sábado, 17 de enero de 2009
ECHO DE MENOS AL BAUL.
Desperté sobresaltada, cuando el empleado de la tienda me estaba bajando de lo alto de una estantería, para al poco entregarme a un señor grueso, con un bigote enorme y voz profunda; en ese preciso instante me enteré, que mi cuerpo era de fibra de vidrio aunque no me veo los cristales por parte alguna. Me colocaron un traje de papel alrededor y de ese modo, fui transportada con cariño a un cuarto oscuro de mi nuevo hogar. Es un aburrimiento, echo de menos mi estantería, mi atalaya desde la que veía pasar todo tipo de gentes, gentes dispares; las que permanecían horas y horas probándose todo tipo de zapatos y las otras que entraban, miraban un papelito blanco que les cuelga y volvían a salir resoplando.
No se cuanto tiempo permanecí durmiendo, noté como abrían la puerta de mi celda me llevaban en volandas y con suavidad me depositaban sobre una cama sin hacerme daño. El hombre del bigote, me abrió la boca, mi gran boca, quedando a la vista mi interior de colorines y ahí, poco a poco, me fue introduciendo pantalones, camisas, zapatos, un traje y todo tipo de corbatas, ante el asombro que me producía, tener la boca más grande de lo que pensaba.
No tardó mucho en que tirándo del único brazo que tengo, me arrastraró por la calle, ante el dolor de cabeza que me levantaban los ruedines "ta-ta-ta-ta-tatatá; ta-ta-ta-ta-tatatá",- de locos, sabe usted, de locos-.
Un desplazamiento en auto -conozco el ruido de los motores, al lado de la tienda había un taller- y al cabo de una hora, llegué a un lugar extraño, con un gran cartel a la entrada del enorme edificio. Por un altavoz pude escuchar algo parecido a :-" Viajeros con destino a París, puerta cuatro". Mi amo, se colocó tras otras personas, nadie gritaba tal como en otros lugares lo hacían; un perro, me temí lo peor, solamente me olió y las gentes con la vista fija al frente, miraban unos grandes carteles luminosos. El hombre gordo, de voz profunda y con bigotes, tiraba de mi poco a poco; el suelo era tan pulido que me daban las cosquillas, mucho tuve que aguantar hasta que menos mal, en volandas de nuevo, me colocan sobre un pequeño mostrador, produciéndome aún más dolor de espalda, del que en aquellos momentos tenía. Una muchacha, no muy agraciada, con gran rapidez me colocó una corbata de papel. Me pareció una burla más,pero como el resto de mis compañeras también las llevaban, me vino que íbamos a una fiesta y el papel era la autorización de entrada. ¡Una fiesta!, mira que tenía ganas de divertirme un poco. El traslado, sobre unas cintas a gran velocidad, me produjeron mareo; todo pasaba muy rápidamente; cuando pensabas que habías llegado a la entrada de la discoteca, a lo bruto, con grandes gomas golpeándome, te pasaban para otra cinta y así, de un lado a otro un buen trecho hasta que al final, mi carrera se detuvo al lado de un baúl, no sin antes caerme encima una de mis compañeras. El baúl viejo y descolorido, con muchas pegatinas por sus costados, me saludó con una voz que resultó muy agradable. Yo que soy muy mía, no quiero tratos con extraños, más el destino, al dejarnos tan cerca, el rubor corrió por mi fibra de vidrio de tal modo, que él lo notó y yo también. Vaya si lo noté. Me habló de sus grandes viajes por todo el mundo, dentro de las barrigas metálicas de unos aparatos voladores que al tomar tierra lo zarandeaban de un lado a otro, produciéndole un gran dolor; los grandes y hermosos hoteles de Capri, Funchal, Nueva York, Brasil... Y así continuó hablando hasta que llegado un momento me hizo la pregunta tan esperada, ¿ tu por dónde has viajado?. Yo todavía más ruborizada le respondí que iba a ser mi primer viaje. ¡ Claro! respondió el sabio baúl, ¡eres tan jóven....!.
Poco más tarde, unos hombrecillos vestidos de color naranja, llevan a mi amigo a un cochecito. A mi, me colocan en otro. Ambos nos miramos mientras nos vamos separando. Una ráfaga de viento mueve la corbata del viejo baúl; ella entiende que es un adios o hasta pronto, que le dice. Hasta pronto, hasta cuando nos volvamos a ver, piensa ella en la distancia. Ojalá pudiera al menos, llorar.
Más el destino es cruel, en infinitas ocasiones porque me han llevado a un lugar equivocado, estoy sola, sin mi dueño que seguramente me estará buscando. En un almacén con poca luz, rodeada de compañeras muy habladoras ellas, que tanta espera las hizo muy buenas amigas.
Mis recuerdos van a mi querido baúl, ¿dónde estará ahora?, ¿en que hotel?; espero que le hayan colocado bien la pegatina media suelta que llevaba de Kenya. Ojalá pueda verle pronto.
Llevo días y días dormitando en un lugar raro, separada de las otras que poco a poco van saliendo. He oído decir a un hombre vestido de naranja, que el grupo nuestro, al caérsele la corbata, permaneceremos meses o años esperando algún milagro.
Lo que más siento, lo que más me duele, es que mi mi cara, mi siempre limpia cara, se está llenando de polvo, de un polvo espeso que me produce alergia.
Y aquí sola, tengo tanto y tanto miedo....
Dedicado a todas las maletas perdidas en los aeropuertos.