miércoles, 30 de abril de 2008

Y DIOS CREÓ AL HOMBRE





Pedí a los dioses ser inmortal, y me lo concedieron. Cuando llevaba ciento cuarenta años en esa situación, la mitad de ellos tirado en un lecho a base de pastillas, inyecciones, dolores infinitos, la visión borrosa y el habla apenas perceptible, les pedí la muerte y aquellos dioses que me habían concedido la inmortalidad, ya no estaban, habían muerto; estaban otros dioses nuevos a los que mi larga vida no les constaba y debido a ello, no estaba en sus manos hacer nada por mi.
Sigo siendo inmortal, ¿de qué me vale?.
Me asusta y me apena ver de vez en cuando en la pantalla de cualquier cadena de televisión, una viejecita que muestran medio dormida, rodeada de un montón de familiares y vecinos, todos ellos risueños, mirando fijamente al objetivo de la cámara y, ante ellos, un gran pastel multicolor sobre el cual se puede leer la cifra 105 y una vela encendida, vela que obligarán que apague la buena mujer a la que en los pulmones ya no le queda fuelle. A continuación, como está la tele, le obligarán a cantar con insistencia y lo hará con voz apenas audible, mostrando el único diente que le queda en el maxilar inferior: "...Cuando Carolina baila, el lajarto mueve el rabo....", luego, sus seres queridos continúan animándola: "Bailache Carolina, bailei si señor, dime con quen bailache....." pero la pobre mujer ya no se entera de nada, se les ha dormido; más la televisión manda, hay que despertarla e informar al público: -¡Oiga!, ¿y esto cuándo sale?....pregunta un sobrino lejano.
Nos empeñamos en contar la edad de las personas, tomando como patrón el día y la noche de todo un año, sin pensar, que la edad de las personas está en su forma de vida y en sus vivencias más ricas o menos ricas, en los conocimientos que adquieren a diario, las emociones, las risas nobles, las que salen del alma, las que suenan como cascabeles, las que te alivian. Las ganas de esperar a que amanezca un nuevo día, para vivirlo a tope, como dicen los jóvenes, a tope guay.
Iba yo en primero de bachiller, apenas diez años, cuando un día le discutí al cura que nos daba clase de religión, que era imposible, que no era cierto -por tanto mentira -, que Matusalén hubiese vivido casi mil años. Se levantó de la silla nervioso, bajó el estrado con una vara en la mano, aguanté el tipo, me cruzó el rostro con la madera y dijo:" Si dios quiso que viviese ochocientos años, puedes estar seguro de que los vivió". A continuación, sin tan siquiera golpearse el pecho por lo que había ocurrido, se sentó y al poco quedó dormido por no perder la costumbre. Aún llevo la marca. De aquel colegio, llevo marcas en toda el alma.
Sigo pidiendo a los dioses me dejen morir de una vez, me cansa la cama, sufro dolores en todo el cuerpo, no escucho ya la música porque estoy sordo, bebo y como a través de una pajita de plástico y me cuesta mucho trabajo tragar, no veo ni huelo unas flores que dicen hay en mi habitación. ¡Cómo las echo de menos! y... aún me queda una eternidad. Los dioses no acuden. Quizás ya no existan. Puede ser. Vida. Vida.

BOFETADAS