viernes, 30 de enero de 2009

ME ENCONTRÉ CON UN VIEJO AMIGO.






Delante de mi, en la misma dirección, camina un hombre que hace unos cincuenta años no veía, pero que es inconfundible. En vez de adelantarle, le voy haciendo pchiiiiis; pchiiiiis de vez en cuando. No mira hacia su espalda porque sabe que vamos únicamente los dos en medio de esos campos, pensará de mi un montón de cosas, incluso que soy de la otra acera, una reinona más de la noche que también sale a enamorar durante el día. Como no me gustaría verme de vampiresa en esas circunstancias, lo llamo, se gira y me mira, ¿quién eres? pregunta subiendo los hombros. Le digo que dios, y ahora si que ya me toma por loco. Me presento, nos abrazamos una y otra vez. Me alegra verle feliz como en algunas ocasiones de los viejos tiempos, tiempos que quedan siempre en el centro de la cabeza, momentos muy dolorosos que no se van y mira que lo intento y, en esas circunstancias de dolor y odio nos conocimos.
Hablamos de una y mil cosas, del día en que el profesor de francés no pudo dar la clase, clase que dio nuestro "amado" director que en todo se metía y conocía. En un momento dado, un compañero lo corrigió diciéndole que el titular de la asignatura, esa frase la traduce de otra forma, a lo que el "sabio" suplente contestó: - don Francisco conoce el francés de provincias, yo el francés de Paris -.Juan, actualmente en Santiago, lo sabe bien.
Recordamos la llegada a mitad de curso, de un muchacho. La de historia le pregunta: ¿es usted gallego?; -no, señorita, soy de Orense. El bueno de Cofán que aún no estaba pulido del todo. Tenía una hermana decía, artista de cine. Un día nos llevó a tres o cuatro a su casa para conocerla que estaba de vacaciones. Al llegar sobre las cinco o seis de la tarde, dormía; la despertó, apareció de bata larga como una mujer fatal -guapa era un rato largo-, nos firmó un autógrafo rápidamente, para volverse a continuación a la cama. El mío, lo escribió en la portada del libro de literatura, era como un tesoro que miraba continuamente. -Hoy no toca literatura, ¿qué haces con el libro?... me decían. Que yo sepa y el cine ya me gustaba demasiado para mi edad, únicamente trabajó en una película que no recuerdo el título; era de españoles guerreando allá por Rusia,algo de la División Azul. La única mujer que apareció unos instantes en la cinta fué ella, suficiente para poder escribir en el DNI, profesión artista de cine.
Mientras caminamos los recuerdos van apareciendo, recuerdos de lo único que nos unía en la desgracia y en las risas que también las hubo. Isidro, el hijo del entonces propietario de la droguería Ibérica era mayor que todos nosotros, no muy buen estudiante y un gran vividor. Alguien le regaló un mono tití muy, pero que muy pequeño. En aquellos momentos dábamos clase de religión con un cura muy anciano, al menos eso me parecía. Isidro abre un poco desde el exterior la puerta de corredera de la clase, empuja al mono que entra en el aula y a continuación tira de él, ya que lo lleva atado con una cuerda. Vuelve a meterlo en la clase y a recogerlo; el mono con sus monadas, toda la clase ríe y ríe cada vez con más fuerza porque aquello dura demasiado. El mono entra y desaparece, entra y desaparece. La risas ya incontroladas. El cura que mira hacia la puerta, abre los brazos, nervioso coge su capa, el sombrero, abandona el aula, camina por un largo pasillo, llega hasta el jefe de estudios y le dice alborotado: ¡Ay!, don Manuel, ¡¡¡ marcho !!!, ¡ votáronme un jorila na miña clase! y si, salió disparado como alma en pena, como disparado me llevó de una oreja, sin apenas tocar el suelo un profesor que entró en los aseos . Yo que estaba fumando, guardé la casi colilla en el bolsillo amparándolo con la mano. Él me hablaba, no recuerdo qué, yo le contestaba con un :- Mmmmmm-.Como no escuchaba contestación alguna se giró, volvió a preguntarme y al contestar, toda una bocanada de humo salió de mi boca y de mi alma mientras el cigarro me producía un horrible dolor por quemadura en la pierna y un buen agujero al exterior del pantalón corto, de mis once años.
El llevar a alguien al jefe de estudios, suponía un buen castigo, permanecer de rodillas en un suelo arenoso, estudiando? y las que más, una buena paliza. Suponía también quedarse en aquel maldito lugar mientras el resto se iba a la calle. A mi me ponía al lado de su mesa pues conocía bien mis huidas sin él enterarse. Al menor despiste, mi pequeño cuerpo gateaba bajo las gabardinas y al poco, la luz, la vida, la vida, la vida....
No me importaba que al siguiente día me molieran a palos, ser libre no tenía precio y qué más daba otra paliza sobre las muchas que llevaba mi cuerpo, y eso que era uno de los colegios más caros de la ciudad.
Mi compañero se pone triste por él también sufrió lo suyo, como todos. Locura de un hombre que los mayores no apreciaban, que nos dejaba sin comer, que nos ponía clase los domingos para así salir de casa sin llamar la atención, por motivos que me callo. A muchos débiles, les hizo un gran daño. A mi... que le den.
Continuamos el camino mientras le recuerdo el gol que le metí en el campo del Pilar. -Si que fue bueno -responde- pero influyó la chirripa-. ¿Y ahora me lo dices?.
Reimos, porque la risa es buena.
Me da que si los animales que pueblan el mundo, supieran reirse, nos iban hacer la puñeta. Vale más no pensar en ello.

BOFETADAS