La mujer de los cabellos grises y ojos azules, camina hacia la parte trasera de la casa, arrastrando los pies que cubren unas zapatillas a cuadros, demasiado grandes para ella. Abre la puerta, mira hacia Chamorro y dice su diaria oración: Dios te salve María... éstas habas ya están a punto de madurar, ... llena eres de gracia..., ¡ qué bonitos los gladiolos !...., el Señor es contigo...., los tomates van un poco lentos, con éste sol, pronto se podrán comer.....
Entra en la habitación de su hija, la única familia que le queda. Su hija está en el ejército, muy lejos, en un sitio que nunca recuerda y cuando le viene a la memoria, no lo sabe decir por lo difícil que es de pronunciar. Su hija, se empeñó en ir. La casa, necesita un tejado nuevo, el actual tiene muchas goteras y cuando llueve, siempre hay que repartir cubos por el suelo. Mira el retrato de la hija, una níña que sonríe, le da un beso, continúa limpiando.
La mujer del pelo gris y ojos azules está muy sola. A su marido, le decía continuamente que no fumase tanto, pero no hacía caso. Murió a edad temprana por culpa de un maldito cáncer, murió delirando. Si llega a estar su marido - piensa -, el tejado estaría reparado, la casa pintada de un color blanco y las habitaciones, cada una de un color ¡ Ah !, si viviera su marido.
La mujer del pelo gris, enfundada en un vestido negro, se dispone a salir, tiene que hacer los recados habituales. A los lejos, por el sendero, dos personas que se acercan, cada vez son más enormes sus siluetas. Hablan con la mujer y le hacen entrega de una cajita alargada y una bandera primorosamente doblada. Le han dicho algo, pero en aquellos momentos, sus sentidos, todos sus sentidos permanecieron bloqueados.
Entra en la casa, guarda los objetos en la cómoda de su hija y apretando su retrato, llora desconsoladamente, primero en silencio y a continuación grita como un animal herido, porque, si que es un ser muy herido. Pasan las horas, con la cara desfigurada, descuelga el crucifijo, descuelga el cuadro de una virgen que tanto le gustaba, y los guarda en un cajón. Dios le ha dado la espalda, Dios le ha quitado todo.
Toma la bandera, mira la cajita que le entregaron, en un lado se puede leer 14 euros, la abre sin ganas y allí, en su interior, un trozo de metal pintado.
La mujer de los ojos azules, camina ahora por un sendero, en sus manos la bandera y la condecoración. Sus ojos miran al infinito. Pisa la playa, ya está en el mar donde las olas la besan y la llaman. Camina, continúa, sigue, avanza más y más hasta que desaparece bajo la alfombra azul con espuma blanca. Al poco, sale a flote la bandera que se ha ido desplegando y que al final queda extendida sobre la mujer, como un campo de claveles rojos y amarillos. Como si hubiese llegado de nuevo la primavera.
Por el camino que lleva a la casa de la mujer de los ojos azules, dos hombres avanzan, cuanto más se acercan, más grandes las siluetas a contraluz. Regresan a recoger la medalla y la bandera. Han equivocado la dirección. Ha sido un joven a quien a destrozado una bomba, la hija de la mujer de pelo gris viene de camino para pasar las Navidades con la madre.