Caminar un día hasta la torre de los Andrade, pero caminar.
Al principio, una carretera que cruza un monte con espesa vegetación, que te obliga a respirar con profundidad. Es fácil vislumbrar algún ciervo que apresuradamente y temeroso cruza el camino.
Es una sensación grata caminar en soledad. Quizás alguna letra de canción te venga a la mente. Canta, sin temor al que dirán quien te escuche porque a lo sumo, en todo el recorrido, te cruzarás con un auto.
Al final, la visión de la torre y cuervos que vuelan en lo más alto. Siempre hay cuervos, Pontedeume al fondo. Es fantástico.
Para el regreso, lo hago por caminos "terciarios" porque, si estamos en tiempo de la fruta, la tendremos al alcance de la mano. Al alcance de la mano, si insistimos, podremos tener el mundo.