martes, 13 de octubre de 2009

CURSO DEL 52






Prometo que mi cerebro, para que funcione, tiene que ser a base de cariño, de bondad, de lógica. Otros, lo se, funcionan mejor a base de palos.
Hubo un tiempo en que unos profesores -la mayoría sin titulación-, creyeron que el palo, la humillación, la degradación de la persona - los niños también lo son-, nos haría hombres de provecho. Hubo un tiempo en que pensaron que aquellos infinitos palos recibidos nos hacían mucho daño, no se daban cuenta, que la piel ya estaba curtida y por tanto no se resentía y si en algunos continuó el abatimiento, el silencio, el aguante, la conformidad, el callar; a otros nos hacían más fuertes y rebeldes todavía.
Y es que no íbamos al colegio para aprender -hablo por mi - sino que iba a recibir palos, continuos palos que daba desde el primero por tanto el director, hasta el último y tomo como último un sacerdote que al menos a mi me parecía de unos ochenta años de edad que también lo practicaba. De ahí el último, por la edad, no por la fuerza.
La clase es de once a doce de la mañana. Todos miran el reloj nerviosos porque el director no llega. Las once y media, los nervios nos comen. Doce menos cuarto, va bajando la tensión. Doce menos diez, nos miramos nerviosos y sonreímos. Doce menos cinco una voz conocida, demasiado conocida:- "Cuarto a clase" -...
Un desespero mientras los casi cuarenta niños vamos subiendo la escalera cansinamente para ir arañando tiempo al tiempo. Da lo mismo, en diez minutos todo a terminado, hemos pasado todos por el duro palo por no contestar a una pregunta que nada tenía que ver con la clase que dábamos. Y así, los trescientos días del año porque ya he descontando los domingos y festivos.
Nos decían que los ajos aliviaban las zonas doloridas, hoy en día aún lo ignoro. Mi escaso sueldo lo gastaba en ajos de los que hoy, odio hasta el olor y probarlos ni por asomo, es superior a mi. Los ajos en quellos tiempos se asociaban al dolor, no a la comida.
Un día el profesor -llamémosle así- comienza a golpear el trasero de un compañero que se encuentra echado sobre un pupitre. Los golpes son secos y con dureza pero, el sonido que se oye es a tambor desafinado. Un : -¡ Bájese los pantalones ! -, una respuesta: - En clase, delante de todos ,¡ no! - . El profesor : -¡ Salgan todos del aula!- y al cabo de un rato sale sonriente, suficiente, con la tapa de lata de un recipiente de membrillo que nuestro compañero se había colocado en el trasero a fin de evitar el dolor.
Es para reírse pensaréis, yo más bien creo que era ya el hastío al palo, a los insultos, a un sinvivir contínuo. Éramos niños con vistas algún día a ser hombres.
Es verano en Ferrol. Mis amigos se bañan y me llaman para que también salte al agua que tanto me gusta. No puedo hacerlo. No debo hacerlo porque desde los muslos hasta media espalda, tengo la piel amoratada, con tintes violetas y otros ocres. Pensé durante mucho tiempo que músculos y demás se irían pudriendo poco a poco, mazados por tanto palo y me daba temor sufrir en silencio una gangrena no teniendo culpa alguna; más por nada del mundo se lo diría a mis padres, sería una cobardía, por tanto, que cada palo -y nunca mejor dicho- aguante su vela. Si se piensa, yo no tenía que tener vergüenza de aquello, eran los otros que caminaban por la calle con la cabeza muy..., demasiado alta quienes tenían que estar avergonzados. Bestias, malas bestias.
Uno de ellas, al tiempo que golpeaba en el culo -siempre iban al culo-, gritaba con todas sus fuerzas, momento que yo aprovechaba para llamarle a gritos también: -cabrón, desgraciado, cabrón, cabrón...-; os aseguro que el resto de la clase se enteraban. Él no, porque seguramente se encontraba en pleno éxtasis, y no me extraña ya que solía leer a la santa Teresa.
Cualquiera que supiese pegar era profesor; me da que esa era su consigna porque hasta a la niña de francés también se le iba la mano de vez en cuando, allí no importaba la titulación, con tal de que manejase aquellos maderos de unos 70 por 8 por 3,5 cms. aproximadamente. No incluyo en esa plantilla a nuestro buen amigo don José Leyra Domínguez, bueno entre los buenos, inteligente y sabio por lo mucho que conocía y que nos demostraba continuamente. No me vienen más a la cabeza. Pensar en lo que acabo de escribir, de unos veinte sacrificadores, sólo se salva uno. La proporción... asusta, al menos a mi que ahora lo veo en la distancia.
De rodillas y los brazos extendidos. En un principio sonríes a los cercanos pero cuando llevas un buen rato, te falta aire en los pulmones, te agotas, los brazos pesan demasiado, las arenas del suelo se clavan en las rodillas, sólo queda una solución y es la que siempre tomo, huyo de aquel lugar a la calle, a la libertad, libertad momentánea porque, al siguiente día me molerán a palos amén de los insultos más insospechados pero, al menos, mi cuerpo ha descansado toda una noche.
Alguien se preguntará ¿y los padres?, ¿qué hacían los padres?; los míos y pienso que muchos más, no enterarse de lo que allí sucedía. Yo al menos nunca se lo dije ante el desafío de que si lo hablamos nos expulsarían y no podríamos estudiar en ningún otro colegio.¿Estudiar?, que más quisiera yo...
Un día no pude más, escapé del colegio y de casa. Eso fue al mediodía, A las once de la noche la Guardia Civil me entregaba a mi abuelo sin libros, con una barra de pan resesa comprada en el bar "El Rápido" y con una entrada par ir al Rena de once a una de la madrugada, para que la noche luego, se me hiciera más corta, y de madrugada comenzar mi caminata siempre pegado a las vías del tren. Tenía catorce años. No lo volví hacer.
El otro día vi en la tele, sólo hasta el primer descaso, la serie "Curso del 63". No estoy de acuerdo en lo esencial, que nosotros ya veníamos pulidos al llegar a bachiller, nada nos cogía por sorpresa. Esos chicos del iPod, del ordenador, de llegar tarde a casa sin que nadie les diga nada, de tenerlo todo, no los pueden, de repente trasladar a aquellos años. Algunas broncas me hicieron retroceder a mis años mozos. Tampoco se metían con nuestro pelo ya que todos lo llevábamos muy corto aunque jamás tuve piojos y la ropa interior, al menos la mía, siempre fue un Meyba para bajar rápido los pantalones y comenzar a jugar al futbol.
Lo que me fastidia es que esas personas sin color, inhumanas, piensen que todos los niños pueden hacer hombres de provecho a base de palos; es cierto que algunos agacharon las orejas, pero los que más... anda y que os den.
La palabra más hermosa que nos decían era la de : -Acémila -, continuamente la escuchaba sin conocer su significado, quien la decía, llegaba casi siempre semi-borracho a clase; menos mal que cuando tocaban los ejercicios espirituales, ya me dirás, ejercicios espirituales para unos mártires, les parecería poco. Me daba igual, a pesar de que íbamos de la mano para la iglesia cercana del Carmen, siempre conseguí darles el esquinazo. Yo no los necesitaba, había visto a los santos, santas y beatos de todos los colores, ¿para qué más?. ¡ Idiotas !, pasabais lista continuamente y en la iglesia no. ¡Qué torpes si casi quedabais sólos ante el cura que hablaba!, supongo.
Nosotros, aprendíamos más en los portales cercanos al colegio que en las clases; unos a otros nos explicábamos lo que vosotros no hacíais porque no había tiempo para lo uno y lo otro y saber una cosa, más que los vareazos, me dolía el que le pegarais a los más débiles, a los que se sentaban siempre en la primera y segunda fila de mesas; eran niños de piel muy blanca,regordetes, estudiosos pero débiles. ¡Abusones!.
Y mirar, hoy ya viejo, continúo estudiando. Tengo otros excelentes compañeros. Nadie pega, todo es amabilidad. Aprendo todo aquello que no me enseñasteis por falta de tiempo y de corazón. Si, erais bestias disfrazados de maestros. Retiro lo de maestros, ni de coña lo seréis nunca, es una palabra muy hermosa que os queda extemadamente lejana.
Lo que llevo clavado, y han pasado muchos años; no son los palos, son los muchos días que no me dejasteis bañar con mis amigos, porque tenía el cuerpo destrozado para vergüenza vuestra y no mía. Hasta un músico de Bazán,profesor de esa asignatura, sin culpa alguna por mi parte, me dio con el puntero en todo el rostro; doce o trece años tenía, llevo la marca.
En el fondo, no se si os tengo odio porque soy incapaz de odiar. No os perdonaré nunca, pandilla de golfos. Insuficientes.
En mi, la letra con sangre no entra, no entra.
Degenerados...
NOTA.- Las fotos, son tomadas de Internet, nada tienen que ver con lo escrito.
Para aquellos que no supimos hacer una España grande y libre.

BOFETADAS