Ayer al regresar de una caminata, que comencé muy temprano, mi amigo Luis había dejado recado. Me trastocó los planes, pero me fastidia decirle que no. Odio decir esa sílaba, y creo que ya son muchos años que no la digo para negar algo a alguien. No es la primera vez que salgo del comercio con un objeto que no me agrada, porque me duele decir no a un vendedor que ha sido muy amable.
Mi amigo me llamaba para salir a dar una vuelta en su barco. No me niego porque sabe que adoro la mar, soy feliz en medio de los reflejos, que en ella se producen, en su movimiento candencioso como el caminar de una hembra, con su danza multicolor que embelesa y su olor, ese olor que me quedó cuando niño, ese olor que tanto me gusta y durante tantos años lo tuve prohibido, a causa del tabaco.
No hay viento y vamos un rato a motor sin prisas, para seguir embelesándome en las riberas de la Ría, riberas que he caminado palmo a palmo, que he fotografiado todos sus rincones, que ya desde pequeño la he navegado en botes a remos y vela y que jamás, me cansa su visión por la variedad de paisajes, de luces, de armonías de colores que se forman y que hacen, no te aburras jamás. Lo mismo me sucede con los Simpson, dibujos animados que veo casi a diario desde que comenzaron a emitirse; hay capítulos que los he visto unas siete veces o más y no me cansan, siempre les encuentro algo nuevo, son dibujos sacados de la vida real.
Con las prisas no hemos cargado comida, además es domingo. Bebida, si que no falta. Hay latas de conserva y leche condensada. Lo primero que hago es coger un bote de leche, hacerle dos agujeros grandecitos, salir a cubierta; a estribor y a unas millas, la línea blanca de Doniños, y al igual que cuando niño, empino el bote y voy vaciando poco a poco su contenido, mirando al cielo, escuchando el chasquido de las velas, viendo ese grupo de gaviotas que nos acompañan, y así poco a poco, sin prisas, siento caer el néctar sobre mi lengua. ¡ Cómo me va lo dulce !.
Mi amigo Luis es muy buen conversador, por eso me gusta estar con él y además, es un gran defensor de los débiles. Está separado y hace unos años que vive sólo. Un día su mujer le dijo, el mar o ella y él, sin pensarlo, escogió la mar. Le pregunto qué echa de menos y me responde que el no tener unos años menos, porque ahora es cuando disfruta y le quita el sabor a las cosas, que es lo mismo que decir a la vida. La mar sigue siendo su amor y a nadie tiene que dar cuenta si llega tarde o temprano, si ha comido o no, si se emborracha o deja de hacerlo. Es muy noble y le aprecio.
En cierta ocasión, en que su esposa llegaba a Madrid, tuve que ir a recogerla ya que, el día anterior Luis, se había peleado defendiendo a un compañero sin sopesar, que eran varios los contrarios; le rompieron los dientes y la cara que era un amasijo de carne. Por ello me dijo que fuese a la estación para poner en antecedentes a su mujer y decirle que había tenido un accidente de tráfico frontal, que no se asustara, que lo que iba a ver era su marido Luis. Si que se asustó al verlo. su grito la delató y también la delató el irse para casa de unos familiares a toda prisa.
La vida es como viene. Qué coño vamos a tener escrito lo que nos va a suceder. Lo buscamos, la encontramos alguna vez y otras, las más, la vida nos lo pone delante, y somos tan ciegos que no lo vemos.
Hay veces que se deja coger. Otras se resite un poco. Las más, cuando llegas, está muerta. Ya no hay remedio. Mucha gente se deja ir, pensando que su vida monótona y aburrida va a cambiar y eso, con el pasar de los años, se hace crónico, nunca cambia; por adaptación. Es lógico. Así sucede.