lunes, 31 de enero de 2011

UNA DE CINES ( I ).






Cuando era pequeño..., alguien pensará que ya llovió y no lo niego, porque el tiempo ahora, corre demasiado; mucho más de lo que quisiera. Decía que cuando pequeño, moneda que encontraba en la calle, moneda que guardaba en una cajita porque, las gentes, decían que eran monedas de la suerte.  Cuando con alguna más que llegaba del exterior, es decir, de la familia, reunía más o menos dos pesetas, ni lo pensaba, al cine. Cualquier sala de cine me estaba esperando, sin importar el tipo de película que proyectaran.  Todo valía con tal de tener ante mi, aquella fantástica pantalla en donde se sucedían escenas casi imposibles.  No era un vicio el que tenía porque el cine, no produce adicción al ser una de las artes mayores,  como que tampoco podía ser malo para aquellos que ni tan siquiera tosían, mirando fijamente escena tras escena. Yo era uno.
El primer cine que recuerdo es uno de que aún hoy persiste cerrado con unas ventanas de madera y en mal estado en Muros.  Entraba y salía de él, como Perico por su casa.  En ocasiones, si la película me gustaba, después de verla un par de veces, incluso con la pantalla apagada, seguía mirándola, inventándome miles de historias, mezclándome con los actores, cambiando el tema, soñando que en eso consiste.
Un día, cualquier día. el cine paró de repente, se encendieron las luces,  dijeron el nombre de una persona que habían rescatado en el agua, que había aparecido.  Como es lógico, abandoné la sala con el resto, me apoyé en el petril del muelle.  En el agua, un barco a motor que en su popa tenía a un ahogado del que pude ver, le faltaban los ojos. Grité diciendo que no tenía ojos, un señor me dijo que cuando una persona muere por submersión, los ojos son lo que más les brilla en el agua por lo que los peces, es lo primero que se comen. ¿Fúnebre?, no tanto si el que escribe, que se desmaya ante una gota de sangre, fue capaz de aguantarlo y para más inri, contarlo.
Ya en Ferrol, el cine de las Zuecas de la carretera de Castilla, al que fui unas cinco o seis veces.  De una me acuerdo perfectamente y es que mi padre, me dio bastante dinero y para allí me envió a las cuatro de la tarde. Cuando regresé a casa, mira por donde, sin tener previo conocimiento, había tenido otro nuevo hermano, José.  Aquí, no quiero mentir, comenzó un gran dilema, ¿cine a cambio de hermanos que aparecían y se llevaban todos los mimos?. No valía la pena, el de los mimos era yo, tenía todos y más, habiéndome criado con mis abuelos, me los había ganada mes a mes, día a día y aquello no era para perderlo.  José fue el último de los cuatro. Los mimos a partir de enconces se repartieron, pero pienso que fui  único en contarle a mi madre cosas que a nadie contaba.  Ella a mi también. Todo comenzó cuando le pedí que me ayudara con un dibujo, una cabeza de lobo que no era capaz  Me demostró que sabía hacerlo, dibujaba muy bien. Entre ambos, había buen filing.  Es que no encuentro ahora la palabra adecuada. Ni me preocupa. Se entiende.
 A lo que íbamos que me pierdo.
El primer cine que descubrí en Ferrol fue el Cinema, era hasta del todo lógico porque en su piso, comencé a estudiar el bachillerato. Un cine humilde, resultón que con el tiempo descubrí sus últimas filas de butacas, fantásticas butacas, del todo oscuras aunque los malditos acomodadores, de vez en vez, lanzaban su fogonazo de luz, no se si nerviosos o con la mayor envidia del mundo, el caso es que, hacían la puñeta.  En lo alto,  general que en otros lugares le llaman el paraíso, tal como en el teatro Jofre rezaba en un cartel.  No sabía si paraíso es porque estábamos en lo alto o por si alguno se lanzaba al patio de butacas, estaría más cerca del cielo.  Para nosotros era general, quizás por vivir en una ciudad en que las estrellas en la bocamanga estaban a la orden del día, había tantas, que incluso a un edificio de militares en la plaza de España, es conocido desde entonces como Hollywood por tantas estrellas que allí vivían, de ahí debía venir la clasificación de general y no de paraíso, algo más fino. El Cinema que es donde quedé, también tenía  general en todo lo alto, cerca del techo, como en los demás cines, era lugar de libertades, de hacer cada cual lo que le viniese en gana dentro de un desorden.  De vez en cuando, se escuchaba gritar en el patio de butacas: ¡ Acomodador, desde arriba están echando agua!.  Mejor se lo tomaran de ese  modo, porque lo que en verdad caía, eran las meadas de unos cuantos  golfillos ya mayores. A ellos me arrimaba y ellos me admitían, lo que era un lujo y es que la vida, no es toda de color de rosa, poco a poco te hacías fuerte para no recibír golpe alguno o los menos, porque te sabías defender y si no podías, ellos te amparaban. Fue un buen entrenamiento, para salir después al mundo.
Primero el NO-DO, del que me decía mi madre, que cuando vivía en Barcelona, en aquellos momentos en que Franco aparecía en pantalla, era obligado el ponerse en pie, alzar el brazo derecho un poco más de media altura.  Es de suponer que en todos los cines de España sucedía lo mismo. Es como si todos se estuviesen espiando.  En nuestros tiempos ya no, aunque persistían los espías. Alguno conocí, se decían de información.  A continuación seguía la película y al poco, en la pantalla, un cartel dibujado a mano sobre fondo blanco: DESCANSO, DIEZ MINUTOS.  VISITE EL AMBIGÚ.  De repente las carreras se iniciaban hasta coger sitio al lado de la puerta que daba a la calle Rubalcava para respirar aire, mientras otros iban a comprar cacahuetes y otras chuminadas para entretener. Era casi niño pero en medio de los mayores, encendía mi Ideal con papel amarillo y con ellos, iba discutiendo el trozo de película que acabábamos de ver. Sonaba un timbre, apagaba el cigarro fumado pisando la punta con el zapato, lo metía en el bolsillo a sabiendas de que aquello olía a rayos. Claro que en casa se enteraba la lavandera, pero no decía nada. Yo tampoco le decía que se le meneaban todas las carnes cuando frotaba en aquella pileta.
Cuando la película finalizaba, salíamos en silencio, reteniendo en el cerebro lo visto, para que no marchase.  Entrábamos en el primer portal y allí, durante un buen tiempo, discutíamos la película como si se tratase de una de arte y ensayo, de aquellas  que iba a ver al cine X, luego llamado Atenas, y es que tenía libre acceso por pertenecer a una sociedad fotográfica.  Solía ir, a pesar de tener que aguantar el coñazo de algún mal orador, empeñado en hacer elegante el introito de la película a ver. Las películas eran muy buenas, al menos diferentes en el contenido.  En una ocasión, castigados en la sala de estudios el grupo de amigos, me proponen escapar del aula, acudir al cine y ver la película "K2, cohete a la luna" y como dibujaba bien, que copiara como se había hecho el cohete, para más tarde nosotros, hacer uno.  Fui al cine, pero aquello no tenía pies ni cabeza, en vez en un cohete parecía una faria con unos alerones. Bendito paso de la niñez al siguiente estadio.
Un día entré en el cine "X" para película era "Elga".  Decían que era muy dura,  que había sanitarios en la sala porque se daba en directo con todos los detalles el parto de una mujer. No lo entiendo, hay que ser panoli, si no lo aguantas, no vayas y si vas, todo consiste en cerrar los ojos como yo hice.
Este cine, ya Atenas, era polivalente pues en Año Viejo, retiraban las butacas para dar paso a un baile que sinceramente, para la juventud, era fabuloso.  A la juventud le interesaba que hubiese mucha gente, demasiada gente para bailar pegados sin que la niña se mosqueara y el Atenas, lo tenía todo.  Lo mismo sucedía en otro cine pequeño pero muy coqueto, el Palacio de Cristal en Serántes, hoy cerrado pero vivo, que también algunos domingos retiraba las sillas -no confundir con butacas- y se hacía un buen baile.  Diré que entonces, Serántes, digan lo que se quiera decir, era una aldea.  Debido a ello, cuando llegaba los de Ferrol, pues eso.  Un día un bar frente por frente al cine, el de Polo, comenzó hacer charangadas gratis en su huerta con un tocadiscos amplificado. Las ganancias, en la cantidad de consumiciones que despachaban toda la familia, incluso los niños.  Permanecíamos hasta las diez de la noche, hora marcada para el regreso de las jóvenes, caso de ir acompañdas por nosotros, sus vecinos,  con fama de buenas personas.  El diablo también se viste de Prada.
Cerca del Instituto del Ensanche, un cine, el Madrid-París, con sus últimas butacas a donde ni se acercaban los acomodadores aunque fuesen vestidos con armaduras.  Cuentan que a uno, un día por husmear, una pedrada le dio en toda la frente. Sangraba como un cerdo el día de la matanza. Aquel lugar  era maldito.  Decían los veteranos, los de todos los días a ver si caía algo, que un día, el cura del Pilar comenzó a bendecir el local antes de que se proyectasen las primeras películas.  Al llegar con el isótopo a las últimas filas, aunque los dueños le insistían y que le pagarían el doble, no fue capaz de que el agua mojara un poco aquella zona; es más, el isótopo se restistía y aunque insistían que le pagarían el tripe, el brazo se negó, el cura tomó color verde, no fue capaz de bendecir y mira que le gustaba el dinero.
Cada vez que entraba en el cine, una atracción poderosa me empujaba hacia aquel infierno que a mucho no tardar, solía convertirse en gloria.  Allí también aterrizaban, las más golfas de Ferrol, las más golfas de los colegios, en un principio en grupos separados, pero llegado un momento, con el paso del tiempo,  todas se juntaban y al final golfos y golfas nos mezclábamos en franca camaradería.  Se estaba bien, se nos permitía fumar, era como si te encontrases en un país libre dentro del estado de Franco, en una playa nudista, en un centro de gérmenes que al menos a mi, entonces buen deportista, me respetaron.
Dicen las leyendas, que alguna vez que otra, también aparecieron en el cine, en horario lectivo, el dire del Insti y su esposa, la de Química.  Jamás los vi y prometo que a ese cine era casi asiduo e incluso, la butaca de madera en que siempre me sentaba, alguien a punta de navaja, había escrito mi nombre.
¡Silencio!. ¡Se sienten!. ¡Qué se callen! ¡Acomodadooooooor!, ¡acomodadoooooor, a ver este chaval que está fumando!. La linterna hacía una semicircunferencia para al poco cerrar su ojo. No corría sangre alguna.
En la pantalla, como siempre, el NO-DO del que lo único que nos interesaba, eran los deportes.
Es que todavía los políticos nos quedaban muy lejos.
Dentro de toda esa marabunta, en silencio, nos estábamos abriendo a la vida.

A todos los estudiantes de entonces, conocidos y sin conocer.

BOFETADAS