viernes, 16 de enero de 2009

QUE BUEN NOMBRE, CASIMIRO.






Si el padrino que bautizó al recién con tal nombre, llega a vivir en la capital y no en aquella remota aldea, rayando frontera con Monforte de Lemos, hoy su nombre figuraría en las principales enciclopedias, libros de texto y en los grandes edificios y monumentos de la urbe; porque tal padrino cuyo nombre ya quedó en el olvido, no pudo asignarle un nombre mejor, Casimiro.
Vereis, un día de tantos, el niño Casimiro jugaba en un prado cualquiera, cuando oyó un graznido. De seguida alzó la vista al cielo en el preciso instante en que el maldito córvido soltaba de su estómago un "regalo", que mismo fue a caer sobre el ojo derecho del niño. Dado que la "carga" del grajo es muy ácida y que el niño no la limpió de inmediato, sintió como a poco perdía vista en tal ojo al tiempo que se le iba secando. El médico del pueblo, por más que lo intentó, y lo intentó, no se lo pudo salvar y por culpa de un pajarraco, el niño que ya no puede ir a la mili para hacerse un hombre.
Casimiro aceptó resignado lo que la providencia le enviaba y a partir de entonces, comenzó a estudiar en la pequeña escuela de don Tenorio pero duró poco ya que el bueno del maestro, se dio cuenta que el niño, al leer en un libro, solamente aprendía la zona de las páginas pares, es decir, la zona que le quedaba a la altura del ojo bueno. Cuando la mala suerte llega, sin pedir permiso entra y se ceba.
Eliseo tío del niño, marinero por veces en barcos mercantes, afilador en las más, se apenaba viendo a Casimiro sin hacer nada, en el rincón de la cocina, al lado de las espigas de maiz, dejando que pasasen los días, con la vista fija en las lenguas de fuego que salían de la madera que ardía.
Un día Eliseo, se acerca al niño y con pleno convencimiento le dice: - Tendrás un ojo, ¡ vaya si lo tendrás !.
Y es que el bueno del tío, piensa que algún día irá a Venecia y de allí a Murano que según Adolfo el relojero, tienen el mejor cristal del mundo.
Tienen que pasar once años para que podamos ver a Eliseo en esa ciudad, ante el vendedor de una tienda, diciéndole como quiere el ojo para el niño, hoy ya muchacho. - El color, verde, verde.... y señala el marco de un espejo-. -Veronés, le responde el dependiente, se lleva mucho-. - Y en la zona alta del ojo una escritura que diga "Recuerdo de tu tío Eliseo". El vendedor chistoso pregunta, ¿Quiere que le pongamos la fecha en la parte inferior?. Eliseo no lo aprueba, le parece que está bastante recargado.
Ahora si, que Casimiro va elegante. Todos los vecinos quieren verle el ojo y mientras él separa los párpados con sus dedos anular e índice, las gentes leen muy despacio "Re cu er do de tu tío E li se o". Y así la mayor parte del día, él muy ufano con su traje nuevo y su ojo de cristal de Murano; si señor, nada más y nada menos que de Murano, el cristal de los reyes, tal como le dijeron en la tienda.
Ahora, lo único que le falta es trabajo. Hay una convocatoria de sacristán para la ermita de los Remedios que las buenas gentes del lugar acaban de restaurar. El bueno de Casimiro, conoce la misa en latín, los toques de campana desde el de difuntos al de la patrona, los festejos religiosos, maneja el misal como pocos y sabe como sacar brillo a los santos y al mobiliario; además, es un trabajo tranquilo, no se gana mucho porque ya se sabe, la pobreza del clero. Su familia lo apoya -uno menos -, y su amigo del alma Julito que dice trabaja en una gestoría, le cubre la solicitud lentamente, tan lentamente que a media tarde termina, sólo falta firmarla y llevarla a correos.
Unos meses más tarde, Casimiro y su amigo caminan por el monte a la caza de la perdiz tal como suelen hacer cuando se abre la veda. Nuestro hombre, no va pensando en la caza,piensa en conseguir pronto ese trabajo que le lleva la vida, el trabajo, el trabajo. Un día de estos, no sabe cual, la ermita será bendecida por el señor obispo y a partir de ahí, abierta todos los días a las buenas gentes, entonces, tendrá que tener como es lógico, su sacristán. Claro que si.
Los dos amigos todavía no han conseguido caza alguna, los tiempos son muy malos, hay muchas escopetas a lo mismo. En un momento dado, Casimiro hace una señal de silencio a su amigo. Ha visto el pecho rojizo de una perdiz y tiene que abatirla; avanza muy despacio, se echa la escopeta al hombro, al tiempo que calcula el paralaje ya que, teniendo la escopeta en el hombro derecho, el ojo bueno al otro lado, tiene que calcular mentalmente la diferencia con el punto de mira y no siempre le sale bien. Templa el gatillo que va suave en su primer recorrido; la perdiz no se ha movido, vuelve a tirar del gatillo, dispara, un golpe seco y fuerte lastima su hombro y en ese preciso momento, el solideo rojo del señor obispo que vuela por los aires, mientras de su cabeza van cayendo unos finísimos regueros de sangre.
Ha sido heridas superficiales, reza en el periódico, un disparo de escopeta de caza cuando el obispo, de charla con el alcalde en un sendero, se dirigía en comitiva a bendecir la ermita de los Remedios.
Casimiro, en la esquina de la cocina, al lado de las mazorcas de maiz, sigue aguardando que del obispado, le den aviso para cubrir el tan ansiado puesto de sacristán.
Mientras espera, pasa hojas y hojas del viejo y gastado misal de su abuela. De vez en cuando, mira al fuego al tiempo que de lo más profundo de su alma, sale un suspiro.
Y que largas son las esperas ....

BOFETADAS