sábado, 17 de noviembre de 2012

SIGUES OCUPANDO MIS PENSAMIENTOS







Por estas fechas en que los eucaliptos florecen  y el sol navega por el horizonte, llegaste a casa y al poco, te convertiste en dueño, señor o general con mando en plaza. Te trajeron los brazos de Chus y nada más dejarte en el suelo, casi hay peleas porque todos queríamos acariciarte, darte la bienvenida de una y mil maneras mientras se te filmaba en video. Hacía tiempo, mucho tiempo al menos para mi, en que un perro no entraba en mi mundo con pleno derecho y tu llegaste,  apenas eras una bola peluda, blanca, muy blanca de ahí tu nombre y a partir de ese momento, te sentiste importante, tanto, que hasta me orinaste encima. Sólo hubo risas porque sería un pecado levantarte entonces la voz.
Es cierto que hubo un tiempo de: -"Dichoso perro, siempre por medio"-;-"otra vez ha mojado la alfombra"- alguien contestaba, que ya se acostumbrará"-. -"Quién ha cogido un folio que tenía aquí-.La misma voz respondía: -¡Mira debajo de la cama, seguro que lo tiene ahí-". Y allí estaba.
Con el tiempo, cuando tuvo uso de razón, comenzó a odiarme y es que no lo llevaba a la calle y ese odio -lo descubrí por su mirada asesina-, me obligaba a cabrearlo mucho más, le apretaba el hocico, le tiraba de los pelos que llevaba por bigote o lo deslizaba con fuerza por el suelo después de darle un empujón.  Había más pero, por si tiene la facultad ahora de enterarse, no las menciono. Al poco regresaba, gruñía pero lo hacía tan mal que daba risa, más tarde aprendió y en aquellos juegos. Más de una vez me clavó algún que otro alfiler que comenzaba a llevar en las mandíbulas. Yo hacía que lloraba y aquelos ojazos que recuerdo, se fijaban atentos en mi falso rostro tapado con las manos pero dejando entre los dedos suficiente separación para ver su comportamiento. Y allí lo tenía ladeando la cabeza a izquierda y derecha sin comprender nada. Un susto por mi parte que lo hacía recular y a comenzar de nuevo.
Dije que no lo llevaba a la calle y no.  Simplemente por un  principio. Cuando llevas un perro -me fijo- al cruzarse con otro, los amos permiten que se acerquen y lo primero que hacen es olerse el culo,-contra natura, pienso-, pero enseguida el o la de turno dicen que es normal, que así se conocen, ¿oliéndose el culo se conocen?... Cómo degenera la naturaleza.  Ya se que van en pelotas por la calle, aunque, hace poco, que han comenzado a vestirlos de forma y manera grotesca, pero si desde un principio se les dice que: ¡Culo, no!, el perro aprende.  Y hoy los visten de  futbolistas, millonarios, con albornoz, con zapatitos, collares, pendientes, todo enTobaris.
En casa de mis padres, siempre hubo perros, perros que contaban como uno más de la familia, tanto es así que a uno, el Ré, a la hora de comer se ponía panza arriba y así, poco a poco lo iba alimentado el de turno y lo cachondo, que si había que correr, corría. Nunca tuvimos uno de esos terribles perros, locos perros extensión en muchos casos del pensamiento del amo que los azuza y es que en casa,  la puerta de entrada al jardín estaba siempre abierta y la llave de casa en el interior de una maceta vacía, cuando estaba. Ya sé que eran otros tiempos, pero, a pesar de todo, mi madre siempre procuró ser amiga y lo era, de los gitanos. Pero bueno, eso queda allá donde estén, pero claro que los recuerdo y mucho.  A las personas, no las olvido. Sí, a todas las tengo siempre presentes.
Natas quizás, llegó en el mejor momento, en ese momento en que todo te aburre, porque sientes que te falta algo por eso, no sólo fue el "juguete preferido" sino que también el contrapunto y es que, a veces, lo llegaba a odiar y era cuando se lastimaba por una caída cuando hacía la cabra, por caminar por donde no debía, al lanzar un grito agudo al lastimarse un diente, porque le quedó enganchado en un jersey de lana, costumbre que coninúa en mi, de dejarlos tirados por cualquier rincón de la casa a pesar de las "broncas" que intentan corregirme y algo han conseguido, al menos con ellos no hago porterías de futbol como entonces.  Cuando salíamos de casa, a toda velocidad se iba debajo de la cama y ahí permanecía hasta que nos sentía llegar y, era tanta su emoción, que gotinas de orina iba esparciendo por todo el pasillo mientras daba grandes saltos; ni era capaz de ladrar, es que se ponía afónico.  Cómo no se van a querer.
Nunca le pude explicar que tampoco lo llevaba a la calle, para no pasarlas moradas, con esos perrazos que suelen acompañar sueltos a los chavales que, si no fuera porque tienen padres y madres, diría que se les parecen, por el rostro, por la indiferencia, por el poco sentido, por la chulería con que caminan sintiéndose arropados.  Me joroba, por no decir otra cosa, cuando quienes lo llevan, ante sus ladridos, portensosos ladridos, te dicen que no tengas miedo, que no hace nada, que es muy bueno. Suelo ir a los montes y casi siempre, me encuentro con verdaderas fieras sueltas, alrededor de un grupo de casas, quizás cuidándolas porque sus dueños trabaja en la ciudad, casa que no me interesan un carajo y llego a despreciar a sus dueños por el temor que infunden esos animales porque, te van rodeando -lo he sufrido- y al final, cuando te ves indefenso, que puede pasar cualquier cosa grito: ¡Quietos!. De momento han obedecido.  Continúo el camino con el culo apretado, pidiendo a Buda que me acompañe con una vara al lado y cuando ya en la distancia apenas los diviso, soplo, resoplo, camino...
Contra esos perros, he conseguido comprar un silbato inaudible, que no sé si hará algo y también,- por lo visto lo usan los carteros-, una bocina de poco tamaño, que no he probado pero que da resultado, me han asegurado. Me pregunto, ¿y si después del primer bocinazo los perros se acostumbra al sonido?, ¿y si la bombona se consume?... No quiero pensarlo.
Hablaba de Natas quien, tanto me odiaba que de vez en cuando se quedaba dormido en mis brazos. Sentado sobre un sofá, al cabo de media hora me dolía el alma, tenía que aguantar inicios de calambres pero,  miles de alfileres se clavaban en mi cuerpo. Prometo que no me meneaba y allí despertaba, clavaba sus ojos en mi y al poco, desagradecido marchaba.  Maldita le importaba mi sufrimiento, maldita le importaba que lo quisiera tanto.
Pocos después de cumplir los catorce años, un día cualquiera, se puso triste, no le importaban los juegos, le podía apretar la trufa que nada decía; entonce se me dio por pensar que se le estaba terminando la cuerda.  Lo tomé del suelo, lo apreté contra mi pecho, le di tantos besos que la boca recuerdo, me quedó seca, nos mirábamos él sabiéndolo todo, yo, no comprendiendo nada mientras aquellos ojazos clavados en mi, tanto que me hacían daño, como si me estuviese reclamando el no llevarlo a paseo, el no corretear ambos por los campos, no subir a los montes o dejarlo beber en la orilla de cualquier riachuelo.
Fue a morir a casa de un veterinario y no supe más.
Cuando me lo dijeron, lloré como jamás había llorado en mi vida, un llanto que tardó mucho tiempo en ir parando y es que regresaba al recordarlo y tenía su rostro en el cerebro.
Es hoy, cuando camino y paso a la altura del veterinario, disimulo que miro el escaparate, mi vista se va al interior por si Natas, subido a las patas traseras como en casa hacía para mirar la comida que le tocaba, estába allí haciendo lo mismo y al verme, pienso como un gilipollas, que venga meneando el pedacito de rabo que tenía, para continuar haciéndome fiestas.
De vez en cuando, cuando camino, me voy fijando en los perros y, cuando alguien lleva un caniche cubierto entero de pelo, pido a su dueña, a su dueño que me deje acariciarlo y lo hago. Enseguida me doy cuenta que aquel perro tenía otra cosa, era seda si lo tocabas, de lo cuidado que estaba.
Por eso, en esta époco que es cuando los eucaliptos florecen, cuando el sol que no quema navega bajo por el horizonte, te recuerdo mucho más querido amigo.  Mil gracias, por tanto amor que me has dado y que en muchas ocasiones, necesitaba.
Te sigo quiendo, te sigo echando mucho de menos.





martes, 16 de octubre de 2012

Y AHORA, ¿QUÉ?...








¿Y ahora qué?, con cuatro hijos que quedan en la casa hasta que nos echen. ¿Tenías tanta prisa por marchar?. ¿Tanta?. Días atrás, te encontraba muy raro, tu risa, tus bromas con los niños desparecieron, estabas huraño, alejado de todos, como si el tajo de una navaja nos hubiera separado. Dejaste de comer, de mirarme, de hablarme, que es lo peor que puede suceder en un matrimonio.

Madrugabas, apenas un café y a caminar calles en busca de un maldito empleo, porque pensabas que en casa pasábamos hambre, y es cierto que no era como antes, sobre todo tú, que nos traías algo que no siempre encontrabas en los cubos, porque otros, se lo habían llevado antes, estaban más al tanto me decías y además, funcionaban como cuadrillas de bandoleros porque más tarde, llenas sus barrigas, el resto lo vendían a otros necesitados que si podían comprarlos, pero nosotros, de ninguna manera.

Qué gran verdad, que el hambre es mala consejera, decías tumbado en el viejo sofá mirando al techo, porque en pie apenas te aguantabas. Yo, intentaba disimular, no quería hacer mío tu sufrimiento porque entonces, todos, nos derrumbaríamos y los niños, todavía jugaban entre ellos, sin conocer la causa por la que habíamos dejado de ir al parque y es que no eras capaz de caminar como el resto de la gente; siempre con la cabeza gacha, con vergüenza de una culpa que no era, pero que tú la hacías tuya. Si desde las diez de la mañana hasta las nueve de la noche en que cerraban los negocios, los ibas recorriendo en busca de conseguir, aunque fuese el más humillante trabajo. No tuviste culpa de que la mala cabeza del empresario marchase con el dinero y os dejase tirados en la calle. Venderemos la maquinaría me decías y cuando llegaron los camiones que habíais contratado para llevársela, el juzgado se os había adelantado y allí, tan sólo quedaban cristales rotos tirados por el suelo de la nave. Habíais roto el alma en muchas ocasiones por defenderlo, por trabajar más incluso en días festivos, para que el negocio no se fuera a la mierda y un día, cuando menos los esperabais, el golfo aquel, desapareció con los dineros y la querida; no os dio tiempo a nada. Me contabas, que locos como estabais, sin  poneros de acuerdo comenzasteis a romper los cristales, piedras y más piedras que volaban hacia ellos sabiendo, que cada cristal que caía, era más fuerza la que ibais acumulando para comenzar de nuevo. Todos reíais menos el bueno a Juan que se había hecho un corte profundo en la muñeca mientras decía, apretándola con un pañuelo, que os sería fácil comenzar de nuevo, conocimientos había y la voluntad que no falte. Además, el sindicato tomaría medidas y dadas las circunstancias, os pondría en cabeza para el próximo “curro”.

Los primeros días, no se diferenciaban de los anteriores.  En casa había un poco de dinero para ir tirando y en el sindicado, les habían dicho que seguirían teniendo una ayuda hasta que apareciese un nuevo trabajo: -No preocuparos, compañeros, nosotros estamos a vuestro lado, conocemos vuestras circunstancias y las hacemos nuestras-. Y salisteis todos contentos, alguno silbaba, creo recordar que Ramón. Ramón se conocía donde estaba porque todo el día se lo pasaba silbando, por lo regular, canciones del sur, incluso flamencas a pesar de que era gallego de pura cepa, que se dice.  La Rocío Jurado le podía y hasta había prometido a la parienta que si un día venía al pueblo a cantar, la llevaría a la primera fila.  Tú, también me lo habías prometido y yo te pregunté, ¿costará mucho dinero?. Respondiste que ahora que los negocios van muy bien, que todo está como el jefe quiere y nosotros también, puede ser que un día de estos nos aumente el sueldo. Fue lo que dijo en la última reunión, que la fábrica era de todos aunque él la manejase y no a su antojo, sino que, confiaba en vosotros y aquellos, dijiste, te llenó de orgullo y porque no, a mi también que me sentí parte de la fábrica.  El jefe que hacía vida independiente, vamos, que no se acordaba de la mujer, me enviaba por ti su ropa, para que le pasara una plancha, le lavara unas camisas y aparejara los calcetines. Lo hacía de buena gana y es que en bolsillo de cualquier prenda, siempre metía una billete que, creas o no, servía para darnos un capricho, unos helados para los niños, tabaco rubio para ti y de tarde en tarde, ahorrando céntimo a céntimo, yo  podía caminar como una reina y tú eras mi paje, y un día me regalaste un prendedor como de acero y oro y yo altanera, sacaba pecho para que aquella lata se viese más y a poco, abrazados, reíamos porque la vida estaba de nuestro lado.

Sentí pena cuando a López, aquel larguirucho, que apenas hablaba con la gente, una máquina le llevó dos dedos, índice y mayor.  Sentí mucha pena porque el jefe, siempre tan al lado de su gente, sólo le dijo: -Ahora ya no me sirves- . Se lo dijo de tal modo, que cuando me lo contabas, me daban ganas de salir, encontrarme con él y cantarle las cuarenta, ¿toda la vida sirviéndole y ahora que ya no le sirve?. ¿De guardián?, ¿de portero?, ¿ya no había sitio para él?.  Entonces lloré por el bueno de López y dije a mi esposo, que no recogiese más ropa del jefe, que nos hacían falta esas monedas que seguramente provenían de algún negocio sucio?. ¿Negocio sucio?, te extrañaste y yo, para salir del paso te contesté, es que a lo mejor anda vendiendo droga.  Reímos pero en el alma tenía clavados los dedos del compañero de mi marido.

Algo nos ayudaron los del sindicato pero no como habían prometido.  Al principio nos entregaban algún dinero y muchos –ánimos, pero poco a poco, como no levantábamos cabeza, ellos tampoco la levantaban de la circular que tenían sobre la mesa y con buenas maneras nos decían que no contaban con la crisis, que la crisis los había partido por la mitad, que el dinero no llegaba y ellos no eran dioses.  Tiene narices, comunistas que se decían pero también reconocían que les gustaría se dioses.

Quienes primero lo sintieron, fueron los niños al tener que abandonar el colegio, luego el carnicero que dejó de fiarles, el del colmado también que me acompaño hasta la puerta dándome golpecitos de ánimo, con la mano en mi espalda. Desesperada, acudí al cura, a don Benjamín que tanto me quería cuando iba a su catecismo.  Buenas palabras, paciencia y rezo a Dios.  Mientras hablaba se fue acercando a una pequeña caja fuerte, por eso le sonreía tanto y a todo le decía que sí con alegría, pero, cuando siguió de largo, no esperé más, me di media vuelta y ya en la calle aspiré el aire con ganas que al menos, de momento, nadie me lo iba quitar.

Aquella tarde, supe que algo iba ocurrir y ocurrió. De madrugada llegaste a casa con la cabeza llena de vendas. Había manchas de sangre en tu chaqueta y en el pantalón.  Te habían liado, te habías liado y tuviste que ir de macho a una manifestación que no te iba ni te venía y, como macho, tuviste que enfrentarte en soledad contra aquellos policías porque desde atrás, los cobardes te jaleaban. El primer golpe casi te arranca una oreja y el segundo, con la cabeza abierta te dejó sin sentido.  Después te enteraste que te arrastraron  y te llevaron en un coche, que en una comisaría te hicieron fotos y te hicieron firmar no sabes donde porque estabas con la conciencia en los pies y chulo, con el poco sentido que tenías pediste un abogado y al poco, una porra manejada con saña se clavó en tu estómago, era la de aquel que en la refriega le cortaste el rostro con la pequeña navaja que llevabas.  Y nosotros en casa esperándote, contando las horas en principio, los minutos eternos después, hasta se me dio por pensar que te habían cogido para descargar camiones en el mercado, lo pensaba, para espantar el dolor que tenía en aquellos momentos. ¡Dios, que jodida es la vida para quien nada tiene!.

Y ayer, que me pides ropa nueva, que te vistes poco a poco, sin prisas mientras te miro.  Que pienso que buscará un trabajo, cualquiera, no importa de qué, que nos permita comprar un poco de pan. Que besas a los niños como jamás los has besado, que me besas a mí como jamás me has besado, que en la puerta de salida te vuelves y miras en el interior de la casa lo poco que tenemos, que suspiras profundamente, te das la vuelta y comienzas a bajar escaleras  y yo te miro, y el corazón me da un vuelco y te quiero retener y no puedo.

No escuché el disparo. Tumbada en la cama mirando la lámpara me sentía sin fuerzas, algún niño gritaba pero no era capaz de mandarle callar. Luego me lo dijeron, en medio de la calle caíste. Un gran charco de sangre iba rodeando tu cuerpo como si al momento hubiesen crecido cientos de amapolas en el cemento, tu rostro  al sol, tus brazos separados esperando un abrazo. Eso me dijeron.

No grité, únicamente maldecía al mundo y a un dios injusto que se ceba con los pobres. Los hijos temerosos me acompañaban sin entender lo que en verdad sucedía que yo sí conocía; a partir de ese momento, éramos todavía más pobres aunque cuando te enterrábamos las gentes me decía que Dios proveerá, hay que ser fuerte, cuida a tus niños, te queremos…  Frases que al poco se convirtieron en conversaciones o risas.

Entonces, terminado aquello, quedé en la soledad más absoluta.  Miré para los niños y ellos ya miraban para mi esperando una respuesta, unas caricias, unos te quiero.

Los miré como nunca los había mirado, me sentí hundida, terminada, como si estuviera de más en la vida.  De mis labios, sólo salió: - ¿Y ahora qué.?.

Pero sucedió, que al poco y no muy lejos, el sonido de un disparo dejó estáticos a los que caminaban. Todos dejaron de caminar dirigiendo la vista hacia donde había sonado.  Pasados unos segundo otra pistola que habla y otra y otra más.  La sangre corre hacia las alcantarillas.  Los vivos escuchan temerosos aquellas ráfagas, se acostumbran al ruido, no les va asustanto el color de la sangre. Hay algo en el aire que les obliga a quitarse la vida y lo mismo sucede en los aviones, los buques que trasladan personas de un punto a otro, no se sabe cómo pero todos consiguen pistolas.  Una pareja en la pista de baile acaban con sus vidas al unísono, poco antes se había dicho que de nuevo se encontrarían en el jardín de Abhalatus, con el que siempre han soñado pero ignoran si en verdad existe. Las armas trabajan día  y noche, aquí no se salva ni dios que alguien dijo.  Cadáveres y más cadáveres colocados en todas las posiciones imaginables e inimaginables ocupan las aceras y las calzadas.  Nadie camina, todo es silencio; de vez en cuanto una amatralladora tabletea pero al instante queda en silencio.

Mis hijos me abrazan con fuerza, cerca una pistola que tiene balas en el tambor.  Las manos me tiemblan pero no quiero que sufran ahora que ya no queda nada. Armo el revolver, apunto a la mayor, disparo. Estoy ciega de dolor, los hijos han quedado en el suelo rodeándome.  Pongo el cañón caliente en lo que creo que es la sien.  La mano no me tiembla, tiro del gatillo y tan sólo escucho un clic. Sigo y sigo y los clics se repiten.  Tiro el revolver, hay pistolas por todas partes pero, ninguna con munición.

Al poco, un hombre trajeado se  detiene, no se acerca porque debo estar muy sucia, me pregunta, ¿qué hace?. ¿Qué hago?, le respondo.  Mire a su alrededor, ¿qué ve?, ¿y me pregunta qué hago?.

Señora, en el fondo ha tenido suerte. Todas las poblaciones del mundo han desaparecido menos usted, los banqueros y los políticos. ¿Banqueros y políticos sí han quedado?.  Me lo confirma.

Miro hacia los cadáveres de mis hijos, de mis vecinos, de mi familia... Yo sola en el mundo con los banqueros y los políticos...

Y ahora, ¿qué?.


 

 

 

domingo, 2 de septiembre de 2012

LOS POLÍTICOS TAMBIÉN MUEREN






Si, mujer, como quieras mujer, que sí, que sí y ahora…, cuelga que tengo unos amigos desatendidos. A ver si llega el día en que en vez de amigos, sientan a mi lado unas buenas amigas, ¡qué tengo la mano corta y la cartera muy larga!. Buenos días presidente, simpático usted como siempre, que alegría encontrarnos en este lugar con tan gran grande historia. Yo también me alegro, amigo presidente…

Se aproximan elecciones. Se nota, porque los llamados políticos se ven y se mezclan al fin, con las gentes llegadas y otras más del cercano pueblo que les atienden. Y es que de vez en cuando, personas normales, de la calle; entregando un poco o mucho dinero para el partido, pueden sentarse y comer cerca de estos monstruos de la elegancia, del puro en el bolsillo superior de la chaqueta y del “usted no sabe con quién está hablando”.

Palmadas y palmaditas en la espalda, todo ello dependiendo de la amistad o admiración que se tenga al político, que no me des en la espalda te doy la mano, en el pescuezo no que me ha salido un grano, la mala sangre que ya se sabe; ¡venga un abrazo que tenía muchas ganas de verte!, ¿lo de tu hijo?, precisamente te lo iba decir, es lo primero que tengo encima de la mesa de todas maneras lo anoto no vaya ser que se me vaya, pero sí, sí que lo recuerdo y también recibí sus viandas y su champagne, exquisitos. ¡Hola señora!, ¿la atienden bien.?. Si, si, no se preocupe, a cama por persona vamos a poner en los hospitales. Y yo más le pondré, tres camas por familia, camas de matrimonio oiga. ¿Qué le diga mi nombre.?. Si aparezco continuamente en los periódicos… A donde vamos a llegar, que quiere le diga mi nombre si como decía el otro en la escuela, si soy conocido del uno al otro confín, creo, creo que era en aquello “El viejo y el mar” de Espronceda. ¡Bah!, uno que recuerda. Y por favor, ¡vótenos.!. ¿A qué hora se come en este monte?, ¿qué no han llegado las empanadas?, pues si no hay empanadas no como y eso que todos los días me llega una al despacho de Madrid. ¡Chaval!..., ¿han traído el orujo.?. Acuérdate de meterme en el coche cinco botellas, pero del bueno, no como la otra vez que sabía a guindas. ¿Qué eran guindas?. Vaya coño… También le abrazo, compañero y beso la mano de su querida esposa que hace tanto que no la veo, la mía bien, se ha tenido que quedar en la Capital para cuidar a su amante, ya lo sé, cosas de la vida y es que la esposa de su amante, también me cuida a mi cuando me sube la fiebre, ¡qué hay que ir con la juventud.!. Menos botellón, de todo aunque me cueste lo que me cueste, un montón de billetes pero…, como van y vienen. No, por dios, todavía no he probado la coca. Sí, me han dicho que quita años. No se preocupe, cuando me decida, me acordaré de usted. Otra palmada, otro abrazo, un a sus pies más, que no cansa y se ganan puntos… Bombas de palenque que inicia un recorrido que obliga a mirar a lo alto a la espera de una o muchas explosiones. Lo siento, lo siento y es que no llevo dinero encima; a ver si el escolta lleva y que le de unos cuantos euros de mi parte. De nada, de nada, no se merecen buen hombre, ¡joder!, y qué pesado el tío por unos miserables euros. Pues no, ahora mismo no te recuerdo, ¿el hijo de la tía Camila?. No caigo, no caigo…, ¡ah!, la de la fragua, ¡qué no!. Esta mala memoria para algunos nombres… Escríbame a Madrid y cuéntemelo, cuéntemelo todo a ver qué se puede hacer. Pienso que sí y es que somos los mejores. ¿Los dos jamones.?. Déselos a mi chófer pero avísele que no los toque.

Mañana a las once en punto, que en puntualidad no hay quien gane, los autos negros, cargados con sus blindajes y los cariños que han recibido, amén de lo que cada cual ha afanado, pondrán proa a la Capital. Las promesas irán quedando por el camino. Los paisaniños retrocederán al fondo del escalafón, hasta dentro de cuatro años.

Pero hoy, tocan celebraciones… ¡Dichoso teléfono, me dan ganas de tirarlo!. En el fondo, no pueden vivir sin mí y es que saben, que de mi boca no sale un ¡no!, recio y profundo. Claro que la mayoría de las cosas no las hago pero, es que no se puede estar a todo. Piensan que lo de la política es un paseo, ya los quisiera ver yo ocupando mi puesto, bueno, mi puesto no, el de la oposición que esos sí están todo el día con la barriga al sol.

¡Dios, qué ricos estos callos.!. Los hizo mi sobrina con la ayuda de mi esposa, señor presidente y yo los he removido para que no se pegasen a la pota. Felicítela de mi parte, es que ahora no llevo suelto, a ver si le queda a alguno de mis escoltas y le den algo. No, si no quiero dinero... ¡Usted es tonto, entonces.!.

El orujo está, superlativo, a ver si me acuerdo de meter unas cuantas botellas en el coche, mejor, unas cajas para que dure y poder invitar, es que está de muerte, ¿y el aroma?..., que lo llena todo. Bueno para hacer amigos que interesan y que uno no sabe de dónde salen tantos cuando se entra en política que en política no entra cualquiera, solamente es para personal altamente cualificado. Al menos es lo que me enseñaron en el partido, aunque ahora, ya ve, elecciones anticipadas…. ¡Pero qué buenos están estos callos!. Hace años que no los comía tan ricos. Están mejor que mi mujer que si la quitan de sus potingues y sus trapitos, que le dice, no se queda en nada. ¡Chiiiiiiiissss!, mientras se lleva el dedo índice a los labios el portugués que tiene frente por frente, que se le escucha todo y luego se habla. ¡Me importa un carajo! se crece ante el portugués que calla y agacha la cabeza. Pues claro que sigo con la Amparito, le he puesto un chalecito cercano a Cercedilla que es un primor y es que el amor conviene que para unas cosas esté cerca y para otras alejado, que dijo el cura del congreso. Se las sabe todas, tanto seminario sin hembra, que tan pronto les dejan salir, suben por las paredes, sabe usted. Sí, sí, chavalín, échame más callos que están de vicio, sí, un cucharón me llega, bueno, bueno, mejor dos que bien caben en esta panza que el Señor me ha regalado. Cuando estoy borracho le digo alforja y es que cuando llegué a la política, apenas pesaba cincuenta quilos pero, tantas y tantas comidas de trabajo y cenas por mi cuenta, sin olvidar los putiferios que el alcohol es bien sabido estira la piel. Las barras americanas hasta las tantas de la madrugada pensando sería una buena manera de quitar grasa pero, ni se le ocurra, se engorda mucho más y es que no sé qué coño le echan al güisqui. A ver si un día de estos me acerco al gimnasio. Que no es la primera vez, me acerco y me voy al ver tanta cantidad de aparatos y culitos que pedalean en las bicicletas. No, no, por favor, los de los hombres, de momento no me interesan, nadie puede decir de esta agua no beberé, que hay que ser realistas en esta vida, no sé en la otra. ¡Joder qué callos!, es alimento de los cielos. Me dicen que a continuación carne asada, perdices, lechones…, que hay que comer de todo, que es obligación hacerlo, para que digan que la vida del político es fácil y además, siempre sobra comida que luego se llevan los pobres y no tan pobres pero digo, que todos tenemos derecho a sentarnos a la mesa y los pobres también. Pues claro. ¿Hay pimientos de Padrón.?. No sabía que tienen temporada, que fuera de ella pican, ¡pues que piquen ¡,¡ que sí hay!, póngamelos en un buen plato. Dichoso teléfono… Si, presidente, perfecto todo y es bien sabido que eres único reuniéndonos alrededor de un gran banquete, que en este lo has bordado. Gracias, gracias, presidente, lo tendré en cuenta. Pues claro que estás en el pensamiento del pueblo. Ya sé, ya sé que se trata del populacho pero poco a poco van viendo que somos los mejores, mejores porque tu nos guías.

En el horizonte nubarrones negros como la falsedad, amenazan. Horror en lo alto, tanto, que hasta el sol se ha ocultado. Todo va quedando en penumbra, como queda Galicia a la llegada de los temporales que hasta los cuervos en lo alto abaten las alas, las pegan al cuerpo y se dejan caer para pronto llegar a tierra buscando refugio cerca de la pequeña ermita, donde la campana suena constantemente porque el viento juega con ella.

Me ha caído una gota se escucha al final de la gran mesa. Y a mi otra, otra más. Llueve agua menuda, miudiña que le decimos.

Se inician las carreras en busca de resguardo, los coches son buen lugar y además uno puede escuchar música. Los más inician la carrera hacia el interior del templo donde los frailes sonrientes los esperan con toallas limpias en las manos. Presidente, presidente, corra hacia aquí, no se vaya por la lameira. Y hacia ahí llega con zapatos y bajos de pantalón llenos de barro.

Bajo el inmenso temporal, nuestro político va recogiendo por las mesas las cajas de puros Partagás que han quedado sin abrir; son tan caros los favores, cuesta tanto alimentarlos… Está empapado pero quien ríe último reirá mejor, piensa. Regresa a la primera mesa en dirección a la gran pota de callos, mira su interior, está llena, le echa mano y camina hacia el automóvil. De repente, un relámpago o rayo traidor golpea la marmita produciendo daños colaterales terribles

En Madrid, en el partido, empujones y codazos a la orden del día, que se dice, zancadillas, chivatazos, trampas y es que al fin, ha quedado libre un escaño que ocupará como siempre sucede, no el más listo, el más inteligente sino el que más amistades tenga, el de más enchufe que se dijo siempre.

Mi amigo Juanjo, al que hace poco le han diagnosticado un glaucoma, sólo en su habitación escucha Handel mientras roto de dolor piensa que ya no podrá acercarse a un microscopio para continuar con sus investigaciones.

Quizás si hubiese sido político.


jueves, 30 de agosto de 2012

A UNA ABUELA, QUE PINTA





El arte, estaba dormido desde hacía un tiempo, andaba como si no existiese y tiene que ser una anciana quien, desinteresadamente le dé un vuelco, se vuelva hablar de él y hasta muchos chinos, han abandonada la cola en el museo del Prado en Madrid e incluso el museo de la baronesa, para acudir al Santuario de la Misericordia situado en Borja, pueblo que no había oído nombrar y ahora hasta sé que pertenece a la  provincia de Zaragoza.  En principio, tan sólo unos cuantos curiosos se paseaban por el pueblo a la espera de la hora de visita a una parte del templo, ahora, son incontables las gentes de todo tipo, que ha llegado la gran masa. Se acercan tímidos y curiosos  para ver ese Ecce Homo situado en una pared y que en su día pintó el artista, no confundir con gran artista, Elías García Martínez fallecido a principios del XX.
Resulta que la humedad en las iglesias es “in misericorde”, nunca mejor dicho, con los trabajos que ahí se exponen.  Las buenas obras referidas al arte,  están a buen recaudo. Pues bien, el cura, un día que se pasea por el templo, observa que a la pintura le va desapareciendo  el pelo, parte del rostro y alguna cosilla más que lo afea,  por lo que tiene a bien acudir a un arreglador que lo deje bonito y como es lógico y como todos hacemos cuando e trata de arte, acude también a lo más barato, una anciana que, ha demostrado continuamente que todo lo que hace es gratis, vamos, que no lo cobra y el buen sacerdote, a por ella, que no escape.
Es bien sabido o poco conocido, que en Galicia, son muchos los requisitos necesarios para acometer la restauración de una obra y máxime en el interior de un templo.  Supongo que por aquellos lugares que tan bien me trataron hace un tiempo, también. De ser así, la anciana, no tiene culpa alguna y quien en verdad la tiene, fue un buen ahorrador de caudales que tiene la misma raíz que acaudalado.
La mujer inicia la restauración, poco a poco, mancha por aquí, dibuja por allá, retoca un poco la nariz, no le gusta como queda y como cercano tiene una serie de dibujos de Forges, le copia la nariz y se la pega al Señor, que nadie se asuste que va de tanteo. Es bien sabido que Van Gogh, ha vaciado sobre el lienzo la pintura tal como salía del tubo –los puristas al enterarse se llevaron las manos a la cabeza- pero hoy aquello se ha vuelto maravilloso  y si las cejas del Cristo están un tanto eliminadas, un poco de pintura y los pelillos sueltos, esos que evitan las damas pero que a los hombre no les importa –a algunos para aclarar-, la buena mujer se los pinta con un lápiz ya que se supone, en ese momento no tiene a mano un pincel del 00 (doble cero).
Es verdad que desfigura un poco la boca pero, ¿hay alguna foto en donde se puede demostrar que el Cristo como hombre, la tenía bonita.?. Por eso, insiste en un labio, se le escapa el pincel, insiste sobre lo manchado, siena con blanco para clarear y es que por lo que he visto, la pintura es monocolor. No sé cómo se pintó en otros tiempos, parece ser que abundaba mucho la gama negra. Y no es que Jesús fuese clarito, que algo de aceitunado tenía, por tanto, aunque impere lo negro, se acerca mucho más al color verdadero.  Que no, que Cristo no era negro, pero rubio, de 1,90 y tez blanca, tampoco lo era.
Al lado del altar el cura que no empujen, que vayan entrando poco a poco, que hay tiempo para todos y que al lado de la pintura, hay dos cajoncitos tirando a grandes,  para echar monedas por una ranura, no vaya ser que hagan como hacía yo en clase, que el cura traía una bolsa y en ella había que meter la mano para depositar o no alguna moneda. Es cierto que también la introducía pero no dejaba nada, más bien, siempre la quité con lo suficiente para ir al cine.
Ante la pintura, el gran cachondeo con las cámaras del teléfono, posturas, gritos, la niña que se levanta un poco la falda mientras el novio pulsa el disparador, uno apareció con la escopeta de caza y un fotógrafo y las mujeres, echándole besos desde la distancia.
El señor cura, para evitar estos desmanes, ha distanciado a la gente y no les permite el acercamiento a menos de metro y medio.
El señor obispo, avispado que es, ya ha pensado en calcar el trabajo y presentarlo en un lienzo a la feria de ARCO, será un  negocio redondo y además el pintor, mejor dicho la pintora, buena como es, no se llevará un céntimo porque todo lo entrega aunque, quiere continuar el resto de sus días siendo virgen.  Y yo la aplaudo y la admiro a pesar que se encuentre en cama porque, de tanto follón habido y por haber, le ha dado un zamacuco de tres pares de narices.
Ahora vamos un poco al arte serio, al de los grandes pintores para que, cuando alguien tenga ganas, mire las figurillas que Matisse pintó por los cielos.  Me quedo con el de la abuela. El retrato de la americana que un día le tocó pintar a Picasso y que la buena mujer dijo que no se le parecía en nada. El artista le dijo: Se lo regalo, ya se parecerá.  Pues no se parece en nada, que lo ha dicho ella. Y las chorradas de Braque, la frutas del Arcimbolo, los rostros verdes de Gauguin, los caballitos de Kandinsky  y de verdad, ¿es bonito el hombrecillo que grita en el cuadro de Munch?.  Pues bien, me quedo con el Ecce de ahora retocado y no con el otro y no me extraña, que haya miles, he dicho bien, miles de españoles que van pensando como yo pienso, que se deje tal como está, que el Señor así lo quiere.
Supongamos que un día el sacristán, medio trompa, aparece al atardecer por el templo, una mujeres rezan. El rum-rum del murmullo le van entrando en la cabeza y se coloca al lado de los vapores del alcohol entonces, su cabeza saca en consecuencia que el Cristo le dice: “Amadeo, que me quede como estoy” y que Amadeo sale disparado como un poseso largando que el Cristo habló y cuando le pregunten que dijo, que comience a largar y a pedir que en el pinar la levanten una basílica del tipo Vaticano, que el dinero de las visitas se destine a ello –el cura comienza a temblar-y en lo alto de la cúpula, una imagen de la abuela pintora, que bien que se lo merece.
Abuela, que no te culpo. Que el arte es únicamente para los enchufados e incluso en algunos lugares ha pasado de padre a hijo. Tú, permíteme que te tutee, tienes la independencia que ellos no tienen pendientes siempre del dinero que cuentan en la tasca, cuando se emborrachan.  Tú vas por libre, trabajas a más velocidad de Antonio López y eso tiene un gran mérito. ¿Recuerdas los follones que tuvieron los impresionistas cuando presentaron sus obras.?. Los despreciaban, aquello era una basura hasta que un día, el mundo despertó y se dio cuenta de lo acertado que eran aquellas maravillas. ¿Por qué no la tuya.?.  Ten paciencia, en lo alto, he puesto una pinturas de algunos artistas que te cité anteriormente, Matisse, Braque y hasta una restauración que desde lo alto vigila la población de Fene, cercana a donde yo vivo y otra del mismísimo Munch recién vendida por 91 millones. Sinceramente, a estas alturas, me quedo con el tuyo si me pudiesen quitar ese trozo de pared, que bien puede adornar el rincón de cualquier sala y si me apuran, anuncio en los periódicos y en la Red y a cobrar pero como hermanos, mitad para la artista y mitad para el aprovechando que siempre suele ser el marchante.
Lo único malo que encuentro en todo esto, es que la gloria y nunca mejor dicho por lo del Santuario, te ha llegado un poco tarde pero, malo será no te hagan hija adoptiva por adopción y merecimiento y si la gente te enfadas, como tienes llave de la iglesia, un poco de pintura y le pintas un solideo.  El otro se llevó el Códice y lo hicieron famoso, en cualquier lugar le dan trabajo, aunque sea contando monedas en un banco, lo tuyo es diferente, es una pared y no un libro y si la intentan cortar para arrancar tu obra, cuidado que puedes mandar el edificio al carajo y ahí sí que la complicas.
Si un día nos encontramos –el mundo es un pañuelo de cabeza enorme-, me contarás tu técnica, tu marca de óleo, tus pinceles de marta o cerda y el aceite de adormidera que tanto corre sobre lo pintado y que mal aplicado puede hacer mucho daño.
Échale la culpa al aceite de adormidera o de linaza, que tu trabajo está hecho con mucho sentidiño y aunque jamás copiaré tu idea, muy en el fondo, te admiro.  Faltaría más.
Un beso, casto hasta en la intención.


lunes, 13 de agosto de 2012

SI YO TUVIESE UN YERNO







Cuando niños, recitábamos: Era un rey, que tenía tres hijos, los metió en un botijo, los tiró por el río abajo, ¡manda carajo!. Deseábamos que llegase pronto aquel ¡manda carajo! porque a continuación, las risas se podía escuchar al otro lado de la Ría.


Hoy, si continuásemos niños, seguramente modificaríamos la letra: Era un rey, que tenía un yerno…

Conocí a un chaval que al preguntarle para qué iba estudiar, decía que para Franco. Hoy, la carrera, le sería mucho más difícil, para rey no hay estudios para llegar a ser rey, también debe ser la puñeta, ¿cuántos asesores tendrá el rey si el presidente de gobierno tiene unos ciento veinticinco?. La pera. Lo que yo daría por tener media, tan sólo media docena de asesores que me indicaran en donde están más baratas las cámaras de fotos, los ordenadores, sus programas y las barras americanas en las que puedes entrar sin llevar corbata y calcetines de colores. Tampoco pido muchos asesores. Bueno, otro que me cepillara la espalda, tan sólo la espalda hasta la cintura. Que nadie se pase, que no van por ahí los tiros.

Si yo fuera rey, a la parienta, le tendría que decir: ¿Has dormido bien, mi reina?, ¿tienes hambre, mi reina?, ¿ mi reina, sacamos hoy la carroza real o el Rolls Royce?. Y ella, que en la boca se ha pintado un corazón de carmín, alzaría la mano y meneando el pañuelo salerosa, contestaría: Hoy tengo ganas de carroza…, rey mío…

Por eso, por otras cosas más que no vienen a cuento, no me gustaría ser rey. El rey no se hace, se nace como antes he dicho; es igual que nazca listo que salga tonto, que aparezca sin media cabeza; es rey y hay que aguantarlo, pero a un yerno… Y la chulería con que camina, que parece no se ha comido un jurel… Es la prepotencia al lado de la banca. Es del todo lógico, donde hay yernos hay dinero y donde hay dinero también puede haber banqueros o ladrones que todos caben en la viña del Señor.

Pero es que el banquero nace de la usura, se le ve venir y conoces que como te acerques a él, te va dejar en pelotas si puede y tú, idiota, ni te vas enterar. El rey por ser rey, como el del cuento, puede ir en pelotas por la calle que todos lo verán vestido con ricos ropajes, que para eso es el mandamás, pero tú, no se te ocurra caminar como la vida te trajo al mundo, que te apedrean o te llevan para el Play Boy. Tu verás.

Quien puso el oro como patrón de la moneda, me cuentan que lo hizo, porque en sus grandes extensiones de terreno, lo había a lotes, no hacía falta cavar mucho, todo el campo al darle el sol, era oro. Si en vez de ser oro es plomo, nos forramos. Quien puso los bancos con vigilantes, con alarmas, flaco favor hizo a los pobres que no tienen un campo de oro y si lo tuvieran, se volverían cabrones banqueros, también de Rolls y criados con librera, y carrozas doradas como las que tiene la reina de Inglaterra o alguna que hay en el museo de carruajes en la Capital.

Dios, también se equivoca cuando dice lo de ganarás el pan…, los hay que no sudan ni una gota durante su vida de festejos y amaneceres al lado de un río que la fresca, hace bien al alma. No son banqueros ni reyes pero, viven de ellos e incluso los invitan a sus fiestas en las que todos, incluso los banqueros y el rey de turno, se despelotan, se lanzan a la piscina completamente borrachos y algunos, que no saben nadar no importa, en los extremos de la gran piscina y hasta en el centro, unos cuantos eunucos excelentes nadadores que en su día atravesaron el estrecho de Gibraltar, les sacarán en volandas o con gran alegría, todo depende de la inclinación que tenga el ínclito y nunca mejor dicho. También digo, que me gustaría conocer qué toman cuando despiertan porque se quedan nuevos, mientras que el pobre, tiene que aguantar horas y horas con un enorme resacón. Quizás sea la bebida, que unos toman alcohol de rocío y el pobre, alcohol de desechos.

Me gustaría ser un yerno de rey, un yerno que al caminar mirase hacia las campanas de las iglesias, altanero, bien planchado, con un buen fajo de billetes –aunque sean falsos- en el bolsillo, que falsos, si no los gastas, también hacen mucha ilusión y a falta del Rolls, un taxi limpio y a poder ser, el chófer lleve gorra gris también reluciente. Un chófer que me de los buenos días con una inclinación mientras le suelto un billete falso, billete que se volverá loco para “colarlo” en el mercado que es ahí donde mejor se “cuelan” y es que los billetes que reparto, son de dos mil euros, que es mucho dinero para una propina, pero así soy yo de altanero.

Una vez, a sabiendas, le di a un compañeros una moneda de cincuenta pesetas –ya sin valor- para que pagase el bus, esperando le armara el chófer un follón. Me lo imaginaba a gritos contra quien le había intentado “colar” una moneda, pero no. El chófer la metió en un departamento de una caja de madera, le entregó amable el cambio y yo, quedé como lo que siempre vengo siendo, que sí, como un idiota perdida la mirada en los árboles que pasaban a toda velocidad.

Si yo fuera yernísimo. Franco también lo tuvo. No sé qué diablos tienen los yernos, que el otro hasta operaba a corazón abierto. Me dicen que le tenían que sujetar la mano en la que llevaba el bisturí para hacer el corte más o menos recto, que si no, hacía una de aquellas líneas quebradas que estudiábamos cuando niños. Cuando había festejos o una boda, se vestía de domador al que sólo faltaban dos pistolas al cinto pero, su suegro, hacía un tiempo que se las había quitado por las barbaridades que hacía en un monte que llamaban del Pardo. Cazaba a pistola, los ciervos.

Si yo fuera rey, seguramente también tendrían un yerno y el yerno me saldría rana, tendría que aguantarlo mientras poco a poco lo iba odiando más, como me haría buenos regalos…, me aguantaría la hija y los nietos con el follón que dan… Y aunque fuese torpe, cualquier banquero, lo acogería con tal de ser mi amigo.

De momento, quiero seguir siendo amigo de los pobres que en definitiva son los más felices y hasta, duermen con la puerta de la casa abierta. Eso es un lujo que no está al alcance de los ricos. Ni de coña.





jueves, 21 de junio de 2012

HUBO UNA VEZ UN SANTO...







Hubo una vez un santo, que quizás no lo fuese, pero el total de los vecinos de Sauce de Abajo, tantas veces repetían lo bueno que era, lo atento que era, lo servicial que era el hombre al que llamaban Belisario, quien caminaba  por la aldea con una vara a modo de báculo –se lo había visto al Papa en la tele- y en la cabeza, una corona que fabrico con una rama de laurel recién cortado pero, con el tiempo, las hojas se fueron secando y ahora más bien parecía los restos de una coliflor, falta de riego.

Los domingos acudía a la ermita con el resto de vecinos. Solía llevar una chaqueta con los codos gastados y en el pantalón un siete que poco a poco iba aumentando de tamaño y no tardaría mucho en convertirse  en un catorce para mostrar sus interioridades al completo.

En la primera fila, allí estaba pendiente de los movimientos del sacerdote. De vez en cuando le dejaban leer el Evangelio más, como tenía un ojo de cristal, le costaba Dios y ayuda leer tan siquiera una página con letras tan enormes como tenía. Se disculpaba alegando que las letras góticas se le hacen muy difíciles de asimilar y emparejarlas, sobre todo las que le quedan a la altura del ojo de cristal. Un día el cura, por hacerle un favor, le pasó el Evangelio a un folio con modelo de letra Arial. Belisario casi la palma en el esfuerzo y en los intentos de unir palabras para formar las frases, haciendo que los hombres situados al fondo, se rieran con gran alborozo. El sacerdote, cabreado, se dirigió a ellos afeándoles sus conductas en contra de un hermano, a todas luces santo. Les habló de los ermitaños que vivían en santidad en cuevas y las gentes piadosas, se acercaban a verlos y a llevarles comidas muy sabrosas a cambio, que el ermitaño rezara y pidiese el cielo para ellos.

En esos instantes se abrió el cielo para Belisario. No muy lejos del pueblo había una mina abandonada y no sería mala idea hacer uso de ella, convertirse en ermitaño, recibir comida a diario, a cambio de unas oraciones que si tenía ganas las diría y si no, con decir que las decía mentalmente porque llegan con más fuerza, todo arreglado. Estuvo a punto de hacerse propaganda en la iglesia más, después de las palabras del sacerdote contando lo del ermitaño, no era plan de convertirse al momento. Un buen lugar para hacerse propaganda, bien podía ser la tasca del pueblo y mejor aún en las fiestas patronales que estaban ya muy cercanas.

Que cuando el diablo no tiene que hacer, mata moscas con el rabo y Belisario inactivo de la mañana a la noche, cuando todos disfrutaban en el bar, pidió silencio, lo pidió de nuevo y como todos continuaban con sus juergas sin hacerle el más mínimo caso, dejó el aviso para fechas próximas.

Los festejos duran seis días y  el último, el más esperado, sueltan un toro que se hace dueño y señor del pueblo mientras los jóvenes y no tan jóvenes lo incitan, le tiran del rabo, pasan a su lado corriendo para darle una palmada en las ancas o, los más valientes, tocarle un cuerno. Cuando el toro se detiene, el más decidido se pega una carrerilla que obliga al animal a iniciar un trote cansino y estando en esas, Belisario que venía medio dormido después de echarse una siesta, maldita sabía lo del toro. Al doblar la esquina del estanco, se da de bruces con el astado. Un miedo terrible le corre por la columna dorsal, por las costillas, por todos los huesos. Observa como el pueblo mira la escena, entonces, prepotente, superior al resto, lanza un grito al toro: ¡Detente!, fiera del diablo…!, ¡Detente ante mí y obedéceme!. El toro primero mira hacia su izquierda, luego a la derecha; su pezuña delantera golpea el suelo levantando una nube de polvo y así tres o cuatro veces más. Cuando de nuevo iba decir al toro que se detuviese, el animal, sin pedir permiso, sin previo aviso, inicio una carrera fantástica en dirección a Belisario que con su ojo bueno como un plato, ya dudaba que tuviese poderes. La locomotora se le acerca bufando. El astado mira a un lado en donde le muestran un pañuelo pero continúa su carrera y, poco antes de llegar al santo, tropieza con una piedra, cae y casi al instante, golpea con su testuz interminable, el pecho del futuro ermitaño, que no resulta corneado por asta de toro pero si con tal grandioso golpe, que le deja sin respiración. Queda mirando al sol, con brazos y piernas separadas, queda tan espatarrado en el duro suelo, que más se hace imposible. Los mirones, los que están subidos en las vallas piensan que lo ha matado pero al poco, mueve un brazo, mueve un pie y la cadera también.

¡Milagro!, ¡milagro!, ¡milagro!, gritan los vecinos, ¡milagro!, grita también el señor cura, que con un milagro en el pueblo, la colecta del domingo puede ser portentosa. ¡Milagro!, grita el cartero de casa en casa y al poco, de pueblo en pueblo que son unos cuantos a la redonda.

A partir de ese momento, todo son parabienes, atenciones, invitaciones en las tascas, tantas, que es raro el día en que Belisario santificado,  no se coge una buena borrachera a cuenta de los parroquianos, que luego duerme, en cualquier pajar o en la cabaña que hay al lado del río.

Un día, con la cabeza despejado, nota que en su casa han aparecido las goteras, sin dinero para arreglar el tejado, piensa y piensa bien, que un buen lugar para vivir es en la mina abandonada diciendo a los convecinos que se va de ermitaño. Ya correrán la voz, que para dar noticias se las pintan solos.

Es verano, apenas lleva ropa, un pantalón para cuando se deshilache el que lleva puesto y una fina manta de algodón que en su día, le regaló el boticario cansado de verle pasar frío en los duros inviernos de esa región montañosa. Soltero como era por causas ajenas a su voluntad, le faltaba un ojo y una oreja a causa de ponerse cuando joven, todos los días con la oreja pegada en las vías para escuchar la llegada del tren, tal como vio en el cine que los indios hacían. Ese día, pegado al raíl, su pensamiento navegando por las nubes, el tren que se acerca, una rueda traidora le golpeó el rostro en el momento que retiraba la cabeza. Sólo pudo decir cabrón y a continuación se quedó dormido en la hierba. Sangraba tanto que sus camaradas de escucha, lo llevaron en volandas al médico que hizo lo que pudo aunque no pudo mucho. Tenía el médico gran temor a la sangre, por eso, cosió donde le cuadró la cara y al cabo de un tiempo, quedó lo que quedó, tanto es así, que en cierta ocasión, unas mujeres arreglando la iglesia comenzaron a jugar correteando unas tras la otras. Una de ellas,  se escondió detrás de san Sebastián con tal mala suerte que cayó al suelo y como era de escayola a tamaño natural, rompió. Pues bien, el día de Corpus, el señor cura notó que  el hueco del santo quedaba feo, no se le ocurrió otra cosas que colocar al Belisario semidesnudo.  Previamente, con un frasco de mercromina le imitan sangre en todo el cuerpo y ahí aguanta sin desfallecer. Eso sí, ya era nocche cerrada, cuando todo había terminado hacía tiempo, el cura que lo había olvidado regresa a la iglesia en donde sigue en idéntica posición, pero algo cabreado por tanto tiempo de espera. Con un gran tazón de chocolate con picatostes que le puso en la mesa, el enfado desapareció,amén que el sacerdote le narró la paciencia que tenía el santo Sebastián.

Y allá tenemos en la mina al Belisario. Desde ese lugar, el paisaje que se divisa es muy hermoso además, puede enterarse de la vida de los pobladores porque todo lo ve, todo lo vigila. Lo que no ha subido ha sido comida pero, como ermitaño que es, comerá raíces y hojas que abundan vaya por donde vaya, lo que sucede es que a la media hora tiene hambre. Toma una raíz, le sabe amarga y al poco una descomposición le quita media vida. Tirado en el fondo de la mina, pide a los cielos que no le envíen lobos, zorros o unas simples ratas.

Han pasado unos días, el hombre más muerto que vivo, escucha voces cercanas. Abre el ojo con mucho cuidado; ante él aparecen sus convecinos que le saludan con todo cariño pero ni uno, ha traído tan siquiera un bollo de pan para regalarle. Edelmiro calla, un ermitaño no debe pedir. Le cuesta mucho hablar, el hambre es mala consejera, pero los aguanta hasta el atardecer en que inician la vuelta al pueblo. Quiere ir con ellos, de buena gana bajaría con ellos y que le den a lo de la cueva, pero no se atreve a llamarlo. Se sienta en el duro suelo, un pinchazo en el culo, un rápido levantarse y bajo él, un enorme alacrán que continúa pegado a su trasero. Un grito terrible, un manotazo y el veneno que comienza su camino. Intenta gritar pero, ¿quién le va escuchar?, se deja ir, la supervivencia no es lo suyo y si la comodidad incluso ante la muerte. El veneno va haciendo su trabajo, a Belisario le arde el pecho, los calambres son muy frecuentes, el frío le congelas las extremidades y en medio de tanta agonía se olvida de rezar, ¿para qué?, si Dios hubiese querido no pondría el alacrán en su camino y al cabo de dos días, en soledad, palma.

Pasado un tiempo, por el patrón, un grupo de vecinos sube a la cueva. Hace mucho que no le visitan y alguna que otra vianda le llevan para que recuerde el sabor de lo bien hecho. Ante ellos la visión de una piel seca que cubre sus huesos pero lo magnífico es que el rostro lo tiene muy hermoso y conservado. Dan cuenta al cura don Luis quien, cabreado por las pocas limosnas que recibe, piensa y piensa bien en hacer santo al ermitaño, clavarle unas cuantas saetas y hoy, se puede visitar en la capilla que en su día ocupaba un san Sebastián que unas mujeres jugando, tiraron al suelo y como era de escayola, rompió.

Hay procesiones al menos dos veces al mes, a las que acuden gentes, incluso de los pueblos vecinos a donde se corrió la voz, no tardarán en aparecer los de la capital, con el Belisario en todo lo alto a hombros de los que más cotizan. Es una visión terrible, una piel sin músculo alguno atravesada con flechas, pero el rostro, ¡ay el rostro!, ¡qué cosa más bonita!, dicen las de misa diaria. ¡Qué serenidad de mirada! Alega un corredor de comercio. ¡Qué poco ha durado!. Dicen los sensatos.

Han pasado muchos años y el Belisario, perdón, el san Sebastián disecado, ahí continúa para alegría de sus vecinos y santificaciones por parte del señor cura que sigue aumentando su capital. Es el santo más visitado, el santo que en vez de una, tiene cuatro cajas para recoger monedas. En Galicia se les dicen boetas.

Cualquier pueblo puede tener su santo, todo es cuestión de inventárselo aunque, de vez en cuando, la providencia, saca uno de su escalafón y lo pone en los altares.

Para mi pequeña amiga Inés, que sigue creciendo  dando el follón, como el resto de los niños. Y mucho que alegra.





jueves, 14 de junio de 2012

FUTBOL, FUTBOL, FUTBOL...







Se cuenta, que unos ingleses que trabajaban en las minas de Riotinto, en su tiempo libre, se dedicaban a dar patadas a un balón. A eso, le llamaban fútbol.  Lo hacían en plan amigos sin imaginarse las consecuencias que posteriormente tendría. Mucho antes los chinos lo iniciaban, los egipcios, por México también.
El asunto, gustó a los paisanos de Huelva y al poco, ya había un buen grupo de equipos que supongo, jugarían con mucha educación ¿o no?, pero me da, que cuando el enemigo eran los ingleses, todo cambiaba, los nervios a flor de piel, las patadas a la altura de las espinillas, palabras que nadie entendía por desconocimiento del idioma.  Estos días, en la Línea, también anduvieron cabreados con la visita de un hijo de la Gran Bretaña a la puñetera piedra que tanto daño hace a cualquier español bien nacido que cuando juega la "roja" no lo pueden disimular..
A lo que íbamos.  Cuando niños -las niñas tenían otros entretenimientos-, cuando niños, ya dábamos o intentábamos dar patadas a cualquier cosa que se pusiese por delante, una piedra, un caldero, cualquier material redondeado incluso, más adelante, a falta de pelota, lo hacíamos con una bola  que tomábamos por un rato de la mesa de billar que la residencia del Ejército tenía. Más tarde, se devolvía porque los pies, de lo pesada y dura que era, nos quedaban destrozados.
El fútbol, sin lugar a dudas, fue y es el mejor entretenimiento de los chavales y mucho más antes, que teníamos lugares para jugar. Uno cualquiera traída una pelota, a continuación soltaba la perorata que comenzaba con el siempre me toca traerla, quien la rompa la paga, si la coge el guardia la pagamos entre todos y mientras hablaba a los que hacíamos el círculo, afirmábamos con la cabeza del mismo modo que hacíamos cuando un guardia bueno que los había, nos echaba el discurso manteniendo en la mano la pelota que movía hacia nosotros, hacia él para al final del discurso extender la mano de donde el más avispado se la cogía. Con quince o dieciséis años, ya nos mezclábamos con los mayores, algunos muy mayores, oficiales de marina, guardiamarinas que le iba más aquello que perder el tiempo en el Casino en donde tenían que perdar el tiempo con chicas que no les interesaban.
Un partido podía comenzar a las tres de la tarde y finalizar entrada la noche cuando el balón ya no se veía por falta de luz. Durante ese tiempo, podía haber un encontronazo, una pequeña patada, lo que fuese, que al día siguiente estábamos a la hora marcada en el lugar dispuesto a dar la revancha, a los  perdedores del día anterior.
En el Instituto, a media mañana, abandonábamos el portal en que hablábamos de nuestras cosas en horas de clase, para acudir al partidillo de todos los días.  A la media hora los compañeros se iban para clase, el resto para el portal. A la tarde, ya se jugaba al fútbol más en serio en el campo del Pilar, algunas veces en el campo de la residencia del Ejército o al lado del cuartel de Sánchez de Aguilera.  Jamás que recuerde, hubo pendencia alguna y si se daba una patada o se entraba fuerte al balón, un abrazo y todo solucionado.
Otro lugar era Baterías en donde hoy se encuentran los Suministros de la Armada a la altura del muelle. Nos embarrábamos de arriba abajo y a veces, terminábamos jugando en calzoncillos para no manchar la ropa. Lo sucio se lavaba en Copacabana, también los zapatos que al poco quedaban blancos del salitre.  Un día alguien trajo un ajo que dándole al zapato, lo dejaba perfecto.  Bendito ajo que tanto usábamos para dar a las manos a la hora de sufrir con el terrible palo, en el culo para lo mismo y ahora, hasta quitaba el salitre.
Seguimos creciendo, continuamos haciendo partidillos y todo continuó como siempre, sin el más mínimo follón y es hoy, cuando unas naciones europeas se ponen de acuerdo para jugar una liguilla, sucede al mismo tiempo la llamada a los jóvenes y no tan jóvenes que donde disfrutan de verdad, es en la calle con sus batallas campales.  Anteayer, 13 de junio, intensas provocaciones se sucedieron, se rompieron todas las reglas, los policías que vestían de negro no les impresionaron y sucedió la locura del fútbol llevada a su máximo exponente.
Jugaba Polonia contra Rusia.
A las cinco de la tarde, a las cinco como en los toros se inician los asaltos que terminan a medianoche. Todo había sido planeado.  Polonia que había estado unos cincuenta años bajo el dominio ruso, busca y encuentra vanganza en los enemigos que han llegado a su ciudad. A ello, hay que añadir el cuarto y mitad de alcohol que todos ellos llevaban en el cuerpo o en la cabeza, sucedió como cuando Argentina y la Gran Bretaña se enfrentaron poco después de que la segunda se quedara con las Malvinas.  Que el amor patrio sigue existiendo y la venganza, siempre presente por muchos años que pasen.
Se sucedieron los palos, las patadas, la exhibición de fuerza mientras no muy lejos, unos españoles se desgallitan con el : - A por ellos, ohé..., a por ellos- y como si estuviese escrito, polacos y rusos terminan con las pocas fuerzas que les quedan.
No muy lejos, el negro carro de combate blandiendo porras también negras, se va acercando poco a poco, sin prisas, estudiando el campo de batalla porque, no siendo superiores, tendrán mucha más ventaja.  Los que combaten sólo están pendientes de no recibir palos y sí darlos, es tal el jaleo, que compañeros, ciegos de ira, se golpean entre ellos, sin darse cuenta que juegan en el mismo bando.
Y es que apenas hace unos días, todos alegres ocupaban aviones, autobuses, autos propios, trenes para ver fútbol, era lo que pensaban y querían.  Sus cánticos por las calles los delatan y no gusta al enemigo, por lo regular matones que se han rapado el pelo, que ocupan todos los días una parte del gimnasio, que su madre es feliz porque no tiene que cocinar, todo lo come crudo comenzando por la carne.  Sus botas los delatan, sus muñequeras llenas de tachuelas también, su ropa negra es única con su saludo imitando y recordando tiempos terribles para la humanidad.
Tras las detenciones y los hospitalizados que son muchos, saldrán por la tele los presidentes de los equipos alegando que no entienden nada de lo ocurrido, que les duelen los sucesos aunque en su interior hace tiempo que no estuvo tan contento y da un abrazo al otro presidente, con una sonrisa de oreja a oreja que queda muy bien para los periódicos.
No comprendo estos comportamientos y menos los puedo comprender, con esta bandera española comprada en los chinos que tengo en la ventana y que el viento, la hace flamear, tanto, que me golpea la cara como si fuese un látigo.
Me cuentan, que en el partido de España-Italia, en una de las gradas, dos españoles hablaban. El uno que comenta los pocos italianos que hay en el campo a lo que su compañero, responde: -Es que Italia está en crisis-.
Pan y fútbol para las hordas. Fútbol si puede ser a diario sin pensar en la mujer que ha quedado en la casa zurciendo unos calcetines. ¿María, dónde me has puesto la bandera que hoy arrasamos?. Y María sumisa le entrega la dichosa bandera, se dan un mínimo beso en el rostro. Ella a continuar con el zurcido, él a desmadrarse, a insultar al árbitro con palabras soeces, juramentos terribles, bofetadas al diccionario que mañana, trajeado, se pondrá al frente de la fábrica aunque primero, irá como todos los días, a misa.
Y las fumarolas que te van llegando del paisano que muy cerca, con un puro enorme en la boca, toma aliento, suelta humo que recibes sin poder casi respirar.  No le digas nada, cambiarte de asiento que con suerte no habrá otro faltando a todos los que le rodean.  Es el fútbol, un deporte.
Hoy juega España, me da que desde que se les murió el pulpo Paul, no salen muy seguros al campo. Ante sí, como el pulpo les decía el resultado...
Hace tiempo que dejó de interesarme. Hace muchos, muchos años que no recibo palos y por supuesto, que tampoco los doy.

BOFETADAS