martes, 6 de enero de 2009

LA MUERTE, UN LUJO.






Leo en un periódico, que un hombre ha sido enterrado a los sones de un grupo de gaitas y no de una marcha fúnebre, tal como se lleva. Si la música de Mozart, al final fue para su último adios; nuestros paisaniños, sensibles ellos,camino del cementerio, no se acompañan de un Te Deum; con una alborada de San Sixto tienen más que suficiente y les sabe a gloria.
No estoy ni puedo estar al lado de aquellos que se imaginan otra vida, sentados en una nube, comiendo ese queso que anuncia la tele o tocando una ocarina; ni los que creen en una reencarnación, sería una putada volver a venir al mundo con forma de mosca, a expensas de un chorro de veneno, de un zurriagazo o mismo su vida que es muy corta. Si se vuelve a reencarnar y la cosa va degenerando.... aviados estamos. Otros, que estos días no dejan de dar el follón, cohete para aquí, cohete para allá que contrastan con las calles llenas de sangre, les importa un carajo la muerte, supongo que no a todos, no los habrá tan idiotas que crean que al morir, su patrono, los recoje a todos con los brazos abiertos. Entonces, si quiere que mueran, para qué les dio la vida.
La muerte, no suele ser agradable, pienso; no obstante, si al hacerlo te llevarán camino del camposanto rodeado de gaiteiros traídos expresamente para ti, porque así lo has decidido y, que de vez en cuando se para la comitiva para mirar por última vez el paisaje, que ahora ves más hermoso que nunca - cuando se pierde algo querido, es cierto que se le da más valor -, paisaje por el que correteaste tras las vacas siendo niño; de jóven con los amigos y ya de mayor con la Dolores que tantas y tantas tuvo que aguantarle.
Me viene a la memoria, no hace muchos años, cuando el pobre Aduardo tal como él decía su nombre, se fue a los otros mundos.
Aduardo, de juergas incontables e incansables partidas al dominó con un grupo de amigos. Horas y horas sin ir para su casa -la Herminia, pobre, todo lo aguantaba-, porque al terminar un juego, siempre se escuchaba: ¡Dame la revancha! y, entre revancha y revancha les daban las uvas. La aldea conocía la hora del cierre del bar, por los gritos de las mujeres cuando ellos llegaban a sus hogares.
Aduardo, en soledad pensaba. Una idea le vino a la cabeza, al morir, que se pagara a la banda de música de A Fonsagrada y le acompañaran hasta el agujero. Bombas de palenque, también quería; aguardiente para todos y sus dineros para el cura una parte y su mujer la otra. Si su familia en vida nunca se acordó de él, que se acordara ahora y, que reclamaran los cuartos a la iglesia.
Al tiempo, sucede. La banda de música de A Fonsagrada, tras el ataud a los sones del pasodoble "España cañí". Parte de la gente que acompaña al muerto, cumpliendo sus últimas voluntades, ha estado en la tasca trasegando aguardiente y catando otro del Rosal, que el tabernero ha traído. El brevaje ha sido generoso con todos ellos,llevan la boca tan pastosa que les cuesta hablar y es ahora cuando los músicos,contentillos ellos, soplan sus instrumentos con muchas ganas "Por el camino verde, camino verde que va a la ermita".... que el Eladio y el Gerardo agarrados cual pareja de novios, han comenzado a dar unos pasos de baile con las miradas puestas en la punta de sus zapatos. No hay que esperar mucho, para que otros les imiten porque el pecho les arde y porque el muerto, Aduardo, así lo quería. Los músicos que se animan y de los boleros o pasodobles, han pasado a la samba;salsa; mambo; cha-cha-cha e incluso algo de rock-an-roll, para que el camino no se haga tan largo. El fogueteiro en su salsa, prende y prende mechas de cohetes que con gran estruendo avisan a las gentes de otros lugares para que acudan.
Bailan alrededor del muerto, algunos con la mano tocan la caja o le envían un beso : ¡lo estamos pasando de carallo!, más de uno con su cuerpo, rozan a los porteadores. Las mujeres, que coño, también se animan, las jóvenes forman parejas que giran y giran a trompicones, por la desigualdad del terreno. De tantas vueltas, el Eladio se marea, da un traspiés y se ha ido contra uno de los que cargan la caja, que cae al suelo con gran estruendo de maderas rotas y allí, en medio del polvoriento camino, con los ojos muy abiertos, amarilla su cara, las manos cruzadas sobre el pecho sobre un traje gris descolorido, queda plantado el muerto mirando al cielo.
En primera fila, las viejas que se han asomado se santiguan. El cabo de la guardia civil, colocadillo él, ríe bajo sus enormes mostachos. Los músicos soplan muy suave sus instrumentos mientras los hombres, los más decididos, comienzan a recomponer la madera de la caja, que amarran con cuerdas que alguien ha cortado a la campana. El cementerio está cerca. Entre varios, llevan en volandas el cuerpo que no deja de zarandearse dentro de la maltrecha, llamémosle caja. Lo bajan a la fosa, sobre él una corona de flores y también vuela al agujero una botella de vino vacía que alguien, ¡válgame dios!, muy borracho ha echado.
La tierra comienza a caer sobre la caja como si redoblaran tambores. Los músicos a son de un mambo. Sus sobrinas que miran para el cura con odio. La esposa del difundo, sin lágrimas, para sus adentros piensa, ¡¡ anda y que le den!!!, ¡¡¡ que le aturen los diablos, porque ese, ese va para los infiernos !!!.
Al poco, en silencio, la gran comitiva camina de vuelta al pueblo; los hombres a la tasca y las mujeres a consolar a la viuda, ante un par de botellas de anís y unas rosquillas que la Herminia hizo el día anterior.
Hay entierros, que da gusto, que son un verdadero lujo.

BOFETADAS