El hijo ha dejado a su padre esperando en la acera, mientras él efectúa unas diligencias en la oficina de correos.
El padre, mira hacia la alameda y hacia ella se dirige con paso cansino, salvando los pequeños obstáculos. Los años no perdonan. Camina en dirección a un árbol, su mirada fija en aquél árbol. Al llegar lo mira, y pasa su mano temblorosa sobre la corteza del plátano, intentando descubrir el corazón con los dos nombres, que hace muchos, muchos años grabó a punta de navaja.
Acaricia el banquillo, hoy cubierto de hojas secas y su imaginación retrocede hasta su juventud, cuando contaba a su entonces novia-niña, una y mi aventuras de la mar, sin haber salido de Ferrol.
Le hablaba de la caña de azúcar que crece por todas partes, de las palmeras que se inclinan hasta besar el mar de un azul purísimo, de sus peces que se dejan acariciar, de los miles de pájaros con diferentes plumajes y luego, el regreso a casa entrando por la boca de la ría en formación de babor y estribor de guardia. Ella- recuerda-, se llamaba Cármen, como la Patrona.
El anciano sigue soñando.
A lo lejos una voz que grita, ¿ no te dije qué me esperaras al lado del quiosco ?. Ya me dirás que se te ha perdido por ahí.
El anciando sonríe y piensa:- Se me ha perdido un corazón.