viernes, 3 de septiembre de 2010
AQUEL CONDUCTOR DE AUTOBÚS.
Puedo escribir los versos más tristes esta tarde, puedo dejar que la tristeza me inunde con chulería, con ganas porque hoy, han clavado una lanza cobarde, en medio de lo que son los sentimientos; no se como estaré luego. Neruda ayudará.
Lo he venido rumiando todo el camino de vuelta a casa y es que no me entra en la poca cabeza que me va quedando. El caso es que el hombre, en principio hizo lo debido con su buena voluntad, pero me da que se equivocó esta vez de persona, o no.
Viajaba en un autobús. Poco antes de llegar a mi parada, pulsé el timbre que avisa al conductor. El auto fue aminorando y se detuvo con suavidad. Siempre lo hace. Nada más abrirse las dos puertas, doy un pequeño salto y de ese modo quedo en la acera. Es lo que vengo haciendo siempre. Pero esta vez no sucedió de tal manera, ya que al detenerse ladeo el vehículo para que de ese modo bajase con facilidad, dado que, el último escalón queda a ras de suelo. Es lo que emplean cuando baja la gente mayor y, mientras lo hacía, mi ego cabreado, reía con absurdas carcajadas: - ¡ Has llegado a viejo, a viejo !, me dijo el muy puñetero. Quedé helado sobre la acera, mirando a todos los lados sin ver nada, sólo sombras apresuradas desplazándose.
Se que lo soy. Continuamente me lo recuerdan, hasta me recuerdan el tipo y quien me lo dice es una persona que mide un metro cincuenta más o menos o quizás, menos que más. Eso no me importa, allá cada uno con sus pecados; pero es que un chófer, sin yo pedírselo ha colocado un autobús de tal manera, que no me permitió dar el salto de siempre, me lo puso a güevo y eso me puede.
Y he caminado a continuación, simple, sin ruido, con ganas infinitas de esperarlo para cantarle las cuarenta o dejarle un aviso escrito, para que conmigo, no lo vuelva hacer.
¿Y si otros conductores lo toman como ejemplo?..., qué asco de vida cuando a uno, perpetua y constante le van diciendo que ya es un viejo, que molesta; aunque alguien de buen corazón, alguna vez le anteponga un "casi viejo".
Y es que tenemos en casa, espejos que no nos engañan, que nos dicen como somos, pero no como queremos vernos y es entonces cuando nos cambiamos mentalmente la imágen para ver lo que nos interesa ser. Algunos, se centran tanto que incluso se ven con ropa talar. Los hay que se muestran de obispos y ellas, mis queridas ancianas, una Nicole Kidman o Halle Berry la otra, si está morena de playa o de vitrina. A los locutores, la tele dicen les engorda, pero no sabemos en que medida porque los hay más, menos, pero todos quieren verse delgados. Que más da ser como se es y es cierto. Lo bueno, se guarda dentro del pecho vulgarmente llamado lata de sardinas. No se si vulgarmente, me da igual ya que soy viejo, me digan lo contrario. Todo lo que nos rodea tiene culpa; el conductor del autobús es el peor de todos. Lo prometo.
Hace años, yo medio chaval, unas niñas hoy mujeres con las que no he tenido suerte de encontrarme, me llamaron carroza, cuando, lo prometo, me comía el mundo a bocados. Ahí comenzaron mis penas y penurias, por culpa de dos niñatas en pleno crecimiento infantil.
Cómo me la jugó el conductor del bus, es que no me pasa. Puede ser que no sea yo un buen ejemplo y es que a cualquier anciano amigo o anciana amiga, cuando hablamos, les paso el brazo sobre los hombros como acogiéndolos con cariño. Suelo caminar de ese modo -sin cargar el brazo- y no protestan y es cojonudo como aceptan todas las reprimendas mientras se lo digas con cariño, hasta el médico los vapulea y les duele, aunque callen y digan que ya no volverán al galeno ese. Los viejos sin fuerzas o con ellas todo lo asimilan, todo lo aceptan esté bien o mal y me niego a ello. Las nueras, por lo que he podido ver, son terribles con ellos, les riñen continuamente sin razón alguna. Son personas, pero insisten, los zarandean y mangonean a su gusto y lo peor, les quitan la mínima o poca pensión mensual que perciben, para ayuda de la casa dicen, mientras el día uno de cada mes, en la marisquería cercana, se ponen morados a cuenta del viejo. Y al viejo, hasta le han quitado los dos pitillos que al día fumaba. Lo que me espera.
No fumo,según palabras de un médico, porque "me había fumado toda mi plantación y más". Cuando me sienta un lastre, que el caminar se me haga harto difícil, que me llamen la atención por nada interesante, continuamente, no volveré al tabaco, pero si a los canutos ya legalizados o sin legalizar, me da lo mismo y a cantar tangos día y noche, a silbar y piropear a las ancianas que caminan hacia el baile del sábado en la residencia de mayores. Por supuesto que me haré socio de ese club, donde la más joven tendrá unos ochenta años, años de experiencia en la vida. Bailaré con las más bellas e igual que durante mi juventud hacía, les contaré miles de mentiras al oído, siempre a los sones de boleros; el vals no sirve para ello. Será bueno recordar viejos tiempos daptándolos a los nuevos y es de suponer que, enfadada de tanta mentira, me deje en el medio de la pista solo, perdido entre dos azulejos del pavimento, como perdido me dejó el conductor del autobús, en aquel preciso instante en que lo inclinó para que el escalón quedara a ras del suelo. Antes, miré a izquierda y derecha pensando que algún viejo bajaría -no asustaros con la palabra, seamos sinceros que es lo que se pretende-. Pero no, el viejo, el solitario viejo en el espacio era yo, único y hundido.
Como me ha llegado la vejez -de ahí viene lo de viejo-; todavía no ando con un bastón y si a diario y a buen paso, camino bastante más de una docena de quilómetros, en poco más de dos horas, haga frío, calor o llueva. Y va el otro, el que conduce el bus, el sabiondillo y me baja lateralemente el auto para que no salte al suelo y si, me deje bajar suave. Y en vez de protestar tal acción, obedezco en silencio. Derrotado.
Y lo malo, que que no me he quedado con su cara. Que pena. No sabe bien con quien se la está jugando.
Para todos los viejos que el paso del tiempo se les echa encima a traición, como si fuera un sabotaje. Me incluyo.
Y para la duquesa de Alba, que algo más de octogenaria, se ha enamorado como una cría.