miércoles, 8 de septiembre de 2010

YO, LA REINONA.



En una emisora, un periodista entrevista a un compañero de profesión.  En un momento dado, le pregunta si en alguna ocasión escribió algo que se titulase "Soy una reina".  Le contesta que no lo había hecho y debido a ello, le tomo la palabra porque yo, Reina que he sido en mis tiempos se de que va la cosa. También tengo pleno derecho a escribir lo de Reina con mayúscula y así continuaré haciéndolo.
Para ser Reina, en principio, tienes que acertar con el agujero por el cual has de venir al mundo.  Nada más.
Por tanto, no soy Reina por méritos propios.  Soy Reina porque un día mis padres, tras abandonar una recepción medios borrachos, así lo quisieron en una habitación de la posada "El palomo cojo".
No soy agraciada, pero tengo poder, que una cosa no quita la otra o, mejor dicho, se complementan.  Soy tan poderosa, que la gente cuando camino, se inclina, agachan las cabezas que puedo cortar si me viene en gana, por el poder que tengo.
Cuando estoy sola en mis reales habitaciones, casi siempre lloro. Lo que daría por ser madre.
Mi vida no es tan fácil.  Fácil es la de mis subditos.  Sub-di-to; que palabra más amplia con el significado de que todas las gentes me pertenecen, todos son míos, para lo que me venga en gana hacerles e incluso, de forma disimulada, quitarles lo poco que tienen. Con quince años ya me veneraban, ya quitaba aquellos juguetes que me llamaban la atención, a sus hijos. Un simple madero me valía, es que tenía que hacerles daño, por eso nací Reina. Mi madre sobre todo, me enseñaba a ser así.  Mi padre, barbudo, bonachón, jugador, juerguista al que sólo veía una vez o menos por semana.  Mi madre decía que estaba en la guerra, la guerra se que la tenía en la calle golfa del pueblo.
Ahora mayor, tengo un castillo que necesita unas cuantas obras.  Un castillo te chupa mucho dinero en mantenimiento, no así los sueldos de los soldados que con muy poco se conforman.  Día a día lo recorro y a continuación le cuento al rey, a mi rey, como van las obras.  Es que me salió de un vago...
Me aburro, me aburro mucho.  Cuando me sucede, me entretengo puteando a los quince criados que tengo a mi particular servicio como Reina que soy.  Les hago correr, subir a los árboles, tirarse al lago helado a los que no saben nadar, pegarse entre ellos. Voy con ellos a robar fruta de las pequeñas huertas de mis súbditos y cuando  me descubren, no corren tras de mi.  Lo que piensan ya es diferente, pero a los reyes, nos preparan para echarlo todo a la espalda. Hay veces en que los disfrazo y jugamos al zoo; como es lógico, la Reina es la que maneja el látigo y todos callan, porque les doy de comer.  Es que en el fondo soy muy buena.
En cierta ocasión, llegaron al castillo personalidades que hablaron largamente con el rey. A continuación salimos en la carroza real a dar un recorrido por el pueblo lleno de pordioseros pero, que se le va hacer.  De buena gana los enviaba para otro lugar a palos, pero el rey no me deja alegando que si hay guerra, los coloca en primera fila y el enemigo se encarga de ir menguándolos.  Si es así...  Por lo de los virus, asomo la mano enguantada por la ventanilla para a continuación, agitarla con gracia.  A veces se me cansa, es que es tan duro ser Reina. Cuando nos despedimos del populacho, entonces si, tomo un pañuelo bordado con la corona y escudo  real y lo agito con salero, al tiempo que de mala gana les voy diciendo adiós, adiós, adiós, adiós... Ellos, continúan con la espalda agachada, aseverando con la cabeza.
El rey y yo no dormimos juntos, por el olor que despiden nuestros cuerpos y es que por mucho perfume que nos echemos, no se nos va el olor. Los embajadores de lugares lejanos, nos traen perfumes muy ricos pero que nada más echarlos sobre el cuerpo, cambian el aroma al mezclarse con nuestros sudores.  Un día se le dije al rey: - Echas una peste que no hay dios que la aguante-. El rey me dijo lo mismo como contestación.  Me dolió tanto que lo eché del dormitorio y allí senté mis reales a partir de entonces.  Son cinco habitaciones espaciosas, con pinturas caras, con grandes ventanales y fuera, frondosos árboles en donde anidan y cantan los ruiseñores.  Al rey le da lo mismo, suele dormir en la calle golfa casi todos los días.
Tengo muchas pelucas, ayer jugué con ellas, pero más de la mitad están apolilladas, no obstante, como el verdugo, corta la cabeza a quien le señalo y las que señalo suelen tener unas buenas cabelleras que luego el del hacha me entrega limpias y perfumadas, por tanto, siempre tengo remanentes.
Tengo un caballo, por supuesto caballo real de color blanco que me queda algo alto cuando me quiero subir. Se ha solucionado colocando a un súbdito que dobla el espinazo, piso su espalda y al poco estoy sobre el caballo real; de ese modo no se me hace difícil subir.  A este súbdito le llaman Alegrías, es el pelota de mi marido el rey, pero algunas veces, si  no lo necesita me lo deja.
Algunas veces me acerco a las cocinas reales, sólo es una cocina, pero viste más decir cocinas.  Hago y deshago a mi antojo que para eso soy la Reina.  En esta olla que hierve echo unas guindillas, por pimienta que no queden esas codornices.  Un puñado de sal al venado, otro más y destapo una cazuela.  Huele bien pero me da que le falta algo, seguramente laurel y ajo que no le falte.  A la hora de comer en la mesa real, rey e invitados inician la faena.  Mi rey dice que hoy cocinó mi Reina y todos, comen que da gusto sin levantar la cabeza del plato a no ser para sonreirme.  Cómo me gusta reinar.
En el castillo también tenemos fraile con el que me confieso, la única persona a quien le digo todas mis verdades, jamás una mentira.  Conoce bien todas mis debilidades y como sabe el muy puñetero cuando tiene que tirarme los tejos.  Mi marido lo quiere despedir, por lo de una boca menos en tiempo de crisis pero, me planté como Reina que soy y el fraile queda, confesándome.  Me gusta porque me dice:- Reinona mía -, -Reinona mía-, me da ánimos.
Lo mejor cuando el rey marcha una temporada para cualquier guerra.  Antes me coloca un cinturón que le llaman de castidad y a continuación me entrega su llave para que la guarde,  porque él lo pierde todo. A su partida, queda muy poca gente en el castillo, pero cuando las trompetas apenas se escuchan en el horizonte, de todos los escondites del pueblo van saliendo los que no quisieron ir a la guerra y, qué fiestas, dios, qué fiestas.
Dicen que mi esposo el rey tiene mucho mando y eso que apenas sabe firmar, mejor, dibujar la firma. Yo, mando en el rey por razón de esposa y a todo me obedece, por deducción, soy dueña y señora del todo el reino, que no lo olviden, por eso, cuando me apetece, pido a gritos la carroza real, visito otros reinos, hago mis negocios de manteles, bufandas, ricos ropajes de Portugal, pasamantería de Suecia, pastelillos de Londres, jubones de Alemania, percebes del reino de Galicia que me han traído los embajadores y a cuenta, voy llenando con oro un gran cofre porque no se sabe, una vez muerto el rey, cebada al rabo ya que no hay descendientes, es una forma de asegurame unas monedas para la jubilación.
Pero mientras soy Reina, todos, sin excepción me sonríen, aprueban lo que hago, al tiempo que doblan el espinazo, tanto, que me emociona verles a todos la chepa e ir conociendo de ese modo que vértebras les van fallando para hacerles trabajar un poco menos.  Me olvidaba del juglar Ramoncín que no es tan bueno como dicen, que canta los romances y seguidillas de otros autores con algún salero.  Una de ellas la escribieron con muy mala leche, por el follón que ocurrió en el castillo, una noche de verano en que el sueño no me alcanzaba y alguien, conocedor de ello me tiró un pequeño guijarro a la ventana para llamar mi atención.  Asomeme, sonreíle,hablele, sucedió. Luego  se descubrió el pastel porque mi amante esposo nos vió cuando regresaba de la calle golfa.  Ahora peno en esta torre fría, húmeda y maloliente, desde donde escribo estas memorias.
Desde el bosque cercano, mi juglar sigue cantándome casi a diario.  Me recuerda continuamente la del castigo y quizás, pronto el destierro:
Levantose la casada
una noche al jardín
dicen que a gozar del fresco:
" Más le valiera dormir "
Esperando a su galán
a sueño breve y sutil,
le ha dado amor mala noche
"Más le valiera dormir"
.....
....       y sigue....
No hubo peor combinación en el Medievo, que una Reina de bastos, se liase con la sota de copas.
Todo tiene un principio y un final, también este mundo en que estamos que, al igual que un mirlo ciego, gira y gira sin conocer cuando se ha de detener.  Quizás con la rotación mengüe quedando a final un simple cilindro. A ver donde coño se meten los chinos. Y nosotros.

BOFETADAS