El otoño, no admite término medio. O se le ama, o se le detesta.
Yo me encuentro entre aquellos que lo aman y daría, dos o tres veranos por un otoño en el campo. Sus borrascas, sus hojas amarillentas que se arremolinan a lo lejos, mientras el viento las hace bailar una danza interminable, sus hermosas puestas de sol, siempre en mi recuerdo, pálidas como la sonrisa de un moribundo, sus charcos de agua en los caminos y a lo lejos, con su monótono y seco sonido, la campana de la ermita que llama. La campana de la ermita siempre está llamando a las gentes, a las ánimas. En la Galicia de los campos y los bosques, la campana puede sonar diferente, según la haga tocar las ánimas del purgatorio, que piden a la gente que rece por ellas o el hijo del sacristan que tiene mucha sensibilidad en los dedos desde que se los quemó con aceite.
El viento arrecia, lastima el rostro y en lo alto, siempre una bandada de cuervos que luchan contra la tempestad, en hermoso ballet y a las veces, en un hermoso racimo que tal parece se va a estrellar contra el suelo, en cualquier momento.
Las gentes que acuden a misa, saludan sin levantar la cabeza que llevan oculta entre bufandas. Caminan apurados y temerosos; al cura, no le gusta que lleguen tarde y, como son viejos, les riñe. El cura siempre está riñendo. Riñe cuando las estrechas aceras del pequeño cementerio están sin barrer, cuando no hay flores en los jarrones de la ermita, cuando la recaudación ha sido escasa y cuando le viene en gana o cuando le duele el estómago.
Los curas viejos, son como la gente vieja huraños y desconfiados. Pasan el día mirando y remirando un documento que guardan recelosos, evitando el que puedan caer en otras manos. Al final resulta ser el justificante de cobro de su exigua pensión. Los viejos son curiosos con las cosas de los demás. Matarían por unas onzas de chocolate. - ¡ No, papá !, que el médico no te deja.... Pero mujer ....si tengo noventa y seis años .... - Si, pero el médico no te deja comer chocolate .... insiste la nuera. Las nueras, son las peores enemigas que tienen los viejos, jamás los pierden de vista y así "marcados", no tienen nada que hacer. Las nueras, vigilan al igual que lo hacen las monjas, es como si tuvieran nueve ojos en la espalda. Huelen el humo de un cigarillo a dos quilómetros de distancia. ¡ Don José...., otra vez fumando...!. No, sor, que no fumo- dice mientras le viene un ataque de tos. - Así no se cura.... Ya lo sé, sor, pero a mis noventa y ocho años....
El otoño, frío otoño, muestra cálidos sus colores de temporada.
Hermosa circunstancia.