sábado, 21 de agosto de 2010

SOLEDAD, AHORA ALEGRÍA. ( II )

Soledad me ha presentado al fin, a su querido, o amante, o amigo, o compañero.  Los encontré en el portal. Él, un caballero que bien pudo hacer una guerra montado sobre un caballo blanco, blandiendo en la mano derecha la carta de rendición del enemigo, en pergamino tostado. Ella, de riguroso luto porque, sabe usted, hay que cuidar mucho las formas, que la gente le es muy mala.
Soledad y su, lo que carajo sea, se dirigen del brazo, altaneros, al registro civil.  Es que me hizo caso y se va bautizar de nuevo pero esta vez si, con plena conciencia de lo que hace.  Se llamará Alegría y la alegría que me ha dado cuando me lo ha dicho.  Sin pensarlo, me fui con ellos, no se si de testigo o de padrino que me da lo mismo porque al fin,  conozco la risa y los mofletes colorados de mi vecina.
El acto, sencillo pero muy emotivo y más, conociendo que no me harán rezar el Credo como en otra ocasión lo intentaron. Al terminar, nos fuimos al bar de la esquina. El teniente, que ahora si sé que se llama Donato, acompañó su café con leche doble, con tres donuts que al parecer y por lo que se ve, le gustan mucho.
Ha pasado un tiempo, no mucho, cuando me encuentro con Alegría.  Veo que su color se le ha ido poco a poco, creo que es hasta lógico en matrimonios que llevan la tira de años juntos, pero Alegría, apenas dos meses..., como que no lo entiendo.
Al regreso de un viaje nos encontramos de nuevo. Le pregunto  si continúa yendo al cementerio o ya se ha olvidado de su anterior amigo, querido, amante,etc.  Me contesta, que Donato es muy celoso, se lo ha prohibido por lo de los pensamientos.  Pero ella, de vez en cuando va y lleva una flores sin que se entere, es que todavía lo recuerdo; un poco cabroncete si era, pero en el fondo, buscando bien, no era tan mala persona.
Una vecina, chismosa ella, me apunta que desde la primavera, la cosa no les va muy bien, que Donato sale mucho por las noches sin ella y llega tarde, muy tarde. Irá al cine, le digo; no señor, que los cines todo lo más terminan a la una de la madrugada y don Donato llega al alba.
Un día la Soledad, Alegría que siempre me equivoco, me paró en la calle, alegando que como padrino quería hablarme. Vamos al café, le dije, no quiero y allí en la calle, parados en medio de la acera me soltó sin miramientos. Usted sabe que mi difunto, compañero, querido, como le quiera decir la gente, no se perdía velatorio alguno.  Afirmé con la cabeza. Pues en algunas casas lo celebran tanto, que contratan los servicios de una empresa que se llama: "Y el vivo al bollo"; quienes, preparan la casa con guirnaldas, abanicos de papel que cuelgan de los techos, como si fuese un gran cotillón a la llegada de un nuevo año.  Muchos tipos de bebidas, en principio de calidad, pero a medida que las bocas y el cerebro se calientan, les dan el cambiazo y ponen de garrafón.
No veo que tiene de malo ese trabajo -le suelto-, si la gente lo solicita, lo veo bien.  Alegría hoy, Soledad con anterioridad, suspira, mira a lo alto y suelta, es que Donato es el dueño de la empresa.  Por su culpa mi antiguo amante se emborrachó y muy borracho cayó al dique, que dios lo tenga en su gloria.
Ahí si, que Alegría me desarma, no es que Donato tuviese intención, pero la caída del otro hasta salió en los periódicos.
Hablo con Donato y para que yo vea que su trabajo es serio a más no poder, me invita a uno de sus velatorios y voy.  La caja con el muerto en la cocina, entre cuatro velones encendidos, uno, me fijo, muy cerca de una cortina.  Me acompaña al salón muy iluminado y aquello es cierto, me parece un salón de baile en una despedida de año. Nunca supe de donde habían salido tantos globos de colores, que no eran otra cosa que condones inflados.
Señoras de todas las edades, cada cual más elegante.  Señores de rostro serio sentados en sillas, mantienen en una mano una copa de licor.  Donato me apunta que el velatorio sólo se encuentra en sus inicios, que tenga paciencia.  Las personas se llenan y vacían las copas. A la hora más o menos, cuando el humo de los cigarrillos lo cubre todo como una niebla espesa, desde el fondo de la sala se escucha, primero suave y luego con gran estruendo, ¡música!, ¡música!, ¡ música!, ¡música!, mientras que con los pies patean el parquet.  Al poco, lo de ¡música!, resuena en todo el edificio -luego bajarán los vecino para unirse a la fiesta- un edificio que tiene ocho plantas.  La música que comienza, el mambo lo llena todo, luego vendrá el chachachá, fox trot, rock e incluso el hip hop, tan de moda.   No hay parejas, todo es un revoltijo de gentes que se empujan, se abrazan, se ríen con fuerza y con más fuerza se llaman los unos a los otros. Es un carrusel continuo de rostros, piernas brazos que se mueven.  No existe el cansancio y hay gente de bastante edad, familiares del difunto. Me animo porque estoy medio borracho.  Continúo. No se donde me encuentro. No se si bailo o qué coño hago.  Todo me da vueltas. Intento encontrar un retrete. Abro una puerta, vomito sobre una cama. Ya no recuerdo lo siguiente.
Con el fresco del alba me voy aclarando.  Camino al lado de Donato.  Llevo la chaqueta cogida por una manga y el resto arrastra por el suelo, menos mal que no hay charcos.  Llego a casa, me cuesta trabajo pero al fin entro, no me desnudo.  Duermo.
A los tres días, de nuevo me encuentro con Alegría.  No se que decirle, no quiero mentirle pero tampoco quiero decirle que en el velatorio lo pasé de puta madre; que según Donato, repetiremos y pienso:  Alegría, no sabes con que ganas espero de nuevo un velatorio.
Los días van pasando y uno de ellos en que camino cerca de los juzgados, me encuentro con Alegría.  Cómo vas, le pregunto.  Me acabo de casar, contesta. Y tú marido..., viene ahora que está dando unas propinas.  Entonces, casi me grita, seré doña Alegría, esposa.  Seguimos hablando de cosas vanas, sin importancia que se dice, para salir del paso y es que tengo unas terribles ganas de abandonar el lugar.
Ahí viene mi esposo dice la desposada.  Un hombre vestido con un traje azul celeste, un crisantemo blanco en el ojal de la solapa se va acercando a contraluz.  Cuando lo vislumbro, quedo atónito, sin palabras, sudores fríos corren por la espalda, lo que menos esperaba y sí, lo es, el enterrador del cementerio.
Para qué continuar.  Ponerle el final que más os guste.

A todos los enterradores del mundo, por el gran favor que nos hacen, cuando ya no servimos para nada.

BOFETADAS