jueves, 23 de julio de 2009

CAMINANDO BAJO LA NIEBLA






Camino en medio de una niebla que no moja, que lo cubre todo y por eso todo se ve más bello. También se hace presente en la plaza que ahora me encuentro y que llaman de los Vosges o de los Vosgos, en el barrio de Marais. Es una plaza con mucho encanto, de perfecta simetría y que la rodean casas de piedra y de ladrillo. Sus tejados son de pizarra azul que ahora brillan como si fuesen turquesas. En esta plaza nació el que luego sería cardenal de la iglesia y del reino Richelieu y en una de esas casas vivió Victor Hugo. Un lugar en que las justas, los torneos y los duelos de enamorados o esposos engañados, se sucedían continuos entre de la gran algarabía de las gentes, "panem et circus" aunque en esta ocasión, los estómagos estaban completamente vacíos, el hambre señoreaba por todos los rincones. Asoma y se muestra orgullosa la que en otra hora fue cárcel famosa, llamada de la Bastilla y que tanto sufrimiento guarda de una revolución que marcó una época. En medio de todo ello, la columna de Julio que preside desde lo alto y para más grandeza, de esa plaza que ahora recorro, un hermoso edificio de cristal, la ópera de la Bastilla.
En el barrio de Marais, el Ayuntamiento de la Capital y los magníficos museos del Carnavalet que protege la historia de la ciudad y el museo Picasso que guarda parte de sus obras pagadas al estado como impuestos por herencias y sucesiones. Y es algo que no cabe en mi pequeño y gastado cerebro; ya que, si un matrimonio que trabaja como condenados a galeras para ahorrar un poco y dejárselo -cosa lógica- a cualquier descendiente o a quien le venga en gana, el bondadoso padre estado, el que te anima al ahorro con anuncios en la tele y en la prensa, al final entre pitos y flautas o flautas y pitos, te lo lleva todo o si no es todo, la mejor tajada. Es como si quien tiene que ampararnos, lo hiciese practicando con nosostros la usura para su único beneficio y sea al final tal como es, el gran banquero llamado estado. No me entra.
Pero hay algo en este barrio que si todos los que lo caminan, todos, e incluso los pájaros se callan, se pueden oír los gritos y quejidos de los ajusticiados en los patíbulos levantados ante el Ayuntamiento. Debió ser horrible y es por ello, que cambio de aires y me voy a otros más limpios que se encuentran, como no puede ser de otra manera en Montmatre que en su día, fue cuna y altar de la bohemia, que es lo mismo que decir alegría, hambre y locura. El Sacre-Coeur lo adorna aunque para llegar a la iglesia, se necesita estar un poco en forma por la gran cantidad de escaleras que hay que patear y por tanto, prefiero dejarlo para otro momento.
Callejeo en soledad como casi siempre hago y es una delicia; casitas bajas llenas de plantas que te conducen a la plaza de Tertre donde multitud de artistas de todas las edades, se pelean por hacerme un retrato.
Aquí los cafés y bailes lo llenaban todo y de los cuantiosos molinos que hubo en funcionamiento, sólo quedan dos, el de la Golette que inmortalizó Renoir y el Moulin Rouge, cabaret que daba vida a la pobre vida de Tolouse-Lautrec.
Camino en dirección a la magnífica estación de metro más algo me impide acceder. Alguien me llama una, dos y hasta tres veces. Me giro, despierto de mi hermoso sueño, miro los edificios que me rodean y poco a poco voy recordando, que salí de casa con la intención de acercarme a la tienda de la esquina, a comprar una y simple barra de pan.
Tengo que desandar lo andado, unos trescientos metros. No me importa.
París, bien vale un sacrificio o más de uno.
París, bajo una niebla que no moja, es lo más hermoso que se puede ver.

BOFETADAS