El hombre viejo se sienta en la mesa. Los puños apoyados en las sienes mirando hacia un punto de la pared, en donde nada se vislumbra.
- ¿ Qué quieres para cenar ? - pregunta la esposa
- ¡ Mierda -, responde enfadado.
La mujer calla, no se altera, se dirige a la parte trasera de la casa; de un cubo recoge unas sobras de comida y en un plato, las pone ante él, sobre la mesa.
El hombre viejo, continúa mirando ese punto infinito.
El hombre viejo, ha salido en el bote, la media tarde del día anterior. Ha estado remando toda la noche en busca de algún pez; unicamente descansa, cuando las manos le duelen a causa del frío. Mira a lo lejos, hacia los pesqueros que largan redes y meten a bordo todo el pescado, grande y chico, vale todo. Se venderá, seguro que se venderá todo. No piensan que a sus hijos también les atrae el mar y no los estudios, y cuando llegue la hora no sacarán nada. Lo mismo que le sucede al hombre viejo quien al mediodía siguiente, pone proa al puerto con dos locomotoras que le aprisionan el pecho.
La mujer, una buena mujer que lo aguanta todo, son muchos años juntos y lo conoce, retira el plato, de rodillas ante el viejo, lo abraza, ambos se miran, sonríen porque saben, que mañana será otro día.
La mujer se levanta, coge una bolsa negra y la muestra al esposo. En el interior, peces de todo tipo.
- Tu hijo, que los ha traído...
El viejo, no se da por vencido
- Con el barco que tiene .... ya puede.
Ignora que su hijo, no ha pescado nada en toda la noche. No conoce que su hijo ha ido al mercado y los ha comprado.
Los viejos, lo ignoran todo. Los viejos, tienen mala leche y por ello hay que engañarlos.
El viejo, desde la ventana observa las embarcaciones que entran.
- Seguro que vienen cargadas .....
Piensa.
- Como el barco de mi hijo ....
Dice.