sábado, 4 de septiembre de 2010
A MIS AMIGOS.
Quiso tener la tormenta, las estrellas. Quiso ser dueño y señor del sol, de las aves, de las personas. Que equivocado estaba. Era un niño único, idiota, por tanto y tanto mimo que le daban. Todos lo manoseaban y cuando creció, hasta las señoritas de compañía de su mamá se quejaban altaneras, aduciendo que el niño, ahora ya un poco mayor, había salido un poco maricón, un poco de la acera de enfrente, vamos, que le iba el pescado. La cocinera, no pensaba de igual manera.
Caminé muchas veces a su lado porque era mi amigo, acudimos a muchas fiestas, fiestas gallegas al lado de cualquier camposanto o en cualquier otro rincón de su geografía. De madrugada había que arrastrarlo para que dejase a la chica que le había caído en suerte. El motivo es que algunos tenían que ir a trabajar, otros al colegio y alguno, a patear campos, montes, senderos desconocidos, por no perder la costumbre. Era cachonda la cosa, los compañeros dando la clase y unos metros más abajo, en el campo de deportes del mismo instituto, el grupo jugando al fútbol y el bueno del bedel, recogiéndome el boletín y entregándomelo para que no llegase a casa y pudiera en un portal, falsificar a mi gusto. Mi amigo caminaba en silencio hacia la casa grande en donde todos los días, me contaba, continuamente le hacían comer carne, para ver si de esa manera se olvidaba del pescado. A la cocinera le daba lo mismo, tanto que en menos de un año, cayó sin pena ni gloria, embarazada. A partir del instante en que aquella barriga fue señalando lo que acaecía, a preguntas de la señora, la culpa recayó como casi siempre en un marino, un marino alemán. Llovía suave cuando ella caminaba por los muelles, arreció y desde un remolcador, un marino la invitó para que se abrigase a bordo del navío. Solos, en aquel cuarto del puente, la ocasión, la lluvia que golpeaba continua en los cristales, el suave beep... beep... beep del radar... Es el dueño de la casa grande quien ahora habla nervioso: ¡Sigue, sigue contando!, ¡continúa!. Más la voz potente de la señora rompió el hechizo con un - ¡golfa!, ¡más que golfa! -, que le corríó por toda la columna vertebral, al tiempo que la mandaba callar con el dedo índice sobre los labios.
Poco duró en la casa grande. Una tarde, cuando el sol estaba a punto de ocultarse en el horizonte, marchó con una pequeña maleta. El hijo, tras un visillo, ni tan siquiera le dijo "adiós".
Pasó el tiempo y esta mujer a la que llaman Ana, casó con un potentado, un banquero encaprichado, mucho mayor que ella, mucho más alto que Ana, que hoy pasea por el parque dando la mano a una niña morena, tan hermosa como ella.
Podría continuar escribiendo que mi amigo, pasado unos años, visto su comportamiento, le dejan comer pescado que preparaba ahora, con sabiduría, un viejo cocinero. Podría seguir diciendo que un día mi amigo contrae matrimonio, tiene un hijo que con el tiempo, se casa con la hija de la ahora doña Ana.
Me parece una chorrada este final. Me recuerda los finales de una escritora de novelas rosas.
Otros lo terminarían con sangre en todas las paredes de la habitación. No es mi caso.
Lo dejaremos como sigue: Mi amigo crece con nosotros y con nosotros se hace más golfo todavía; no tiene horarios ni apenas desengaños. Aquella idiotez de querer tenerlo todo, se ha evaporado, ahora se ha convertido en el golfo de México hecho persona.
Llovía cuando fuimos al entierro de sus padres, que dejaron sus vidas por nosotros, en un maldito accidente de carretera y digo por nosotros ya que, a partir de aquel momento, el hijo dejó de hurtarles objetos de la casa, para vender en el chambón. La plata nos permitía grandes festejos y ahora, de repente, porque lo dispuso el destino, lo tiene todo de mano y nada toca.
Asistimos compungidos en la primera fila a una misa por el alma de los dos difuntos. Puteados, porque maldita sabíamos cuando había que levantarse, sentarse, arrodillarse o cantar; pero de reojo, veíamos a los demás y colaba. Tras ello y al anochecer, una fiesta monumental en los sótanos de la casa grande pues no era plan, que desde el exterior escucharán nuestros gritos, la música a plena potencia y el descorche de las botellas de champagne, que corrían generosas para invitadas e invitados.
Pero el tiempo pasa rápido para todas, para todos y llega un momento en que necesitas imperiosamente cambiar de hábitos, formalizar, ser una nueva persona sin sentido alguno. Ser uno más de esos que puntuales, acuden a sus trabajos, siempre grises, siempre tristes,pensando en la llegada del fin de semana. Hasta los hay, que de repente acuden a la misa del domingo y días feriados tras tener media docena de hijos.
Hay una consecuencia que se puede sacar de todo lo dicho. No alimentes un buitre, no cumplas sus caprichos porque un día, cuando duermas, en silencio, te quitará los ojos, lo que sucede es que a mi amgo, por suerte y desgracia, le dieron todo hecho.
Y es que hoy, todos viejos, achacosos, tosiendo continuamente a causa del tabaco, hemos acompañado a nuestro buen amigo a su última morada en el cementerio de Catabois.
El oficial encargado de colocar la tapa, lo hace con esmero pero, despistado él, porque es lunes y ayer anduvo de jarana, le queda una zona pequeña sin cubrir de escayola. Una mujer se abre paso apresurada entre los presentes que separa con violencia, dadas las prisas por llegar a junto el escayolista. Una vez a su altura le suelta: ¡Queda una zona sin cerrar!. El oficial atónito le responde:- No pase temor, la tapa no se caerá-.
La mujer, que ahora distingo pues se trata de la cocinera Ana, liada que estuvo a escondidas con el difunto, lo mira de arriba abajo, de abajo arriba y cabreada le contesta: - Pero él sí, ¡carajo!, pero el sí-.
Por la noche, en la casa grande, hay una gran fiesta en su sótano, para que en el exterior no se escuchen risas de mujeres y hombres, la música a todo volumen y el descorche de botellas de champagne es continuo.
No he sido invitado esta vez. Y era mi amigo.
De todo ello se deduce, que la vida es una noria que gira y gira; porque a ella, estamos atados algunos idiotas que le vamos dando marcha.
Quizás seamos los incomprendidos.
En recuerdo a mis amigos de correrías, porque de ellos y no mío, es el reino de los cielos.