viernes, 2 de enero de 2009
LA SUERTE ESTÁ ECHADA.
Sentado ante una mesa, al lado de buenos amigos, escucho como un enteradillo de los de ahora, al ir hacia la pista de baile con una joven, dice para que se le escuche: "alea iacta est". Bueno, no lo ha pronunciado de esa manera,ni de coña, pero si, era lo que intentaba decir. Mi mente entonces, retrocedió un montón de años y me puso en la situación de cuando un profesor, después de escribir las preguntas del examen final en junio, con chulería contenida, cual general romano dirigiéndose a su César, nos decía : "alea iacta est". No me hubiese importado que lo tradujese al castellano, pues bien sabía su significado.
Entonces comenzaba mi calvario, "in albis" es decir, en pelotas, miraba y remiraba las preguntas esperando la inspiración divina, que nunca llegaba. Había pasado el invierno de fábula con mis compañeros de fútbol, de juergas y de infortunios y, lo que suele hacer la cigarra en verano, nosotros lo hacíamos en el invierno duro y cruel gallego. Ante aquellas cuestiones, no quedaba más remedio que echarle valor, firmar en blanco, levantarnos con gallardía, entregarlo ante la irónica sonrisa del romano y su "alea iacta est". Nuestro pensamiento estaba en quién había traído una pelota para hacer un partidillo.
Quedaba todo un verano para estudiar, porque era un tiempo en que todos estábamos separados. Lo hacía con ganas, hasta mi padre se rascaba la cabeza pensando ¿qué buscará éste?. En septiembre, con la suerte echada o sin ella, aprobaba con nota. Pienso, que no hacía tontería alguna, era una forma de libertad.
Es que en aquellos tiempos aún no había comenzado a montar a caballo y por tanto, el cerebro estaba en su sitio. Funcionaba muy bien, creo, a pesar del tabaco.
En una ocasión, el partido de fútbol contra otro colegio era a las cinco. A las cuatro de la tarde, teníamos señalado el examen final de Química con la buena de doña Blanca, la esposa del dire, por tanto me daba tiempo. La buena señora llegó poco antes de las cinco. Las preguntas en el encerado, sé más de la mitad, miro a través del cristal hacia la calle y allí abajo están todos esperándome. -"Alea iacta est". Firmo la hoja de examen en blanco y corro a ocupar mi puesto en la delantera del equipo.
¿Hice bien?, ¿hice mal?. Había prometido que estaría con el resto de compañeros a las cinco y lo cumplí; con la profesora no había quedado en nada, además no fué legal, no llegó a su hora. Mi palabra siempre fue, iba a decir a misa....., siempre fui legal, aunque me dijesen golfo, los sumisos.
Siempre pensé y soy de la condición, de que hay que dar más, mucho más, de lo que esperas que te den, sin pensar en ir al cielo al final -¡válgame dios!-, que por ahí, bien sabéis que no van mis tiros, pero me resulta fácil, muy fácil ayudar mientras pueda hacerlo y, lo aseguro, la gente pobre, la gente humilde, son los más agradecidos que parió madre, aunque les digas: -ahora no llevo suelto-, te sonreirán de igual manera que si les hubieses dado un quilo de oro.
La suerte está echada desde que nacemos a lo largo de toda una vida. De vez en cuando me da la espalda; de vez en cuando es la frase de un bailarín que sale con su pareja a la pista y de vez en cuando, lo dice un profesor -que no tiene puñetera idea del latín-, al poner las preguntas del examen en el encerado. Me da que a él también se lo decían y quizás, como hacíamos, también dejó en alguna ocasión un examen en blanco.
Cambio de tercio.
Muchas personas creen envejecer al pasar del 31 de diciembre al 1º de enero, en el tiempo de las uvas. Voy a darles una alegría. Ese día, no se envejece, a no ser que se haya nacido en esas fechas, se envejece el día en que cumples años. Más tranquilas/los, mis queridos viejecitos.
Oremos.