viernes, 17 de diciembre de 2010

UN SUCESO EN LA NAVIDAD.


Hojeando aburrido un libro, encontré entre sus páginas un texto que escribí hace tiempo y que hoy, a punto de entrar en la Navidad, te lo envío querida pequeñaja, con mis mejores deseos que no pueden ser otros, que muy pronto, salgas para siempre a la vida.

Dice así:

Es cierto, aquel día llovió oro pero no lo recuerdo.  Quien me lo contó es digno de toda confianza aunque, como todos los profetas que escriben sobre el tiempo pasado, algunas veces se pueden equivocar.  Me dijo, que amaneció el día con un cielo plomizo y que grandes nubes cruzaban de norte a sur, llevando el frío al pequeño pueblo de Belén en donde, algunos camelleros sentados en el suelo alrededor de una hoguera, discuten precios y cualidades de sus animales quienes, en otro rincón un tanto alejado, contaban las bondades o maldades de sus amos.  A eso, las personas les dicen que rumian.
Las gentes del pueblo, al igual que el resto de todo los días del año, en sus quehaceres.  El pescador al que le falta una pierna lanzando el sedal a un río cuyas aguas semejan papel de plata. Hay un pastor caído de espaldas sobre el musgo, que cubre la cabeza con un sombrero desconchado mira al cielo y no vigila a las ovejas que salteadas comen o se miran por la forma en que están dispuestas.  A la Blanca, debió de ser el lobo, le falta una pata y la otra la tiene de alambre, muy torcida.  Al fondo, se ve un castillo de color ocre.  En él, unos guardias más altos que la fortaleza montan guardia.  El de la derecha, el que está a punto de caerse lleva la lanza partida; es de suponer que poca defensa podrá hacer con ella.  Dentro del castillo vive el malvado Herodes, pero como en el fondo es un cobarde, no se asoma y es que tiene miedo.  En medio del campo de musgo, solitaria, una gallina picotea aquí y allá mientras avanza hacia el molino de aspas detenidas porque el molinero no es capaz de poner en el suelo la carga que el burro lleva y que es mucho más alto que él.  Muy próximo a la gallina que picotea aquí y allá y que avanza hacia el molino, un cerdo se ha caído y ha quedado con la barriga al sol y es que su gordura no le permite girarse por más que lo intenta.
De la montaña de cartón baja un sendero de arena fina, como si el desierto cercano la fuese depositando con mucho cuidado.  Es un sendero que va serpenteando entre palmeras de papel verde y por él, caminan personas y animales.  Todos caminan en el mismo sentido, como si llegasen de lugares lejanos, se nota por sus vestidos ahora descoloridos.  No así los tres Reyes que al fondo, sobre sus monturas de cristal y azabache llevan días siguiendo una estrella de papel que cuelga de lo alto, que no se mueve. No importa mucho porque al parecen y según cuentan, son Reyes Magos que llegan al Oriente desde diferentes partes mundo.
En el interior de un cobertizo destartalado, hecho con trozos de corcho y maderas viejas, una pareja. El hombre mucho mayor que la mujer que bien parece una niña.  Está tumbada sobre un poco de paja que su esposo ha conseguido reunir.  El hombre, con cariño y sumo cuidado, le seca esas gotitas de sudor que asoman en la frente, que semejan perlas por lo mucho que brillan.  Al poco, en silencio, ha traído un niño hermoso y llorón al mundo.
Sucede en ese instante, que en todo el pueblo comienza a llover muy suave, casi como una neblina, como una caricia y si, lo que llueve es oro.  Al poco, el oro lo cubre todo, los montes de cartón, el musgo, el río de papel de plata, las palmeras hechas de papel y hasta el cerdo que aún no ha logrado ponerse de pie.  Las gentes, ¡qué alegría!, van recogiendo el oro y guardándolo en sus casas por temor a que se lo roben unos ladrones que de vez en cuando aparecen por el pueblo. Recogen el oro y lo guardan en todos los lugares, hasta en el pozo que daba una agua muy rica, ahora está lleno de oro.  A medida que el metal dorado se va terminando de recoger, los rostros de los habitantes también cambian y ahora son huraños, desconfiados y es que la avaricia ha entrado en juego, el odio ha roto la armonía de las gentes.  Ahora es el caos.
En un momento dado, alguien señala el cobertizo cubierto de oro.  Sus moradores son pobres, pero han puesto toda su ilusión en el niño, su bien más preciado.
Descontrolados, asaltan la pobre morada, lo arrasan todo, han tirado por el suelo las escasa comida de la pareja, se pelean por el oro hasta la extenuación y uno de ellos, en su afán de subir a lo que se supone es el tejado, ciego por la codicia, pisa la mano del niño que gime. Lo husmean todo a fin de conseguir más riqueza, sin darse cuenta de que todo aquel oro ha comenzado a derretirse ante los ojos atónitos de los acaparadores; a convertirse en agua que discurre brillante hacia el río de papel de plata, regando el musgo, lavando las casas ahora blancas.
La conclusión es, que desde que se formó el mundo, las nubes del desierto o de cualquier otro lugar, el mejor bien que pueden dejar caer es el agua, más valiosa que las piedras preciosas.  Las nubes de arena en los desiertos, son otra cosa diferente, aunque tengan el color dorado.
Lo del oro, únicamente creo que sucede en los cuentos tal como me lo han contado, aunque me quedan tres dudas:  si es verdad que me lo ha manifestado un profeta; si ha sido un sueño que me ha sucedido o lo he visto en realidad.
Terrible duda.

Felices fiestas para ti Inés, para tus padres y familia entre la que incluyo a Melisa.  Que el año venidero no de los sustos que dio el que se termina.  Estoy seguro que todo saldrá bien.
Besos.

BOFETADAS