miércoles, 22 de diciembre de 2010

CALABOBOS






Día triste en que la lluvia fina se funde con el mar en el horizonte.  Lluvia de despedidas apuradas en el interior de cualquier portal porque fuera, te empapas. Lluvia que en los cristales de las ventana teje encajes de bolillos y en los caminos, se siente río que discurre apurado hasta quedar en la hueya que algún buey ha dejado cuando tiraba como siempre sucede, de un pesado carro. Lluvia de alegría para esas plantas que alguna vecina ha colocado en el patio porque recuerda las palabras de su madre cuando niña: -No hay agua mejor para las planta, que la lluvia-. Son cosas que no se olvidan, además, crecen con más alegría, como las de las monjas en los asilos y en los hospitales.
Los gallegos, por el mundo adelante, tenemos fama de tristones pero también de trabajadores e incluso, se nos quiere imitar en el habla, pero lo hacen tan mal, que en vez de sonreir hacia ese intento, al menos a mi me da una gran pena por las connotaciones que pueden llevar asociadas.  El gallego, tiene que ser y estar triste por culpa de las muchas zorrerías que le han hecho y de la perenne lluvia. que siempre, siempre le acompaña. Pero también baila si es que lleva unos vasos de tinto en el estómago o en el cerebro.  Es capaz de hacerlo alrededor de  una pota de caldo  si sabe que de ella comerán los caminantes que lo hacen hacia Compostela en medio de paisajes muy hermosos para que cada cual, a cada paso que da, se vaya inventando historias fantásticas en las que por lo regular, siempre está presente la Santa Compaña y las almas que penan camino de san Andrés de Teixido a donde se va de muerto si no se visitó cuando estaba vivo. Son tantas esas almas, van tan apretadas, que apenas pueden dar un paso cada diez minutos pero, una vez llegan al santo, en ese preciso instante, vuelan al más allá, a no se sabe donde que también está lleno de ánimas.  Las hay de dos tipos, las serias y estudiosas y las juerguistas.  Tanto unas como otras se acercan a los bosques porque el rocío les encanta, las serias, conducen a las otras almas hacia Teixido y sin que se enteren, les van dando consejos que han leído.  Las otras, las que toda la vida han sido unos jueguistas, siguen con lo suyo y sólo se dedican a levantar las faldas de las viejas para que se cabreen, a tirar al suelo los pitillos de los ceniceros e incluso a pellizcar a las vacas en las orejas, para que corren despavoridas por los campos ahora encharcados.
Es la lluvia quien nos hace tristes, porque viene de lejos, porque es continua.  Cuando la Tierra comenzó a girar hace millones de años, hizo falta agua para apagar aquella gran masa incandescente y ahí, ya estaba la lluvia gallega, que va cayendo mansa sin hacer daño alguno e incluso, según como ande el alma, también se agradece.
Hay otro tipo de lluvia, que al caer de golpe cuando nadie se lo espera, consigue desbordar los ríos y lo que es peor, obliga abrir las compuertas de los pantanos que al bajar las aguas locas, inunden como siempre, las casas de los humildes, día si día también sin que haya modo de evitarlo y hay lágrimas en los ojos de todos, incluso de los niños porque lo han perdido todo.  Es posible que el de la carpeta bajo el brazo, les pregunte si tienen al día el seguro de la vivienda y los pobres, que viven en un mísero  chabolo que han construído con sus manos, que han trabajado lo indecible para poder comprar cuatro sillas y dos camas, se mirarán sin entender nada y preguntarán al trajeado, ¿ y eso que es lo que es ?.
Con la lluvia gallega no sucede tal cosa y es que siempre se espera, todos los días se espera aunque en lo alto el sol caliente con ganas.  Mañana vamos a..., si no llueve, es lo que se dice porque conocemos, que de un momento a otro llegará por tanto, no nos coge desprevenidos.  Sí ha sucedido, que al abrir las compuertas de una presa, al pescador lo ha cogido desprevenido y ha tenido que salir nadando del río. A los dueños de las presas no se les puede decir nada, parece ser que tienen mucho mando y te cortan la electricidad si es que te pones tonto.
Hace años, llovía mucho más; casi el doble y si me apuran el triple; seguramente que tendrá la culpa el calentamiento global que todos hablamos de él pero maldita se sabe lo que es, si no, peguntarle al enteradillo de turno, veréis como se sale por peteneras. Cualquiera que hable del calentamiento, lo hace de forma diferente.  Incluso hay otros que son ciclos que se repiten cada tantos años, pero la lluvia, siempre la tenemos porque además, la necesitamos para el mainzo, las patatas y para que los caminos brillen con sus pequeños charcos que se van formando. Y las plantas, las flores, cuando unas gotas de lluvia se posan sobre sus pétalos o resbalan por las ramas, junto con las que hacen carreras por los cristales de las ventanas, es lo más fantástico que nos deja.
Pues hace años, muchos, menos mal que todos los portales de las viviendas permanecían abiertos y era bueno, porque las gentes tenían en donde abrigarse.  En Canido, había y hay una residencia que en sus tiempos pertenecía al Ejército de Tierra, actualmente no se quien es su propietario, las cosas cambian continuamente. Hoy, uno de sus portales permanece cerrado, pero en tiempo pasado era como nuestro casino,  portal amplio, por el que apenas circulaba gente;  nos sentábamos en las escaleras de mármol muy limpias,  fumábamos a escondidas de aquella gente que lo contaba a las madres, hablábamos de niñas, hacíamos planes, reíamos llenos de vida.  Cuando cansados de permanecer en ese lugar, dábamos la vuelta al edificio, saltábamos una ventana y aunque nosotros un magnífico billar español en el que jugábamos partida tras partida.  Cuando sonaban pasos acercándose, todo consistía en saltar de nuevo al exterior a la lluvia en busca de otro portal.  Eso si, cuando las personas subían o bajaban, nos levantábamos para dejarles el paso libre y jamás faltó un buenos  días o buenas tardes, que en educación estábamos puestos.
En cierta ocasión, un puñetero profesor me dijo que era un maleducado.  Aquello me cabreó, negué con la cabeza y le respondía que mis padres me educaban bien, que yo, en tal caso, era un mal aprendido.  La clase se rió porque lo necesitaba, no por la contestación y el tío, achicado, perdido, no se le ocurrió nada mejor que molerme a palos ya que supongo que su ego, había quedado a la altura del betún.
Cuantas veces he lavado la ropa y los zapatos en la playa de Copacabana, después de jugar un partido en Baterías, con el terreno muy enfangado.  El resto del equipo también. Tiritábamos dentro de cualquier portal esperando que aquello se secase y de ese modo, no se enterasen las madres.  Vaya si se enteraban.  No es que temiese al palo que no lo había, pero los responsos de una madre cabreada, son terribles a la vez que repetitivos. Todo consistía en poner cara de circunstancias, ponerte otra ropa que te daban, un beso rápido que nunca fallaba, un abrazo y a la calle de nuevo.
Pero hoy, que cae esta lluvia tan fina, calabobos que le dicen,  lluvia que empapa y no muy lejos, el astillero hoy triste y oscuro del que asoma entre brumas un enorme buque en construcción con su estómago, seguramente  lleno de obreros que trabajan porque las horas vuelan.
No muy lejos, unos neones verdes que se desplazan y encogen, señalan el lugar en que se encuentra la farmacia. Suelen poner en uno de sus escaparates un Nacimiento, que es horrible, pero como seguramente lo hacen con buena intención, hay que aguantar.  Luego lo retiran para colocar bastones y muletas.
Día hermoso para los caracoles que los vuelve locos, tanto, que incluso se arrastran sobre las carreteras en que los coches cruzan rápidos. Es mi trabajo cuando camino, recogerlos para echarlos sobre la hierba, no se si me lo agradecen o se cogen el monumental cabreo, por evitar que se suicidasen que era lo que pretendían.  No hay quien entienda a los caracoles.
Y hoy, mientras la horrible musiquilla de la lotería, cantada por unos niños que suena en todos los receptores, la evito con una buena música, un libro que me cuesta aprender y, iba a decir un cigarrillo pero eso,   han pasado más de cuatro años y aún lo sigo echando de menos.
Lluvia triste de cementerios y de barcos que enfilan la boca de la ría.

BOFETADAS