domingo, 19 de septiembre de 2010

NUNCA ESCRIBÍ UN LIBRO.


Ya es tarde, ya no me queda tiempo para cumplir en la vida, las premisas que un hombre, supongo que también la mujer, deben hacer para realizarse, durante el mucho o poco tiempo que permanezcamos en este mundo.
Son acciones que no siguen un orden establecido y uno o una, pueden comenzar por donde mejor les convenga.  Estas son: plantar un árbol, tener un hijo, subir en globo y escribir un libro.
En lo que respecta al hijo, han sido dos, fantásticos.  Por tanto, este punto está más que cumplimentado.
Hace muchos años, un día, al llegar a casa de mis padres, mi madre me esperaba.  Había comprado un árbol, un camelio en una tienda cercana y quería que yo lo plantase, manifestado que tenía buena mano.  Lo planté -segunda premisa-, creció y con el tiempo se hizo muy hermoso.  Pero lo del árbol no termina aquí.
A la oficina, a la vuelta de las vacaciones y por seguir aumentando la flora de aquel despacho, alguien me trajo un paquete de semillas de pino del tipo mediterráneo. Todo consistía en hacerme con vasos de plástico de los usados en la máquina de café, llenarlos de tierra, un agujero en que depositar el piñón y con el tiempo, un día asomaba un arbolito e iba creciendo muy estilizado. Por tanto, he plantado más árboles de los exigidos.  Lo que le sucedía a los pinos es que en el interior con el tiempo secaban.  La solución fue plantarlos en el exterior donde la lluvia y el viento los castigaban, pero siguieron adelante y hoy, si me asomo a la ventana los puedo ver no muy lejanos.
Por tanto, algo se ha cumplido.  Sigo.
Viviendo en Vigo, un día tuve que ir Alcampo.  Cerca de la entrada un enorme globo, de los de verdad que mostraba una propaganda que no recuerdo.  A ese globo subían los niños, lo soltaban pero quedaba unido a tierra por una cuerda y al poco, dependiendo de la gente que hubiese, tiraban de la cuerda y subían a los siguientes.
No soy amigo de meterme en berenjenales, lo que me vino a la memoria fue lo de escribir un libro, subir en globo y demás. Le eché narices, nadie me conocía, se lo dije al encargado, me permitió subir a la canasta, me elevaron a no mucha altura pero al bajar me sentí importante.  Durante días, comenté a todo el mundo mi viajes en globo, sin mencionar que por medio de una cuerda estaba unido al triste suelo.  No transcurrió mucho tiempo en que conocí e hice mucha amistad con una persona.  En Vigo llegué a conocer a mucha, a muchísima gente.  Pues bien, esta persona, mira por donde, navegaba en globo y tenía uno.  Un domingo me llevó.  Era un día soleado pero algo fresco.  Con suavidad se desplazaba aquel enorme balón de reglamento y al que de vez en cuando le soplaban unos fogonazos que en principio atemorizaban, luego te haces a ellos.  Hice muchas fotos, cuatro carretes de treinta y siete negativos cada uno.  Se agotaron pronto porque desde las alturas todo se veía diferente, era una novedad para mi, distinta a la sentida con el globo de Alcampo. Las experiencias más parecidas fueron fotos hechas desde la ventanilla de un avión, pero que quedaban muy lejos en calidad y paisaje a las que ahora iba viendo.
Los carretes los llevé a una tienda, la de siempre, que me estuvo dando largas cada vez que me acercaba a preguntar por los negativos, por las fotos.  Jamás volvieron a mis manos.  Quizás, estén perdidas en algún cajón o basurero o alguien, las haga pasar como suyas. No es la primera vez que sucede.
Pero en globo de verdad, también subí.  Hijo, árbol y globo conseguidos.
Sólo me falta un libro y se que jamás lo escribiré, a pesar de que hace años, inicié uno. Llevaba bastantes folios escritos que, una vez se pasaron a máquina, trescientas páginas se quedaron en apenas setenta.  Eso echa para atrás al más pintado, quizás a los profesionales no, porque desde pequeños ya están acostumbrados a meterse en una habitación en penumbra o bajo una triste bombilla amarilla, motivo por el cual, algunos usan unas gafas para ver, con cristales de los llamados de "culo de botella", dado el grosor que tienen.
Además, si escriben de forma continuada, se vuelven prepotentes, hablan de forma excesivamente pausada que quieren sea elegante y además siempre el dichoso y constante abrigo, perpetuo sobre sus hombros.
Soy muy vago a la hora de escribir.  Un folio o dos, incluso tres, los puedo llenar de un tirón, se me hace fácil pero a la hora del planteamiento, nudo y desenlace, me da que únicamente se puede dar en cabezas pensantes, que les guste discurrir, analizar, repetir una y mil veces una simple frase. 
Tuve un compañero que escribía.  Llenaba las páginas de su block con palabras tomadas del diccionario que colocadas una al lado de otra, no formaban oración alguna, eran palabras buscadas y rebuscadas, rimbombantes, musicales si se quiere, sin sentido.  Pero, con las coñas, las niñas lo miraban de otra manera a como nos miraban al resto, porque veían en él, un futuro y famoso escritor.  Nunca lo fue, que yo sepa y a la hora de presentar las redacciones en la clase de literatura, dejaba mucho que desear, su nota raspaba el aprobado, pero las niñas, que leían sus folios que sin sentido les pasaba, lo tenían en las altura para mal del resto.  Y siendo de aldea, que andares tenía el muy idiota.
Un autor, Szalowski, escribe de un tirón la obra de gran éxito "El frío modifica la trayectoria de los peces".  Es cierto que luego la retoca, pero la idea principal, la que vale, la hace de un tirón llenando folios y más folios sin apenas respirar.  Claro que puede hacer los libros que quiera, tienen una buena y amueblada cabeza.
Quien lo intente y después de varias veces, la luz no se le muestre, entonces, vale más que lo deje, no está para él; pero que no se achique, que no se llene de tristeza ya que todavía le queda el tener un hijo, el subir en globo y lo más fácil, plantar un árbol en cualquier parte.  Le doy una idea, el día en que coma un melocotón o una fruta que en su interior lleve un hueso, que lo entierre en cualquier lugar y con el tiempo, si ningún malnacido lo arranca, podrá ver como asoman los frutos pero, que no se haga ilusiones, lo hará suyo el que tenga la huerta más cercana.  Es ley de vida.
No he escrito el libro, ni tengo ganas de hacerlo.  Lo intenté hace tiempo, el tema lo tenía claro, los personajes de los que me hice un gran amigo y que manejaba a mi gusto, también estaban. Lo malo, lo difícil era continuar dándoles vida ya que si en un principio se la di, luego los dejé a su aire y no se de ellos, lo dejo para que continúe uno de esos personajes que se aislan en un pequeño cuarto con una luz en lo alto mustia. Es que soy muy vago para permanecer quieto, encorvado, bajo una luz mortecina.  Es que a mi me encanta vivir en medio de la gente.
Siempre lo estuve.  No quiero cambiar.
A lo mejor un día me animo. O no. Quien sabe.

BOFETADAS