Voy al cine. Cuento en la sala, seis personas. Comienza la película, llegan dos más.
Hace algún tiempo, eran días de instituto, eran días de no asistir a clase y de caminar por la vía del tren en busca de trozos de hierro. Nunca me expliqué de dónde salía tanto metal. Si había operarios de teléfonos en lo alto de una escalera, debajo nosotros esperando que cayesen los hilos de cobre sobrantes. El chatarrero del Ensanche, lo compraba todo.
Más de una vez le toco en suerte a las chapas de latón de los cementerios en la que se podía leer: "El niño ..... subió al cielo el ..... " y de igual modo, a los llamadores de metal con forma de mano que sujeta una bola. En defensa, diré que mi grupo no lo hizo, éramos nobles en el fondo. Faltábamos a clase para ser libres y eso era todo, aunque llegado el verano, nos cocíamos los codos estudiando, para aprobar en septiembre. Y aprobábamos.
Otra cosa, volviendo a lo anterior, fué la de traer alguien, en una ocasión, una lámpara de bronce de su casa, que desmenuzamos, para poder venderla. Hubo un gran follón con los padres.
Pues bien, ese trabajo diario, nos suponía fumar Chester, e ir a cines diferentes a las 4, a las 6 y a las 8 de la tarde.
Adorábamos el cine y veíamos las películas sin perder detalle, para más tarde, contárselas a los compañeros que habían ido a clase.
¡ Ay !, cine Callao... Acomodador.... aquí se están cagando..... y a mi qué ..... pero se están cagando en tu madre..... Y comenzaban las carreras, los gritos de unos pidiendo silencio y los de los otros que seguían con la juerga.... Gorila....Gorila.....Gorila .....
O el día en que vimos las carteleras con fotos de romanos, de luchas, de caballos, todo de Roma.
Entramos muy alegres en el cine, nos la prometíamos muy felices pero cuando comenzó la sesión, después de aguantar media hora a un tío hablando - no nos importaba lo que decía, queríamos ver la de romanos -, sale a escena, por la izquierda, una romana cantando; al poco, un romano que también canta....sale por la derecha, todo general asombrado en principio, siguen otros cantando, comienza un tío de general a cantar como ellos, luego otro, luego seis, luego todo el paraíso, desde butaca gritaban, todo el mundo gritaba en el cine. La película era "Aída". Maldita sabíamos nosotros nada de la Aída de Verdi. Llegó la policía, siguió la juerga y a la hora, todos fuera del cine.
Me gusta el cine y participo de él. No es la primera vez, ni será la última, en que alguna lágrima me hace la puñeta y disimuladamente, la seco en el preciso instante en que una falsa tos, me ataca.
El cine que comencé a amar a los cinco años en un pueblo de pescadores y que continúo amando.