lunes, 28 de abril de 2008
PIRATAS DEL SIGLO XXI
Preguntarle a cualquier niño que quiere ser de mayor, os dirá futbolista o bombero. A mi cuando me lo preguntaban, no recuerdo lo que les decía, no lo quería descubrir porque en mi interior, como una obsesión, llevaba escrito que quería ser contrabandista. Soñaba con ello y muchas noches me veía cruzando el río Miño al frente de una reata de mulas o en un barco veloz, pasando aceite y café a Galicia, siempre pendiente de de la pareja de guardias civiles que vigilaban la orilla del río. El tabaco no me venía a la cabeza en aquella casa de Baldranes, llena de mujeres fantásticas,porque ninguna fumaba, al menos ante mi.
Es que en aquel tiempo, no conocía de la existencia de los piratas, bueno si, por los tebeos y nada más. ¡Ay! si llego a saber que existían en la realidad.... Pues claro que preferiría pirata a cien contrabandistas, pero un pirata entero, sin que le falte una pierna, que no la lleve de madera, o tenga un parche en un ojo. Un pirata con loro al hombro y mirada de mala leche, con una caja bajo el brazo llena de doblones de oro, para repartir entre las buenas gentes del puerto y los niños corriendo tras de mi gritando, ¡Lucaaaas!, ¡Lucaaasss!, ¡Lucaaaaaassss!, el nombre de mi loro.
Si llego a saber que los piratas existen, surcaría los mares en mi barco sin pesados cañones, pero si, con el "rayo verde", un arma que casi nadie conocía, poderosa, en busca de los galeones de la Gran Bretaña. Dejaría que confiados se acercasen y lentamente, a los sones de Pynk Floyd, izaría la bandera pirata para luego, lanzar un disparo con el rayo verde a la base del palo mayor, otro al mesana mientras la gente corre asustada de proa a popa, sin obedecer órdenes, gritando: ¡Tiene el rayo verde!,¡ tiene el rayo verde....!. Otro fogonazo al trinquete, toda la arboladura sobre la cubierta y por último, al bauprés que quedaría colgando ante los asombrados ojos del mascarón de proa. Luego la rendición y un... ¡ despierta, coño, despierta!, ¡qué llevo una hora llamándote!.
Es que me vienen aquellos recuerdos en que, tirado sobre el suelo, jugaba con mi hijo Marcos, con aquel barco pirata y los clips, creo que de Play Móvil. Lo tenía embobado, con los ojos como platos mientras le iba narrando la batalla con pelos y señales, sin equivocarme que es como la quería. Eran unos piratas de plástico que simulaban otros, que no sabía que existían.
Hoy se que existen, los he visto en la tele; sus rostros, sus armas cruzadas al pecho asustan -pena de mi rayo verde-. Los piratas siempre asustaron porque además, tenían una voz profunda, ronca, que les salía de la barriga llena de ron. Esos eran los que me gustaban, que no tenían GPS, ni un satélite a su entera disposición, ni armas de repetición, ni radares, que tanto abordan un pesquero como un moderno carguero. Les vale todo.
Me gustan más los antiguos, los generosos. Me caía bien aquella pelirroja que mandaba un barco corsario, incluso el de la pata de palo y el que subía a la cofa con el cuchillo entre los dientes, y todos ellos, cantando y bebiendo ron de unos barriletes, nada de botellas de cristal.
Me hubiera gustado ser uno de ellos. Ir a la isla del tesoro. No ha podido ser.... No estaba para mi. Seguiré soñando.