lunes, 7 de abril de 2008
RECUERDOS
Madrugo porque quiero pasar la mañana del domingo en Ortigueira. Suelo hacerlo, es un viaje muy hermoso en el tren de la Costa, y esa Ciudad me gusta, es muy acogedora y si tomas el camino a la playa de Morouzos bordeando el monte, te das de bruces con unas vistas muy bellas, pudiendo llegar por senderos muy cuidados al mismo puerto.
En el tren y durante el viaje, quizás debido a lo temprano de la hora, la agente dormita o miran a un punto infinito del vagón; más tarde, a la altura de Apalla, el sol comenzará a enseñarse, entrando sus rayos por huecos entre la arboleda obligándote a cerrar los párpados y recibir esa bendición de luz.
Cerca va sentada una pareja y a su lado, en le suelo, dos grandes mochilas. Hablan en voz baja y ella ríe en silencio ocultando la boca con la mano, como para no llamar la atención. Me gusta la risa sincera de la gente, la risa que no engaña, que sale del corazón; las risas de los niños cuando juegan. Dicen que los niños siempre dicen la verdad, sobre todo si van borrachos; que añadió alguien.
Al llegar, camino entre la gente que se dirige a la playa, pero más tarde, cuando bajen al mar yo seguiré la marcha entre grandes eucaliptos, robles y una gran variedad de árboles. Me alegra la vida, el caminar en soledad, parándome en donde me interesa para hacer una,dos, cien fotos; hablar con las gentes que me cruzo y es cuando pregunto a un hombre qué sendero tomar, me lo señala y me acompaña para que no me pierda al principio, es algo enrevesado, me dice. Le agradezco tanta amabilidad. Me dice que fué marinero, que sufrió dos naufragios y que estuvo a punto de morir a causa de una explosión ocurrido en el petrolero "Escombreras" en el Mediterráneo. Me da un vuelco el corazón porque en aquel tiempo nuestro barco efectuaba ejercicios en aguas de Cartagena y al escuchar la petición de auxilio, el buque voló a mas de 30 nudos en aquella noche de luna y mar calma. Al llegar, metimos a bordo muchas personas con grandes quemaduras. Lo recuerdo como si fuese hoy. A mi, -no lo puedo evitar-, la visión de un cuerpo herido me pone malo, pero le eché narices y al poco me encontré cubriendo de pomada a aquellas gentes que parecían tizones apagados, mojándoles con agua los labios quemados que unicamente decían:- Paisaniño, que vou morrer-. Casi todos eran gallegos. Cuervos negros en esa noche, se llevaron el alma de algunos y a los otros, durante unos días los fuimos a visitar al hospital para que no estuvieran solos, porque eran como de la familia.
José, mi acompañante, me abrazó con fuerza; un abrazo emocionado. Que nos recordaba continuamente y tiembla cuando le viene a la memoria, la explosión que sucedió en aquella sala de máquinas. Le tranquilizo diciéndole, que a otros les mata una maldita estacha. Mira al suelo y responde: - Pues si -.
Hoy sin pensarlo, de nuevo, me he encontrado con la Vida.