Ayer en la calle, me detuve ante un hombre ya mayor, quien hacía sonar un viejo violín, que se quejaba como un hijo hambriento, como un niño pobre que pide pan. En el suelo, la funda del intrumento a modo de hucha, en donde le van depositando algunas monedas, gente de buen corazón.
El violín solloza, suspira, chilla y cuando entona un sonido vivaz, me parece que está clamando y envía caricias a los que no se paran y siguen de largo. Cuando un violín se calla, la vejez se va haciendo más dura. Alguien lo dijo.
Estamos en navidad, al menos las luces que forman figuras brillantes, nos avisan y mientras, el violinista de copiosa barba color marfil, cansado, comienza a mover el arco sacando sonidos infinitos que te pueden llevar a donde tu quieras ir, desde los lugares más hermosos, hasta el lado de la persona que quieres. Todo es proponértelo, unicamente hay que volar y cuando de verdad, con el corazón se desea, volar es muy fácil. Fijaros en los pájaros.
Sólo, solamente hay que tomar impulso con el alma. Probarlo. A diario lo hago. Es que lo necesito.