sábado, 19 de septiembre de 2009

YA HE LLEGADO A VIEJO.





Qué poco se tarda en llegar a viejo, qué poco.
He doblado la esquina de una calle que me ocultaba la vejez y me he dado de bruces con el color gris de la vida. Yo que venía de toda la escala cromática, de repente, sin darme cuenta he penetrado en lo gris. Es triste verlo todo en un mismo tono, el suelo, las casas, los amigos quien los tenga, la familia que si te quieres salir te vuelve a empujar hacia lo gris para que no molestes; hasta el papel en que intento escribir es de ese maldito color.
Y que hace sólo cuatro días en que reía por cualquier cosa y hasta la risa tenía variaciones de color y ahora, me he vuelto opaco y el humor ha desaparecido, no lo hizo poco a poco, fue como un ¡zas!, un corte profundo que separó un modo de vida del otro y hasta palabras que no me salen, por más que lo intento, han desaparecido de mi anterior y completo diccionario para dejarlo en una mínima página que se achica cada vez más, palabra que busco con ahinco y maldita sea que no aparece.
¡Qué pronto me ha llegado la vejez, yo que la veía tan lejana!, que pertenecía a otros a mi, jamás. También le ha llegado al poco pelo que me queda. Pensaba que la vida era una cinta de color y que poco a poco la íbamos cortando, que tenía mucha longitud, infinita longitud. Pero al mirar a los lados; otros, niños y jóvenes, veía como se le iba cortando a mayor velocidad que la mía, ¡ay! la locura de los jóvenes que no critico porque también tuve mi época de locura, fantástica locura que al final me dejó seguir en este mundo y no como a mis compañeros que su dios se los llevó porque los quiso "probar" tal como me contaban los curas mientras miraban a lo alto.
En otra ocasión, había pensado que la vida era una tarjeta con puntos y según fuese tu comportamiento te los iban restando, como los de tráfico; hasta que un día, un mal viento te lleva para dejar sitio a otro.
Y ya he llegado a viejo y como los que me precedieron, al menor atisbo de sol, tomo la pequeña silla que en otros tiempos perteneció a mi hijo cuando niño, me voy hacia la esquina de la calle y allí los rayos de ese sol que tanto tiempo me acompañó en las playas, en los paseos,en los juegos, me calienta. No quiero olvidarme de su compañera la luna que tantas y tantas noches me cobijó e iluminó aquellos senderos de pueblo y alamedas de ciudad por los que, camino del "adios, hasta mañana", nos besábamos hasta dolerme los labios, hasta dolerme el alma por la inminente separación.
Si el día está lluvioso,me envían a cualquier rincón de la casa con el pretexto de que efectúan la limpieza, como si estuviera castigado y es que las cataratas, no me permiten leer ni ver la tele, ni tan siquiera comunicarme con mis amigas/os a través del ordenador. Si apenas encuentro los pantalones que he dejado hace sólo un instante sobre una silla. No quiero recordar, lo de la tapa del retrete, ahora no quiero, porque aún me duelen los oídos.
Y como nadie me escucha, he iniciado algunas charlas conmigo mismo; esto es, me hablo y al rato -no muy lejano- me respondo. De ese modo ya no me encuentro en medio de la soledad. Es triste llegar a esto; porque al fin y al cabo la muerte llega, te lleva aunque tarde un poco y ya está. Cuánto odio la frase "es ley de vida", única frase de velatorios y cementerios, única frase de muertos y para los muertos. También debe ser "ley de vida" para niños y jóvenes que se van cuando comienzan a asomar o en lo mejor de la vida. Si, ya se, me lo han dicho los curas hasta la saciedad, que dios los está probando; "apto", "no apto" como cuando me entregaban las notas para fastidiarme todo el verano. Si se los va a llevar, que no los envíe de nuevo a este carnaval que malvive en un planeta llamado Tierra y que dicen que de momento se ve azul desde el espacio.
Puedo sentarme y recordar, desde casi el principio de mis días hasta el día de hoy; tengo esa suerte, suerte que me acompaña y me entretiene horas pero, tengo que callar, no mencionarlo; no vaya a ser que aparezca ese dichoso alzheimer y me lleve hasta mis hermosos recuerdos, recientes o pasados.
Pensé siempre que la vejez me quedaba muy, pero que muy lejana y ya ha venido a visitarme, atraparme; pero lo ha hecho en silencio, sin el más leve murmullo, se diría que a traición. Soñaba con tener a mi alrededor una legión de nietos para contarles mis batallas, falsas batallas como siempre conté a los niños que me quisieron escuchar; mis hijos tampoco se libraron de ellas y lo bueno de todo, es que se lo creían. ¡Fantástica inocencia!; si hasta creo que yo también las sentía verdaderas; más como los críos no aparecen, es por lo que se lo cuento a mi rincón preferido que esconde en la esquina que forma con el suelo una bolita hecha con miga de pan y que con el bastón, sin que se enteren, juego moviéndola de una lado al otro. Toco los lomos de los libros, los acaricio...¡malditas cataratas!, ¡cuánto daño me hacéis!, ahora que tengo todo el tiempo libre.
Inútil vejez y bendita la vida que me tocó vivir; que voy recordando en mi rincón preferido minuto a minuto: los hechos, las personas que estuvieron a mi lado por mucho o poco tiempo, los animales que incansablemente me acompañaron, los juegos con mis hijos que me dejaban exhausto pero feliz y los amaneceres en Mallorca o los ocasos en Vigo. Todo lo voy recordando mientras con mi pesado bastón, voy empujando de una lado a otro una bolita hecha de pan sin que se salga de mi rincón.
Qué malo hacerse viejo, qué mala la soledad.
A todos aquellos próximos en edad, o me siguen en el escalafón de la vida.

BOFETADAS