sábado, 20 de junio de 2009

PARA ELLAS Y ELLOS, AUSENTES.








Tanta que tenía y ahora, sin proponérmelo tan siquiera, me estoy quedando sin imaginación. Seguramente que se me ha gastado con el paso de los años. Lo único que hago es mirar dentro de esta penumbra en que me encuentro, para un techo oscuro en el que, como si se tratase de un cine, veo pasar de vez en cuando, las imágenes de la calle que penetran por la ventana entreabierta.
Es tan triste que no pueda expresar, que no sepa decir con palabras lo que en mi interior sucede que, a pesar de que pongo en tensión todos los músculos de mi pobre e inservible cuerpo; no consigo que de mi boca salga palabra alguna.
Y como duele...., que no pueda, que no sepa hilbanar tan siquiera dos palabras, dos únicas palabras que pudieran tener algún sentido, un mínimo sentido.
No hace tanto, unos meses únicamente, que todo se fue al carajo por no saber, por no darme cuenta de lo más simple como es, colocar una silla en el suelo sobre sus cuatro patas. Un niño pequeño lo puede hacer y yo, que me he pasado toda una vida enseñando operaciones complejas, no soy ni tan siquiera capaz de colocar una silla en su posición normal. Se que comencé a sudar mientras lo intentaba porque a mi alrededor algún que otro familiar y vecinos me observaban. En un principio -luego lo supe -, les hacían mucha gracia mis errores, mis equivocaciones pero, cuando mi cerebro comenzó a perder más neuronas que se iban quizás, por los oídos, fue entonces cuando se pusieron más serios, intentaron ayudarme a colocar bien la silla que contemplaba fijo y en silencio desde hacía más de una hora, que no conseguía poner de pie. Lo intentaron muy serios y fue ahí, en ese preciso instante cuando emití un grito lastimero, de sufrimiento, que salía de mi garganta rota con un mensaje del todo simple: - ¡ perdonarme, no puedo, no se cómo se hace ! -, y me negué a que tomaran parte de aquel trabajo que yo intentaba realizar.
Luego los médicos. Preguntas que entendía perfectamente pero que se me hacía del todo imposible contestarlas y al final, éste maldito sofá en que me encuentro al fondo de una habitación semi oscura en la que, por el techo, se van reflejando personas y autos que pasan por el camino. Aprendí hace muchos años, que todo eso había sido observado por Leonardo, para a continuación inventar la cámara oscura, pero él, seguramente tendría bien el cerebro. Yo se que no lo tengo.
No te extrañe que recuerde cosas en mi situación, lo que sucede es que no se expresarlas de modo alguno porque el cerebro me va menguando y al no poder, reviento en exabruptos, maldiciones y juramentos; eso al menos es lo que a mi me parece, pero quizás todos los sonidos que puedan salir por mi boca si es que salen, más bien puedan tratarse de incongruencias sin sentido, de ahí que alguno se ría con ganas y me haga volver a repetir lo antes dicho para de nuevo reirse.
A verme, viene mucha gente y eso me duele en demasía. Vienen, como cuando van al zoológico a ver únicamente el gorila blanco. Los demás animales no les interesan, el mono si y, me miran como asustados en principio, luego, cuando ya llevan un tiempo ante mi, bromean y hacen chistes sobre mi situación. Un niño que les acompaña, pelo rojo, pecoso, cabronazo a más no poder, me empuja como mi propio bastón, bastón que en otros tiempos me acompañaba en mis andaduras por los caminos y montes como defensa, por si algún perro u otro animal me enseñaba los dientes. El niños pecoso ríe y ríe mientras clava el puñetero palo en mi pierna ya dolorida. Nadie le dice nada. Ni yo puedo, tampoco.
Hubo un tiempo, no recuerdo cuanto, que se me permitía pasear cerca de la casa. Notaba como en la distancia era vigilado y por tanto, si daba un paso de más los gritos del vigilante o de la vigilanta sonaban secos, histéricos, precisos como los de un teniente al mando de la tropa. Entonces, poco a poco regresaba, la cara mirando al suelo, sumiso,abatido, vencido; esperando la duodécima bronca del día.
Pero un día los de la atalaya se despistaron, me alejé nervioso en principio; el miedo me recorría todo el cuerpo pero, al doblar el seto comencé a caminar muy apurado, tanto que a continuación inicié una carrera en libertad, en hermosa libertad y, que belleza había en todo lo que me rodeaba, jamás me había fijado en el nogal que ahora abrazo, su piel lisa como cuerpo de novia, aquel olor a nueces verdes que lo llenaba todo, era una felicidad jamás sentida que se me rompió cuando la mano de aquella mujer se apoyó en mi espalda, y gritó sin el menor miramiento: - ¡ Eres tonto....!, ¿ o qué ?, a continuación un seco ¡¡ camina... !!, al tiempo que me señalaba la dirección de la casa.
En el rincón, al fondo de la habitación que me encuentro, los días son lentos, terriblemente lentos. Huele a periódicos viejos amontonados, a pantalones orinados y no a nueces verdes tal como olía aquel árbol. Hace tiempo que la gente ya no viene a verme; se quedan en una habitación a la entrada en donde yo antes, hacía los crucigramas y organizaba mis sellos. En el fondo, prefiero que me dejen tranquilo y no vengan a visitarme, sobre todo el cabrón del niño pecoso que tanto me humilla.
He pensado y pienso continuamente en la muerte. Es una sensación rara desear que llegue lo que tantas gentes evitan; pero es que no siento, no me noto, no padezco..... no vivo, porque aunque pueda respirar, todo mi ser, todos mis sentidos, hace tiempo que han muerto, que me han abandonado. Que recuerde, desde el mismo instante o poco antes de no poder poner en pie, aquella simple silla.
Para todas aquellas personas que el alzheimer truncó sus vidas.

BOFETADAS