miércoles, 28 de julio de 2010

QUE LARGA LA MARCHA

Ante el Pórtico de la Gloria quedó sin aliento. Caminando por el interior de la Catedral, piensa en la grandeza de los hombres constructores y es ahora, cuando dirige la mirada al altar mayor y en lo alto, a su izquierda,  soberbio, poderoso, embriagado de poder, un santo sobre caballo blanco.  En su mano izquierda un estandarte y en la derecha una terrible cimitarra con la que va cortando brazos, manos, cabezas, todo aquello que encuentra en su locura porque, en ese instante, se encuentra en trance. Bajo las patas delanteras del equino, cadáveres que lo cubren todo, otros cuerpos se desangran y los más, con los brazos alzados imploran perdón al santo, que en esos duros momento se ha convertido en el Matamoros.
El caminante niega, niega continuo,  mira de nuevo a lo alto; se gira y camina hacia la puerta que da salida a la plaza de la Quintana en donde, ni el aire fresco lo vuelve a su estado natural.  Gruesos lagrimones se hunden en su espesa barba.
El peregrino, ha caminado desde Bélgica.  Lo más duro los Pirineos y es que no venía preparado para el frío y menos en pleno mes de junio. Desde que partió de su hogar, ignora por que camina, pero lo hace.  Muchas veces se ha detenido pensando en regresar pero al poco se ve caminando.  No lleva mucho dinero, al salir, amigos le pusieron sobre aviso del cuidado que hay que tener con los españoles, un pueblo gitano, pendenciero, bandolero y más lindezas.  El caminar en ocasiones al lado de ellos, se da cuenta de que todo aquello es incierto y siente lo grato que le van haciendo el camino, que le van regalando comida, que le ayudan a llegar temprano a los albergues para descansar, una vez conocieron, del lugar tan lejano de donde venía el peregrino. Cuando el hombre camina en soledad, cuando camina por los extensos campos de Castilla, las crisis acuden continuas a él.  Considera una tontería el sacrificio que está haciendo, fue una locura iniciar la andadura, dejar su trabajo, dejar a su esposa, hijos, familia simplemente para caminar con un gran esfuerzo y sufrimiento. Vuelve sobre sus pasos pero al rato regresa y continúa la andaina. Poco a poco se acerca a los primeros pueblos leoneses, un alivio a su cansancio e incluso se permite hacer una comida un tanto decente.
Sigue paso a paso subiendo una terrible pendiente que le conduce a O Cebreiro ya en tierras gallegas. Santiago, ahora lo siente más cerca.  Se admira ante las pallozas, alguien le narra la historia del cáliz; sus ojos que ahora brillan, no pierden detalle, se admira ante todo lo que le dicen y es como si le fuesen creciendo las fuerzas para iniciar de nuevo la ruta e incluso, se atreve a comprar uno de los quesos que le ofrecen y que come lentamente al lado del cementerio con la vista en la lejanía y viendo la grandiosidad del paisaje.  Allá ha dejado León y de frente,  la Galicia de Santiago.  Los montes apenas tienen vegetación, pero están llenos de carmines, verdes, pardos, naranjas con toques de amarillo, que le pierden.  El carmín y el rojo lo ocupan casi todo.  Pero, hay que continuar y así lo hace.  Mira su mapa.  Definitivamente no irá a Samos, le hubiera gustado  pero le han informado que al parecer, hay obras en el monasterio.  Continuará sin pensarlo porque ahora tiene prisa por llegar, ahora si que no retrocederá ni el cansancio lo ha de detener.  No hace mucho caminó al lado de unas gentes que le obligaron a pasar la noche en una pensión y es que el poder ducharse, se agradece en demasía.
En la Cruz de hierro ha colocado una pequeña piedra de cuarzo que le ha acompañado desde su pueblo; en ella, los nombres de la esposa y de los hijos que tristemente recuerda.  No la echa en el montón, con las otras, ha buscado un lugar en lo alto que lo domina todo. ¡Ah!, si pudieran ver toda esta maravilla.
Al poco, una lluvia fina ayudada por un suave viento le llega a traición.  Un caminante lo acoge bajo su paraguas.  No se entienden, el idioma les separa; tampoco es necesario, una sonrisa de agradecimiento contestada por otra sonrisa de aceptación, ya son más que suficientes.  Su compañero se llama Santiago. ¡Mira!, como me llamo yo, piensa el peregrino, como el que voy a visitar aunque no sabe el motivo de esa visita.  Ahora,  caminan por un sendero embarrado marcado por las rodaduras de los carros.  El peregrino ya no siente, no padece, aunque lo piensa, ignora si le quedan fuerzas para continuar el camino desde que a su lado camina Santiago.  Algo le está sucediendo, quiere llegar ahora que se siente flotar mientras camina más apurado que nunca y de ese modo ha llegado a la plaza del Obradoiro, la cruza y una vez en su centro se desvanece sobre el pavimento, su respiración se acelera a causa de tanta emoción que ahora tiene.  Mira a ambos lados, su amigo Santiago ya no está con él. Mira a la catedral y otro Santiago, desde lo alto le sonríe al tiempo que le murmura: - El camino, no consiste en caminar más o menos.  El Camino verdadero, es la búsqueda del interior de cada una de las personas.  Si lo consigues la felicidad irá siempre a tu lado, lo demás, no importa -.
El peregrino que ha salido hace un rato por la puerta de la catedral a la plaza de la Quintana, ni el aire ahora fresco, no le vuelve a su estado natural.  Llora en silencio, algunos viandantes lo miran curiosos pero continúan su camino.  Lo de ayudar al prójimo hace tiempo que se ha perdido, los valores que los mayores nos han inculcado, tampoco se aceptan.
Al peregrino la tristeza le puede. Una voz a su lado. Se gira, no ve a nadie pero escucha: - ¿Qué sucede?, ¿ a qué el llanto?, ¿cuál es tu nombre?.
Mi nombre es Jacques y mi llanto es porque la figura en lo alto de Santiago Apóstol me ha roto el alma.  Mi esposa es musulmana, mora como le dicen en muchos lugares, es muy buena y trabajadora.  Sangre mora corre por las venas de mis cuatro hijos y moros, son los engrandecieron muchas ciudades, de España también y ahora,  sucumben bajo el poder de una cobarde espada. Es horrible lo que acabo de ver en la casa de dios.
- No hagas caso, tocayo- habla el Santo.  - No estuve en batalla alguna ayudando a soldados.  Amo la paz.  Hago mío el dolor de las gentes. Me va el pacifismo que es mi religión; la otra, ayuda un poco.
Santiago se hace presente, no lleva esclavina, una especie de túnica raída le cubre el cuerpo y en su rostro, mucha paz. ¿Acaso me parezco al asesino que está sobre ese caballo blanco?. El peregrino niega.  - Espero que algún día, alguien sensato, retire ese icono que tanto daño hace-. El caminante no acierta a decir palabra alguna.
Y entre nosotros, que lo sepas,  el brazo incorrupto de santa Teresa, tampoco hace milagros.
El peregrino se arrodilla, la emoción le puede, se abraza a las piernas del Santo al tiempo que le manifiesta: -Ahora, me doy cuenta de lo que ha significado el Camino-.
Y el Santo risueño dice: - Levántate -.   Si supieras la cantidad de empujones que te tuve que dar para que continuaras...
El caminante penetra de nuevo en la catedral, alza la mirada a Santiago y atónito ve que ya no hay estandarte ni cimitarra, ni moros bajo las patas del caballo, en su lugar, han nacido flores blancas.
- Quizás haya sido el cansancio- , dice al santo.
- Quizás -, responde desde lo alto.
El santo sonríe.  El santo y Daniel sonríen en la catedral compostelana.

BOFETADAS