetes de todo tipo, una trompeta de las de verdad, un sable, un traje de militar negro con tiras finas rojas y un bicornio, fotos, libros, libros de cuentos y miles de cosas más. A partir de entonces, si me querían encontrar los días de lluvia, allí estaba perpetuo. Iba al colegio por la mañana de nueve a dos.  El resto del día se me permitió ser libre como los pájaros, cantidad de campos, árboles y un río cercano para recorrer, para aspirar aromas, para saber cuando la noche iba llegando y tenía que regresar. Todo eso y más se lo sigo debiendo a Luz. Un día conocí a su novio, no sabía que lo tuviese, todo se me vino abajo, lo odié con todas mis fuerzas, sobre todo porque era calvo y estaba en una cama enfermo.
Ya en Vigo acudí de nuevo a visitarlos, faltaba Luz que había muerto en Argentina.  Para qué continuar.
Alguien me dijo en un entierro, que los buenos se van. Quizás sea de ese modo, pero cuando camino, me encuentro muchas veces con gente buena que permanece.  No lo entiendo, ni quiero.
Otras personas, que crees buenas en principio, pasado un tiempo, cuando las conoces,te muestran su verdadero interior,  lo que en verdad son.  Lo peor que está ocupando un lugar en este mundo. Lo aseguro.
Antes pesaba que eran los ángeles quienes venían  buscar a la gente buena , ahora viejo, he dejado de creerlo.  Tengo mis propias ideas. No quiero cambiarlas a estas alturas.
Ojalá a mi mente, no dejen de llegar los recuerdos de todos aquellos que se han ido.
¡Vaya mañana!.



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