martes, 17 de agosto de 2010

SOLEDAD Y SU TENIENTE. ( I )


Soledad, se llama mi vecina y así la llaman. Seguramente le viene de permanecer siempre sola y en silencio o quizás le pueda venir por el fallecimiento del que fue su amigo, compañero, querido, amante, dependiendo de quien lo pronuncie, porque la gente es muy dada aprender ciertas palabras de nuestro amplio diccionario, por aquello de que todo vale.
Hace tiempo que la abandonaron sus dos hijos, los jóvenes de ahora van a lo suyo y el resto les importa bien poco, ni se preocupan de los mayores, oiga; es lo que me dice otra vecina.
Soledad, de vez en cuando se acerca a un aparador pintado color caoba y  allí, sobre una pequeña bandeja que le regalaron en una boda,  haciéndola pasar por alpaca, toma un papel algo gastado en sus dobleces y en el que al abrirlo se puede leer :  "la dirección de empresa y los compañeros todos, la acompañan en el dolor de tan sensible pérdida".  Lo que no citan, es el nombre de su compañero, amante, querido o quien coño sea, que viene a ser lo mismo. Será el impreso oficial que tienen para todos los que fallecen en la empresa. Seguramente que será así. Eso es lo que le duele, que al menos en la parte superior que hay un espacio en blanco, no escribieran su nombre, amén de perder unos dineros que, dicho sea de paso, le venían muy bien para no andar con estrecheces.
A su compañero, querido, amante, etc.; con sólo nombrarle una fiesta, ya lo tenía tocando palmas.  Le iban todo tipo de ellas e incluso algunas que se formaban en los velatorios de viudas, al fin libres de tanto tener que aguantar.  Un día que le avisaron de uno de ellos, acudió y se divirtió como si fuese el último. Danzó con todas las mujeres hasta que cayó agotado de tanto dar vueltas, de tanta bebida.  Al salir ya casi tocando el alba, y no darle tiempo de llegar a su casa, se dirigió a la factoría, iba a decir directamente, pero aquello de directo no tenía nada de nada, de tantas copas que llevaba encima o por todo el cuerpo.  Caía una lluvia fina, molesta, persistente que lo empapaba todo pero a él, no le importaba, hasta le aclaraba lo no aclarable.  Caminaba como camina la gente que se ha pasado con el alcohol; es decir, tomaba un punto en la distancia y hacia él se dirigía o al menos pretendía llegar pero, al igual que le sucede a los barcos, siempre hay una pequeña deriva que si unos la corrigen a él le causaba verdaderos problemas.  Bordeando el dique que apenas tenía iluminación, tropezó con una de las múltiples mangueras que lo roean. Quiso asirse al aire, lo intentó todo,  pero como un idiota, iba cayendo, al tiempo que de trecho en trecho se golpeaba con los muros y escalones salientes. Llegó a la parte baja, irreconocible.  Lo que si, durante la caída  ni tan siquiera un grito salió de su garganta o al menos no se escuchó. Tomás, uno de sus buenos amigos de correrías, comentó en el bar, que nada más iniciar la caída, las personas que lo hacen a un dique se duermen.  Lo mismo le sucede a las aves que cruzan continuamente los continentes, se quedan dormidas por el cansancio y caen al mar o encima de algún barco que pase en esos momentos. Es entonces cuando el cocinero tiene que dar la conformidad o no, de si ese pájaro se puede cocinar, lo mismo sucede con algún tipo de pescado raro. Algunos de los presentes emocionados asentían.
Soledad, siempre va vestida de negro que es el color de la tristeza, color de muerto para los muertos por mucho interés que pongan en pintar de blanco los cementerios. El color violeta para la cinta del adiós en la corona de laurel, el negro para la envoltura de madera; por eso, a la buena mujer, le causan temor los cuervos.  Las urracas no tanto, porque en las alas llevan unas plumas de color blanco que al volar semejan helicópteros en vuelo horizontal.
A Soledad le ha salido un pretendiente que venía tiempo siguiéndola en el cementerio.  Ella lo notaba pero callaba.  Un día que arreglaba las flores de la tumba de su amante, amigo, compañero, lo que coño sea;  el hombre, no tuvo compasión ni la paciencia que para esos casos se requiere y le entró de sopetón con frases y palabras impacientes, como si tuviera prisa.  Le dijo que era teniente, del bando republicano, pero no había matado a nadie porque no había estado en la guerra y todo el tiempo que duró, permaneció escondido en Cuenca en casa de su hermana menor pero, con el tiempo, el Estado le había concedido unos beneficios y  además, con todos los honores, lo hacía teniente del Ejército de Tierra.  Soledad ha escuchado con paciencia.  Quiere seguir escuchándole pero también quiere marchar y es entonces cuando el hombre se agacha, toma la jarra del agua y con suavidad, va regando uno a uno todos los blancos crisantemos al tiempo que les quita pequeños insectos para que no se coman los pétalos, dice a la mujer.  Se sonríen y al poco, juntos, abandonan el cementerio.
Un día tras otro, acuden juntos al camposanto.  El enterrador, chismoso como los encargados que conocen la vida de todo el mundo, debido a que suele hacer favores tales como, regar flores, limpiar tumbas, adecentar nichos, va contando a los que quieren escucharle, que en varias ocasiones ha visto caminar del brazo a la pareja cuando abandonan el lugar sagrado.
Soledad, todavía no ha subido a presentarme a su teniente, quizás no se atreva y eso que conmigo habla de vez en cuando, cuando nos cruzamos en la escalera.  Si me visita, lo primero que le diré es que acuda al juzgado civil, que cambie el nombre de Soledad por el de Alegría y que inicie una nueva vida al lado de su teniente que nunca visitó un cuartel y que no le cuente, jamás, las fiestas que se forman en algunos velatorios.  Es que antes se hacían en los domicilios del fallecido.  Acudí a más de uno por obligación, pero poco a poco me fui dando cuenta de que aquello era un botellón encubierto y dejé de ir.  El tiempo me dio la razón.  Ahora se lleva al muerto a un lugar con luz y si quieres lo dejas por la noche sólo y en paz de tanta jarana como hay siempre a su alrededor. Con regresar temprano para incinerarlo... Cosa distinta es a los que entierran, porque entonces las cosa se alarga en el tiempo. Claro que para mucha gente, son los más vistosos. Donde va parar.
Tengo avisados a mis amigos, que el día que me quemen, se fijen en la chimenea, para conocer hacia donde va el humo porque, allí a donde vaya, estaré dando el coñazo, acordándome de todos uno por uno y al decir todos,  de Soledad y su teniente que no hizo la guerra.  Por eso le tengo tanto aprecio.

Para todos aquellos que las guerras les importan un carajo y para aquellos otros que no importándole, fueron obligados a ir y morir, sin necesidad alguna.

BOFETADAS